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HISTORIA CRITICA |Revista No 38

Facultad de Ciencias Sociales
Departamento de Historia

Revista Historia Crítica
Fundada en 1989

 

ISSN (versión en línea): 1900-6152

 

hcritica@uniandes.edu.co| Bogotá D.C.-Colombia

 
   
Para citar este artículo Revista No 38
Título:“Ciudadanos de un Pueblo Libre”: liberalismo popular y raza en el suroccidente de Colombia en el siglo XIX
Autor:James Sanders
Tema: Objetos y mercancias en la historia (I)
Mayo - Agosto de 2009
Páginas: 172 - 203
 
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InicioRevista No 38
“Ciudadanos de un Pueblo Libre”: liberalismo popular y raza en el suroccidente de Colombia en el siglo XIX

James Sanders

Tema Abierto



RESUMEN

Este artículo investiga cómo las clases populares, especialmente los afrocolombianos, crearon una alianza con el Partido Liberal en la región Cauca de Colombia, durante el siglo XIX. Los afrocaucanos negociaron con los dirigentes de la élite de Partido Liberal, intercambiando sus votaciones y su servicio como soldados en las guerras civiles de la época por una variedad de beneficios sociales, económicos y políticos, incluyendo la abolición de la esclavitud, acceso a los ejidos, la reducción de los monopolios de aguardiente y la obtención de la ciudadanía. Los afrocaucanos redefinieron el sentido de la ciudadanía también, imaginando una visión de liberalismo popular con más énfasis en nociones potentes de libertad y igualdad, distinto de las concepciones de las élites Liberales. En los años setenta, sin embargo, la alianza se empezó a romper cuando la élite Liberal rechazó cambiar el sistema de haciendas y se negó a conceder derechos de tierra a sus partidarios populares

PALABRAS CLAVE
Ciudadanía, liberalismo popular, raza, esclavitud, afro-colombianos, nación, guerras civiles, Colombia.


“CITIZENS OF A FREE PEOPLE”: POPULAR LIBERALISM AND RACE IN NINETEENTH-CENTURY SOUTHWESTERN COLOMBIA

ABSTRACT

This article explores how popular classes, especially Afro-Colombians, created an alliance with the Liberal Party in the Cauca region of Colombia during the mid-nineteenth century. Afro-Caucanos negotiated with elite leaders of the party, trading their votes and service as soldiers in the civil wars of the era for a variety of social, economic and political gains, including the abolition of slavery, access to commons, the reduction of aguardiente monopolies, and obtaining the status of citizens. Afro-Caucanos also redefined citizenship, imagining a popular liberalism in distinct ways from the conceptions of Liberal elites, investing it with more powerful notions of liberty and equality. In the 1870s, the alliance began to fracture as elite Liberals refused to break the hacienda system and grant land rights to their popular supporters.

KEY WORDS
Citizenship, Popular Liberalism, Race, Slavery, Afro-Colombians, Nation, Civil Wars, Colombia.


James E. Sanders

Licenciado en Historia y Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Florida, Doctorado en Historia de la Universidad de Pittsburg, Estados Unidos. Desde 2003 se encuentra vinculado al Departamento de Historia de Utah State University, Logan, Estados Unidos. Sus intereses investigativos se centran en la política popular decimonónica y las interacciones entre América Latina y el mundo atlántico. Su primer libro Contentious Republicans: Popular Politics, Race and Class in Nineteenth-Century Colombia fue publicado por Duke University Press en 2004. En 2005 ganó el premio James A. Robertson del Conference on Latin American History (dado cada año al mejor artículo publicado en el Hispanic American Historical Review) por “Citizens of a Free People: Popular Liberalism and Race in Nineteenth-Century Southwestern Colombia”. Su proyecto actual consiste en las visiones de modernidad y republicanismo en Colombia y México durante el siglo XIX. Un ensayo preliminar surgido de este proyecto fue publicado recientemente: “Atlantic Republicanism in Nineteenth-Century Colombia: Spanish America’s Challenge to the Contours of Atlantic History”, Journal of World History 20 (March 2009): 131-150. james.sanders@usu.edu


