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Los guardianes de la memoria
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Los guardianes de la memoria

Novelar contra el olvido
Fernando Aínsa

Texte intégral

Frente al escándalo del olvido, la escritura es la prótesis del recuerdo.

Luis Britto García

Contra la rendición del tiempo, la restauración de los derechos de la memoria es un vehículo de liberación, es una de las más notables tareas del pensamiento.

Herbert Marcuse

  • 1  Carlos Pacheco y Luz Marina Rivas, « Presentación », Estudios. Revista de Investigaciones Literari (...)

1Lejos de la metáfora bíblica de la mujer de Lot que por mirar hacia atrás se convirtió en estatua de sal, todo invita ahora a sucumbir a la « imantación del pasado »1, a la relectura y cuestionamiento de la « historia oficial », a la recuperación de toda memoria, incluso la memoria sofocada, silenciada o simplemente olvidada. En este poderoso afán retrospectivo, en este deliberado « mirar hacia atrás », la narrativa latinoamericana de estas últimas décadas – de los sesenta al presente como invita la convocatoria de este Coloquio – ha desempeñado un papel esencial que pretendemos abordar en esta conferencia desde una triple perspectiva :

21) La interacción e interlocución entre la memoria individual y la memoria colectiva. El diálogo entre el yo mismo como realidad social ; los problemas y las cuestiones que uno se plantea al ponerse en lugar del otro o un « otro generalizado ». La incidencia del pasado reciente sobre la conciencia actual y el reflejo de la « memoria histórica » en la literatura.

32) La patrimonialización de la memoria. La memoria institucionalizada del discurso del poder vigente, sus símbolos, su influencia sobre la memoria individual y su reflejo en la narrativa.

43) La confrontación de las memorias. Prácticas de la memoria y del olvido. El discurso disidente contra los abusos de la memoria, la denuncia de los « asesinos de la memoria », el silencio, la amnesia, los « grados » del olvido y el olvido selectivo.

El inevitable diálogo con el pasado

  • 2  Maurice Halbwachs sobre La memoire collective (1950) y la edición crítica de Gérard Namer de 1997. (...)

5En primer lugar nos interesa destacar la interacción y el diálogo que existe entre la memoria individual y la memoria colectiva, diálogo que se dan con total reciprocidad en la ficción literaria. Compenetración, interiorización de los marcos recíprocos de la memoria individual y colectiva, inscrita esta última en un « tiempo cultural » que desborda la noción restrictiva de pasado histórico – el que es campo privilegiado de la historiografía – para proyectar la cultura más allá de la época en que se crea. Porque si la cultura pertenece a una época es, al mismo tiempo, fuente inagotable para todas las épocas y su vigencia no se limita a un momento histórico determinado. Basta pensar en escritores como Homero, Dante, Cervantes, Shakespeare, Rubén Darío y tantos otros ; en expresiones arquitectónicas como el románico, el gótico, el barroco y el modernismo, para comprobar que estas expresiones culturales no son solo patrimonio de su tiempo, sino de una memoria cultural colectiva a la que es difícil sustraerse. Por eso – como percibió con premonitoria agudeza Maurice Halbwachs2– ningún individuo y menos aún un escritor, puede pretender estar en la exclusiva soledad de su yo interior. No hay memoria individual que no interiorice al mismo tiempo una pléyade de memorias colectivas aisladas de la que la cultural, en su sentido más amplio, es componente esencial.

  • 3  Villoro, L. (1980).

6Por lo tanto, el pasado es necesario, por no decir inevitable, para todos ; es parte constitutiva de la identidad. Parecería que de no remitirse a un pasado con el cual conectar el presente, éste sería incomprensible, gratuito, sin sentido. « Remitirnos a un pasado dota al presente de una razón de existir, explica el presente, ya que un hecho deja de ser gratuito al conectarse con sus antecedentes porque al hallar los antecedentes temporales de un proceso, se descubren también los fundamentos que lo explican », ha precisado Luis Villoro3. Esta función que cumplía el mito en las sociedades primitivas es ahora de la historia, a partir del proceso de laicización de la memoria del pensamiento greco-latino iniciado por Herodoto, Jenofonte, Plutarco, Tucídides, Cicerón y que Salustio resumió en la máxima : « De todos los trabajos del ingenio, ninguno trae mayor fruto que la memoria de las cosas pasadas ».

7En esta perspectiva se inscribe la idea de que todo discurso narrativo, es, antes que nada, una recreación que intenta preservar la memoria. A través del proceso de interacción y diálogo entre el presente y el pasado, en el « va y ven » de un tiempo al otro que toda narración propicia, se establece una relación coherente entre ambos, se define un sentido histórico de pertenencia orgánica inscrito en un devenir colectivo, local, nacional o regional. Gracias a esta relación ínter temporal se preserva la memoria como hogar de la conciencia individual y colectiva y se crea el contexto objetivo donde se expresan modos de pensar, representaciones del mundo, creencias e ideologías.

  • 4  Chibán A. (ed.) (2004).

