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-Revista de Estudios Sociales-Revista No 01|<i>Colombia: la otra figura de occidente</i>
       
 

 

ISSN (versión en línea):1900-5180
 

res@uniandes.edu.co

 
 
   
Para citar este artículo Revista No 01
Título: Colombia: la otra figura de occidente
Autor:Alcira Saavedra Becerra [*]
Tema: Temas Varios
Agosto de 1998
Páginas 69-71
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InicioRevista No 01
Colombia: la otra figura de occidente

Alcira Saavedra Becerra [*]

Otras voces


RESUMEN

Este ensayo es justamente eso: un intento de decir, a la manera del lenguaje, lo que le ocurre a Colombia. No se trata entonces de problemas ni soluciones; se trata de lo que le llega a ocurrir en el decir a Colombia cuando incumple la manera de pensar y de saber de Occidente. En este sentido, es también el esbozo de una pretensión intelectual: abrir en la Universidad y en el Departamento de Lenguaje, Lenguas y Culturas, un espacio de reflexión sobre nuestra propia forma de ser y de existir en el lenguaje, para comenzar a educarnos en nuestra especificidad cultural.

PALABRAS CLAVE

Colombia,Sociolingüística,Lenguaje y cultura,Filosofía colombiana

Colombia: La otra figura de occidente

Cuando el orden de saber occidental se definió por la distancia entre las palabras y las cosas, Colombia quedó al margen; se miró en él y se olvidó del resto; también recorrió sus caminos y se extravió. Fue el principio del desorden: las palabras se mezclaron con las cosas y las cosas cambiaron de sentido. La confusión nos ocurrió.

¿Cómo hablar de Colombia desde el lenguaje o desde la lengua? ¿Cómo decir lo que le ocurre cuando es el decir lo que cuenta? ¿Cómo contar lo que le pasa desde un lugar improbable o impropio, ex céntrico tal vez, porque hablar de ella o sobre ella, aquí, tiene que ver antes que todo con cómo decir o cómo hablar?

Colombia habla, pero lo hace de cualquier manera; es su forma de ser -hablar al mismo tiempo y en el mismo espacio es su manera de pensar y de saber con precipitación y sin medida; sin objeto y sin finalidad; sin ningún orden y sin razón.

Lo que intentamos delinear aquí, en el trayecto de estas frases quizá desconcertantes y atrevidas, es un orden de saber: el que nos coloca en el límite de Occidente; el que nos hace, siendo los mismos, no ser idénticos; el que nos explica en realidad: Colombia articula las cosas, las dice, habla de ellas o sobre ellas, pero en un desorden tal que, al final de lo que dice, no se sabe sí son cosas o son sólo palabras -las que dice-
.
Hablar de Colombia desde el lenguaje y desde la lengua -su lengua- es tener que afirmar sin reservas un hecho: en Colombia es el desorden del decir lo que da sentido a las cosas. Afirmación sin duda extravagante y escandalosa para Occidente que, desde la regulación platónica del pensar y del decir, siempre ha querido el saber de las cosas en la certeza del orden objetivo. Pero en Colombia la certeza falta; en Colombia las cosas se dicen y se piensan de cualquier manera, en cualquier parte y en cualquier momento, en la indiferencia total de la disposición objetiva que Occidente les ha dado. En Colombia esa disposición no cuenta, porque nunca ha tenido lugar: pensamos las cosas y queremos decirlas, pero todas al mismo tiempo y en el mismo espacio; las decimos con precipitación y desmesura; en exceso y en desorden; dispersas en todos los sentidos del decir y del hablar. Eso, para el pensar y el saber de Occidente, es pervertir el orden natural de las cosas y dejarlas al arbitrio -a la lógica heterogénea y contingente del hablar-; es confundirlas y perderlas en el hablar; es hablar para no decir nada; al menos, nada definido ni definitivo; nada objetivo. Eso, para el pensar y el saber de Occidente, es extraviarse en el decir y confundir el saber; es dar lugar al sin sentido y equivocar la razón. Somos la razón equivocada de Occidente, su pensar desordenado, su saber esparcido; somos su falta de objetividad.