“Todos los que pertenecen al partido liberal en el Cauca son gente del pueblo bajo (como generalmente se dice) i negros”, aseveraba en 1859 una carta escrita por Juan Aparicio, un político local que había tomado la nada envidiable responsabilidad de reclutar a esas mismas clases bajas para que apoyaran al nuevo Partido Nacional del poderoso caudillo Tomás Cipriano de Mosquera. Aparicio intentaba explicar el fracaso en su cometido arguyendo que “esta clase de jente no da oido a ninguno que no sea de los de su partido”[1]. ¿Cómo un partido -controlado a nivel nacional por hombres blancos ricos- había llegado a asociarse con negros y pobres en la región caucana de la Colombia suroccidental? O, más precisamente, ¿cómo los afrocolombianos y otras gentes “bajas” llegaron a transformar en “su partido” organizaciones políticas de la élite? En el Cauca los afrocolombianos regateaban y negociaban activamente, hasta el punto de identificarse con el Partido Liberal como vehículo a través del cual incorporarse a la vida pública y política e incrementar su condición social y material. Tal alianza subsistió llanamente por tres décadas, desde los fnales de la década de 1840 hasta las postrimerías de la década de 1870.

Durante este período, tanto los liberales populares como los líderes del Partido continuamente negociaron los medios y los términos de esa asociación. Esta negociación germinó de y se centró en el tema de la institución de la esclavitud, pero pronto incluyó cuestiones de tierra, derechos y ciudadanía. Muchas de las transformaciones políticas y las guerras civiles del período dependieron de las dinámicas sociales generadas por el alistamiento de los negros en el liberalismo popular, un fenómeno que democratizaría significativamente el republicanismo colombiano. Eventualmente, los destinos de los afrocolombianos y del Partido liberal llegarían a estar tan estrechamente entrelazados que, especialmente para los conservadores, liberalismo y negritud se tornan sinónimos.

La historia de los afrocaucanos discurrió en un ambiente tanto postcolonial como en uno de post-emancipación, a medida que los esfuerzos iban obteniendo frutos. Con un énfasis tal vez mayor que el revelado por el trabajo pionero de Rebeca Scott para Cuba, en Colombia los esclavos y las comunidades manumitidas jugaron un importante papel en el proceso de la abolición[2]. Este enorme esfuerzo está intrincadamente ligado al ideal afrocolombiano de obtener plena ciudadanía por medio del liberalismo popular[3]. Muy temprano en el siglo, los descendientes de africanos lograron, por momentos de una manera marcadamente total, apropiarse del ideario liberal. Ada Ferrer subraya la particularidad de ejércitos multirraciales en las guerras de Independencia cubana, pues ejércitos similares surgieron en Colombia casi medio siglo antes y, aunque aquí no alcanzaron la integración de los de la isla, sí jugaron un papel igualmente importante en el desarrollo nacional de Colombia[4]. Durante los siglos XVIII y XIX, al lado de muchos de sus compatriotas embarcados en luchas similares a través del continente, los afrocolombianos hicieron parte de un movimiento pan-atlántico, que interpretó a su manera el liberalismo y el republicanismo[5]. El liberalismo, el republicanismo y la democracia no fueron creados solamente en los salones y las casas de gobierno de Londres, París o Filadelfia; también salieron a la luz en las calles y los alrededores rurales de Cap François, la Habana y Cali.

La alianza que se desarrolló entre las élites liberales caucanas y los liberales subalternos exhibió tres dimensiones: primero, era una negociación sobre las estructuras sociales, políticas y económicas de la región; segundo, era un soporte tanto militar como político que hacía que el Partido Liberal fuera imbatible en elecciones y en guerras civiles, cuando no estaba internamente dividido; y tercero, era la confluencia del concepto liberal de ciudadanía con la apropiación de tal identidad por parte de los afrocolombianos. Aunque un recuento pormenorizado de esta historia comenzaría con las guerras de Independencia, la asociación de los afrocaucanos y el liberalismo se cristalizó hacia 1850 con la emergencia del Partido Liberal y la lucha final en contra de la persistente mancha de la esclavitud.