8Esta dialéctica del tiempo ha sido esencial en la configuración de la identidad, aunque sea evidente que al retrazar un determinado momento histórico, toda narración, sea cual sea su intención (histórica o literaria), está marcada por su época. Basta pensar en las obras de historiadores y novelistas del siglo XIX, acompañadas de verdaderos « manifiestos de intención », donde se definieron sucesiva y explícitamente los modelos romántico, realista y positivista4. Modelos que reflejaron, por otra parte, una asunción de la temporalidad y de su transcurso, un reflejo y una comprensión no sólo de la época que se describía, sino de la forma en que ese período influía y determinaba el presente en que estaban situados el autor (tiempo de la escritura) y los destinatarios del texto (tiempo de la lectura).

  • 5  Torres, A. T. (2001: 14).

9Sin embargo, « la naturaleza del pasado es tan movediza como el tiempo presente » – sostiene la venezolana Ana Teresa Torres, autora de las novelas El exilio del tiempo (1990) y Doña Inés contra el olvido (1992) – « La memoria no es un mausoleo cerrado que espera nuestra visita, sino algo que se mueve, con recuerdos cambiantes y articulaciones que se transforman a través de confrontaciones, interlocución con la propia subjetividad, archivo en permanente renovación que impide estar absolutamente seguros de lo recordado ». Al intentar recuperarlo lo hacemos con palabras, lenguaje cuyos matices lo hacen también movedizo y donde la verdad se pluraliza : ya no es una, ni pretendidamente única, sino fraccionada como tantas son las voces de los testigos que pretenden reconstruirla y donde la memoria se complace en mezclar, relativizar, intertextualizar y elaborar sus propios palimpsestos y recreaciones. En resumen : « No existe el pasado, sólo una escritura en verbos de tiempo pretérito »5, que convierte la realidad en texto, narra el recuerdo en un discurso no necesariamente verdadero, pero siempre actual. El pasado se rescribe siempre en un contexto nuevo.

10En realidad, las relaciones con el pasado no son nunca neutras y se inscriben inevitablemente en la más compleja dialéctica que hacen de su reconstrucción una forma de la memoria, cuando no de la nostalgia y de la fuga desencantada del presente hacia el pasado. Al mismo tiempo, el pasado se capitaliza a nivel individual como parte de la estructura de la identidad. Por algo se afirma que « uno es lo que ha sido ». Son las experiencias, los recuerdos, incluso los acontecimientos traumáticos los que nutren una memoria que configura la historia personal, donde la representación del pasado individual y los recuerdos personales se idealizan a medida que van retrocediendo en el tiempo. Fotos, souvenirs, antigüedades, cartas, diarios íntimos, objetos personales, son los soportes necesarios de una memoria que no quiere perderse y que se embellece retroactivamente al registrarse en crónicas, testimonios, tradiciones y relatos orales o se revive en novelas históricas y en temas, motivos, cuando no tópicos literarios. La memoria es por naturaleza lo que se hace de ella ; es, por naturaleza, plástica, flexible y cede muchas veces a la imaginación o la fantasía.

11En Tijeras de plata (2003) el uruguayo  Hugo Burel apuesta por hacer de la memoria la más completa herramienta de reconstrucción del pasado individual inserto en el devenir colectivo. Advierte al principio de la novela :

  • 6  Burel, H. (2003 : 9).

En ciertas zonas de la memoria hay vivencias que permanecen afincadas como en uno de esos depósitos de las casas de subastas, llenos de muebles y objetos de variada procedencia y valor. Están allí como aguardando que venga alguien a interesarse, a sacudirles el polvo y a restituirlos al presente.6

12A ese « depósito » de la memoria, lleno de recuerdos polvorientos, ingresa el narrador para « interesarse » en la vida de un peluquero a cuyo salón concurría de niño de la mano de su padre. Las « vivencias » recuperadas son borrosas y deshilachadas ; los testimonios de clientes y testigos ocasionales, esos seres que tienen más pasado que futuro, más recuerdos que proyectos, aún recogidos con pericia detectivesca, son contradictorios. El todo compone un puzzle al que le faltan piezas y donde otras no encajan en el hueco que ha dejado el paso del tiempo, pieza central de la reconstrucción de una época con su farándula de personajes reales y ficticios, sus acontecimientos históricos de fechas que no siempre concuerdan con las evocadas.

  • 7  El uso de la primera persona del plural, encarnado en un anónimo « nosotros » caracteriza obras fu (...)

13« La historia entra dentro de ti sin que tú se lo pidas, disfrazada de catástrofe o de pura eventualidad, una banalidad y estás desplazado, en otra dimensión, viviendo otra vida paralela que no es la tuya… », anuncia Dante Liano en El hijo de casa (2004) – novela basada en un hecho de sangre ocurrido en Guatemala a fines de 1952 – donde un colectivo y anónimo « nosotros » de reminiscencias onettianas7 va comentando en el café del barrio lo que sucede bajo el signo de la « catástrofe » y de la memoria. « Ruido de catástrofe encima de toda la inutilidad consumida », comprueba luego (Liano 2004 : 31) ; « pequeñas catástrofes póstumas, naufragios definitivos e irreversibles, sin paraísos ni sueños, pura destrucción de la materia para siempre », acepta con fatalismo (2004 : 35). El lacónico Doctor Zamora, médico forense, sabe en su melancolía que « la memoria esconde las cartas perdedoras, selecciona, tiene piedad » (2004 : 22) y que « la memoria nos cuenta lo que le conviene y al final no es verdad lo que recordamos. Olvidamos lo esencial, que es el dolor » (2004 : 39). Por eso se dice que el doctor sabía que la memoria era completamente inútil, « una basura que persistía en su mente, como si le fuera indicando que la mente acumula también lo que no quiere acumular, obsesiones persistentes… » (2004 : 50).