Occidente lo dice: el orden objetivo del pensar y del decir se corresponde con el orden natural de las cosas. Es el principio de la verdad. Colombia lo contradice: más acá de esa disposición del saber occidental que programó el decir y el pensar en un orden de articulación objetiva, como garantía del postulado del orden natural, y separó las palabras y las cosas para asegurar la transparencia de la verdad, está Colombia y su orden imprudente que llega a abolir las distancias y a deshacer el orden natural: ahí donde Occidente, en su afán de proteger la verdad del azar y la contingencia, instaló la lógica del objeto y su sistema de diferencias binarias que repartió el decir, el pensar y las cosas en un orden de prioridades y dependencias representativas -el decir representa el pensar que representa la realidad-, Colombia, sin afán ninguno, ha puesto en juego la lógica de la indiferencia y la indistinción; de la confusión y el desorden representativo que lleva al abismo la verdad y la revoca sin más: contradiciendo la instancia racional del saber que quiere que las cosas se piensen y se digan unas después de otras para que lleguen re-presentadas en el orden propiamente dicho de un objeto propiamente pensado y dicho, Colombia las somete -en el decir y en el pensar- a una precipitación -un desencadenamiento- tal, que borra sus límites representativos y no deja tiempo para pensarlas de manera definida, ni lugar para decirlas en forma objetiva. Colombia ha escogido el desorden para darles sentido a las cosas -y es un desorden desmesurado, una aglomeración voluminosa, una articulación acelerada y sin relevo que anula sus contornos definidos y les hace perder el oriente de su condición objetiva-. Por eso no somos idénticos a Occidente, porque, en el des-conocimiento de sus postulados y sus disposiciones, Colombia se permite practicar las cosas -pensarlas y saberlas- en cualquier sentido. Por eso también, para el pensar de Occidente, somos la disposición indiferente de sus cosas; la precipitación de sus ideas; la dislocación de sus palabras, y su saber en sentido indefinido: antes de tiempo y fuera de lugar, pensamos y decimos las cosas sin la distancia adecuada que Occidente ha querido para las ideas que las representan y las palabras que las dicen, y terminamos entre las unas y las otras en la indiferencia y la indefinición. Entre las ideas, las palabras y las cosas en Colombia no hay nada, una promiscuidad y un mestizaje sin lógica del objeto ninguna, que hacen que las cosas circulen sin límites definidos, las ideas vaguen sin finalidad y las palabras signifiquen en todos los sentidos. Y eso, porque en Colombia lo que cuenta es la lógica del decir y del hablar.

Ni orden natural de las cosas, ni pensamiento objetivo; ni lógica binaria, ni ideas definidas, en Colombia las cosas se piensan y se saben al azar en el orden propiamente dicho del decir y del hablar; en articulación interminable y circulación indefinida; en forma vertiginosa y desbordante: en Colombia, el pensar y el saber se hacen en el sentido del decir propiamente dicho, no en el de su orden objetivo: si en Occidente, en su coherencia ideo-lógica-logocéntríca, el decir se ajustó -lógicamente- al pensar -como soporte formal, como representación esquemática-, para mantener el orden y asegurar la comparecencia objetiva de las cosas, en Colombia se renuncia al orden, se revoca la instancia definida del saber, y se ajusta sin reservas el pensar al decir -al hablar-. Eso, con absoluta certeza, es otra lógica -la de la arbitrariedad y el libertinaje; la de las cosas inverosímiles y el sentido imprevisible; la del simulacro y la simulación, Sin contar con las ideas ni con las cosas, Colombia piensa y sabe, en el orden libertino del decir y a medida arbitraria del hablar-. Es el revés del orden objetivo de Occidente porque es el fin de las cosas que se piensan definidas y la llegada de las cosas que se hacen al azar en todos los sentidos, en la lógica imprevisible" y ocurrente del discurrir. En Colombia es el desorden lo que da sentido a las cosas: al ajustar el pensar al discurso, Colombia levanta la lógica que da el sentido en el sentido de la objetividad, e instala la libre circulación de las cosas en un sentido u otro del hablar.

