It is the cache of ${baseHref}. It is a snapshot of the page. The current page could have changed in the meantime.
Tip: To quickly find your search term on this page, press Ctrl+F or ⌘-F (Mac) and use the find bar.

Fundación José Ortega y Gasset

Circunstancia

A A A     

· Consultar publicación:

Presentación Artículos Reseñas y noticias bibliográficas Colaboran en este número Normas para el envío de originales

Circunstancia. Año X - Nº 28 - Mayo 2012

Artículos

REFLEXIONES DE RAMÓN PÉREZ DE AYALA SOBRE LA GRAN GUERRA (1916-1918)

Mercedes Monteiro Martins


Resumen-Palabras clave / Abstract-Keywords / Fechas


Introducción
La guerra como ocasión sagrada
La guerra como actualización del conflicto romano-germánico
La guerra como conflicto ideológico 
Consideraciones finales
Bibliografía
Notas


Introducción

La gran conflagración mundial de 1914-1918 inició un nuevo período dentro de la historia contemporánea, sellando el fin de la civilización decimonónica y dando origen a una nueva era caracterizada por grandes tensiones a nivel mundial. Como señalara Hobsbawn: “el siglo XX no puede concebirse disociado de la guerra, siempre presente aún en los momentos en los que no se escuchaba el sonido de las armas y las explosiones de las bombas”[1].

  La neutralidad declarada desde un primer momento y sostenida a lo largo de todo el conflicto por el Estado español, no impidió que declamaciones y debates sobre la guerra atravesaran a la sociedad española, dividiéndola en tres segmentos: los germanófilos, partidarios de la causa de las potencias centrales, sobre todo del Imperio Alemán; y los aliadófilos, que, como su nombre lo indica, brindaban su apoyo a las potencias aliadas, en especial a Francia y Gran Bretaña; y, finalmente, un tercer sector minoritario, partidario de la neutralidad sostenida a nivel oficial[2].

Los ecos de estas deliberaciones llegaron, incluso, a la otra orilla del Atlántico, a las páginas de la prensa argentina. Diarios como La Prensa de Buenos Aires, donde escritores y periodistas de la talla de Ramón Pérez de Ayala, José Martínez Ruíz –más conocido como Azorín- y Ramiro de Maeztu colaboraban de manera asidua, fueron uno de los escenarios utilizado por los intelectuales españoles para exponer sus posicionamiento e interpretaciones acerca del conflicto mundial. Confesos aliadófilos, estos escritores no sólo desplegaron sus argumentos en defensa de la causa aliada sino que se trasladaron a los teatros de operaciones. En el caso de Ayala,  hizo lo propio desde el frente italiano, invitado por el gobierno de aquel país y en calidad de representante exclusivo para La Prensa. El objetivo del presente trabajo es analizar algunos de los varios y polifacéticos significados que la guerra revestía para Ayala -escritor, ensayista y novelista asturiano, devenido en corresponsal y periodista de guerra-, a partir de sus publicaciones en el diario La Prensa de Buenos Aires: la guerra como ocasión sagrada para la patria; la guerra como trasunto del conflicto romano-germano de la Antigüedad Clásica; y, finalmente, la guerra como conflicto ideológico entre el espíritu liberal y el conservador.

La producción de Ayala, con respecto a este período, es abundante y prolífica, siendo la más importante aquella producida desde los frentes de batalla. Los artículos que el autor realiza desde Italia son susceptibles de ser divididos en dos categorías: las correspondencias cablegráficas, que realiza desde los frentes de Isonzo, Carnia y Trentino, entre septiembre y octubre de 1916; y las de carácter epistolar, que se publicaran entre diciembre de 1916 a octubre de 1917 y que complementaron su producción realizada desde los frentes. Huelga aclarar, que los escritos que Ayala realizara desde el frente  de batalla fueron posteriormente recopilados y publicados en el año 1917 en el libro Hermann, encadenado.