14Para entender bien el proceso por el cual la memoria individual y la colectiva se combinan en la representación del pasado, es importante recordar que la historiografía empieza donde termina la memoria de las generaciones capaces de testimoniar en « vivo y en directo » sobre una época, lejos de los relatos de quienes pueden decir « yo lo vi, yo lo escuché decir ». Se reduce al espacio temporal de las generaciones que integran nietos, hijos y abuelos y todos aquellos que pueden haber sido testigos presenciales. Más allá de lo que se puede recordar empieza el dominio de la historiografía, discurso limitado por los reducidos recursos narrativos que maneja : tercera persona del singular, tiempo verbal pretérito.

15A diferencia del discurso ficcional, el historiador no puede utilizar procedimientos de « puesta en situación » del pasado como si fuera parte del presente narrativo de sus protagonistas. En la ficción novelesca – por el contrario – el tiempo, por muy remoto que sea, se puede representar a través de vivencias, de diálogos y de la percepción de conciencias individuales, donde las experiencias de los personajes, tanto de actores como de testigos, se viven en un tiempo actualizado. La inserción de la conciencia individual en el seno del pasado colectivo es así un privilegio de la literatura, recurso narrativo que le otorga, paradójicamente, una mayor verosimilitud.

  • 8  Carr, E. H. (1988 : 34).

16Si el saber histórico tiene, en principio, el deber de liberarse de las tendencias apologéticas del pasado, la ficción literaria se complace en refugiarse en los arquetipos de la memoria, esas edades míticas recurrentes y escenificadas en los topos idealizados de la poesía y la narrativa. Mientras la función del historiador « no es ni amar el pasado ni emanciparse de él, sino dominarlo y comprenderlo, como clave para la comprensión del presente »8, la ficción tiende a descronologizar el relato. Al abolir la representación lineal del tiempo profundiza la temporalidad individual. Se reelabora de este modo – tal como propone Paul Ricoeur en Temps y récit –  el vínculo existente entre la afección y la intención a través de la dinamización progresiva de la metáfora que se refiere a la espera, la atención y el recuerdo.

17No es extraño entonces que en América Latina las relaciones con el pasado no hayan sido nunca neutras y se inscriban inevitablemente en la más compleja dialéctica entre las concepciones que lo idealizan y hacen de su reconstrucción una forma de la memoria, cuando no de la nostalgia y de la fuga desencantada del presente hacia el pasado o, como sucedió en el siglo XIX y principios del XX, una forma de imaginar un futuro cristalizado en nacionalidades de las que se rescataban los dispersos signos en una historia remodelada a tales efectos.

  • 9  En Aínsa, F. (2003) desarrollamos ampliamente estas relaciones.

18Esta dialéctica del tiempo y la memoria ha sido esencial en la configuración de la identidad individual y nacional, aunque sea evidente que al retrazar un determinado momento histórico, toda narración, sea cual haya sido su intención (histórica o literaria), está marcada por la época de la escritura. Abordar, por lo tanto, la literatura que ha novelizado la historia de las últimas décadas – de 1960 a la fecha como propone la convocatoria de este Coloquio alrededor de « La memoria y sus representaciones estéticas » – es optar por cabalgar la frontera de dos géneros – el histórico y el ficcional – que han intercambiado en esas mismas décadas buena parte de sus roles disciplinarios9.

19El renovado interés por el destino individual en el seno de un devenir histórico común explica también el sentimiento de la existencia de un tiempo individual en la representación del tiempo colectivo compartido en un espacio común, cuyo componente esencial es la memoria cultural. De ahí el cambio cualitativo del subgénero histórico de la biografía que ha permitido introspecciones y consideraciones sicológicas variadas en lo que se denomina la « psicohistoria », las « micro-historias » que retrazan, al modo de novelas costumbristas, la vida cotidiana del pasado o el esfuerzo por elaborar una « historia de las mentalidades » o de la « sensibilidad », donde el sentido de la duración y del tiempo es más subjetivo que objetivo.

20Más recientemente, las aperturas psicoanalíticas de disciplinas cerradas, como la genealogía y los temas de filiación a que invita la búsqueda de raíces familiares en el conjunto de una historia colectiva, han abierto las puertas a una sugerente ficcionalización, situada entre la biografía, el « relato de vida » o la saga familiar del rastreo histórico de los orígenes. Entre muchos otros, los ejemplos de Santo oficio de la memoria de Mempo Giardinelli y Finisterre de Rosa María Lojo (2007) son interesante en la medida en que la filiación familiar se entronca con las raíces identitarias de la Argentina, oscilando en forma pendular entre Europa y América.

