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ARQ (Santiago) - Tiempo: cuerpo y memoria, salones y recorridos

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ARQ (Santiago)

versión On-line ISSN 0717-6996

ARQ (Santiago)  n.59 Santiago mar. 2005

http://dx.doi.org/10.4067/S0717-69962005005900002 

ARQ, n. 59 El tiempo / Time, Santiago, marzo, 2005, p. 10-13.

Notes English

LECTURAS

Tiempo: cuerpo y memoria, salones y recorridos

 

Tomás Browne

Corporación cultural Amereida, Valparaíso, Chile.
Cruz & Browne arquitectos asociados, Santiago, Chile


Resumen

La aceleración de nuestra cultura ha hecho que lo que separa pasado, presente y futuro sea de una consistencia cada vez más atenuada e ilegible. Y los arquitectos, antes inequívocamente inclinados a la permanencia y a la durabilidad, hoy incorporan la palabra temporal (luego de novedad, joven, reciente) como valor convencional.
¿Cómo situarse en una época en que la avidez por lo nuevo se transforma, en palabras de Javier Marías, en “el desdén por lo que existe y la fascinación por lo inexistente”? La arquitectura, entre demoliciones, remodelaciones y persistencias, se resiste a un destino estático: toda ella aparece como registro de lo que ya ha pasado, pero ciertamente es el reflejo de lo que está siendo hoy.

Palabras clave: Tiempo, arquitectura temporal, memoria, ruina, recorrido.


 

San Agustín decía: “¿Qué es el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé. Si quisiera explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé” (San Agustín, 400 d.C.). Porque el tiempo es un perceptum y no un conceptum.

Con todo, el tiempo tiene dentro de sí dos realidades que lo conforman y le dan sentido. Una primera es que el tiempo se padece, y por ello es una experiencia que se decanta en un receptáculo que es el cuerpo; la segunda es que el tiempo se guarda, se retiene, en un espacio que es la memoria. Ambas realidades, cuerpo y memoria, son conformadoras de la obra de arquitectura, desde su concepción hasta su habitación.

Hasta 1650, la arquitectura estaba constituida en su interior por un régimen de salones, estancias y cámaras que se comunicaban entre sí a través de puertas. El interior se concebía como “subdivisión o modo como el total del área edificada se parte en áreas menores; de suerte que el cuerpo entero del edificio resulta compuesto de edificios menores, como miembros reunidos formando un único complejo” (Alberti, 1485).

Era un modo de habitar el espacio arquitectónico temporalmente, con un cuerpo que se ubica centradamente y que habita en detención una sucesión de frontalidades ordenadas a través de vanos. La continuidad de paso entre recintos se da a través de puertas (en algunos casos alcanzan a más de cuatro por recinto) que se ubican a su vez centradas respecto del espacio en el cual se habita y se permanece. En ese sentido no son puertas para deambular o recorrer una totalidad mayor que el propio lugar en que se permanece. Esta detención centrada del cuerpo alcanza su plenitud en el salón: forma de una permanencia que acoge aquella frontalidad de la conversación, la música y el baile.
Con la irrupción del corredor el modo de habitar el espacio se modifica; pasa de la frontalidad a la longitudinalidad. “El corredor hace su primera aparición registrada en Inglaterra en Beaufort House, Chelsea, diseñada alrededor de 1597 por John Thorpe. Si bien el principio tenía algo de mera cosa curiosa, ya se reconocía su potencia, dado que en el plano fue descrito como ‘una larga entrada a través de todo’. Y a medida que la arquitectura italiana se establecía en Inglaterra, irónicamente también lo hizo el corredor central, el cual empezó a su vez a rematar en escaleras en vez de recintos...
La aplicación rigurosa de este nuevo orden se hizo en Coleshill, Berkshire (1650-67) construida por Sir Roger Pratt. Aquí corredores penetraban a todo el largo del edificio en todos los pisos. En los extremos estaban las escaleras de servicio, en el centro, una gran escalera dando al hall de entrada de doble altura que, a pesar de su portentoso tratamiento, no es más que un vestíbulo, ya que sus habitantes vivían sus vidas al otro lado de sus muros”
(Evans, 1978).
Le Corbusier, al formular la promenade architectural, propone para el siglo XX el espacio arquitectónico como recorrido. Con ello, el objeto de la arquitectura pasa de la permanencia al recorrido, lo que implica también un nuevo modo de concebir la unidad de la obra de arquitectura. Al presentar la villa La Roche, Le Corbusier decía: “Esta casa será, pues, algo así como un paseo arquitectónico. Entramos, y a continuación el espectáculo arquitectónico se presenta ante nuestros ojos; seguimos un itinerario... los huecos abren las perspectivas al exterior donde se vuelve a encontrar la unidad arquitectónica”.

La promenade, como recorrido, implica una operación compleja para medir la unidad de la obra de arquitectura –a diferencia del espacio del salón– porque se trata de una relación en el espacio, ya no respecto de un centro, sino de los bordes, los que comparecen en cuanto percepción del espacio, en el paso de un adelante y atrás en simultaneidad; modo por el cual se reúne la extensión como tiempo, a través de la memoria y la expectativa.