Los cables –un total de trece crónicas- fueron enviados desde el fragor de la guerra y publicados en La Prensa al día siguiente de que fueran remitidas desde Italia. La prontitud con que fueron publicadas aquellas crónicas sorprende si se tiene en cuenta las múltiples vicisitudes que sortearon, entre las cuales se encontraban -como el propio autor señalara en su oportunidad- el que tuvieran que ser traducidas del castellano al italiano, del italiano al francés y del francés, nuevamente al castellano -puesto que, dado el estado de guerra, las oficinas cablegráficas tanto italianas como francesas sólo autorizaban transmitir despachos en sus propias lenguas-. Todos estos avatares suscitaron más de un quebradero de cabeza en un escritor de la talla de Ayala, para quien la forma de cómo se escribía era fundamental. Así lo explicaba el propio autor:


“Los escritores tenemos puesta nuestra vanidad más que nada en la forma. […] Un escritor pasará por todo antes de avenirse a que le desfiguren la forma de sus obras. Desvirtuada la forma, nada permanece de la obra. Una de las bestias negras de la forma son las erratas. ¿Y qué cúmulo de erras no surgirán al someter una obra literaria a la trasmisión telegráfica y luego cablegráfica? [...] El corazón se me vació y desmayó como vela sin viento… Hice acopio de energías y me resolví a escribir mis crónicas, a pesar de todo. ¡Sea lo que Dios quiera!”[3].

Por el contrario, la publicación de la correspondencia epistolar –un total de veintitrés artículos- fue espaciada en el tiempo, lo cual permitió al autor analizar en detalle y profundidad aquellas cuestiones que suscitaron su interés.

Asimismo, a estas crónicas y artículos se suman otros escritos suyos de carácter ensayístico –género que Ayala cultivó entre sus lectores en la Argentina-, publicados en el mismo diario porteño, con anterioridad y posteridad a su viaje a tierras italianas, y que permiten obtener una visión más acabada del pensamiento ayalino con respecto a la conflagración mundial.


La guerra como ocasión sagrada

Si bien como se ha mencionado el Estado español, siguiendo los lineamientos de la política de Eduardo Dato –por aquel entonces, presidente de gobierno y político conservador-, decretó oficialmente la neutralidad, la sociedad española rápidamente se escindió en dos bandos mayoritarios que defendieron a uno y otro bando beligerante. Desde el inicio de la contienda, Ayala apoyó la causa aliada para la cual, en 1915 redactó el documento aliadófilo español más importante que publicara el periódico francés Le Journal –y que luego fue recogido y reproducido por otros periódicos y revistas dentro de España, Europa e Hispanoamérica- conocido como el “Manifiesto de adhesión a las naciones aliadas”- en pos de la intervención española en el conflicto europeo.[4]  

Desde las columnas de La Prensa de Buenos Aires, su militancia aliadófila comenzó a traslucirse desde sus primeros envíos en 1916. Es válido señalar que Ayala comenzó su extensa y prolífica colaboración con el diario porteño en marzo de ese mismo año hasta enero de 1951. Este inmenso período puede ser subdividido, a su vez, en dos grandes etapas a saber: un primero período que abarca los años 1916 a 1931; y un segundo, de 1936 a 1951. El vacío producido entre 1931 y 1936 corresponde a los años en que Ayala se desempeñó como embajador en Londres por la II República.

 Entre los meses de agosto y septiembre de 1916, Ayala publicó en el diario porteño una serie de cuatro ensayos referidos a los vínculos entre franceses y españoles en los cuales se encargó de exponer la compatibilidad entre el carácter de ambos pueblos, presentándolos como opuestos complementarios:


“El carácter francés es lo genérico por excedencia, la síntesis más fina […] El carácter español es el individualismo áspero, ¿Qué duda cabe que estos dos tipos de carácter, precisamente por opuestos, han nacido para armonizar en mutua y cabal inteligencia, recibiendo recíprocos y saludables beneficios?

[…] la unión más apacible y duradera se casa con elementos complementarios, con opuestos caracteres”[5].

