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Revista latinoamericana de filosofía - Salvando el abismo: Lenguaje y realidad en filosofía de la historia después de Hayden White

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Revista latinoamericana de filosofía

versión On-line ISSN 1852-7353

Rev. latinoam. filos. vol.36 no.1 Ciudad Autónoma de Buenos Aires mayo 2010

 

ARTÍCULOS

Salvando el abismo. Lenguaje y realidad en filosofía de la historia después de Hayden White

Nicolás Lavagnino

Universidad de Buenos Aires

RESUMEN: La filosofía de la historia de las últimas décadas ha prestado creciente atención a la importancia de los dispositivos lingüísticos que contribuyen a dar cuenta del pasado en común. Esta orientación "lingüística" encuentra uno de sus mayores exponentes en el narrativismo de Hayden White, el cual se ha visto desafiado más recientemente por consideraciones críticas acerca de lo que aquél supuestamente implica, en especial en lo referente a las vinculaciones entre lenguaje y "realidad no lingüística". Esas consideraciones postulan, en cambio, un "giro a la experiencia". El presente artículo aspira a presentar bajo otra luz el planteo narrativista y a exhibir las contradicciones del giro "experiencialista", en el intento de reconstruir las relaciones entre lenguaje y realidad históricos evitando las tensiones aparentemente ineliminables suscitadas por el concepto de representación.

PALABRAS CLAVE: Narrativismo; Experiencia; Representación; Lenguaje; Realidad

ABSTRACT: The philosophy of history has paid increasing attention in recent times to the importance of the linguistic devices that contribute to give account of the past in common. This "linguistic" direction finds one of its better exponents in the narrativism of Hayden White, which has been more recently defied by critical considerations about what it supposedly implies, specifically in what is related with the linkages between language and the "nonlinguistic reality". These considerations postulate conversely a "turn to the experience". The present article aspires to expose under new light the narrativist proposal and also wants to reveal the contradictions of the "experiencialist" turn, in the attempt to reconstruct the relations between historical language and reality avoiding the apparently inevitable tensions motivated by the concept of representation.

KEYWORDS: Narrativism; Experience; Representation; Language; Reality

La filosofía de la historia de las últimas décadas ha prestado creciente atención a la importancia de los dispositivos lingüísticos que contribuyen a dar cuenta del pasado en común. El auge, a partir de la década del 70’ de lo que se ha denominado "narrativismo" o "nueva filosofía de la historia", proyecto teórico centrado en la obra de Hayden White como figura más relevante, tuvo el mérito de refundar a la filosofía y epistemología de la historia como área de estudios, proveyendo nuevas líneas de investigación y reaccionando contra un cierto estancamiento en los modos de comprender nuestras formas de conocer el pasado. Modos que hasta entonces habían rondado en torno a consideraciones sustantivas o especulativas sobre la historia -a lo Hegel-, y más tardíamente en derredor de lo que se conoció como "debate explicación-comprensión", en donde la discusión versaba acerca de si debía subsumirse toda forma de conocimiento al ideal del modelo de cobertura legal, o si, contra esa concepción reduccionista (presente en autores como Hempel o Nagel) debía sostenerse la especificidad de los modos históricos de comprensión -postura propia de autores como Dray o von Wright.1 A fines de la década de los 60’ ambos enfoques habían conducido a callejones sin salida y el narrativismo de White supuso entonces una renovación teórica fundamental que condujo a una nueva época de experimentación e indagación filosófica que revitalizó los vínculos de la filosofía de la historia con la epistemología de las ciencias sociales, la filosofía del lenguaje pos-giro lingüístico y la teoría literaria.2
Eso no obstante, el narrativismo como matriz interpretativa se ha visto desafiado más recientemente por consideraciones críticas acerca de lo que supuestamente permite y/o inhabilita aquel tipo de enfoque, consideraciones (presentes en autores como Ankersmit, Runia o Domanska) que apuntan a quitarle prioridad al enfoque narrativo y postulan un "giro a la experiencia" en la reflexión filosófica acerca de nuestra condición histórica. Más concretamente, las aporías en torno al concepto de representación y la visión implícita de lo que se supone es un lenguaje (en este caso histórico) y sus equívocas relaciones con la "realidad no lingüística" informan aquel criticismo y es al seguimiento de unas y otras a lo que se enfoca, en primer lugar, el presente artículo. Vale decir, los objetivos aquí perseguidos son la comprensión de qué entiende el narrativismo por representación, lenguaje y realidad, qué puntos no satisfacen el imaginario "contestatario" -motivando así el mentado "giro a la experiencia" en la filosofía de la historia más reciente-, y la clarificación de las implicancias derivadas de las posiciones contrapuestas. En segundo término se pretende retomar algunas insinuaciones avizoradas en las fuentes mismas del narrativismo que pueden postularse como alternativas a las propuestas anti-narrativistas actuales -y que van en consonancia con desarrollos paralelos en otras áreas de la filosofía contemporánea-, con la ventaja de evitar algunos callejones sin salida a los que parece conducir la reflexión actual en filosofía de la historia.3
Más concretamente, la primera hipótesis del presente trabajo consiste en plantear que el actual "giro a la experiencia" se muestra ineficaz a la hora de satisfacer sus anhelos auto-impuestos, en la medida que su postura es tributaria de concepciones sumamente inhibitorias acerca del carácter de la representación, del lenguaje histórico y de sus vinculaciones con la realidad histórica. Esas limitaciones, se postula, no harán sino traicionar los objetivos perseguidos en un primer instante por el teórico anti-narrativista. El segundo punto capital del artículo apunta a clarificar ciertos aspectos de la propuesta narrativista, en mi opinión insuficientemente explicitados, que en consonancia con desarrollos en la filosofía del lenguaje permiten encarar de una manera menos restrictiva la misma agenda problemática que preocupa al anti-narrativista. El objetivo de máxima del artículo implica reconstruir las relaciones entre lenguaje y realidad históricos evitando las tensiones aparentemente ineliminables habituales en el concepto de representación y habilitando una senda teórica que permita nuevas indagaciones en torno a la historiografía como modo específico de cognición.

I- Avatares de una brecha: filosofía analítica de la historia, narrativismo y después