21Se llega, incluso, a privilegiar la memoria viva por considerarla más auténtica y verdadera que la historia que inevitablemente la manipula al « arreglar » el pasado, al acomodarlo en función del presente, al forzar en los límites de la estructura del relato que lo configura lo que es la materia prima de la memoria : la vivencia, el recuerdo o el testimonio. De ahí el auge de los relatos de vida, del género testimonial, donde el tiempo individual se integra en el colectivo. Una interdependencia de percepciones que incluso subyace en el renovado interés por la historia de acontecimientos recientes, inmediatismo favorecido por el desarrollo de los medios de comunicación que ha acercado los géneros de crónicas y reportajes periodísticos con el de la propia historia.

22Menos dueños del presente de lo que creemos, sentimos como el pasado entra en él como cosa viva, obra con fuerza semejante a lo contemporáneo y reactualiza con toda su carga emotiva la poderosa presencia de la memoria en las contiendas del momento actual.

La patrimonialización de la memoria

23Todas estas capas sedimentarias, tanto colectivas como individuales, son referentes de una historia personal que está en diálogo, cuando no en tensa confrontación, con la memoria oficial. Gracias a esa confrontación descubrimos que los recuerdos no son sólo personales, sino parte de un tiempo que nos impone los paradigmas de una memoria colectiva elaborada como un verdadero sistema de reconstrucción histórica y justificación del presente del que somos prisioneros, aunque no tengamos plena conciencia de ello.

  • 10  Lotman, J. M. (1987).

24En efecto, vivimos todos inmersos, mal que nos pese, entre los signos de una memoria colectiva que ha institucionalizado la visión oficial de la historia a la que pertenecemos. Sistemas celebratorios con signos reconocibles en la nomenclatura urbana – nombres de plazas, avenidas, calles y pasajes; placas recordatorias, la « memoria monumental » de palacios, catedrales y panteones – gracias a los cuales el espacio se significa y se proyecta en el tiempo ; edificios públicos – archivos, museos, hemerotecas y bibliotecas – donde se condensa el entramado de memoria que se protege y conserva ; sistemas sostenidos por el « texto/textura » de manuales escolares que inculcan una versión oficial de los orígenes, de poesía conmemorativa y relatos hagiográficos; fiestas patrias que salpican el calendario con festejos y desfiles, aniversarios, centenarios, bicentenarios y sesquicentenarios que se encadenan para rememorar nacimientos, muertes, publicaciones y acontecimientos históricos ; himnos, banderas y escudos que encarnan símbolos nacionales y donde la retórica del discurso del poder vigente institucionaliza y penetra los medios de comunicación, la actividad política, cívica y militar para asegurar su hegemonía ideológica. Como legado representativo provisto de su propia retórica estos signos que Jurij M.Lotman define como signos conmemorativos10 tienen una intencionalidad y un designio. suerte de « religión civil » que se completa en la iconografía del dinero, la llamada « memoria metálica », monedas acuñadas con efigies y perfiles en billetes, y en la de los sellos postales.

  • 11  Ricoeur, P. (2000).

25Los lugares en que se ha anclado la memoria colectiva y la vasta topologíaque Pierre Nora llama Les Lieux de mémoire no son necesariamente verbales y se imponen a los individuos con aparente naturalidad, como si fueran la expresión indiscutida de una interpretación canónica en vigor de la historia. A través de su clara función mnemotécnica la visión oficial de la historia se legitima, administra y condiciona la memoria individual con representaciones incesantemente reelaboradas como auténticos arquetipos de memoria colectiva que dejan sus marcas – traces al decir de Paul Ricoeur11– sobre la memoria individual.

26Se comprueba entonces con cierta consternación que toda autoridad que domina el presente, pretende « reacomodar » el pasado, definir lo que hay que recuperar de la memoria colectiva, ser la medida del proceso selectivo que controla y jerarquiza lo que « debe » recordarse. La legitimación del orden establecido que esta recuperación selectiva del pasado consagra es más política que científica, aunque se apoye en acontecimientos reales, documentos fidedignos e interpretaciones canónicas que pretenden ser objetivas. En la incorporación intencional y selectiva del pasado lejano e inmediato se adecuan los intereses del presente para modelarlo y obrar sobre el porvenir, verdadera retrodicción del lenguaje que infiere lo que pasó a partir de lo que actualmente sucede.

  • 12  Gullón, R. (1980 : 75).

27El conjunto de estos « monumentos » superponen las representaciones de lo visible con lo recordado, espacios que « rezuman temporalidad »12, esos lugares que proyectan una secuencia de acontecimientos en los que mito e historia, memoria colectiva e individual se entrecruzan y donde se superponen no sólo las representaciones de lo visible, sino las de recuerdos, eventos, referentes connotativos no siempre vividos directamente, pero cuyas referentes conocemos. Temporalidad y espacialidad que también esconde acontecimientos de un pasado sofocado : el monumento a cuyo pie se inmoló el estudiante el día en que se instauró la dictadura, la encrucijada en que una manifestación obrera fue reprimida, la casa allanada de la que fue sacado una noche lluviosa el amigo que desapareció para siempre.

