Revista Latina de Comunicación Social 47 febrero de 2002 |
Edita: LAboratorio de Tecnologías de la Información y Nuevos Análisis de Comunicación Social |
ÁMBITOS. Nº 6. 1er Semestre de 2001 (pp. 95-106) La «historia de vida» periodística, un género poco usual en la prensa española Dr. Antonio López Hidalgo © RESUMEN ABSTRACT Palabras claves: Redacción Periodística/ Géneros periodísticos/ Géneros periodísticos biográficos/ Géneros periodísticos de interés humano. Key Words: Editing journalistic/Journalistic genres/ Biographics journalistic genres/Journalistic genres of human interes. Los géneros periodísticos biográficos cada día son más comunes en los diarios, pero los estudios y manuales que abordan su estudio, sin embargo, son escasos. Algunos de estos géneros, como la entrevista de creación o entrevista-perfil han sido abordados académicamente desde múltiples puntos de vista. El reportaje-perfil o reportaje biográfico, bastante menos, si bien es cierto que las obras sobre géneros periodísticos lo citan, aunque brevemente, en los capítulos relativos al reportaje. Otros géneros, como el perfil, muy usual en la prensa diaria, brillan por su ausencia en estos manuales. Ningún autor tampoco, salvo José R. Vilamor (1), establece diferencias entre perfil y semblanza. Pocos hablan de la biografía. En los últimos años, sin embargo, han visto la luz algunos trabajos sobre la necrológica como género periodístico. En España, sin embargo, ninguna obra hace referencia a la historia de vida periodística, un género bastante inusual en nuestra prensa. Será este último género periodístico el que nos ocupe en las siguientes páginas. El término «historia de vida» se utiliza con asiduidad en Latinoamérica, sobre todo en Argentina. Autores como Sibila Camps, Luis Pazos, Jorge B. Rivera o Julio Ardiles Gray hacen referencia a estos textos periodísticos en sus obras. En España, por el contrario, tanto los manuales sobre géneros y estilos periodísticos como los referidos a redacción periodística, ya sea en prensa, radio o televisión eluden este término a la hora de denominar este género biográfico. Cierto es también que algunos manuales tampoco aluden a estos textos periodísticos denominándolos con otro sustantivo. Su existencia en nuestra bibliografía se traduce en ausencia. Como se ha dicho, este género periodístico no es demasiado usual en las páginas de nuestros diarios, pero sí es verdad que lo hemos podido encontrar de manera casi furtiva en nuestras lecturas matinales de fines de semana. Sibila Camps y Luis Pazos distinguen todavía entre biografía e historia de vida. Afirman que la historia de vida es una biografía ampliada de una persona y que, como consecuencia, puede incluir datos inéditos, informaciones sobre aspectos íntimos y precisiones sobre: * descripción física; Obviamente, estos dos autores advierten que una historia de vida no debe contener todos los aspectos de esta enumeración tentativa. Según el biografiado, el periodista podrá optar por unos u otros, pues siempre dependerá de diversos factores, además del medio para el que se escribe y del enfoque elegido por el periodista, como son: la persona a quien se hace referencia y la actividad a la que se dedica; las circunstancias por las cuales se incluye esa historia de vida; o la sección en la que se publicará (2). Pero una historia de vida es mucho más que una biografía. O en todo caso no deja de ser algo distinto. Camps y Pazos, por ejemplo, no estudian el lenguaje y la estructura de este género periodístico, y ahí radica, para empezar, una de las principales características que diferencian a la biografía de la historia de vida. El método para elaborar este último género utiliza como método la entrevista periodística. Partiendo de la grabación de ese diálogo, el periodista obtiene del personaje entrevistado los datos biográficos necesarios para elaborar su historia de vida. Pero obtiene no sólo datos, fechas, anécdotas, vivencias cruciales en su vida, frustraciones y sueños, también ha grabado el tono de la narración, el ritmo de sus confesiones, la aventura intransferible de la literatura oral. La vida está grabada en una cinta de casete, pero ésta no sólo aporta una enumeración de datos vivenciales, también contiene un trozo de tiempo congelado, una conversación que tuvo en otro tiempo pretérito y que la tecnología nos permite ahora conservar el documento como si ese tiempo se hubiera parado para siempre. 