Hace más de cuatro décadas Arthur Danto, en una obra influyente en la filosofía de la historia4 postulaba la necesidad de concebir el carácter dual del lenguaje en su relación con el mundo, de cara al análisis de las formas de conocimiento específicamente históricas. Ese carácter dual comprometía al lenguaje en dos tipos de conexiones con el mundo: "en una relación (interna) el lenguaje se vincula a la realidad meramente en una relación parte-todo: se encuentra entre las cosas que el mundo contiene (…); en su otra relación (externa) el lenguaje se enfrenta a la realidad externamente, en su totalidad (…) en su capacidad de representar el mundo, y de sostener lo que he denominado valores semánticos",5 adquiriendo así el carácter de un vehículo sofisticado que entabla relaciones de objeto a objeto (objeto-lenguaje a objeto-realidad), y entre los cuales se habilita un espacio lógico que, según Danto, es el terreno propio de la filosofía. Ese terreno revela una brecha insalvable, un gap, "un espacio metáforico que no es parte ni del lenguaje ni de la realidad (…y que…) nunca constituye una parte del mapa".6 En tanto que relación externa nos encontramos fuera de los dominios de la causalidad, ingresando en el terreno resbaloso de la representación.
En su carácter dual puede apreciarse la disparidad de funciones que supone tan complejo "objeto-lenguaje". Qua conexión causal el lenguaje se vuelve intra-mundano, vinculado en el límite a las explicaciones materiales (vg. científicas) de las causas de los estados, eventos y procesos de una realidad a la que se concibe, ex hypothesi, accesible (precisamente en los términos del orden causal postulado). Pero como conexión semántica con la realidad (externa, representacional), como relación explícitamente reflexiva del vínculo semántico, nos volvemos conscientes del "problema del mundo externo" y de la posibilidad teórica del escepticismo. En el esquema de Danto la dualidad de funciones del lenguaje se refleja en el hecho de que "la ciencia está comprometida con la causalidad, la filosofía con la representación".7 En verdad es la especialidad misma de la filosofía lidiar con abismos, con las brechas, los gap supuestos por las complejas relaciones entre lenguaje y realidad. La filosofía consiste, en rigor, en el "estudio de las fuerzas semánticas que vinculan al lenguaje con la realidad y le permiten al primero expresar verdades".8
La obra de Danto sintetizaba en aquel entonces, como pocas, la creciente conciencia teórica de la porosidad del lenguaje empleado para dar cuenta del pasado, y la relevancia de reconocer el carácter constitutivo del lenguaje empleado en las formas de conocimiento propiamente históricas, a la hora de considerar de qué manera éstas enfocan su objeto de estudio. Si Danto obraba dentro del marco convencional de la filosofía analítica del lenguaje, no es menos cierto que su influyente estudio fue sucedido por una explosión teórica que condujo por nuevas sendas a la reflexión epistemológica acerca de la historiografía, en especial aquellas que la entreveraron con la teoría literaria estructuralista y pos-estructuralista, sendero que derivó en lo que ha dado en llamarse como "nueva filosofía de la historia" o "narrativismo". La preocupación por el análisis del lenguaje histórico condujo al reconocimiento de la narración como unidad de análisis, constituyendo un avance pionero en estas mixturas, búsquedas y composiciones la obra teórica de Hayden White.
En White se aprecia uno de los intentos más ambiciosos9 por concebir al lenguaje histórico como un compuesto asimilable formalmente a otras formas de discurso (ficcionales o no), en el cual lo relevante es el rastreo de los compromisos éticos, cognitivos y estéticos que estructuran los textos históricos, estructuración que a su vez depende de la adopción de un protocolo lingüístico de composición que pivota alrededor de los tropos (figuras de habla como la metáfora, la metonimia o la ironía) como engranajes constitutivos y fundantes.10 La base tropológica del discurso historiográfico se muestra así como un dispositivo que explica tanto la configuración concreta de diversos textos historiográficos como también permite comprender el endémico estado de divergencia interpretativa. El disenso y usual clima de controversia ineliminable en la historiografía se derivaría, en última instancia, de la adopción de protocolos tropológicos alternativos, los cuales supondrían a su vez compromisos ontológicos, epistémicos y éticos irreductibles recíprocamente, al menos dado cierto nivel de sofisticación y erudición. O dicho de otro modo, dado cierto nivel de articulación argumental la apelación a la evidencia no permite discriminar entre interpretaciones en pugna, porque lo que está en discusión (vía compromisos alternativos) es qué es lo que cuenta como evidencia.11 A partir de la obra de White, la importancia del narrativismo como apuesta teórica condujo a enfocar de manera más atenta la dinámica y las aporías de las modalidades de la representación y de los lenguajes históricos.12 La relevancia de la teoría literaria y la lingüística en todo esto radica en su capacidad para abordar de manera sistemática el fenómeno lingüístico, el "objeto-lenguaje" como totalidad, constituyéndolo en un objeto de estudio por derecho propio.
Las representaciones históricas son así consideradas modos específicos de configuración derivados de prefiguraciones de corte tropológico. La constitución de una "sintaxis y gramática" histórica por parte de historiadores o filósofos especulativos de la historia como Marx, Hegel o Nietzsche queda ahora clarificada en sus modalidades concretas gracias al expediente tropológico. El lenguaje estructurado tropológicamente se estabiliza en un conglomerado simbólico (representación) que podía adoptar formulaciones alter­nativas irreductibles y que se sobreimprimía a un orden no lingüístico que de por sí carecía de toda estructuración. La denominación de "imposicionalismo"13 a este esquema de vinculaciones entre representaciones, lenguaje y realidad resulta por demás gráfica, y es reveladora de las dificultades de la propuesta original narrativista a la hora de dar cuenta de, al menos, tres aspectos cruciales de su tinglado teórico. En primer lugar cobra relevancia el matiz relativista o perspectivista que aparenta incluir la propuesta, en especial en lo relativo al carácter putativo de la adopción de un marco tropológico en detrimento de otros. En segundo lugar se destaca la supuesta contradicción entre asignar un carácter amorfo al plano de la realidad extra-lingüística (conceptualmente el ámbito previo a la protocolarización tropológica sobre el cual opera ésta última) y, a la vez, realizar aseveraciones acerca de ciertas características exis-tenciales de la misma que aseguren un marco de referencia compartido entre interpretaciones, de manera de evitar un relativismo extremo que coarte toda posibilidad cognoscitiva. En tercer lugar se vuelve pertinente elucidar el status de la tropología misma y del esquema que configura las relaciones específicas entre lenguaje -como representación ordenada tropológicamente- y realidad, esto es, se hace necesario explicitar el estatuto de los tropos mismos sin recaer en consideraciones ingenuas acerca de la evidencia (en este caso lingüística, acerca del lenguaje mismo) ya descartadas a la hora de analizar el discurso historiográfico.
Vale decir, para el narrativismo se convirtió en una cuestión teóricamente relevante responder a dos preguntas: uno, ¿cómo compatibilizar el carácter protocolario, tropológicamente informado, situado, contingente, putativo y controversial de las narraciones históricas sin esterilizar las pretensiones cognoscitivas de las mismas y sin ceder a un relativismo paralizante? y dos, ¿cómo saber -"a ciencia cierta"- que el lenguaje (histórico) está estructurado tropológicamente? No es seguro que las respuestas de White a ambos interrogantes, a lo largo de una obra fecunda e interesante14 hayan conformado a todos, oscilando entre el historicismo y el convencionalismo en un polo (interpretación afín a la naturalización pragmática de la consideración del lenguaje), y las determinaciones sistemáticas de la estructura de todo lenguaje (en una vena más "estructuralista"). Pero lo que sí es cierto es que la obra de White inauguró una época de experimentación teórica que condujo a la vinculación de la filosofía de la historia con ámbitos disciplinarios diversos, yendo más allá de su primigenia vinculación con la filosofía analítica del lenguaje y extendiéndose en dirección de la antropología, el estructuralismo, el deconstructivismo, la teoría literaria, la semiótica y demás disciplinas y enfoques, propiciando así el inicio de una era ("narrativista") en la filosofía de la historia, caracterizada por una cierta "inflación teórica", como la ha denominado, con cierto ánimo crítico, el filósofo holandés Frank Ankersmit.15
En opinión de Ankersmit -en los 80 y los 90 uno de los más reconocidos filósofos narrativistas de la historia; en la actualidad el más ferviente abogado de la antes mencionada reversión teórica hacia la experiencia-16 la abstracción teorizante inaugurada por White ha tenido el mérito de llamar la atención sobre los aspectos lingüísticos antes precisados de la representación historiográfica, pero al costo de suponer que todo lo históricamente significativo encuentra su expresión en los lenguajes estructurados tropológicamente. La prioridad concedida al lenguaje supone, en opinión de Ankersmit, una desatención de aspectos primigenios de nuestro modo de ser (históricamente) en el mundo, esto es, de la reflexión acerca de cómo el historiador y todo aquel que se propone una cog­nición de eventos pasados, los experimenta antes aún de que pueda siquiera proponerse su representación. Aquella prioridad parece desembocar, en la mirada crítica de Ankersmit, entre otros, en una suerte de determinismo, idealismo o trascendentalismo lingüístico, que infla tanto su concepto central (representación lingüística) que termina no encontrando más que lo que su limitado espectro de búsqueda le permite concebir. Aquí el lenguaje es visto, por este autor crecientemente crítico del narrativismo, como "una coraza que nos protege contra los terrores de un contacto directo con el mundo expresado por la experiencia (...) El lenguaje, el orden simbólico, nos permite escapar de las perplejidades de una confrontación directa con el mundo tal como es dado por la experiencia".17
Se trata, bajo esta concepción, de un juego de suma cero, donde el énfasis en torno al lenguaje conduce necesariamente a la oclusión del enfoque centrado en la experiencia y, cabe decir, siendo importante esto para el futuro de nuestro argumento, que ese juego de negaciones recíprocas arrastra al teórico anti-narrativista en su concepción del lenguaje, cuando pretende habilitar una perspectiva "mortalmente contrapuesta" centrada en el ámbito inexpresable de la realidad pre-lingüística. La incapacidad de esa coraza para dar cuenta de ciertas situaciones especialmente aporéticas de la experiencia histórica contemporánea (vg. genocidios en masa, visiones epocales de ruptura en escala "civilizatoria")18 revelaría las limitaciones de la propuesta "lingualista" centrada en la representación y en la narrativa como unidad de análisis relevante. En opinión de Ankersmit "el lingualismo de la filosofía del lenguaje, de la hermenéutica, del deconstructivismo, la tropología y la semiótica se ha vuelto ahora un obstáculo, más que un promotor, de perspectivas útiles y fructíferas. Los mantras de este opresivo y sofocante lingualismo se han convertido en una seria amenaza a la salud intelec­tual" de la filosofía de la historia.19 La noción de representación como sustituto tropológicamente estructurado del pasado nos impide concentrarnos en la presencia de un pasado que aún está ante nosotros, en su terca materialidad, constriñéndonos y sorprendiéndonos como un "polizón" en nuestro devenir cotidiano.20
El lenguaje se ha vuelto, así, desde esta visión crítica, un objeto ambiguo al que corresponde resituar ontológicamente. Si con Danto en un primer momento asistíamos a una caracterización dual -centrada en la visión de las funciones disímiles del lenguaje-, apreciábamos posteriormente, bajo una cierta interpretación de la propuesta narrativista de White, la imagen del lenguaje como un plexo configurador que constriñe tanto como habilita. La visión del mismo como una "imposición" sobre una realidad distinguible conceptualmente como anterior permite precisar el carácter de la representación como configuración tropológica de una realidad amorfa. Pero con Ankersmit se asiste a un doble movimiento. Por un lado la interpretación impositiva del lenguaje es ampliada, como si el paradigma narrativista estuviera postulando una red o malla interpretativa que se cuela por todas partes impregnando de matices lingüísticos a una terca materialidad pre-existente. Esa expansión conduce aparentemente al relativismo paralizante y es entonces que Ankersmit y otros autores de lo que se ha dado llamar "paradigma Presence"21 intentan reubicar el lugar del lenguaje entre la realidad y el imperialismo de la representación.
La posición de Ankersmit -y con él la de los autores afines a Presence que abogan por un "retorno a la experiencia" y una toma de distancia del lingualismo-22 intenta hallar un punto intermedio entre el empirismo "de sentido común" centrado en la idea de "fidelidad a los hechos" -postura que se desentiende de los aportes filosóficos de las últimas décadas que han permitido un refinamiento en la comprensión de los lenguajes históricos- y el relativismo literario tendencioso al que conduciría el narrativismo de White -perspectiva que ignoraría, a su vez, el carácter material, inmerso e inefable, esto es, inexpresable lingüísticamente, de nuestra experiencia del pasado-. Esa posición intermedia "intenta mostrar que el lenguaje no es una fuente externa a la comprensión humana (…) sino que es interna, una forma a través de la cual los seres humanos dan cuerpo a su propia imaginación. El lenguaje no es una barrera en la comprensión de la realidad del pasado por parte del historiador, sino más bien un medio indispensable"23 de volver posible la captación de la misma.
Esta noción de lenguaje como medio posibilitador es crucial para comprender la posición de Ankersmit y otros recientes antinarrativistas. La idea de un medio en la forma de un "objeto-lenguaje" es que