El eje de los artículos estaba puesto en demostrar cómo los españoles, en realidad, querían y apoyaban a los franceses y, en consecuencia, se inclinaban en su mayoría por el bando aliado. Para el colaborador asturiano, era de vital importancia la entrada de España en la conflagración mundial, ya que para él la guerra consistía en una oportunidad única, una ocasión sagrada, a través de la cual el alma de la nación se revelaba sin fisuras. Estimaba que en circunstancias normales de la vida política “la nación se quebranta, aparentemente, en su unidad y se desmenuza en sus ciudadanos, los cuales piensan y sienten cada cual por su cuenta y como mejor les parece”[6]. Ayala partía de una concepción liberal según la cual todos los individuos poseían una naturaleza específica y privativa cuyo fin era llevarla a cabo. Pero, para que los individuos pudieran realizar plenamente su personalidad, debían procurar su propio bien particular, de manera tal que el egoísmo -entendido por Ayala como “la voluntad de vivir, de robustecerse y afirmar la propia personalidad”[7]- se encontraba en la base del accionar de todas las personas. Ahora bien, ese bien particular buscado de manera afanosa, no se oponía al bien común siempre y cuando el egoísmo, inteligentemente entendido –esto era: no engañar ni engañarse, ser sincero y honrado- fuese aplicado, de forma tal que, contrastando los diferentes egoísmos, se llegara a un equilibrio de tendencias o bien común. “Llega un trance –sostenía a Ayala- en que el ciudadano hace el descubrimiento de que no podrá alcanzar su bien personal, sino asociándose al bien general”[8]. De ahí que el autor asturiano insistiese que “no hay paradoja en sostener que… el bien público es el bien privado”[9] o, lo que es igual, “que el bien de la patria no puede oponerse al bien privado de los ciudadanos”[10]. Sin embargo, para que estos intereses privados fueran coincidentes, el escritor ovetense advertía que:

“Tan sólo se concibe una ocasión suprema y sagrada en que intereses e ideales particulares se anegan en un interesado ideal o interés idealista, común a todos. Esta ocasión no la crean ni determinan los hombres... Es obra de la fatalidad. Esta ocasión sobreviene cuando la personalidad histórica de la patria está en trance de vida o muerte”[11].

Ayala consideraba que solo podía haber verdadera comunidad frente a un peligro común compartido, porque dicho peligro era los que generaban lazos de solidaridad entre los miembros, lazos vitales para el sostenimiento de la comunidad:


“La única comunidad de hombres iguales, libres y fraternos es la Comunidad ante el peligro. La voluntad de sacrificio sublimiza de la misma manera todos los rostros y los colma de la más grande y unánime hermosura… La idea de la muerte inculca en el pecho de los hombres la certidumbre de su hermandad”[12].

De manera tal que Ayala distinguía y oponía dos conceptos, “comunidad” por un lado, y “hermandad” por otro. A la comunidad la consideraba como una organización necesaria pero un tanto “agresiva y odiosa”[13], donde prevalecían diferencias y desigualdades y donde la libertad se veía coartada. La definía como “una forma convencional y mecánica… de convivencia para fines diversos, económicos, intelectuales, religiosos, etc.” [14], cuya existencia dependía exclusivamente de la voluntad de sus miembros, quienes la crean, la sustentaban o la disolvían cuando quisieran. A la hermandad, por el contrario, como la única y verdadera forma orgánica de vida -por oposición a la forma mecánica anterior- puesto que el renunciamiento los hacía a todos libres, iguales y fraternos, miembros de una misma nación. La hermandad, para Ayala, era “la aspiración postrera y más alta de la vida de los pueblos, a donde no se sube sino a través del dolor”[15] y la guerra tenía esa capacidad de transustanciación, de convertir una comunidad en una hermandad. De ahí la insistencia del Ayala en la ruptura de la neutralidad y la entrada en conflicto armado, puesto que esta guerra era “cardinalmente una guerra de vida o muerte nacional, cuestión de que deje de existir o siga existiendo la personalidad histórica”[16]. Y este constituye el primer gran sentido que la guerra tenía para Ayala. La guerra era, en primera instancia, una cuestión espiritual y vital.


La guerra como actualización del conflicto romano-germánico

Su compromiso con la causa aliada no fue una simple adhesión nominal, sino que lo llevó a Ayala al frente de batalla mismo, invitado por el gobierno italiano, ocasión que aprovechó el diario porteño para encargarle la corresponsalía de guerra en los frentes de Isonzo, Carnia y Trentino. Mac Gregor O’Brien[17] señalaba que La Prensa había aprovechado oportunamente esta ocasión debido al gran número de lectores de origen italiano que poseía por aquel entonces[18]. De hecho, el mismo Pérez de Ayala dedicó sus artículos de carácter ensayístico “a la gentil colectividad italiana de la Argentina”[19] que animosamente le había hecho llegar sus felicitaciones. Como se ha mencionado, la misión encomendada a Ayala fue de grandes proporciones, no solo por las dificultades de su envío, sino también por su realización. El mismo Ayala declaraba en una de sus crónicas:


“Interpretar todo lo que veo, dar forma expresiva a todo lo que siento en este día de vida agitada y de múltiples sensaciones, sería a la verdad tarea difícil, aun cuando dispusiese de tiempo y descanso y es imposible realizarlo un diario de notas tomadas en los cortos instantes que puedo robar al sueño”[20].