1. Reportaje e historia de vida En un artículo titulado «Sofismas de distracción» (4), García Márquez cuenta cómo escribió «Relato de un náufrago»: «Relato de un náufrago está más cerca de la crónica, porque es la trascripción organizada de una experiencia personal contada en primera persona por el único que la vivió. En realidad es una entrevista larga, minuciosa, completa, que hice a sabiendas de que no era para publicar en bruto sino para ser cocinada en otra olla: un reportaje. No tuve nada que forzar porque fue como pasearme por una pradera de flores con la posibilidad suprema de escoger las mejores. Y esto lo digo en homenaje a la inteligencia, el heroísmo y la integridad del protagonista que con justicia fue el náufrago más querido del país». Y añade el Premio Nobel: «No usamos grabadoras, porque las mejores de aquel tiempo eran tan grandes y pesadas como una máquina de coser, y el hilo magnético se embrollaba como cabellos de ángel. Aun hoy sabemos que son muy útiles para recordar, pero nunca hay que descuidar la cara del entrevistado, que puede decir mucho más que su voz, y a veces todo lo contrario. Tuve que tomar notas en un cuaderno de escuela, y eso me obligó a no perder una palabra ni un matiz de la entrevista, y a tratar de profundizar a cada paso. Gracias a esos cuidados, tropezamos de pronto con la causa del desastre, que hasta entonces no se había dicho: la sobrecarga de aparatos domésticos mal estibados en la cubierta de una nave de guerra. ¿Qué fue esto sino una entrevista exhaustiva en más de veinte horas de interrogatorios para averiguar la verdad? Sin embargo, yo la había conocido mejor que el lector en un cuento contado de viva voz con suspensos diarios: un relato fascinante». El procedimiento utilizado por Gabriel García Márquez para elaborar estos reportajes está basado en el mismo procedimiento que Julio Ardiles Gray emplea para elaborar sus historias de vida. Ambos parten de la entrevista, entendiendo ésta como método de acceso a las fuentes, como un método para obtener la información. Pero mientras en el reportaje el autor reelabora el texto y el producto final es fruto de su propio estilo, en las historias de vida, sin embargo, la voz del entrevistado no desaparece, sino que se muestra al lector como un monólogo en el que el periodista ha sabido no sólo contar una historia de vida sino que ha respetado cómo su protagonista ha contado su propia historia. 2. El pionero de las historias de vida «- ¿Cuál es el origen de sus «historias de vida» periodísticas? - Por qué eligió ese tipo de personajes, y qué valor cultural poseían, desde su perspectiva? - ¿La realización de «historias de vida» requiere alguna destreza o conocimiento especial? - ¿Existe alguna dificultad específica? - ¿Cuál fue su «historia» más lograda? 3. Una historia de vida: la última ejecución por garrote vil A partir de aquí el periodista deja la palabra a José Morillo para que cuente la historia de la última ejecución por garrote vil. Cuenta la historia como quien habla en la calle a un grupo de personas. El tono descriptivo del narrador y el aire dramático de la historia permiten al lector acercarse sin tropiezos a un texto contado con sencillez y humanidad. El lector queda atrapado con la primera vuelta de tuerca. Reproducimos a continuación sólo la primera parte del texto. Así contó José Morillo aquella vivencia: «Fue en el mes de marzo de 1974. Cuando ocurrió esto de Tarragona, el presidente de la Audiencia me dijo: «Pepe, hay que ir a buscar al verdugo». Y yo respondí: «Ahora mismo». Y me encajé en su casa. «José, ¿qué?, ¿qué pasa?, ¿hombre, qué pasa?». Y yo le dije: «Nada, que tenemos que salir de viaje, que nos han mandado llamar de Barcelona». «¡Vaya tela, con la hora que es!», me respondió. «Que hay que salir urgente», le volví a decir, «que hay que tomar el primer avión, que esto y que lo otro». Él se dirigió a su mujer y le dijo: «Niña, espérate que vamos a tomar una copa». Salió a la calle, y me preguntó: «¿Qué ocurre?». Y yo le comuniqué que teníamos que ir a Tarragona a una faenita. Era por la tarde. Vinimos a la Audiencia, y estaba el presidente en su despacho. «Señor presidente, que ahí está el ejecutor. ¿Quiere usted que pase?». Y me respondió: «No, no, no». El verdugo se quedó sentado en el vestíbulo de la segunda planta de la Audiencia. El presidente, que no lo vio a él, me dijo que nos fuéramos y que sacáramos dos billetes de avión. Claro, yo le pregunté: «¿Y para qué dos billetes?». «Para que lo acompañe usted». «¿Pero cómo voy a acompañarlo, don Antonio? ¿Yo