1. Formas cotidianas de formación de partido

Durante los turbulentos años de 1850 y 1851, los afrocolombianos de Cartago (una ciudad en el norte del Cauca) se reunieron en la Sociedad Democrática local -un club político liberal novedoso- a esperar el correo de la capital, anticipando la noticia de que la esclavitud había sido abolida[6]. En el verano de 1851, dos años después de la posesión del presidente liberal José Hilario López, el Partido Liberal parecía preparado para satisfacer sus promesas y poner fin a la propiedad sobre seres humanos en Colombia. Los cartagueños, una mezcla de esclavos y hombres libres, esperaban comprobar si las palabras que circulaban continuamente desde la victoria liberal -libertad, igualdad, república, democracia- adquirirían algún significado para ellos. El Cauca estaba hace largo tiempo bajo control conservador y grandes haciendas dominaban el paisaje del valle y las zonas altas meridionales, interrumpidas en el Sur solamente por los resguardos indígenas (posesiones comunales protegidas), y las todavía no ocupadas montañas del Quindío en el Norte[7]. Los afrocolombianos habitaban a lo largo de la costa pacífica, donde la minería del oro todavía era importante, y en el valle central donde trabajaban en haciendas y minas. A comienzos de 1850, un geógrafo local estimaba que los negros y los mulatos constituían el 60.4 por ciento de la población, mientras que en 1851 el censo reportó el 34.8 por ciento[8]. Un observador extranjero afirmaba que en el Cauca había 5/6 de negros o mulatos[9]. Aunque hoy se piensa que los descendientes de africanos se concentraban y concentran en la región costera, el Valle del Cauca también era un espacio esclavista y contenía un buen número de negros libres y de mulatos[10]. Hacia 1850-51 había 10.621 esclavos con cerca de 7.614 hijos (que aunque nominalmente eran libres debían servir a los amos de sus padres hasta la edad de 18 años, y con posterioridad trabajar hasta la edad de 25 por una paga miserable)[11]. En realidad el Cauca, donde se había concentrado la mayor cantidad de mano de obra esclava, permanecía siendo el centro de la esclavitud en Colombia[12].

Los hacendados conservadores no sólo poseían la mayor parte de los esclavos de la región, sino que también controlaban grandes posesiones de tierra y el comercio. La mayoría de los terrenos arables estaban contenidos en grandes haciendas y el resto era cultivado por pequeños propietarios mestizos. Así, los esclavos y hombres manumitidos tenían poco acceso a la tierra, con excepción de aquella de carácter comunal (ejidos) alrededor de ciudades como Cali[13]. Para completar su dominación, la clase hacendada había asegurado el monopolio del aguardiente y el tabaco eliminando así fuentes de ingreso externas, tanto a aparceros como a arrendatarios.

Mapa No. 1 (ver PDF pag 176)