En las mismas se pueden observar variadas y muy vívidas impresiones de la guerra, desde descripciones pormenorizadas de paisajes, el desarrollo de una batalla, la vida en las trincheras, los hospitales de campaña, la logística de la guerra de montaña, los campos de prisioneros y los tres nuevos inventos aplicados al enfrentamiento armado que llaman su atención: el automóvil, la aviación y el cañón, especialmente por su capacidad destructiva. Estas crónicas y epístolas son amenizadas con pintorescas notas acerca del arte y de la cultura italiana. Ayala era un observador nato y nada le era indiferente, razón por la cual transmitió al por menor todo aquello que vio y le causó profunda conmoción.  

Pero dentro de sus crónicas también se desprende una segunda interpretación que el autor realizaba sobre la guerra. Ayala presentó a la Primera Guerra Mundial como el resurgimiento del conflicto entre romanos y germanos, entre la civilización y la barbarie, como si la historia fuese cíclica y el viejo conflicto volviese a revivir entre italianos y austríacos. Y es que Ayala consideraba que en todo proceso histórico había algo de efímero y algo permanente:


“Lo efímero correspondía al actor, al que ejecuta o a los que ejecutan la acción. Lo permanente… reside en la ley de la fatalidad a que el actor -dándose cuenta acaso, pero generalmente sin dársela- obedece. El único criterio metódico que el hombre posee a fin de penetrar la ley permanente de cierto orden de acontecimientos, descascarillando lo efímero y accidental, es relacionar el presente con lo pretérito”[21].

Ayala no elegía cualquier tipo de pasado, sino el de la Antigüedad clásica de la cual se declaraba confeso admirador, puesto que lo clásico, según su criterio, “es lo que perdura por debajo de los accidentes históricos; es la norma, el cauce del río”[22] y la historia “la suma orgánica de los hechos pasados que todavía no han cesado de pasar”[23].

Así se explica las múltiples adjetivaciones, en todos los ámbitos, con las cuales Ayala refiere a los italianos como legítimos continuadores de los antiguos romanos y a los austríacos como descendientes de las hordas dirigidas ora por Atila, ora por Arminius, aquel general germano que detuvo el avance de las tropas imperiales romanas comandadas por el procónsul Quintilius Varus en Germania, impidiendo para siempre la romanización de las poblaciones de la región en el año 9 después de Cristo. Señalaba Ayala, con ciertos tintes de revanchismo histórico, que “Al cabo de veinte siglos, Quintilius Varus consigue su desquite contra Arminius”[24].

 Sin embargo, los símiles no se limitaban a la Antigüedad grecolatina sino que también se extendieron a la Edad Media y, así el conflicto entre italianos y austríacos era, al propio tiempo, el conflicto entre la Liga Lombarda y el Sacro Imperio Romano Germánico, entre las ciudades libres del norte de Italia y el emperador Federico Barbarroja.

Fuesen romanos o italianos, germanos o austríacos, lo que en última instancia para Ayala representaba este conflicto era el enfrentamiento entre dos organizaciones políticas contrapuestas: por un lado la república, encarnada por Roma y sus descendientes y, por otro lado, el imperialismo de Germania y sus sucesores. Roma y sus herederos eran los depositarios de la antigua tradición romana de la “civitá”, es decir, de la vida en ciudades, de la libertad, del trato igualitario y de saber coincidir el propio interés con el de los demás, en definitiva, de la democracia. Mientras que Germania, por el contrario, simbolizaba el “imperium”, el poder resumido en un solo individuo y la sujeción del resto de la población, del gusto por la fuerza y la imposición, es decir, el militarismo. Para Ayala, el militarismo era el origen de todos los males que aquejaban a una sociedad, generador de “la corrupción jactanciosa, el impúdico materialismo y el refinamiento sensual”[25] y, al contrario, el civismo fuente de todas las virtudes, “de la pureza de la costumbres, del rigor y de la disciplina más genuina y entrañable”[26]. De manera tal que la guerra llevada adelante por Italia era una guerra civilizada, incluso la prolongación de la vida civil:


“Guerra no es solamente el choque armado y sangriento, sino ante todo… una concentración de todas las fuerzas de la actividad civil, una organización más de los servicios nacionales, la creación de órganos nuevos y el empleo intensivo de los ya existentes.
En resumen, la guerra, que en el primer momento parece ser la interrupción de la vida de la ciudad… es, al contrario, la exaltación intensa [de la misma]”[27].