  1. se tiende entre dos entidades pre-existentes24
  2. con una finalidad pre-establecida de manera externa al medio mismo25
  3. hay un problema conceptual de contacto entre usuario de lenguaje y realidad no lingüística (por eso se necesita el "puente") que, no obstante, puede resolverse en la medida que se respeten 1- y 2-26
  4. es función del lenguaje como representación mostrar la dificultad, y a la vez la posibilidad, de reconstituir el sentido inmerso de nuestra experiencia (vg. reunir nuevamente al sujeto y al objeto, mostrar el carácter inmerso, situado, de la posición del sujeto cognoscente en una materialidad que lo sorprende pasivamente).27

Como puente entre el sujeto (o más modestamente, el usuario del lenguaje) y la realidad, la finalidad del "objeto-lenguaje" consiste en permitir la apropiación de los rasgos de un "afuera" no lingüistificado, un plano de objetos, estados y procesos no simbolizado aún. Lo que esto implica es que la representación adecuada (vía correspondencia) de ese plano es el medio privilegiado de esa apropiación, y la finalidad misma es reconstituir la unidad o continuidad entre el sujeto que representa y lo representado. El problema, entonces, de White y el narrativismo en la interpretación de Ankersmit y Runia es que aquél tiende a evitar la consideración de 1-, o bien porque

1’a- considera "fundante" al medio lingüístico mismo, no reconociendo pre-existencia a las entidades entre las cuales se yergue, en la versión más "determinista lingüística", pero aún así dentro del terreno del realismo ontológico,28

o debido a que

1’b- el lenguaje crea él mismo las entidades entre las cuales se propone mediar, en la versión más "idealista",29

tanto 1’a como 1’b suponen a la vez que

2’- el medio mismo puede determinar endógenamente -parcial o totalmente- sus propias finalidades (y donde las configuraciones tropológicas serían la indicación de esas finalidades autónomas)

lo que genera a su vez el tipo de "problemas de contacto" mentado en 3- y otros de su propia cosecha ya que

3’- hay problemas de contacto o brechas entre sujeto y lenguaje y entre lenguaje y realidad; en rigor en cada brecha habría espacios conceptuales -derivados de la matriz tropológica que prefigura los usos del lenguaje históricos- que habilitarían la duda escéptica y conducirían al proyecto cognoscitivo al callejón de la parálisis o el relativismo, (vale decir, 1’a, 1’b y 2’ reactúan agravando los problemas de contacto),30

problemas que reconfiguran 4- en el sentido de conducir a una reconstitución inestable de la relación entre sujeto y objeto en la medida que

4’- el lenguaje como medio ordenado tropológicamente disciplina el ámbito no lingüístico generando una inestable y fugaz reconstitución del sentido inmerso de la experiencia (bajo la égida de un determinismo de las formas narrativas), con implicancias relativistas y escépticas.31