En Colombia no es la lógica del pensar ni del saber occidental lo que cuenta; es la lógica del decir y del hablar-la que permite articular las cosas en distintas formas a la manera propia del discurrir-. Y es ahí el pensar que se hace sobre la marcha y el saber con esparcimiento en contrabando de la racionalidad. En Colombia la racionalidad se escamotea en el orden de un pensar y de un saber que ocurren al mismo tiempo que transcurren, en el decir y en el hablar, sin lógica de razón y sin orden objetivo Por eso somos lo otro de Occidente -la contravención de su racionalidad, de su entramado categorial, y el pensar y el saber en discurso abierto a todos los posibles-. Por eso también, hacemos las cosas que hacemos -en el orden de lo excéntrico y lo inverosímil-: hemos 'enredado las cuentas de la realidad" y la suma es un vértigo de cosas imposibles e impensables en el saber occidental: unos trapos embarazados que le dan la vuelta al mundo, una hostia en las manos de cuatro candidatos, un trasero descubierto en una universidad, unos guerrilleros de mentiras ¿o de verdad? para  los sábados felices, una enfermedad presidencial que se va de paseo al Canadá, unas Cooperativas que quiebran por exceso de fondos, un multiculturalismo en el aire, un colombiano al que se le "respeta su identidad cultural" y se le niega la tutela de la leyes "blancas", una ausencia de educación que se castiga con cuarenta años de prisión, unas toneladas de basura que nadie encuentra, una entrevista presidencial fantasma, unos trescientos mil empleos al final de un mandato, un discurso pinocho y otro, un cadáver exhumado para recibir honores por televisión, un gallo preso, una de paz negociada con un muerto.

Somos el surrealismo en realidad de Occidente; su figura desmedida; su metáfora abismal.

Sobre todo cuando hablamos por hablar; cuando lo hablamos todo en el sentido de lo que se nos ocurre, de lo que se nos viene a la expresión al azar del decir, sin contar con lo que hemos dicho, ni calcular lo que decimos o si lo que decimos cuenta, lo que cuenta es hablar y lo hacemos. Sin nada definido qué decir, hablamos por hablar.

Occidente nos previene: hablar por hablar; hablar para no decir nada -la otra posibilidad del lenguaje-; su simulacro y su trampa; su simulación y su engaño -su seducción-. A veces los colombianos hablamos y nos dejamos llevar: es el dominio del decir sobre lo que se dice -la dictadura del hablar sobre lo que se habla-, y la llegada de todos nosotros en todos los sentidos; entonces, todo nos llega a ocurrir -desde un multiculturalismo en el aire hasta una conversación de paz con un muerto-ahí, toda explicación es inútil, todo orden de razón imposible, todo modelo exterior improbable; somos lo que no se explica: dar razón de lo que le ocurre a Colombia a partir de una lógica inoperable entre nosotros, es una labor condenada a la inutilidad. Lo que le ocurre a Colombia, sólo nos ocurre a nosotros -se nos ocurre-. Colombia es un lugar de ocurrencias y las ocurrencias ni se explican ni se fundamentan, se dicen y ya está: ¿se nos ocurre la ley 100? -sin medios que la sostengan-; ¿se nos ocurre la eutanasia?-sin ninguna reflexión-; ¿se nos ocurre el medio ambiente? -sin estudio y" sin nosotros-; se nos ocurre la cultura y la volvemos legislación.

¿Qué le ocurre en realidad a Colombia por disponer un orden de saber fundado-en la lógica del lenguaje, y no en la lógica del objeto como lo dispone Occidente?

Le ocurren muchas cosas; aquí y ahora, esa manera de hablar por hablar que esparce la evidencia del saber y desborda la objetividad del pensamiento, y en la que las cosas no sólo se extravían y se pierden,? también se gastan antes de ocurrir. Eso es lo que, ahora y aquí, nos pasa: a fuerza de ser como somos -al extremo de palabras que llegan a nada y discursos a ninguna parte, nos estamos gastando a Colombia-. Nos hemos abismado tanto en el decir que la hemos comprometido en una espiral inflacionaria de palabras y discursos que en lugar de tener sentido se lo gastan todo Y el gasto es enorme:

Nos gastamos la Constitución envejeció de nueva y se agotó en cositas nos gastamos la Justicia -entre Palacio, mafia y dinero, acabó sin rostro-; la social por lo demás, en estado terminal; nos gastamos la educación por no tener ideas y nos gastamos la cultura por no tener educación; nos gastamos la salud de tanto usarla -o de gastarla-; nos gastamos los deberes y los derechos -los humanos nos miran de muy cerca y de muy lejos-; nos gastamos la honestidad en altos intereses o en bajos-; nos gastamos el petróleo y el medio ambiente; nos gastamos los ríos y las plantas; nos gastamos el himno porque de tanto repetirlo se desgasta; nos gastamos a nosotros y nos gastamos a Colombia; entera, a los niños y a los jóvenes, porque nos estamos gastando la paz. De tanto hablarla por hablarla, hace tiempo -mucho tiempo- Cien años de soledad, quizá, que anda extraviada entre la realidad y la ficción entre la verdad y la mentira, entre la vida y la muerte, nos estamos gastando a Colombia.