Y la guerra llevada adelante por Alemania, en cambio, era de carácter netamente destructivo. Con referencia a su visita a Monfalcone, Ayala advertía:


“los austríacos se obstinan en concluir con Monfalcone y sobre la ciudad arrojan… grandes cantidades de granadas.
El Bombardeo… no tiene en absoluto ni carácter ni objetivo militar.
No se trata de una plaza fuerte ni… de una población que se pretenden reducir por terror a solicitar la paz… se trata, por consiguiente, de causar daño por placer; por funesta y desesperada deleitación de la ira plebeya”[28].

Pero a los ojos de Ayala, quienes mejor reflejaba aquel choque entre ambas formas de organización política era el duelo que el particular sostenían Inglaterra y Alemania. Coletes Blanco[29] señalaba que aún más que aliadófilo Ayala era, esencialmente, anglófilo y en efecto, consideraba al “imperio británico como trasunto fiel e intencional del imperio romano”[30] y a Inglaterra como el país de la libertad por antonomasia, quien mejor encarnaba las tradiciones heredadas de los antiguos. Y así, mientras antes de la guerra Alemania era, a juicio de Ayala, “la nación más corrompida de costumbres y más materialista de intenciones”[31], Inglaterra pasaba por ser el “país más civil de Europa” y, como tal, aseguraba el escritor ovetense que ésta última había entrado en la conflagración con las más elevadas intenciones.

Ayala distinguía y jerarquizaba dos tipos de intenciones según la ganancia que las naciones pudieran obtener del conflicto: intenciones materiales o ganancia material y la intención o ganancia moral, situando esta última en primer lugar. Para el escritor asturiano, Inglaterra no había entrado en la liza por motivos materiales, puesto que sostenía que la amenaza germánica afectaba con mayor apremio a las naciones continentales, las mismas que -al final del conflicto- se verían recompensadas con posesiones territoriales, sino por conveniencia moral. Advertía Ayala:


“Si Alemania hubiera realizado sus planes, levantando contiendas con cada una de las nacionales aliadas, aisladamente…. A todas hubiera consumido. Y le hubiera llegado el turno a Inglaterra…, sino de ser vencida,… por lo menos de agotarse en una guerra eterna y estéril”[32]

Inglaterra no solo había contraído un compromiso formal al lado de Francia y los demás aliados, sino que había actuado movida por aquel mismo principio de egoísmo bien entendido aunque aplicado a la relación entre naciones. Al igual que los intereses particulares de cada individuo debían conciliar en pos del bien común, las naciones debían conciliar sus propias conveniencias en beneficio de todas y no cabía que alguna quisiera imponer su voluntad sobre la voluntad de las otras o, lo que es lo mismo, estimara como conveniencia de los demás la propia conveniencia. Y esto, a criterio de Ayala, había sido el error funesto de Alemania, considerar “que la verdadera conveniencia para todas las naciones de Europa está en dejarse germanizar, ya que Alemania va medio siglo adelantada con respecto a las demás naciones”[33]. De manera tal que Inglaterra, al mezclarse en el conflicto mundial, había actuada en defensa de la libertad y, en consecuencia, de la democracia mientras que Alemania, por el contrario, lo había hecho con el firme propósito de lograr hegemonía mundial a costa de los intereses de las demás naciones, es decir, del imperialismo.


La guerra como conflicto ideológico  

Romanos y germanos, civilización y barbarie, democracia e imperialismo, para Ayala todos esos conflictos se resumían en un solo, el cual, a su vez, servía de sustrato y basamento para los demás: el conflicto entre -lo que Ayala denominaba- espíritu liberal y el espíritu conservador.

Como se ha mencionado, el escritor asturiano sostenía que para el espíritu liberal todo lo existente –tanto los seres como las cosas- era bueno por cuanto había sido creado con un propósito específico que, a su vez, se encontraba inscripto en la propia naturaleza de la criatura. La tendencia natural de cada uno de estos seres era llevar a cabo ese fin específico, lo cual valía tanto como desarrollar plenamente la propia personalidad. Trasladada dicha concepción a las relaciones interpersonales, los individuos, según Ayala, también debían procurar su propio bien particular que les permitiera cumplir con su propia naturaleza; pero, al vivir en sociedad, ese egoísmo que los impulsaba debía sutilizarse, de manera tal que los diferentes intereses particulares concertasen y redundaran en un bien ulteriormente beneficioso para todos por igual. A nivel político, según el autor, solo un sistema de gobierno podía garantizar la pluralidad de voces y personalidades y ese era un sistema democrático. A juicio de Ayala, las potencias aliadas habían entrado en la liza con el firme propósito de defender la democracia, idea surgida en la Antigua Grecia y que les había sido legada a través de los romanos y su república, es decir, “la cristalización política de [la] democracia”[34].  De ahí la instancia de Ayala de “interpretar los hechos flamantes con las ideas de nuestros repertorios clásicos”[35].