Como supuestamente, según Ankersmit, el narrativismo se encuentra comprometido con el conglomerado que va de 1’ a 4’, termina constituyendo un tipo de visión en torno al lenguaje histórico (los usos lingüísticos referidos al pasado) demasiado sesgado, centrado en las "transferencias de significado operadas tropológicamente"32 más que en la comprensión de la continuidad y del rasgo "inmerso" entre el pasado y nosotros mismos.33 El tipo de acceso así configurado "no es continuo", al decir de Eelco Runia -autor enmarcado en la línea teórica de Presence-, y está especialmente orientado a la "producción de significado" vía prefiguración tropológica. Las deficiencias del enfoque narrativista centrado en la dinámica tropológica de la representación ("producción de significado") deberían conducir a un rechazo o superación del narrativismo, ya que en la comprensión contemporánea del pasado que nos circunda un "anhelo de estar en contacto con la realidad"34 se impone por sobre todas las técnicas tropológicas de composición. Esto es, por un lado la experiencia se nos revela trunca, discontinua, traumática, sorpresivamente presente en su carácter pasado; pero por el otro el lenguaje "completa", culmina, genera una falsa sensación de continuidad, de completitud, "produce" una realidad de acuerdo a esquemas prefabricados. El énfasis excesivo en el lenguaje conduce a la imposición de un orden donde antes sólo había revulsión y disturbio, y así, según Runia puede reconocerse una dialéctica centrada en las figuras de la metáfora y la metonimia, donde la metáfora responde al modelo de la tropologización, la contextualización, la producción de significado y la relación al interior del código lingüístico (lo que en lingüística se reconoce como el polo paradigmático del lenguaje), mientras que la metonimia es un movimiento de descontextualización, materialización y vinculación entre lo lingüístico y lo pre-lingüístico.35 La metáfora, lo textual, el lingualismo, produce continuidad, significado, contexto en el abismo. La metonimia, lo material, revela la discontinuidad, la contingencia, la ruptura del rasgo inmerso de la experiencia.36 El narrativismo nos muestra y nos condena a la vez a la repetición de lo primero. El giro a la experiencia nos quiere mostrar la necesidad -vital, existencial, subjetiva, no cognitiva- de lo segundo.
Esta contraposición entre producción (efímera) de continuidad, y revelación (pasiva, pero constante) de la ruptura que no puede ser aprehendida bajo formas lingüísticas, tiene por fin exhibir las limitaciones del énfasis en la representación y el lenguaje propio del narrativismo, en la medida que las técnicas tropológicas y "metafóricas" de análisis de las formas de conocimiento histórico culminan por establecer, al decir de Ewa Domanska, "una distancia radical entre el investigador (sujeto) y el objeto de análisis"37 que supone la negación de las instancias capaces de salvar los abismos y trascender los usos lingüísticos.De esta manera, en la perspectiva de aquellos que toman dis­tancia del narrativismo, el lenguaje es un medio -pero sólo uno, orientado a la cognición, a la contextualización y a la producción de significado y de continuidad- para dar cuenta de una realidad histórica atravesada por quiebres e inmersa aún en la mera contigüidad y la ruptura con un pasado "polizón", que llega inesperadamente hasta nosotros. A una realidad de contrastes apenas si puede aprehendérsela a través del concepto de representación. Como esquema subjetivo de recepción de los contenidos del mundo, es apenas una matriz que captura algunos rasgos (mas no todos los relevantes) vía procedimientos lingüísticos. Abrirnos a una concepción no cognitiva de la experiencia (histórica en este caso) y focalizar en los aspectos no lingüísticos, no contextualizables, no generadores de significado qua estabilización efímera de la discontinuidad, tales son los desafíos de esta propuesta teórica, que apunta a redefinir las relaciones entre lenguaje, realidad y representación histórica. Aunque Runia y Ankersmit apelan a la figura (tropo) de la "metonimia" como denominación del movimiento anti-tropológico que busca una concepción "no lingualista del lenguaje", se apunta tanto a sostener el carácter mediador del lenguaje como a remarcar los aspectos respecto de los cuales nuestro comportamiento lingüístico "gira en falso" y nos incapacita para aprehender una realidad que trasciende el marco de lo que puede ser significado.
A cuatro décadas de la postulación del esquema de Danto, pareciera como si el abismo entre lenguaje y realidad fuera, a la vez, más vasto que nunca (y de allí la preocupación por recuperar el contacto entre sujeto y realidad que una inflada esfera intermedia lingüística puede terminar traicionando), y completamente ilusorio (y de allí el rescate del carácter inmerso, continuo, de nuestra experiencia). De acuerdo a lo primero el lenguaje se ve excedido y la concepción del conocimiento se revela, en su condición superior, como un proceso de absorción y fusión extática entre sujeto y objeto. De acuerdo a lo segundo no hay realmente problemas de acceso, excepto los que plantea por su cuenta la verborragia hiper-teorizante de los lingualistas. Una vez desenmascarada la "burocracia de la teoría" no habrá espacio para escepticismo alguno.
A partir de estas incoherencias e indecisiones en torno a abis­mos e inmediateces es que se desprenden incómodas implicancias para la visión anti-narrativista, y es al análisis de las mismas que se abocará la siguiente sección.

II- Abismos de lo inmediato: filosofía, lenguaje y el problema del intermediario

En la última década el diagnóstico crítico en torno al énfasis lingüístico, tal como se lo ha presentado en la sección precedente, ha venido ampliándose y ganando fuerza, lo que ha llevado a muchos teóricos a considerar "pasado el giro lingüístico",38 y a conceptuar la "marea" narrativista como atravesando un momento de "baja-mar".39 Estas figuras visuales apuntan a resaltar el hecho de que, aparentemente, la filosofía al haberse comprometido con el lenguaje como unidad de análisis ha postulado que "lo conceptual no tiene un límite exterior más allá del cual yace la realidad no conceptualizada".40 La función del movimiento "lingualista", recordémoslo, consistía precisamente en evitar lidiar con aquella realidad no conceptualizada (ya sea reconociéndola como inefable o, de manera más directa, negándola), considerando al lenguaje como todo el dominio relevante y necesario para el análisis sistemático (análisis centrado a su vez en técnicas lingüísticas de protocolarización, que estudian los compromisos que asumen los distintos usos lingüísticos, más que los contenidos o los referentes que tales compromisos suponen). Podría suponerse que esto significa que "todo objeto es pensable", lo cual ha generado la crítica de autores como Timothy Williamson, quien considera, en una reciente compilación de trabajos referidos al "futuro de la filosofía", que "no deberíamos aceptar ninguna concepción de la filosofía que sobre bases metodológicas excluya de principio objetos elusivos",41 donde por objetos elusivos se entienden aquellos objetos que en el límite revelan las limitaciones necesarias de todos los posibles usuarios del lenguaje. La necesidad de tales objetos elusivos para la filosofía avizora "la reviviscencia de la teorización metafísica (…) que apunta a descubrir qué clases fundamentales de cosas hay, y que propiedades y relaciones tienen, no cómo las representamos".42 Ir más allá de la representación "hacia las cosas mismas" es lo que Ankersmit, Runia y Domanska están tratando de hacer en la filosofía de la historia, "intentando formas de escribir acerca de lo irrepresentable"43 en principio. Que tales objetos elusivos existen y que hay una manera en que el mundo es aparte de la forma en que es representado sugiere que en la filosofía de la historia podemos estar pivotando nuevamente, y de manera insospechada, en torno a la controversia entre realistas e idealistas (asociando al narrativismo con los últimos y a quienes se les oponen con los primeros). De manera muy general, la tesis realista apunta a mostrar que "lo que existe determina lo que puede ser significado"44 -por lo que el lenguaje, cuya función constitutiva, recordémoslo, es representar, puede así cumplir su tarea bajo el ámbito de aquella determinación orientadora-, mientras que la tesis idealista podría ser groseramente esbozada como la inversa (vg. "lo que puede ser significado determina lo que existe"), pero igualmente comprometida con la idea de que el lenguaje tiene por función representar -siendo el resultado de esta posición que o bien el lenguaje no puede cumplir acabadamente con su función, y eso conduce al escepticismo, o bien opera sin restricciones inhibitorias, lo que deriva en posiciones relativistas-. Sin embargo hay indicios suficientes como para sospechar que el narrativismo y el giro lingüístico en sentido amplio tienen muchos motivos para lamentar la resurrección de la controversia realismo-idealismo, en primer lugar porque al poner en primer plano el aspecto constitutivo del lenguaje lo que estaban intentando hacer era, en palabras de Richard Rorty, "ir más allá del realismo y el idealismo, cesando de contrastar el mundo representado con nuestras formas de representarlo",45 problematizando la noción misma de representación lingüística y abjurando de la imagen de "relaciones sustanciales palabra-mundo a favor de descripciones de interacciones entre organismos usuarios del lenguaje con otros organismos similares y con su entorno".46 Según Rorty "el «lenguaje» fue el sustituto de la «experiencia» en el siglo XX por dos razones": en primer lugar "dejaba intacto (para la filosofía) un espectro amplio de indagación que permitía enfocar aparentemente todos los temas susceptibles de estudio"; y en segundo lugar el lenguaje "parecía inmune al proceso de naturalización".47 Sin embargo tras un largo recorrido el mismo giro lingüístico ha terminado por considerar que "no existe nada semejante a un lenguaje (…ya que…) debemos abandonar la idea de una estructura común claramente definida que los usuarios del lenguaje dominan y luego aplican a casos",48 evitando así convertir al lenguaje en un objeto trascendental.
Es plausible creer que la idea misma de que existe un objeto-lenguaje tal, estructurado, delimitado y segmentado es la condición misma de la posibilidad de concebir un resto contrapuesto, un dominio de cosas "que no pueden expresarse con palabras, que se manifiestan a sí mismas. Son lo místico".49 Entre el lenguaje, así concebido ("estructura común claramente definida"), y el orden de aquellas cosas que escapan a la representación, al lenguaje, y constituyen lo místico ("se manifiestan a sí mismas"), se establece una relación tensa, de inadecuaciones ineliminables, que suscita innumerables problemas ontológicos y epistemológicos y que genera en la concepción del lenguaje el mismo problema que se le había pre­sentado a Platón en el Parménides: el "problema del tercer hombre" -vg. el problema de cómo se conocen las entidades postuladas para explicar otro dominio de objetos-.50 La existencia de un orden lógico que sirve para contextualizar, concebir, describir o enmarcar un dominio percibido y que es la condición de posibilidad de toda forma de conocimiento genera inmediatamente la pregunta de cómo se justifica la apelación a tal orden. Si el mismo se concibe en relación a otro orden lógico superior, se genera una inmediata regresión al infinito. Si, por el contrario, ese orden lógico primero es su propia ratio cognoscendi se genera la pregunta inmediata acerca de porqué el ámbito al cual aquel orden explica sin ser explicado no puede auto-justificarse o contextualizarse sin apelar a otro orden que lo contenga y lo determine. Este problema irresoluble genera, en la consideración del lenguaje y su "otro-inefable", un esquema similar: se debe postular una condición de posibilidad de la descripción y los usos lingüísticos que es ella misma indescriptible, no lingüística.
Según David Pears esta visión típica del lenguaje se encuentra regida por la idea de que "podemos ver más lejos de lo que podemos decir. Podemos ver todo el trayecto hasta el extremo del lenguaje, pero las cosas más lejanas que vemos no pueden expresarse en enunciados porque son las precondiciones para decir cualquier cosa".51 La clave aquí radica en la noción de "extremo del lenguaje", o límite, tanto por lo que supone como por las alternativas que descubre.
Al tener límites un lenguaje se revela como