“Lo que es un hecho, no obstante, es que el hombre mide el tiempo, de modo que quizá el hombre posea un ‘espacio’ en que el tiempo pueda conservarse lo suficiente como para medirlo, y ¿acaso no trascendería este ‘espacio’ que el hombre lleva consigo, tanto a la vida como al tiempo?
El tiempo existe sólo en la medida en que puede medirse, y la regla con que lo medimos es el espacio. ¿Dónde se localiza este espacio que nos permite medir el tiempo? La respuesta de San Agustín es: en nuestra memoria, en que las cosas se depositan. La memoria, el depósito del tiempo, es la presencia del ‘ya no’ (iam non), igual que la expectativa es la presencia del ‘aún no’ (nondum). Por tanto, yo no mido lo que ya no es, sino que mido algo en mi memoria que permanece fijo en ella”
(Arendt, 2001).

El recorrido se compone de un tiempo para recorrerse que es propio de él y, por tanto, reclama de un espacio en el cual se pueda –ese tiempo– constituir, medir y recoger.
El recorrido no es sólo el modo como se deambula por un interior, sino también el modo por el cual se establece la unidad de la obra de arquitectura con respecto a sí misma y su relación con el exterior. El espacio del recorrido construido por la arquitectura es, en este sentido, el espacio de lo mayor. Lo mayor como aquello que tiene capacidad o potencia de representación de la totalidad de la obra. Lo mayor a su vez contiene dentro de sí una suerte de sub-potencia que es de culminación. El recorrido se decanta como tal, en el cuerpo, cuando alcanza un punto culminante, en el cual, lo mayor es posible de contemplar (como un recorrido y no una sucesión de vanos) a partir de una relación de longitudinales que vinculan cercanía y lejanía, interior y exterior.
Lo anterior propone a la arquitectura un nuevo dilema y es aquel de la libertad de habitar y su relación con el cuerpo. Y del cuerpo en tanto organismo recapitulante del tiempo. Y es que el recorrido requiere de un cuerpo ya no estático como en el salón, sino de un cuerpo en fuga para que sea capaz de acometer aquellas longitudinales que lo lanzan a la lejanía desde la cercanía en que se encuentra. Es por ello que el salón queda fuera de la arquitectura contemporánea y es reemplazado por el pabellón. Porque el pabellón es una pausa entre el ensimismamiento del espacio del salón y la contemplación del recorrido como libertad del habitar.

Por último, una pregunta respecto del momento actual, a propósito de la relación entre recorrido y representación. Es habitual hoy que un proyecto de arquitectura se exponga a través de un recorrido virtual en 3D. Modalidad que anticipa, restando el presente, lo que la obra será, en cuanto representación de sus propiedades espaciales, materiales, como así mismo a los modos de habitarse. Todo ello por medio de un sistema que oculta y deforma los tamaños y medidas físicas del espacio, porque éste es siempre mostrado como una parte o fragmento, asunto que no ocurre en los planos (por ejemplo en la planta) que es un campo en el cual se está ante la totalidad de la obra, tamaños y medidas simultáneamente. En ese sentido, lo virtual tiende a concebir el espacio como expectativa fuera del tiempo (¿sin memoria?), en una suerte de a-tiempo, en el cual el habitante ya no es habitante de la arquitectura sino espectador expectante de ella, la cual percibe como un objeto a ser modificado cuantas veces como recorridos posibles de ésta hay. ¿Ello no es acaso volver a concebir el espacio desde un cuerpo estático, vale decir frontal, que habita los interiores como si estuvieran compuestos de edificios menores; modo como se habitaba con anterioridad a la aparición del corredor?

 

Nota
El palacio de Cnossos y la casa Ugalde de J.A. Coderch son traídas aquí fuera de texto, como extremos que iluminan algo que se ha ocultado y callado para otro posible momento de este escrito, cual es, que la arquitectura para pensarse y gustarse requiere de una intimidad, de un mundo, como aquel que se daba al interior de los claustros (tampoco tratados en este texto y que no son ni salón ni recorrido) que en un cierto silencio, reunían en un solo acto interior y exterior. Cnossos y la casa Ugalde son entonces los pórticos de ese claustro por ahora no explicitado.

 

Referencias
Agustín, Santo, Obispo de Hipona; Confesiones. Original de 400 d.C. Alianza Editorial, Madrid, 2001, Libro XI, Capítulo XIV.         [ Links ]
Alberti, León Battista; La Reaedificatoria. Original de 1453-1485. Editor G. Orlandi, Edizioni Il Polifilo, Milán, 1966, Libro I La Arquitectura.         [ Links ]
Arendt, Hannah; El concepto de amor en San Agustín. Ediciones Encuentro, Madrid, 2001, p. 31.         [ Links ]
Evans, Robin; “Cuerpos, Puertas y Corredores”.         [ Links ] Ensayo original de 1978 publicado en El lugar de la arquitectura, Ediciones ARQ, Santiago, 2002, p. 60.
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