Y si los aliados habían acudido a la guerra imbuidos del espíritu liberal para salvaguardar su tradición democrática, las potencias centrales habían hecho lo propio para imponer su imperialismo, embebido del espíritu conservador. Pero mientras que para el espíritu liberal todo era bueno en cuanto se orientaba a su fin y el mal era solo transitorio y relativo – es decir, la ausencia de un bien debido-, Ayala señalaba que, por el contrario, para el espíritu conservador o faccioso “en el fondo de todas las criaturas yace un mal esencial”[36]. En consecuencia, los hombres eran naturalmente malos y debían ser gobernados por la fuerza, mediante el sometimiento y manteniéndolos en cierta ignorancia, pues si se les concediese la libertad, sus malos instintos los harían ingobernables. “Luego –advertía Ayala- la dirección de los asuntos públicos debe estar en manos de unos pocos gobernantes… que no en el pueblo”[37], debía haber una sujeción de los individuos al Estado, único garante de la gobernabilidad de una plebe ineducada y díscola. Y así como el autor veía el origen de la democracia en la Historia Antigua, también adjudicaba esta preminencia del estado por sobre el individuo en la misma conformación del Estado alemán, por cuanto su advenimiento a la comunidad internacional se había hecho mediante  “la aproximación de varios Estados libres e independientes, con [la] pérdida de la soberanía absoluta de todos ellos, menos de uno, Prusia, cuya hegemonía fue como atadura o ligamento que amarró a los otros en un haz”[38]. Es decir que, a criterio de Ayala, el agente que consumó la unidad alemana fue la “fuerza material de las armas”[39] y de este vicio de origen se resentía el resto del sistema político.


Consideraciones finales

Como se ha observado, Ayala otorgaba a las primera Guerra Mundial al menos tres significados. En primera instancia, el conflicto se presentaba para el autor como un trance vital en el cual la personalidad histórica de las diferentes nacionales que se batían en el duelo internacional estaba en juego. La guerra era una ocasión única, sagrada, porque a través de la misma el alma de la nación –que en circunstancias normales se quebrantaba en los miembros que la componían- se revelaba sin fisuras, creando ya no una comunidad política, sino una hermandad, aspiración postrera de toda organización nacional. De ahí la insistencia de Ayala de la ruptura de la neutralidad y la entrada en el conflicto mundial al lado de las potencias aliadas.

En segundo lugar, Ayala, partiendo de una concepción cíclica de la historia, presentaba el conflicto como una actualización del viejo enfrentamiento entre romanos y germanos, ora encarnado por italianos y austríacos, ora por ingleses y alemanes, puesto que para el escritor asturiano, los ingleses eran los más fieles continuadores de las tradiciones romanas. Admirador de la Antigüedad Clásica y, en particular, de la Antigua Roma, Ayala consideraba al pasado grecolatino como verdadero sustrato histórico-cultural de la mayor parte de las naciones europeas. Se traba, en definitiva, de un choque de civilizaciones: la romana y sus sucesores, virtuosa, espiritual, basada en la libertad; y la de Germania y sus herederos, corrupta, materialista y basada en el imperio de la fuerza. Cada una de estas dos civilizaciones había dado origen a dos sistemas políticos opuestos, democracia e imperialismo, que, asimismo, bebían sus fuentes de dos cosmovisiones encontradas: el espíritu liberal -que partía de una concepción basada en la bondad intrínseca de los individuos y de su capacidad para lograr consenso en pos de un bien común- y el conservador –que, por el contrario, consideraba a los hombres esencialmente malos e incapaces de vivir en sociedad sin la presencia de un control férreo-.  Este último era el contenido ideológico de la guerra.