Si bien los afrocolombianos encaraban muchos problemas, y aunque la mayoría de ellos no eran esclavos, la destrucción del sistema esclavista definió las metas, las acciones y el discurso del liberalismo popular. Aunque a partir de la Independencia la esclavitud había entrado en declive debido a la manumisión de muchos esclavos que habían combatido en la guerra, a la prohibición de la trata por parte del nuevo Estado y a la ley de libertad de vientres de 1821, la institución esclavista todavía era importante económica y socialmente. Los afrocolombianos, tanto esclavos como libres, habían luchado desde los tiempos coloniales por destruir la esclavitud y asegurarse alguna independencia política y económica, con escaso éxito[14]. Durante la guerra de los Supremos (1839-42), José María Obando (que durante la mayor parte de la guerra de Independencia había sido realista y luego se convertiría en caudillo liberal) ofreció la libertad a los esclavos a cambio de participar en sus huestes[15]. Obando fue derrotado y los conservadores volvieron a obtener el control del Cauca, pero el entusiasmo de algunos negros y mulatos en retar las tradicionales relaciones de poder no sería olvidado. A finales de la década de 1840 la élite y los sectores medios del liberalismo se concientizaron de los deseos y ansiedades de sus vecinos afrocolombianos. Los liberales del Cauca estaban desesperados por encontrar aliados en su lucha contra los conservadores, que tradicionalmente habían dominado la economía y la política de la región (y eran los más grandes esclavistas). Aunque los liberales contaban con el apoyo de varias familias poderosas, la mayor parte de sus efectivos se limitaba a algunos clérigos, tenderos, oficinistas, abogados y pequeños propietarios[16]. Aunque liberales y conservadores compartían la misma agenda económica (salvo en lo concerniente a la esclavitud y los monopolios), se diferenciaban marcadamente en cuanto al papel de la Iglesia y el concepto de ciudadanía[17]. En pleno ejercicio del poder por parte de los conservadores, los liberales habían comenzado a reclutar aliados subalternos para mejorar su precaria situación, con un ojo en el juego político y otro en el campo de batalla. De esta manera, cuando Manuel María Alaix, un sacerdote afiliado al Partido Liberal, urgía al presidente López a abolir la esclavitud, no alegaba razones humanitarias o económicas sino políticas. “Los esclavos que salen de las cadenas traen a la sociedad la gratitud por el gobierno que les ha arrancado del yugo. La completa extinción de la esclavitud es la obra magna a que debemos consagrar todos nuestros esfuerzos: 27.000 hombres que pasan a ser ciudadanos algo pesan en la balanza eleccionaria”[18].

Los liberales buscaron movilizar la plebe de la región mediante tres mecanismos generales: las ceremonias públicas (sobre todo de manumisión), la Guardia Nacional y las Sociedades Democráticas. Durante el período colonial, la Iglesia, que ahora era aliada con los conservadores, era la que organizaba los eventos oficiales más importantes; los liberales se propusieron abrir los espacios públicos y volcar el poder de tales ceremonias en su favor. Para conmemorar un año de la victoria de José Hilario López, la élite liberal del Cauca organizó grandes festividades que incluyeron saludos de artillería, música, paradas, ceremonias religiosas y discursos. Los plebeyos participaron, especialmente si hacían parte de la Guardia Nacional. Así, las celebraciones liberales ofrecieron a los subalternos la oportunidad de jugar un papel muy activo en la vida social de la ciudad. Los liberales sacaron ventaja de la situación, y el eje de tales ceremonias no dejaba dudas acerca de la parte de su programa que concernía al pueblo raso. En Cali y Buga los festivales liberales concluyeron con ceremonias de manumisión en las que esclavistas de ese partido presumiblemente otorgaron la libertad a sus esclavos[19].

Aunque los afrocolombianos no estaban particularmente impresionados por la liberación de uno o dos esclavos mientras la mayoría continuaba estando sometida, tales ceremonias sí comenzaron a reforzar en las mentes la asociación entre emancipación y Partido Liberal. A medida que las Juntas de Manumisión (las instituciones que supervisaban el proceso) recibían más recursos, más esclavos liberaban y lo hacían frecuentemente en grandes actos públicos para asegurarse que los afrocolombianos supieran quién era el responsable de su liberación. Uno de tales espectáculos comenzó en Cali con elocuentes discursos en la respectiva Sociedad Democrática, y terminó en la plaza central de la ciudad con la ceremonia de liberación de 46 esclavos. Después de la música y las salvas de cañón, tres esclavos previamente escogidos, portando un llamativo estandarte con las palabras Libertad, Igualdad y Fraternidad, se acercaron a la mesa de la Junta de Manumisión que los presentó con sus respectivos certificados de libertad. Cuando cada esclavo abandonó la mesa, fue engalanado con un ramo de flores sobre su cabeza por parte de mujeres liberales presentes. Una ceremonia similar tuvo lugar en Popayán el 20 de octubre de 1850 con la liberación de 32 esclavos. Después del acto, los libertos, tomados por los brazos con los activistas del partido, marcharon gritando vivas al gobierno, mientras los conservadores desde los balcones observaban con desdén[21]. Popayán, centro de una antigua aristocracia minera colonial y fortín del conservatismo y de la Iglesia, era considerada una de las ciudades más tradicionales de Colombia. Ahora, en este bastión del poder levantado con el lucro de minas trabajadas por esclavos, blancos marchaban por sus calles codo a codo con los negros.