  • 13  Nora , P. (éd.) (1997 : 3041).

28Un espacio en el que también se insertan los recuerdos individuales, aunque estén siempre condicionados por los colectivos. Nuestros recuerdos personales se integran inevitablemente en la rejilla de su irradiación simbólica Nuestra memoria no puede liberarse de la historia que la condiciona y contextualiza. La historia oficial, como expresión de un tiempo que pretende ser colectivo, se impone en la memoria individual de todos nosotros, aunque no lo queramos, aunque lo rechacemos. Un parentesco secreto se establece entre los lugares en que vivimos y donde acumulamos recuerdos de nuestra memoria individual y los objetos conservados en museos o archivos y, más sutilmente, con las instituciones que los representan. Los recuerdos personales forman parte de esa memoria históricamente consciente de ella misma con que Pierre Nora define a la tradición13, lo que necesita de una herencia que se asume y una mirada que subjetivice ese patrimonio.

29Por ello, más allá del sistema celebratorio imperante, muchos espacios reflejan su propia temporalidad. Son los « tiempos acumulados », el « tiempo frondoso » de que habla Saül Karsz, cuyos planos múltiples y cualitativos se fecundan y entrecruzan sin cesar. Son los espacios históricos por antonomasia que superponen las representaciones de lo visible y recordado con el secreto de esquinas y plazas. Temporalidad y espacialidad que destilan también los acontecimientos de triste memoria de un pasado sofocado : la plaza en que se realizó el acto preelectoral final partidario de las últimas elecciones antes del golpe de estado, la avenida en que una manifestación obrera fue reprimida apenas instaurada la dictadura, capas sedimentarias del estrato de la memoria, referentes de una historia paralela en diálogo, sino confrontación, con la oficial.

30Pese a todo, este pasado impuesto nos es necesario. Es bueno recordar brevemente que la irrupción postergada del temporalismo en el « drama metafísico » del hombre contemporáneo se concreta a partir de Henri Bergson y su famoso distingo entre tiempo real o vivido y tiempo imaginario o ilusorio. Bergson contrapuso por primera vez el tiempo del yo psicológico y su íntima duración a la proyección exterior, homogénea, cronológica, cuantitativa y mensurable de un tiempo simultáneo a otros tiempos exteriores. El tiempo individual se elabora con la propia experiencia, con lo vivido, con el lugar de la memoria y la esperanza y, en la medida en que es posible representárselo, con la reconstrucción de la conciencia o, simplemente, con la creación y la invención histórica y literaria.

31Sin embargo, la percepción del tiempo vivido ha sido siempre contradictoria y conflictiva, aunque no llegue al extremo de un mero transcurrir « sin dirección », sino a la de un devenir enunciado por Heráclito y desarrollado por Hegel. Su movilidad está íntimamente emparentada con el « anhelo » (Ernst Bloch), con la voluntad, con la propia vida, con ese sentimiento que Oswald Spengler llamaba el « carácter orgánico » del tiempo. En realidad, lo que se mide no son las cosas pasadas o futuras, sino lo que se recuerda o lo que se espera, es decir todas aquellas « afecciones » dinamizadas por la espera, la atención y el recuerdo y el tránsito de los acontecimientos a través del presente. El tiempo individual tiende a abolir la representación lineal del tiempo, descronoligización que profundiza la reconocida complejidad del tema donde tiempo y memoria se entrelazan con ambigua atracción.

Entre la desmemoria y el desolvido

  • 14  Michel Surya, Libérer l'avenir du passé. Respuesta al concurso Weimar 1999 sobre los temas más imp (...)

32Muchos se preguntan ¿ para qué recordar ? Según Michel Surya, autor de Libérer l'avenir du passé14, el pasado ocupa todo el espacio que se debería emplear en pensar el presente; el pasado pesa más que nunca, rellenando la memoria humana hasta limites insoportables y provocando miedo al porvenir. Por ello, propone liberar el futuro del pasado y denuncia que cada día somos más historiadores y menos filósofos, olvidando, precisamente, que el olvido no es menos necesario que la memoria en favor del porvenir.

  • 15  Marx, K. (2003).

33En otros casos, las versiones ritualizadas del pasado se satanizan como encarnación de lo arcaico, de lo viejo, de objetos que son antigüallas, démodées, tradiciones que hay que destruir. En el caso extremo de las revoluciones se derriban estatuas, queman palacios, iglesias y los símbolos que encarnan el viejo orden, como en la esfera individual se queman las cartas o las fotografías de un frustrado amor, cuando se quiere olvidarlo y borrar todo rastro de su memoria. Ya lo decía Karl Marx « Las tradiciones de todas las generaciones pasadas pesan, como una pesadilla, sobre el cerebro de los vivos »15.

34También se olvidan selectivamente episodios de la historia, se borra lo que molesta, se oculta lo que no se quiere recordar. Por eso las calles y las avenidas, las ciudades cambian de nombre para acelerar el proceso del olvido decretado del pasado, como el individuo cambia la decoración y los muebles de su casa o se muda de su propio domicilio cuando pretende iniciar una vida nueva.