Bibliografía

Coletes Blanco, Agustín (1984) Gran Bretaña y los Estados Unidos en la vida de Ramón Pérez de Ayala, Oviedo, Instituto de Estudios Asturianos

Coletes Blanco Agustín, El sentimiento anglófilo de Pérez de Ayala en «Hermann, Encadenado»:http://digitum.um.es/xmlui/bitstream/10201/15318/1/02%20El%20sentimiento%20anglofilo%20de%20Perez%20de%20Ayala%20en%20Hermann%20Encadenado.pdf

Hobsbawm, Eric (2005) Historia del siglo XX, Buenos Aires, Crítica

O’Brien, Mac Gregor (1981) El ideal clásico de Ramón Pérez de Ayala en sus ensayos en La Prensa de Buenos Aires, Oviedo, Instituto de Estudios Asturianos.

Pereira Castañares, Juan Carlos (1996) “La política exterior de España (1875-1939)” en Historia de España Contemporánea (1808-1939), Barcelona, Ariel.


Volver



Notas

[1] Hobsbawm, Eric (2005), Historia del siglo XX, Buenos Aires, Crítica, p.30.

[2] Ver: Pereira Castañares, Juan Carlos (1996), “La política exterior de España (1875-1939)” en Historia de España Contemporánea (1808-1939), Barcelona, Ariel, pp. 579-597.

[3] Ramón Pérez de Ayala, “En viaje a Italia. Sus impresiones como enviado especial de La Prensa. Pequeño análisis psicológico de un corresponsal”, La Prensa, 26 de Diciembre de 1916.

[4] Ver: Coletes Blanco, Agustín (1984), “La I Guerra Mundial. Pérez de Ayala, aliadófilo”, en Gran Bretaña y los Estados Unidos en la vida de Ramón Pérez de Ayala, Oviedo, I.D.E.A., pp. 187-229.

[5] Ramón Pérez de Ayala, “Ensayos.  Franceses y españoles. IV”, La Prensa, 28 de septiembre de 1916.

[6] Ramón Pérez de Ayala, “Ensayos. Franceses y españoles. II”, La Prensa, 17 de Septiembre de 1916.

[7] Ramón Pérez de Ayala, Idem.

[8] Ramón Pérez de Ayala, Idem.

[9] Ramón Pérez de Ayala, Idem.

[10] Ramón Pérez de Ayala, Idem.

[11] Ramón Pérez de Ayala, Idem.

[12] Ramón Pérez de Ayala, “Ensayos. Franceses y españoles. III”, La Prensa, 24 de Septiembre de 1916.

[13] Ramón Pérez de Ayala, Idem.

[14] Ramón Pérez de Ayala,  “Los ingleses en Norteamérica. Comentarios al libro de Wells”, La Prensa, 10 de enero de 1921.

[15] Ramón Pérez de Ayala, “Ensayos. Franceses y españoles. III”, La Prensa, 24 de Septiembre de 1916.

[16] Ramón Pérez de Ayala, “Ensayos. Franceses y españoles. II”, La Prensa, 17 de Septiembre de 1916.

[17] O’Brien Mac Gregor (1981), El ideal clásico de Ramón Pérez de Ayala en sus ensayos en La Prensa de Buenos Aires, Oviedo, Instituto de Estudios Asturianos.

[18] Hacia 1914, los inmigrantes representaban el 30% de la población total de Argentina que en aquel entonces alcanzaba los 7.900.000 habitantes, de los cuales  930.000 eran italianos y 830.000 españoles. Ver: Devoto, Fernando (2009), “Antes de la Primera Guerra: la inserción  y la integración de los inmigrantes” en Historia de la inmigración en la Argentina, Buenos Aires, Sudamericana, pp.294-352.

[19] Ramón Pérez de Ayala, “En viaje a Italia. Sus impresiones como enviado especial de ‘La Prensa’. Pequeño análisis psicológico de un corresponsal”, La Prensa, 26 de Diciembre de 1916.

[20] Ramón Pérez de Ayala, “Ramón Pérez de Ayala en el frente italiano”, La Prensa,  23 de septiembre de 1916.

[21] Ramón Pérez de Ayala, “Ensayos. En torno a la paz. Primera emoción”, La Prensa, 21 de Enero de 1919.

[22] Ramón Pérez de Ayala, “El viaje a Italia. Nuevo Metauro”, La Prensa, 4 de Junio de 1917.

[23] Ramón Pérez de Ayala, “Ensayos. Tres siglos ha”, La Prensa, 2 de Junio 1916.

[24] Ramón Pérez de Ayala, “¡Italia!”, La Prensa, 27 de Diciembre de 1916.