a- un objeto en sí mismo (estructurado en torno a un nodo reconocible con funciones sistemáticas)

b- con agencia, es decir, capacidad de perseguir propósitos autodeterminados, que pueden "frustrar" a los usuarios del lenguaje

c- con contornos definidos oposicionalmente respecto de una "otredad" no lingüística

d- con poderes causales (interacción causal con objetos, eventos y estados no lingüísticos).

Respetando los enunciados 1 a 4 de la sección anterior, podemos apreciar que la estructura y función de tal objeto-lenguaje, de acuerdo a esta visión, es de mediación (1) y representación (4), pero plausiblemente se suscitan "problemas de contacto" (3) ya sea que las finalidades del medio lingüístico estén auto o hetero-determinadas (2’ o 2). Así definido no es extraño que surjan espléndidas y a la vez terroríficas visiones del lenguaje como "prisión" o como "medio inescapable" capaz de engañarnos. En una versión más modesta el "objeto-lenguaje" es un tercer elemento, una "perspectiva" que organiza bajo diferentes esquemas postulados posibles los contenidos dados del mundo. En apariencia, según esta perspectiva, necesitamos esquemas-del-objeto-lenguaje para representar ("postular") los contenidos-del-mundo, los objetos ("dados"), que a su vez podrían obrar como verificadores o entrar en relación de correspondencia con aquellos esquemas. Pero tanto en uno como en otro caso los poderes, límites, contornos y dificultades suscitados por el lenguaje se encuentran allí presentes, generando brechas a cada paso. Y esas brechas, esos abismos insondables, son tanto más estremecedores por cuanto se tienden en el espacio de lo inmediato, el ámbito en el que se yerguen nuestras creencias más íntimas, más difíciles de poner en tela de juicio.
Sin embargo tan ubicuo objeto debe ser precisado aún en el carácter de sus intermediaciones. Quizás el primer punto pivote alrededor de la siguiente cuestión: su intermediación ¿es epistémica o meramente causal? Si se opta por la primera opción se está reenviando la discusión de las consideraciones en torno al lenguaje a las diatribas en torno a las concepciones de la mente. Se concibe así una "imagen de la mente" en la cual ésta es "un teatro en el que el yo consciente contempla escenas (…) lo que aparece en el escenario no son los objetos comunes del mundo que el ojo externo registra (…) sino sus pretendidos representantes".52 Esta imagen, usualmente denominada como "teatro cartesiano", ha suscitado críticas que han sido resumidas por Donald Davidson, quien se propone atacar la noción de que se pueda estar en contacto con entidades mentales que representan objetos, eventos o estados exteriores al teatro cartesiano. "Es evidente que las personas tienen creencias, deseos, dudas; pero admitir esto no significa sugerir que las creencias, los deseos y las dudas son entidades en o ante la mente, o que estar en tales estados requiera que haya los objetos mentales correspondientes".53 La importancia para nuestra discusión de estas escaramuzas en torno a las concepciones de lo mental radica en el estatuto de las representaciones como conglomerados que corresponden a objetos situados en un plano externo, respecto del cual el hecho mismo de la representación puede suscitar problemas de contacto.
El problema de las representaciones y el del contacto constituyen, en realidad, un mismo tema, ya que el primero genera las dudas que conducen al segundo: "si el objeto no está conectado con el mundo nunca podemos llegar a saber cosas sobre el mundo teniendo a ese objeto ante la mente (…) Por otro lado si el objeto está conectado con el mundo, entonces no puede estar enteramente ante la mente en el sentido relevante";54 esto es, "a menos que uno lo sepa todo sobre ese objeto, siempre habrá sentidos en que uno no sabe de qué objeto se trata". "Estar ante la mente" y "determinar el contenido de un pensamiento", no son tareas que una entidad pueda cumplir simultáneamente, y eso es precisamente lo que se le pide a las representaciones. El argumento de Davidson es que "no existen tales objetos, públicos o privados, abstractos o concretos"55 que puedan reunir virtudes tan incompatibles. La idea de que existen y de que constituyen el sustrato de la representación genera el problema de la desconexión, y brechas "que ningún razonamiento o construcción puede salvar de manera plausible. Cuando se ha escogido este punto de partida (…) nos amenazan el idealismo, formas reduccionistas de empirismo y el escepticismo".56
El argumento en contra de las representaciones como objetos ante la mente tiene prolongaciones en la crítica al relativismo con­ceptual. La idea de Davidson es que "hay límites respecto a cuánto pueden diferir los sistemas de pensamiento (…) No comprendemos la idea de un esquema que nos sea totalmente extraño (…) Lo asignificativa que resulta la idea de un esquema conceptual situado por siempre más allá de lo que podemos captar no se debe a nuestra incapacidad de comprender tal esquema (…) sino a lo que entendemos por sistema de conceptos".57 El relativismo conceptual exige la distinción entre datos inmediatos y formas o construcciones propias de la actividad de pensamiento, esto es, un sustrato compartido ante el cual se erigen distintos esquemas alternativos; existe, de esta manera, "lo dado de manera no interpretada, los contenidos no categorizados de la experiencia",58 el registro, por un lado, y la teoría o esquema o visión de mundo, por el otro. Este dualismo genera a cada paso brechas y desconexiones que no pueden ser salvadas, ya que "debería haber una fuente última de evidencia, el carácter de la cual pueda especificarse totalmente sin hacer referencia a aquello a favor de lo cual es evidencia",59 como paso previo a volver comprensible tal dualismo. Pero éste es el terreno conocido del "tercer hombre" parmenideo y de las terceras entidades tal como venimos recorriéndolo en esta sección. Si tales fuentes fueran "auto-especificantes" no serían necesarias construcciones ulteriores. Si no son auto-explicativas se genera o bien una argumentación circular o bien una regresión al infinito que postula otras entidades ulteriores. Por lo tanto la idea de un dualismo de esquema y contenido no sirve para aislar, enfrentar y resolver el problema para el cual se postula como solución.Por el contrario, si evitamos el problema de la representación como objeto intermediario (epistémico) crucial en la formación de creencias acerca del mundo podemos apreciar que todas las conexiones que se requieren entre los usuarios del lenguaje y los objetos y acaecimientos se limitan a las causales. "Una vez damos este paso, no hay objetos con respecto a los cuales surja el problema de la representación. Las creencias son verdaderas o falsas, pero no representan nada. Es bueno librarse de las representaciones (…) puesto que es pensar que hay representaciones lo que engendra indicios de relativismo".60 La fijación de las creencias opera por medio de un proceso de interacción causal con el mundo que no exige la adopción de dualismo alguno. La idea de que hay una división entre experiencia no interpretada y esquema conceptual organizador supone un escenario cartesiano que a cada paso genera (vía intermediaciones epistémicas imperfectas) los