35Tomo el ejemplo reciente del Uruguay. Por imperio de los diferentes gobiernos del país – constitucionales y de facto – ha cambiado varias veces la nomenclatura urbana de Montevideo y se han sustituido unos monumentos por otros. Si la dictadura entre 1973–1984 rebautizó calles y plazas dándole nombres de personajes oscuros de una historia cuya revisión se empeñó en hacer para justificar su propia existencia, el retorno a la democracia no sólo restableció parte de la nomenclatura original, sino que la sustituyó por nombres de héroes y victimas de la dictadura.

  • 16  Foucault, M. (1973 : 11).

36El discurso narrativo también cuestiona la fe que se depositó en el pasado en la fuente textual, lo que se ha llamado el « fetichismo » del documento, por lo cual se considera que hoy es más importante descubrir lo falso que lo verdadero. Sin dejar de reconocer que la historia maneja una materialidad documentaria amplia que incluye tanto textos, narraciones, actas, reglamentos como objetos y costumbres, para « una puesta en obra » que no busca tanto « memorizar » el pasado como reagruparlo y formar « conjuntos », Michel Foucault propone en La arqueología del saber rastrear lo que ha sido excluido, las omisiones deliberadas, lo prohibido que acompaña la « historia monumental », porque en definitiva en toda sociedad, « la producción del discurso está a la vez controlada, seleccionada y redistribuida por un cierto número de procedimientos que tienen por función conjurar los poderes y peligros, dominar el acontecimiento aleatorio y esquivar su pesada y temible materialidad »16.

  • 17  Flawia Fernández, N. (2004 : 81).

37En efecto, aún empeñados en definir el carácter científico de su disciplina, gracias al cual pretenden ser los únicos que pueden narrar lo que realmente ha sucedido, los historiadores reconocen que la falsedad, la mentira y el ejercicio deliberado del « asesinato de la memoria » – como desarrolla en parte la obra del argentino Andrés Rivera – pueden ser más distorsionantes de la realidad que la ficción que busca una verdad ejemplar a través del símbolo o la alegoría. Las relaciones entre filología y falsificación han demostrado que la « crítica del documento » como fuente del saber histórico era fundada pero, sobre todo, que la relativización del saber histórico tradicional acerca aún más los territorios de dos disciplinas que han estado separadas. La historia silenciada (u ocultada) lleva a que – al modo sugerido en la obra de Rivera – se escriba « ficción sobre ficción », un modo no sólo de transgredir los géneros, sino de « denunciar » la manipulación de la historiografía canónica. Como ha anotado Nilda Flawiá : « el espacio escriturario de La revolución es un sueño eterno asume el lugar de los silenciados por la historia oficial, generando una provocación a la memoria, una permanencia del recuerdo que es insistir en la ausencia del olvido »17.

38De ahí el énfasis del discurso histórico dominante por destruir toda forma de disidencia o erradicar la expresión de minorías. La eliminación de la memoria por el aniquilamiento, prohibición o censura de las fuentes acompaña la historia y América Latina abunda en ejemplos ilustrativos, al punto de que el escritor Héctor Tizón sostiene que la única verdadera historia de su tierra es la de « la oscuridad » y « la derrota ». De ahí los esfuerzos por salvar la memoria ocultada, deformada o ignorada que propone el discurso alternativo de la narrativa, donde el único recurso posible para el autor de ficciones es la apropiación del sistema de signos codificados, petrificados en la cristalización ideológica de la cultura, para subvertirlo o recuperarlo por la invención de la « verdad histórica » a través de la « mentira novelesca ». En otros casos, las omisiones de la historia – las « informaciones retenidas » – se descubren gracias al discurso ficcional que las revela. La narrativa testimonial del exilio sudamericano abunda en ejemplos de esta intención (voluntad) explícita de revelación de lo que estaba oculto.

39Walter Benjamín en esa especie de « teología filosófica del recuerdo » hecha de evocación y memoria que propone en Para una crítica de la violencia, afirma que la humanidad sólo pervivirá si ensancha permanentemente el espacio de sus recuerdos y le otorga un lugar prioritario a « los desechos de la historia ». En su alegato « en favor del pasado oprimido » recupera esos « desperdicios » que no son otros que los de una modernidad que ha preferido los valores de progreso a los del humanismo. Benjamín lamenta que el progreso se haya convertido en un fin en si mismo, en un progreso a cualquier precio que ha olvidado que la humanidad debería ser su única meta. En el desarrollo de esa noción del progreso hecho de eficacia y de cálculo son muchos los « desperdiciados », los arrojados a la « cuneta » del continuum histórico, los marginalizados, los excluidos. Una cultura del recuerdo debe reivindicar su lugar en la memoria, un modo de reafirmar que « no nos ha sido dada la esperanza sino por los desesperados ». Se puede recordar entonces la frase atribuida a Aristóteles : « la historia tiene muchas madres, la derrota ninguna ».