quién soy para ir a acompañarlo? Que le pongan una escolta de policía o algo, pero yo ¿cómo voy a acompañarle a este señor?». Bueno, se sacaron los billetes, y cuando regresamos a la Audiencia, cambiaría de impresión o algo, el caso es que me llamó por teléfono para que se descambiaran los dos billetes, y a continuación se puso de acuerdo con el jefe superior, y al día siguiente, a las siete de la mañana, salió el verdugo en una ranchera de Policía desde la Jefatura Superior, en la Gavidia, con tres o cuatro agentes. Yo, antes, había cogido el trasto -el garrote-, que lo tenía yo guardado, se lo di, y nos fuimos a la Jefatura. Cuando llegamos allí, dijimos que el jefe superior nos estaba esperando, y nos hicieron esperar un momento. Bajamos a los calabozos, donde tenían ya la ranchera, metimos el cacharro en la parte de atrás y me preguntaron si yo iba también con él. Y yo respondí: «No, solamente he venido a acompañarlo hasta aquí». En fin, se fueron para Tarragona en coche. A los dos días, a las seis y media o siete de la mañana, llamaron a mi casa, que está dentro de la Audiencia. «¿Quién es?». «Abra usted, de Jefatura». Abrí y me dijeron: «Aquí lo tiene usted». Estaban el verdugo y el garrote. Yo les dije que esperaran un momento, que se lo iba a comunicar al presidente. Lo llamé a su vivienda, que estaba arriba de la Audiencia, le conté que el ejecutor ya había regresado con la Policía y que estaba todo en condiciones, y me mandó decirles que se podían retirar y que muchas gracias. «Y al ejecutor le dice usted», me comunicó, «que pase y que ordene sus cosas». Salimos ya a la calle y me dijo el verdugo: «Vamos a tomar un cafelito». Nos fuimos a la estación de autobuses, tomamos un cafelito y me dijo: «Vamos a comprar la prensa». Y en la prensa pues ya venía la noticia de la ejecución. Lo que ocurre es que se publicó que el ejecutor era de Badajoz, y él me comentó: «No son embusteros. Dicen que ha sido de Badajoz, y he sido yo, Pepe». Claro, yo le pregunté: «¿José, pasaste miedo o algo?». «¡Qué va! Las que me echen», me dijo. «Pasé un poco de apuro», añadió, «porque al poner el garrote, la víctima tenía el cuello muy pequeño, y al darle con el tornillo no se abrazaba con la anilla delantera». Tuvo que quitar el garrote, liarle con una cuerda un trozo del saco donde llevaba el aparato para hacerle un ajuste, para que llegara al cuello, y ya lo hizo. Ése es el trozo de saco que el garrote tiene todavía puesto. Este cacharro está igual, igual que tal como lo trajo». Yo le dije: «¿Y te pusiste capucha o algo?». «Ni capucha ni na», me respondió. Porque en la caja donde llevaba el garrote iba una capucha de ésas que sólo se ven los ojos y echada para atrás. Este hombre podía tener 61 o 62 años cuando murió, hace ahora uno o dos años de eso. Era casi de mi edad. Cuando se publicó que el ejecutor era de Badajoz, era para camuflar la historia, claro. Pero la última ejecución que se hizo en España con un garrote fue con el que está todavía en la Audiencia de Sevilla y con un verdugo de Sevilla, aunque se llevó a cabo en la cárcel de Tarragona. Poco después se abolió la pena de muerte, y ya no se ejecutaron a más personas en España por garrote. A mí, cuando el presidente de la Audiencia me dijo al principio que yo tenía que ir con él a Tarragona, no me hizo ninguna gracia. Imagínate. El verdugo no tenía otra posibilidad, estaba obligado, pero yo no pintaba nada allí. La prueba de que él tenía que ir era que, hasta para ir al servicio, iba detrás un guardia. En todo momento, hasta que me lo dejaron otra vez en la Audiencia, no lo dejaron libre ni un instante. Ellos salieron en la ranchera de Sevilla, llegaron a la cárcel, ejecutaron y se volvieron. El verdugo se llamaba Pepe, Pepe Moreno. Vivía en Nervión. Era bajito, con la cara ancha. Su único trabajo era éste. Él venía todos los meses, le pagaba el habilitado y se marchaba. Nadie, salvo yo y el habilitado, Antoñito, sabíamos qué era. Los días que venía a cobrar, me llamaba a casa y me decía: «José, vamos a tomar un café». Yo charlaba mucho con él. La primera y única ejecución que él hizo fue ésta, la de Tarragona. Mira, ni su mujer sabía que él era verdugo. Su profesión decía que era la de viajante. Cuando nos fuimos de su casa aquel día, la mujer le preguntó que qué tiempo iba a tardar, y él le contestó que no lo sabía, que tenía una entrevista en Barcelona. Y ya está.» 4. Historias de vida para la prensa dominical Desde entonces, el protagonista real es un personaje