problemas relativistas y escépticos que pretende conjurar. El proyecto "epistemológico" de contrastar las creencias acerca del mundo con el mundo mismo no es viable. Una confrontación así no tiene sentido alguno ya que no podemos salirnos de nosotros mismos para confrontar los intermediarios epistémicos con el mundo y no debería­mos admitir intermediarios epistémicos entre nuestras creencias y los objetos del mundo. "Si los intermediarios son meramente causas de la creencia, no justifican las creencias que causan, mientras que si proporcionan información, puede que nos mientan",61 esto es, si la creencia se conecta con el mundo de manera auto-evidente no lo hace de una manera susceptible de reformulación bajo un lenguaje público (justificación); por el contrario si se parte del lenguaje público y las pautas de justificación no se arriba nunca a una instancia auto-explicativa de la creencia (causalidad). La causalidad y la justificación corren por vías paralelas y la búsqueda de un orden conceptual que pueda reunirlas genera los mismos problemas que se pretende evitar por medio de su postulación.
La salida a todas estas aporías y tensiones ineliminables consiste en cambiar la manera de pensar el lenguaje, ya sea en cuanto a su estructuración, sus alcances, sus poderes causales y sus modos de intervención. Davidson "nos pide que pensemos al ser humano como un ser que trafica con marcas y ruidos para alcanzar fines. Hemos de concebir esta conducta lingüística como una conducta continua con la conducta no lingüística, y entender que ambos tipos de conducta sólo tienen sentido en tanto y en cuanto podemos describirlos como intentos por satisfacer determinados deseos a la luz de determinadas creencias".62 El objetivo de postular esta visión consiste en evitar la reificación del lenguaje, la creencia de que éste es algo que tiene extremos, que forma un todo limitado o que puede convertirse en un objeto de estudio diferenciado.
El lenguaje es, así, un ámbito de comportamientos sociales estabilizados en torno a determinadas prácticas que siempre pueden ser redescritas y resituadas al interior de otra red de prácticas sociales. En esa praxis inserta socialmente, por el mero hecho de reconocerla como tal "no perdemos contacto con nosotros mismos, sino que más bien reconocemos nuestra pertenencia a una sociedad de mentes",63 vg. una sociedad de usuarios del lenguaje en relaciones de constitución recíproca. Esa constitución procede por medio de "representaciones", pero aquí el término no designa a un orden lógico o a un intermediario epistémico, sino meramente a una constelación funcional portadora de contenido informacional, en la cual lo que se elimina es la aureola auto-explicativa que aseguraba la existencia de la misma como entidad ante la mente, la cual suscitaba, a la vez, dudas de índole escéptica o relativista. De esta manera el gran "objeto-lenguaje" se descompone en "usos lingüísticos", y con ello también se difumina la imagen de medio, de esfera autónoma y de contorno definido. Una vez dicho esto, no es necesaria una gran teoría sobre un gran objeto. El lenguaje es una práctica social susceptible de análisis empírico. Ese análisis puede ser realizado por un intérprete preocupado por los usos concretos del lenguaje y que tenga entre sus atributos la capacidad de comprender tanto los usos normales, exitosos o convencionales (donde se despliegan los habituales problemas de la comunicación, la traducción, el significado, la causación, la referencia etc.) como aquellos usos heterodoxos, disruptivos o anómalos (y aquí surge el problema de la "apertura a otros mundos", la contingencia, el cambio cultural, la metáfora, etc.). No necesitamos un gran objeto, dotado de contornos definidos, agencia y poderes causales. Tan solo necesitamos concebir el alcance de lo último, la causalidad, bajo una teoría contextualista de los usos lingüísticos que desprovea al "objeto-lenguaje" de todo su misterio y lo ponga en relación con el resto de las prácticas y de los comportamientos no verbales.
Una vez dicho esto estamos en condiciones de reformular los cuatro enunciados de la sección precedente, aquellos que intentaban precisar el lugar del lenguaje histórico de cara a la realidad, sus finalidades, las concepciones de sujeto y de objeto que se encontraban subyacentes y los problemas epistémicos que se generaban.

1’’- El lenguaje no es ni un medio ni un puente entre entidades pre-existentes; tampoco es una instancia constituyente de otras entidades; no es un objeto ("puente"), sino un conjunto de prácticas sociales que no designa un ámbito, esfera o espacio definible más que como sucesión discreta de usos lingüísticos concretos. Opera en el nivel de la causalidad al igual que los demás usos, eventos o procesos que son reconocibles en un determinado momento, pero la unidad de análisis no es más que el uso lingüístico específico, situado.

2’’- El lenguaje no persigue fines autodeterminados, fijados de manera endógena, puesto que por 1’’ no se le ha reconocido esfera alguna. La dicotomía endógeno/exógeno supone la posibilidad de fijar de antemano las esferas, contornos y dominios de lo lingüístico y de lo no lingüístico, y sus respectivos "centros de gravedad". Una teoría de los usos lingüísticos discretos se propone establecer la imposibilidad de aquella fijación. Los usos lingüísticos son el resultado de una miríada de intercambios a-teleológicos producto de la interacción de sistemas físicos complejos producto de la evolución histórica. Esos usos reconocen tanta (o tan poca) autonomía y hetero-determinación como el resto de los usos y comportamientos (no lingüísticos).

3’’- Dada la matriz práctica de inserción de los usos lingüísticos no hay problemas de "contacto" que puedan ser conceptualmente comprensibles. Los errores e inadecuaciones coyunturales de los usos lingüísticos en los contextos sociales en los que puedan darse no presuponen la posibilidad de esquemas globales de creencias, algunos de los cuales puedan estar masivamente "desconectados". El comportamiento humano supone un continuo que va de lo verbal a lo no verbal, donde la fijación de la creencia es global y procede de manera holista. Es en ese espacio trabajosamente modificado que la creencia se constituye, variando con cada comportamiento, cada práctica, cada uso.

4’’- El lenguaje no representa ni se "impone" a una realidad distinta a él. Permite la expresión de diversos compromisos en fun­ción de los usos específicos que de él se hagan. Manifiesta una constelación de compromisos ontológicos,64 epistémicos, éticos, etc. en los usos específicos del lenguaje en cuestión. Como expresión de una forma de vida esas constelaciones vuelven difícil la escisión mentada entre sujeto y objeto; las objetivaciones y las modalidades específicas de subjetivación no conducen per se a la parálisis, a la sorpresa, a la adecuación o a la inadecuación de nuestras formas lingüísticas de comportamiento. Los modos de identificación subjetivadora y de contextualización objetivadora se difunden en espectros variables que se revelan tan abiertos y "libres" como cerrados y determinados, de acuerdo a como lo sean específicamente las prácticas verbales y no verbales en que esos modos se despliegan.