40La incertidumbre de unos (los historiadores) ha permitido la aventura creativa de otros (los novelistas), pero también un « beneficio de la duda » saludable entre los dueños de tantas certidumbres. El discurso problemático y polisémico de ambas y el consiguiente espacio de libertad ganado, con las consiguientes interrogantes que toda emancipación conlleva, alimentan sin embargo lo mejor de la creación latinoamericana contemporánea, tan demitificadora como variada.

41Los problemas de la verdad histórica y la verosimilitud literaria planteados por Ricardo Piglia ; la deliberada « novelización » de la historia de Tomás Eloy Martínez que se interroga en La novela de Perón (1985) : « ¿ Por qué la historia tiene que ser un relato hecho por personas sensatas y no un desvarío de perdedores ? », transforman toda interpretación lineal y unívoca en una ambigua mirada capaz de volverse una y otra vez sobre sí misma para cuestionarse.

42Algo parecido puede decirse de El desierto del chileno Carlos Franz, aunque en este caso la memoria tiene una curiosa vuelta de tuerca : se pretende recordar algo que no se ha vivido. Claudia ha regresado a Pampa Hundida, en el norte de Chile. Hija de exiliada, ha nacido en Berlín, ciudad donde el pasado y la historia son carne viva y tiene « la despiadada impunidad ante el pasado que sólo tienen los que carecen de él ». Cree que en Chile, como en Berlín, no son los viejos sino los jóvenes quienes exigen recordar ese pasado que otros pretenden olvidar.

43Para Laura, su madre :

Este « retorno » de Claudia al país en el que ni siquiera había nacido era su derrota, su quiebra en esa larga empresa de fugas y olvidos iniciada dos décadas antes. Su hija, de alguna inesperada forma, había desarrollado un instinto para el camino de vuelta. Un instinto, una intuición, una curiosidad invencible (2005 : 19).

44Entonces comprende que « cuando se ha huido mucho de la memoria, el primer alivio es rendirse a su abrazo » (2004: 44) y que su tiempo de esconderse llegaba a su fin.

La remota balanza que una vez, hacía veinte años, había quedado en suspenso – los platillos equilibrados precariamente en el fiel en un empate con el olvido – empezaba a inclinarse irresistiblemente hacia el pasado (2005 : 20).

45Es más :

No hay olvido verdadero que no comience por el recuerdo. Tarde o temprano, también los hijos, con los que vivíamos para el futuro, nos impiden olvidar, nos empujan a la memoria con sus preguntas temerarias sobre un pasado que no vivieron (2005: 44).

46En la generalización de « ideologías olvidadizas », en los « grados del olvido », en el olvido selectivo, en la cultura light del mundo actual que preconiza el olvido como medida saludable, en ese pasar rápidamente « a otra cosa » cuando alguien sucumbe derrotado, un exégeta de la obra de Benjamín, Manuel Fraijó, se pregunta con inquietud si es posible que pueda alzarse « alguna voz que almacene tanto dolor y evoque con dignidad a los que son sacrificados indignamente », como lo hizo con intensidad ejemplar el autor de Discursos interrumpidos. Por ello, más que combatir el miedo por el olvido, hay que aprender a « dejar de olvidar » – esa desmemoria a la que hay oponer un desolvidar – hay que saber recuperar y asumir la memoria individual y colectiva, conocer su propia historia sin avergonzarse de sus episodios más oscuros y sin temor de cuestionar los signos conmemorativos en que se apoya. « Memoria para armar » se podría parafrasear el título de Cortázar, porque la memoria también se construye y los recuerdos tienen sus guardianes como recuerda Lucette Valensi :

  • 18  Lucette Valensi (1998 : 68).

En la medida en que las secuencias del pasado forman nuestra identidad narrativa, en la medida en que nos dicen lo que somos, la reinterpretación del pasado es un trabajo siempre por reelaborar, una labor de Penélope, que asegura la continuidad de la casa de Ulises deshaciendo cada día el trabajo realizado la víspera.18

47La respuesta es una sola y parece clara : para permanecer, los recuerdos deben fijarse en la palabra escrita. El texto es su mejor guardián. De ahí la importancia de la escritura como gesto para conjurar el miedo, como arma para exorcisar temores y angustias y desterrar el silencio.

  • 19  En la Argentina, en los años 50, se prohibió por decreto el término « comunismo », la palabra « Pe (...)

48Es bueno recordar que existen silencios que pueden ser más destructores que una verdad aceptable : las palabras « políticamente incorrectas », las palabras prohibidas19, el tabú que rodea ciertos temas (Gays cristianos, sacerdotes pederastas) o nombres de enfermedades cuya sola mención parece contagiar a su alrededor como el cáncer o el sida, el acuerdo tácito de no hablar de « ciertas cosas ». Pareciera que si algo no se menciona, « existe menos ». Todo aquello que queda englobado en la expresión « De esto no se habla » con que Julio Llinás tituló el relato que inspiró la películade María Luisa Bemberg, protagonizada por Marcello Mastroiani titulada justamente De esto no se habla.

  • 20  Elias, N. (1997).