que el propio periodista ofrece al lector. No inventándolo, sino rescatándolo de la realidad, del momento fugaz del encuentro. No todo queda grabado en la cinta de casete. El periodista debe traducir al papel impreso ese rastro que se pierda en el documento oral y que sólo un buen rastreador de perfiles humanos es capaz de rescatar y de conservar para siempre en la prensa. En España, estas historias de vida sólo las podemos encontrar en los suplementos dominicales de los diarios. En ocasiones, el redactor las agrupa temáticamente bajo un mismo título, con una entradilla e introducción comunes. A partir de ahí, reproduce a continuación las distintas historias de vida, autónomas unas de otras pero entrelazadas para que el lector pueda conocer distintas experiencias. Un ejemplo es el publicado por Ignacio Carrión en «El País Semanal» el día 29 de abril de 2001, páginas 52 a 59, con el título «He sido maltratada». La propia actualidad, desgraciadamente, empuja al periodista en este caso a seleccionar el tema. En la entradilla, ya lo apunta: «Cada semana, una mujer muere en España asesinada por su marido, compañero o novio. Seiscientas mil españolas confiesan haber sufrido malos tratos alguna vez en su vida. Éste es el testimonio de seis de ellas, refugiadas en una casa de acogida, de sus miedos y esperanzas». En la introducción, Carrión describe la casa, con una capacidad para 36 personas, dependiente de la Junta de Andalucía, y cuenta cómo viven las mujeres acogidas en ella. A continuación, recoge los seis testimonios de mujeres maltratadas. La que reproducimos es la historia de vida de Rocío Santos, 40 años de edad, casada, con tres hijos y nivel socioeconómico bajo. Éstas son sus palabras: «Me pega y luego llora. Así ha sido el infierno. Llevo 23 años pensando en dejarlo. Hasta que al final, en enero pasado, di el paso. Antes me iba y volvía. Ahora no quiero volver. De novios me trataba mal. Pero sólo al casarnos empezó a pegarme. Tenía que seguirle la corriente cuando se ponía nervioso. Me decía que lo habían maltratado cuando se quedó huérfano y lo metieron en un colegio siendo pequeño. Su frase preferida era: ‘Yo no quiero a nadie, no puedo querer a nadie’. Ha sido preciso irme. Se quedó con él una de mis dos hijas gemelas. La otra se fue con una tía. Me llamó la que estaba con él y me dijo que le había pegado un puñetazo en la boca. Después de ese golpe, ha venido a vivir conmigo. Lo ha denunciado. Yo misma he puesto muchas denuncias, pero luego he ido a retirarlas, por miedo, por lástima. Me amenazaba con matarme. Me he tenido que poner en tratamiento psiquiátrico. Y él buscó a otra mujer a través de una agencia matrimonial. Una vez me tiró sobre la acera, en la calle. Me pateó. Una vecina me llevó a su casa. Pero en casa, luego de pegarme, me violaba. Lo suyo era que me pegara a las cinco de la tarde, y por la noche, cuando venía a casa, me violaba. Una noche me sacó un cuchillo. Le dije: ‘Por favor, vamos a separarnos’. Su respuesta fue tirarme a patadas de la cama. Salí descalza y en pijama a la calle. Era el 31 de diciembre. Había gente celebrando el fin de año. Unos jóvenes avisaron a la Policía Municipal. La pareja, un hombre y una mujer, subieron al piso conmigo para que recogiera mis cosas. Me trajeron a un convento y, al día siguiente, fui a la casa de acogida, donde estuve un mes y medio. Estaré en él hasta el juicio. No me cobran nada. No podría pagar. Trabajo haciendo limpieza seis horas en una casa. No tengo nada, aunque la mitad de la casa en la que se quedó mi marido es mía. Pero me ha dicho que antes que dármela, la quema y me mata. Tengo mi coche allí. Tampoco me lo puedo llevar. Trabajé siempre y le daba el dinero. Me obligaba a hacerle incluso las cuentas de mis pequeños gastos. Me pegaba y decía que lo hacía porque yo era mala y lo merecía. Y acabé creyéndolo. Ahora veo que he sido maltratada injustamente. Y que la injusticia sigue: él está allí y yo en la calle. Prefiero que no sepa dónde estoy. Quiere quitarme a la niña, la de ocho años, la que está conmigo. Lo último que me ha dicho es que como entre por mi culpa en la cárcel, me mata. Y lo puede hacer. Por eso no quiero que sepa dónde estoy. Toda la vida me ha hecho sentir culpable. En dos ocasiones he visto la muerte muy cerca. Pero creo mucho en Dios y en mis hijas. Espero el juicio dentro de cuatro meses. Con mucho miedo.» (Recibido el 22-2-2001, aceptado el 2-3-2001) Notas: |
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