¿Y por qué, en su lugar, mejor no nos gastamos la guerra?

Porque también ese modo de ser y de| existir entre las palabras y las cosas que nos lleva a ordenarlas sin distancia a pesar de la razón, puede ser nuestra más grande probabilidad: en el límite de Occidente -de ese sistema ideológico- logocéntrico que siempre se ha creído más antiguo que su edad y ha pretendido darse como única instancia válida del saber, somos, a pesar de todo, lo otro -la otra posibilidad del decir y del pensar-: cuando el pensar ocurre al  mismo tiempo que transcurre, cuando se piensa en el decir, algo se precisa en el orden del saber: las cosas no se expresan, se hacen a medida del discurrir; otra manera de decir, que las cosas no tienen sentido antes y fuera del lenguaje. Esta precisión tiene, sin duda, consecuencias catastróficas para el orden objetivo de Occidente: si las cosas sólo tienen sentido en el lenguaje; si es el lenguaje en realidad el que las hace y les da el sentido para significar, la objetividad no es un orden natural, es tan sólo un simulacro; en realidad, la más monumental y eficaz simulación del lenguaje; su más cumplida performación: tomar distancia y darse en objetos -su discurrir ideal, su figuración perfecta-; pero figuración y simulacro al fin y al cabo, no su adecuación transparente al pensar como Occidente ha pretendido hacernos creer. El lenguaje no es uno sino muchos y el orden objetivo tan sólo una de sus formas de ser -la que le permite figurar el pensamiento en el sentido de un objeto ideal en qué pensar-. Por eso las ideas no se tienen, se forman y se hacen en el recorrido del decir y del hablar; por eso no hay ideas ni infalibles ni eternas, ni tampoco ideologías que no se puedan abolir o revocar. Sólo hay ideas que llegan en el discurriry se practican en su pertinencia cultural o se dejan o se gastan sin más, por inutilidad. Por eso también podemos -y debemos- gastarnos la guerra -en sus efectos destructores, aniquilantes y fatales, el horror del horror de las ideas-; la construcción -o destrucción- del pensar y del decir más insensata. Si nos ponemos a hablar como lo hacemos, todos al mismo tiempo y en el mismo lugar, seguro que acabamos con ella. Tal vez así podremos empezar a construir la paz, la nuestra; tal vez así sus palabras., las nuestras, tendrán lugar igual que un hecho. Porque cuando nosotros renunciamos al orden objetivo de Occidente para pensar sobre la marcha, en el orden y a medida del discurrir, abrimos para el saber, el nuestro, muchos posibles; entre ellos, el de construir ideas en la forma y a la medida exactas de nuestro modo de ser y nuestra propia necesidad. El problema, claro está, ahora y aquí, en Colombia, es que aún no las sabemos hacer o las hacemos de cualquier manera. No hemos comprendido todavía que el verdadero lugar del saber es el lenguaje y que ser y existir en él, como nosotros lo hacemos, es ser y existir en la probabilidad de pensar lo impensable y de dar lugar a lo inesperado, al verdadero acontecimiento en las ideas o en otros probables de sentido -no sólo ideas hace el lenguaje. Por eso ya es hora de comenzar a aprendernos, a sabernos en nuestro modo de ser y de existir, para asumirlo en toda la dimensión probable de su hecho y su sentido. Por eso ya es hora de empezar a educarnos en nuestro propio modo de pensar y de saber.Tal vez así no tengamos que explicarnos inútilmente con otras ideas; tal vez así no tengamos que importarlas y creérnoslas; tal vez así lleguemos a tener lugar en realidad -Colombia, el otro posible de occidente. Si, somos su figura desmedida; también podemos ser su otra probabilidad.





[*] Profesora del Departamento de Lenguajes y estudios socioculturales, Uniandes.«« Volver

   
 

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