49Por el contrario, es bueno recordar también que hay pasados que no quieren pasar, que se empeñan en estar siempre presentes. Decía Juan Rulfo que en México es imposible enterrar definitivamente a los difuntos. Están siempre ahí : es imposible olvidarlos, aunque se lo pretenda. Lo importante es abordar su memoria con la libertad que da la ficción para apropiarse del pasado y abandonarse al juego de la imaginación libremente consentida ; la libertad para ser el demiurgo de un territorio que se ha creado o para ser el paciente arqueólogo que escarba entre « las ruinas del pasado » – al decir metafórico de Norbert Elias20 – para recoger fragmentos testimoniales o documentales, unirlos con la argamasa textual esfuminando los límites entre realidad y ficción, para dar – finalmente – la ilusión de que « otra » memoria es posible.

50Zaragoza/Oliete

51Enero, 2010

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Bibliographie

Aínsa, Fernando, Reescribir el pasado, Mérida : El Otro@el mismo, 2003.

Burel, Hugo, Tijeras de plata, Madrid : Lengua de trapo, 2003.

Carr, Edward .H., ¿ Qué es la historia ?, Barcelona : Seix Barral, 1988.

Chibán, Alicia (ed.) El Archivo de la Independencia y la ficción contemporánea, Salta : Universidad Nacional de Salta, 2004.

Elias, Norbet, Sobre el tiempo, México : Fondo de Cultura Económica, 1997.

Flawia Fernández, Nilda, Polémicas por la patria, Tucumán : Facultad de Filosofía y Letras, 2004.

Foucault, Michel, L'ordre du discours, Paris : Gallimard, 1973.

Gullón, Ricardo, Espacio y novela, Barcelona : Antoni Bosch Editor, 1980.

Lotman, Jurij M., Tipologia Della cultura, Milan : Bompiani, 1987.

Marx, Kart, El 18 Brumario de Luís Bonaparte, Madrid : Alianza, 2003.

Nora, Pierre (éd.), Les lieux de mémoire, Paris : Quarto Gallimard. 1997.

Pacheco, Carlos y Rivas, Luz Marina, « Presentación », Estudios. Revista de Investigaciones Literarias y Culturales, n° 18, Número especial consagrado a « Novelar contra el olvido », Caracas, Universidad Simón Bolívar, Julio-Diciembre, 2001.

Ricoeur, Paul, La mémoire, l’histoire, l’oubli, Paris : Seuil, 2000.

Torres, Ana Teresa, « La memoria móvil: entre el odio y la nostalgia », Estudios. Revista de Investigaciones Literarias y Culturales, n° 18, Número especial consagrado a « Novelar contra el olvido », Caracas, Universidad Simón Bolívar, Julio-Diciembre, 2001.

Valensi, Lucette, « Autores de la memoria, guardianes del recuerdo, medios nemotécnicos. Cómo perdura el recuerdo de los grandes acontecimientos », Cuesta Bustillo J. (ed), Memoria e historia, Madrid : Marcial Pons, 1998.

Villoro, Luis, « El sentido de la historia », en VV.AA, Historia ¿ para qué ?, México : Siglo XXI editores, 1980.

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Notes

1  Carlos Pacheco y Luz Marina Rivas, « Presentación », Estudios. Revista de Investigaciones Literarias y Culturales, 18, Número especial consagrado a « Novelar contra el olvido », Caracas, Universidad Simón Bolívar, Julio-  Diciembre, 2001, p.5.

2  Maurice Halbwachs sobre La memoire collective (1950) y la edición crítica de Gérard Namer de 1997.

3  Villoro, L. (1980).

4  Chibán A. (ed.) (2004).

5  Torres, A. T. (2001: 14).

6  Burel, H. (2003 : 9).

7  El uso de la primera persona del plural, encarnado en un anónimo « nosotros » caracteriza obras fundamentales de Onetti como Para una tumba sin nombre y Juntacadáveres, disolución en lo colectivo que convierte la posible certeza en rumor de una deliberada ambigüedad.

8  Carr, E. H. (1988 : 34).

9  En Aínsa, F. (2003) desarrollamos ampliamente estas relaciones.

10  Lotman, J. M. (1987).

11  Ricoeur, P. (2000).

12  Gullón, R. (1980 : 75).

13  Nora , P. (éd.) (1997 : 3041).

14  Michel Surya, Libérer l'avenir du passé. Respuesta al concurso Weimar 1999 sobre los temas más importantes para el nuevo milenio.

15  Marx, K. (2003).

16  Foucault, M. (1973 : 11).

17  Flawia Fernández, N. (2004 : 81).

18  Lucette Valensi (1998 : 68).

19  En la Argentina, en los años 50, se prohibió por decreto el término « comunismo », la palabra « Perón » y sus derivados ; en los 70 « Montoneros » o « ERP » (se autorizaban sólo con minúscula). En Uruguay estuvo prohibido en los setenta mencionar a los Tupamaros. Se utilizaba el eufemismo « los innombrables ».

20  Elias, N. (1997).

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Pour citer cet article

Référence électronique

Fernando Aínsa, « Los guardianes de la memoria », Amerika [En ligne], 3 | 2010, mis en ligne le 22 octobre 2010, consulté le 05 mars 2014. URL : http://amerika.revues.org/1442

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Auteur

Fernando Aínsa

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