[25] Ramón Pérez de Ayala, “De Ramón Pérez de Ayala. El viaje en Italia”, La Prensa, 17 de Febrero de 1917.

[26] Ramón Pérez de Ayala, Idem.

[27] Ramón Pérez de Ayala, “Ramón Pérez de Ayala en el frente Italiano”, La Prensa, 30 de Septiembre de 1916.

[28] Ramón Pérez de Ayala, Idem.

[29] “Pérez de Ayala había visitado Gran Bretaña en 1907-08 y vuelto impresionado por la idiosincrasia liberal británica: a partir de este momento, y por el resto de su vida, será anglófilo convencido” en Coletes Blanco, Agustín, El sentimiento anglófilo de Pérez de Ayala en «Hermann, Encadenado»: http://digitum.um.es/xmlui/bitstream/10201/15318/1/02%20El%20sentimiento%20anglofilo%20de%20Perez%20de%20Ayala%20en%20Hermann%20Encadenado.pdf

[30] Ramón Pérez de Ayala, “¡Italia!”, La Prensa, 27 de Diciembre de 1916.

[31] Ramón Pérez de Ayala, “De Ramón Pérez de Ayala. El viaje en Italia”, La Prensa, 17 de Febrero de 1917.

[32] Ramón Pérez de Ayala, “Ramón Pérez de Ayala. Su viaje como enviado especial de La Prensa en Italia. Coloquio con un inglés”, La Prensa, 1 de Enero de 1917.

[33] Ramón Pérez de Ayala, “Ramón Pérez de Ayala. Sus impresiones como enviado especial de La Prensa en Italia. Continua el coloquio con un inglés”, La Prensa, 2 de Enero de 1917.

[34] Ramón Pérez de Ayala, “Ensayos. En torno a la paz. Primera emoción”, La Prensa, 21 de Enero de 1919.

[35] Ramón Pérez de Ayala, Idem.

[36] Ramón Pérez de Ayala, “El liberalismo y “‘La loca de la casa’”, La Prensa, 28 de Septiembre de 1916.

[37] Ramón Pérez de Ayala, “En torno a la paz. Maquiavelo”, La Prensa, 3 de Febrero de 1919.

[38] Ramón Pérez de Ayala, Mazzini. La humanidad y la patria. El hombre que amó tanto y jamás odió”, La Prensa, 20 de Septiembre de 1917.

[39] Ramón Pérez de Ayala, Idem.





Resumen:
Ramón Pérez de Ayala, escritor y ensayista asturiano, visitó los frentes de operaciones italianos durante la Primera Guerra Mundial en carácter de invitado por el gobierno de ese país y de corresponsal de guerra del diario La Prensa de Buenos Aires. A través de las crónicas y artículos epistolares, Ayala presentó la Gran Guerra a sus lectores como un conflicto susceptible de ser analizado desde tres aspectos: la ocasión sagrada para la patria, la guerra como actualización del antiguo enfrentamiento entre romanos y germanos y, finalmente, la guerra como una lucha entre el espíritu liberal y el espíritu conservador.

Palabras clave:
Ramón Pérez de Ayala. Primera Guerra Mundial. Diario La Prensa de Buenos Aires. Patria. Antigüedad Clásica. Liberalismo. Conservadurismo.

Abstract:
Ramón Pérez de Ayala, Asturian writer and essayist, visited the Italian operations fronts during the First World War as a guest of the government of that country and as war correspondent for the newspaper La Prensa of Buenos Aires. Throughout his chronics and articles, Ayala present the Great War war to his readers as a conflict that could be analyzed from three aspects: the war as the sacred occasion for the countries, the war as an upgrade from the old struggle between Romans and Germans and, finally, war as a fight between the liberal and the conservative spirit.

Keywords:
Ramón Pérez de Ayala. First World war. Newspaper La Prensa of Buenos Aires. Homeland. Classical Antiquity. Liberalism. Conservatisim.




Fecha de recepción: 12/01/2012

Fecha de aceptación: 04/05/2012

Posicionado por DestaK2
C/ Fortuny, 53 - 28010 Madrid - España | Tel. (34) 91 700 4100 - Fax: (34) 91 700 3530 | comunicacion@fog.es
W3C Wai - AA W3C CSS W3C HTML
Aviso Legal  |   Politica de Privacidad  |   Datos Identificativos  |   Facebook  |   Twitter  |   Youtube  |   Flickr