III- Narrativismo explícito: lenguaje continuo, realidad histórica y tropología

El retorno de la experiencia en la filosofía de la historia posterior al narrativismo se propone como un camino para evitar el relativismo, el escepticismo y la parálisis a los que éste conducía de acuerdo con los teóricos del nuevo giro (ver 1’ a 4’). Pero sus propios postulados (1 a 4) llevan por el mismo camino, tributarios como son de visiones consolidadas y tradicionales acerca de nociones como "representación" o "lenguaje". Si el lenguaje sigue siendo un ámbito definido y específico de nuestro universo lógico u ontológico, hay pocas posibilidades de que el teórico anti-narrativista pueda escapar de la seguidilla de problemas que se suceden una vez que el término "representación" ocupa el centro de la agenda temática. Si el problema son "los límites de la representación y del lenguaje" no hay manera de evitar la resurrección de las temáticas en torno a lo inefable, lo místico y lo "otro del lenguaje" que no encuentra cabida en el orden simbólico. La apuesta del narrativismo, la apuesta de Hayden White, ha consistido en las últimas tres décadas y media en mostrar hasta qué punto lo verbal y lo no verbal son continuos y en qué medida las dicotomías que suelen suscitarse en torno al lenguaje son deudoras de visiones que terminan por generar los problemas y temores de desconexión, relativismo y escepticismo que supuestamente vienen a remediar. En este artículo me he ocupado de mostrar de qué manera la filosofía del lenguaje contemporánea ha ido en la misma dirección que White (1’’ a 4’’), lo cual puede ayudar a explicitar aún más el alcance de aquellas apuestas narrativistas.
El narrativismo así explicitado no debería generar el temor a recaer en la trillada controversia entre realistas, idealistas, escépticos y relativistas. La filosofía del lenguaje representada por Rorty y Davidson y la filosofía de la historia de White convergen en una visión del lenguaje que lo sitúa como continuo en la praxis social y en el espectro variable del comportamiento humano y que renuncia a generar imágenes de extrañamiento, discontinuidad y solipsismo, en la convicción de que las mismas son deudoras de una concepción del lenguaje atada a los abismos de la representación como intermediario epistémico innecesario, a los contornos de un objeto-lenguaje inexistente y a la persistente creencia en que ese objeto comporta una estructura sistemática que tiene la capacidad de cobrar vida propia, en la forma de esquemas o concepciones alternativas irreductibles que conducen a la parálisis.
El lenguaje histórico es continuo a la realidad histórica, porque ciertamente no son reconocibles dos elementos que encuentran la manera de seguirse a través del tiempo y del espacio, sino que advienen juntos como dos aspectos de una misma praxis. La tropo­logía es una vía de entrada útil para la comprensión de la dinámica de ése y otros lenguajes. Como tal, esa perspectiva no pone ni quita nada del mundo, no lo supone intrínsecamente amorfo ni esencialmente estructurado, porque desconfía de la idea misma de "intrinsicidad". Comprender el lugar del lenguaje histórico (y del lenguaje) como miríada de usos discretos de acuerdo a contextos implica reconocer que si el escepticismo y el relativismo histórico han sido posibles es porque ha habido una concepción del conocimiento histórico centrado en el equívoco concepto de representación como intermediación y espacio lógico por derecho propio. La concepción de un gran objeto que encuentra sus límites y en el hallazgo define un espacio acerca del cual se dice mucho y a la vez nada puede decirse (lo "místico") no ayudará a superar la parálisis en el debate filosófico en ningún sentido públicamente relevante.
Hace cuarenta años Arthur Danto llamó magistralmente la atención acerca de las aporías propias del lugar de los lenguajes históricos, su carácter doblemente situado y sobre el espacio conceptual, las brechas y los abismos que ese carácter dejaba a la filosofía si éstos habían de ser salvados. El narrativismo, de White en adelante, ha profundizado en la comprensión de los lenguajes históricos, una vez precisada su naturaleza tropológica, pero tal vez no ha explicitado lo suficiente los alcances que supone su concepción del lenguaje en lo relativo a abismos que tal vez no sean tan acuciantes como parecían en un primer momento. El más reciente giro a la experiencia de Ankersmit, Runia y otros vuelve a la temática de Danto pero explicitando y continuando los aspectos que más dificultan la comprensión sofisticada de lo que implica tener un lenguaje histórico, revitalizando viejas dicotomías y discusiones clásicas en la reflexión filosófica, con vistas a rehacer el espacio conceptual que la filosofía como disciplina cree amenazado ante el avance "lingualista". Dado que es poco probable que ésta sea una vía prometedora, habida cuenta los motivos expuestos en las dos precedentes secciones, quizás sea hora de explicitar aún más la concepción narrativista de los lenguajes, de acuerdo a las líneas anticipadas en el presente artículo, sin que esto tenga porqué generar brechas o abismos insuperables que deban ser salvados y sin que conduzca en absoluto a la renuncia de lo que la filosofía puede hacer una vez que comprende cuál es su lugar.
Después del narrativismo aún hay mucho por decir acerca del lenguaje y la realidad histórica. Sin abismos por salvar y sin intermediaciones que representar, quizás el modo de concebir el propio lenguaje de la filosofía de la historia pueda ahora liberarse también de ataduras canónicas y controversias estériles, con miras a recorrer nuevos caminos, direcciones no transitadas. A presentar un esbozo de tales senderos es que ha estado dedicado el presente artículo.

Notas

1. Para una caracterización del agotamiento al cual se había arribado en la filosofía de la historia antes de White, véase Frank Ankersmit (1994)

2. Nótese que el narrativismo en la filosofía de la historia es un proyecto que corre en paralelo, más que identificarse, con lo que ambiguamente se denomina "giro lingüístico". De hecho, habiendo como hay tantas acepciones disímiles para el último término, no puedo más que resaltar dos conjuntos diversos de teorías que son los que en el presente artículo darán carnadura al concepto: por un lado la filosofía del lenguaje que sigue a Quine, Davidson y Rorty en una veta post-analítica y por el otro la deriva post-estructuralista en la teoría literaria que sigue a Derrida y Barthes o a proyectos como el de Foucault. Cuando se intenta articular el narrativismo de White con el giro lingüístico usualmente lo que se está postulando es la necesidad de vincularlo con los tres primeros autores -reconociendo que es un trabajo aún por hacer-. Cuando se menta al narrativismo como un caso más del giro lingüístico por lo general se marcan sus afinidades más explícitas con los tres últimos. En todo caso, el narrativismo y los "giros lingüísticos" tienen relaciones dispares, e incluso hay apropiaciones de ciertos aspectos del giro lingüístico que se pretenden contrarias al narrativismo -por ejemplo la propuesta de un "realismo interno" de Chris Lorenz (1994)-.

3. En el presente artículo no me propongo reconstruir los distintos narrativismos, o las tensiones internas a los dos o tres proyectos más fecundos e interesantes que pueden reconocerse en él -si consideramos a White, al ambicioso plan de P. Ricoeur (ver nota 9) y al original, aunque de menor alcance que los anteriores, esbozo teórico de Ankersmit de poner en línea al narrativismo con el giro lingüístico en la filosofía del lenguaje anglosajona, tal como se ve en Ankersmit (1982)-, sino que pretendo evaluar un tipo de deslizamiento que se propone a partir del narrativismo en general y del giro lingüístico en un sentido más amplio en particular, por parte de ciertos autores -en especial Ankersmit y Runia- que declaran estar informados de los desafíos que ambos momentos filosóficos han supuesto y pretenden hacerse cargo de ellos. Vale decir, me interesa mostrar en qué sentido las extensiones teóricas que abogan por un "retorno a la experiencia" en general terminan contradiciendo los aspectos filosóficos centrales de corrientes a las que dicen contemplar y, a la vez, mejor "complementar". Por lo tanto no me centraré en autores que no proponen teorías filosóficas amplias del escrito histórico, ni en autores que no declaran enmarcarse en los criterios narrativistas, o que no han suscripto nunca planteos propios del giro lingüístico en la filosofía del lenguaje posterior a Quine y Davidson. A lo que apunto es a marcar la inconsistencia en el recorte teórico que se hace de lo que entienden el narrativismo y el giro lingüístico en general por representación, lenguaje y realidad por parte de quienes dicen haber comprendido ambos movimientos filosóficos. Esta inconsistencia que amenaza con retrotraer la consideración filosófica sobre la narración histórica a fojas cero desde el punto de vista de la filosofía del lenguaje post-analítica, obviamente no afecta a quienes nunca han suscripto tal perspectiva, como Carlo Ginzburg, Roger Chartier, Michel de Certeau o Michel Foucault.