Los liberales también utilizaron la Guardia Nacional para difundir su programa. En palabras del gobernador liberal Ramón Mercado, sus efectivos no solamente recibían entrenamiento militar sino “ejercicios doctrinales”[22]. Muchos afroamericanos aprovecharon la oportunidad para obtener una pequeña porción de poder (los guardias frecuentemente podían conservar sus armas. Después de la abolición, los conservadores acusaron a los liberales de alistar en la milicia “indistintamente” a todos los hombres liberados[23]. La Guardia Nacional era doblemente importante para los liberales en sus intenciones de movilización: primero, era un conducto de educación política, pero más importante aún, se trataba de un medio para organizar a sus adherentes en el caso eventual de que la política se extendiera a la lucha armada. La Guardia Nacional también estaba ligada a los grupos liberales más activos. Más aún, en Cali, para ser aceptado en la Sociedad Democrática se debía ser miembro de la guardia.

Las Sociedades Democráticas proveyeron el espacio social donde la élite liberal y los liberales populares comenzaron a conformar su alianza y a compartir el mismo discurso. Estos clubes surgieron en las elecciones de 1848, cuando los liberales adoptaron un estilo de campaña más enérgico. Los adherentes del candidato liberal José Hilario López hablaban libremente de lo que el mandatario debería hacer mientras estuviera en el cargo: tareas de tipo general como la libertad y la igualdad, y de tipo específico como el libre acceso a los ejidos. Un observador señalaba que los partidarios de López afirmaban que su candidato rompería “las cadenas con las que la oligarquía tiene oprimido el pueblo”[24]. Tal retórica podía ser interpretada por muchos de varias maneras, pero lo cierto es que ese lenguaje interesaba particularmente a los esclavos. Para las elecciones de 1848 en Cali se fundó una sociedad para trabajar por la victoria de López. Con posterioridad, los jóvenes liberales ampliaron sus propósitos con la perspectiva de crear una nueva sociedad a partir del pasado colonial que la Independencia no había logrado superar. Para construir esa nueva Colombia, había primero que formar nuevos ciudadanos con el fin de romper las trabas que siglos de represión colonial habían impuesto en las mentes de los miembros de las clases bajas. Se enseñaría a los pobres de Cali el programa del partido: se hablaría de liberalismo, de republicanismo y de democracia. De las masas modelarían ciudadanos[25].

Los liberales de Cali bautizaron el club como La Sociedad Democrática de Cali (a partir de un club similar fundado por artesanos en Bogotá) y abrieron sus puertas de par en par, invitando a todo el mundo, con lo cual se referían a los hombres. Tal vez para sorpresa de los liberales, y ciertamente para sorpresa de los observadores externos, los plebeyos decidieron asistir. Sin embargo, a diferencia de Bogotá, no lo hicieron sólo los artesanos, sino las clases “bajas” en general y trabajadores de las haciendas cercanas[26]. Ramón Mercado (gobernador de la provincia y orador fogoso) afirmaba que el Partido Liberal estaba “compuesto casi exclusivamente de las masas desdeñadas”[27]. Los conservadores se deleitaban subrayando que tanto el Partido Liberal como el club respectivo estaban, si no compuestos en su mayor parte por negros y mulatos, sí contaban con muchos de ellos en sus flas[28]. Años después, otro conservador afirmaba que “[…] los negros […] son los que forman las democráticas de Buga, Palmira i Cali”[29]. Los liberales comenzaron un programa de educación política para los miembros de la Sociedad. Los oradores exponían los problemas del día y los que sabían leían los diarios en voz alta[30]. Todas las semanas, liberales de élite orientaban cursos sobre el significado de la Constitución, la naturaleza de la Democracia, las leyes electorales y los derechos y deberes de los ciudadanos[31]. Pronto los sectores medios y bajos del partido comenzaron a alzar sus voces, dando a conocer los intereses populares[32].