4. Danto (1985), el cual incluye la totalidad del texto Analytical Philosophy of History, publicado en 1965. En rigor las frases citadas pertenecen al artículo "Historical language and historical reality", incluido en la obra de 1985 y no así en la de 1965, pero el artículo mismo es una versión de una conferencia dictada en 1967.

5. Danto (1985: 305-306).

6. Danto (1985: 306).

7. Ibíd. p. 309.

8. Ibíd. p. 310.

9. Solo comparable al grandioso proyecto de Paul Ricoeur de sustentar una triple hermenéutica del texto, la acción y la historia, que incorpora en su provecho el recorrido fenomenológico que lleva de Husserl a la analítica del Dasein heideggeriana, así como también se aleja de ellas atravesando las aporías agustinianas de la experiencia del tiempo, revisitando discusio­nes clásicas y contemporáneas sobre la configuración del relato, entreverándose en modelos nomológicos y narrativos de teorización de la agencia y la acción, y recalando al fin en una consideración polimórfica de los modos y modelos disponibles para abordar la explicación y comprensión histórica. Ambos caminos, el de White y el que se expone canónicamente en el Tiempo y Narración de Ricoeur (1995), constituyen en conjunto los intentos más acabados por articular una teoría de la historia que tome en cuenta los aspectos ineliminables atinentes a la configuración discursiva. Los avatares de la propuesta ricoeureana -informada como ninguna otra de los desarrollos en paralelo en la filosofía del lenguaje, la teoría de la acción, la teoría de la historia y la filosofía de la historia- son merecedores de su propio espacio. Para lo que sigue considero al narrativismo de White como estrechamente vinculado y solapado al proyecto ricoereano, si bien son evidentes las diferencias en algunos aspectos que sustentan las diferentes teorías -y que llevan a que la propuesta whiteana sea más fácilmente leída desde la filosofía del lenguaje anglosajona, experimento que emprende a mi entender fallidamente Ankersmit-. A la vez, por lo general Ankersmit y Runia toman en consideración primeramente la teoría de White, para "complementarla" y discutirla a la luz de sus particulares interpretaciones. Una crítica de esas interpretaciones exige reconstruir aquello que interpretan, y es por eso que en este artículo me concentro en la tropología whiteana.

10. Sobre los tropos, véase White (1973 y 1978). Una presentación sucinta de la formulación narrativista puede encontrarse en White (2003).

11. Véase la formulación explícita de este punto en White (2003:55).

12. Donde la pluralidad de los lenguajes está vinculada al hecho de su irreductibilidad, esto es, la ineliminabilidad de los variados compromisos ontológicos, epistemológicos y políticos que constituyen los distintos léxicos historiográficos. Tomada la tropología como punto de partida de una consideración pragmática del lenguaje y de los modos en que nos compromete con ontologías y prácticas diversas, y considerada como un análisis de usos lingüísticos específicos que en la representación del pasado comportan constelaciones de compromisos expresados lingüísticamente, resulta pertinente entonces resaltar la pluralidad de esos lenguajes históricos, pluralidad que podría perderse si se mencionara únicamente su singularidad de forma en tanto que narrativa. De allí que en este artículo se hable de "lenguajes históricos".

13. Norman (1991: 120).

14. White, 1987 y 1999. Véase también nota 10.

15. Ankersmit (2005: 10).

16. La transición del citado autor puede seguirse viendo Ankersmit (1982, 1994, 2001, 2003, 2005 y 2006).

17. Ankersmit (2005: 11).

18. Ibíd., p.14.

19. Ankersmit (2006: 336).

20. La figura del "polizón" en Runia (2006a: 27 y 2006b: 315).

21. Notablemente Runia (2006a; 2006b) y Domanska (2006).

22. Ciertamente no son los únicos. Véase por ejemplo Jay (2005). Sin embargo este último propone más un recorrido histórico en torno al concepto de experiencia, desde el griego empeiria hasta la reconstitución post-estructuralista del término en Barthes y Foucault, que una tesis de la cual se extraigan consecuencias filosóficas -que es lo que intentan hacer Ankersmit y Runia-. Otros trayectos, atinentes a los "trauma studies", la justicia transicional y el boom memorialista constituyen cambios de paradigma, que pueden o no invocar a la experiencia, pero por lo general abandonan el marco de las discusiones filosóficas que aquí se encaran.

23. Hutton (2005: 393).

24. Cfr. Ankersmit (1994: 80 y 2005: 6 y 61) y Hutton (2005: 393).

25. Cfr. Ankersmit (1994: 61-69 y 2005:11) y Gorman (1997, 407).

26. Cfr. Ankersmit (1994: 30-45 y 2005: 61 y 77-79) y Gorman (1997, 413).

27. Cfr. Ankersmit (1994: 33-47 y 2005:6-11 y 65-68).

28. Cfr. Ankersmit (2006, 335-336).

29. Cfr. Ankersmit (2006, 332).

30. Cfr. Ankersmit (2005, 7-11 y 2006, 335-336) y Domanska (2006: 344).

31. Cfr. Runia (2006a, 27-29) y Domanska (2006: 341).

32. Runia (2006a: 28).

33. Ankersmit (2006, 332).

34. Ibíd., p.5.

35. Ibíd., p.26.

36. En avance de las secciones que siguen aclaro que el uso de estos términos por parte de Runia es completamente distinto al que hacen autores como White, Richard Rorty o Donald Davidson. Sobre este punto véanse Davidson (1990) y Rorty (1991).

37. Domanska (2006: 344).

38. Williamson (2004: 109).

39. Roth (2007: 66).

40. Williamson, op.cit., p.110.

41. Ibíd., p.110.

42. Ibíd., p.111.

43. Roth, op.cit., p.66.

44. Williamson, op.cit., p.111.

45. Rorty (2007: 157).

46. Ibíd., p.157.

47. Rorty (1993: 83).

48. Davidson (1986: 446).

49. Wittgenstein, (6.52-6.522), citado en Rorty (1993; 81), resaltado del autor.

50. Sobre este punto véase Rorty (1993: 84-85).

51. Pears, (1988: 146-147).

52. Davidson (2003: 67).

53. Ibíd., p.69, subrayado del autor.

54. Ibíd., p.70.

55. Todas las citas, ibíd., p.70.

56. Ibíd., p.77.

57. Ibíd., pp.73-74.

58. Ibíd., p.75.

59. Ibíd., p.77.

60. Ibíd., pp.81-82.

61. Ibíd., p.202.

62. Rorty (1993: 90).

63. Davidson, op.cit., p.299.

64. Como compromiso de una teoría o práctica lingüística hacia los objetos que han de admitirse como existentes cuando aquella se considera verdadera. Sobre el punto véase Quine (2002: 39-59). Ciertamente la idea de compromiso ontológico en Quine comporta "una confusión entre el compromiso existencial, por un lado, y una expresión de satisfacción con una forma de hablar o práctica social, por el otro" (Rorty, 2007: 139). Como podrá inferirse, el enfoque aquí adoptado se inclina hacia lo segundo.

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Recibido: 09-09;
Aceptado: 02-10