Aunque la Sociedad Democrática de Cali era la más activa y poderosa de la región, los liberales comenzaron a crear asociaciones por todo el Cauca, especialmente en el Valle. Hacia 1851 habían fundado sociedades en Buga, Candelaria, Cartago (con más de 350 miembros), Cerrito, Florida, Guacarí, Palmira, Roldanillo, San Pedro (con más de 160 afiliados) y Toro[33]. Florida, Guacarí y San Pedro eran pequeños poblados que concentraban más de tres mil personas, demostrando que los liberales no solamente buscaban alianza con los sectores urbanos pobres[34]. En las zonas montañosas meridionales se reunían sociedades democráticas en Popayán, Puracé y Pasto[35].

Las Sociedades Democráticas proporcionaron a las élites liberales y a los plebeyos un espacio público donde construir y compartir un discurso común, surgido de las ideas populares y de élite sobre republicanismo, democracia y derechos. Los afrocolombianos habían obtenido beneficios durante la guerra de Independencia y los subsecuentes conflictos civiles, pero la intransigencia conservadora les había impedido obtener un lugar en la vida pública y política. Las Sociedades Democráticas unieron, bajo un lenguaje republicano común, a los afrocolombianos desesperados por un cambio y a los liberales en busca de aliados. Sin embargo, estos desarrollos discursivos e imaginativos sólo proveían un terreno base sobre el cual los liberales de élite y los liberales populares negociaron su alianza. La causa principal del éxito de los liberales de élite fue su firme voluntad de llegar a un acuerdo con sus aliados populares. Muchos de los intereses de los liberales de élite -abolir la esclavitud, liberar de monopolios la industria, suprimir las viejas formas de deferencia social–- coincidían con aquellos de los pobres del valle. En las reuniones de la Sociedad, los liberales explicaban lo que su administración lograría en caso de llegar al poder, y escuchaban los argumentos de los miembros. El gobernador Mercado escribía al presidente acerca del progreso que había tenido en el proceso de reforzamiento del Partido Liberal y aseguraba que las masas aún estaban bajo control. Urgía al mandatario para que presionara en el Congreso la aprobación de varias reformas clave, haciendo hincapié en la abolición, el aumento de la importancia y el tamaño de la Guardia Nacional, la terminación de los monopolios estancos (especialmente los del aguardiente y el tabaco), hacer la justicia más justa; “robustecerse el principio de igualdad” y “procurar tierras e industrias a las clases pobres”[36].

Mercado resumía el programa liberal para ganarse a las masas liberales del valle del Cauca, especialmente a los afrocolombianos: aguardiente, tierra, emancipación e igualdad social. Subsecuentemente, los gobiernos nacional y provincial comenzaron a generar leyes concernientes a la esclavitud, los monopolios, las exacciones y el papel de los pobres en la sociedad y la política en general. Las Sociedades Democráticas no sólo discutían estos problemas, sino que también actuaban para forzar el cambio político. Desde los tiempos de su creación la Sociedad Democrática de Cali discutió ardientemente la cuestión de la vigencia del estanco de aguardiente, que no sólo prohibía a los pobres producir licor, sino que además imponía un impuesto por tal privilegio[37]. Muchos de los habitantes del valle, en especial mujeres pobres, se habían embarcado en la producción y venta en pequeña escala de aguardiente; la producción de licor era una fuerte entrada económica para los afrocolombianos sin tierra[38]. Quinientos miembros de la Sociedad firmaron una petición exigiendo la supresión del sistema de estanco. Agregaban que el monopolio afectaba no solamente “la parte pobre de la nación”, sino que los métodos utilizados para hacerlo cumplir -agentes que penetraban en las casas de las mujeres pobres en busca de alambiques clandestinos- violaban sus “más sagrados derechos”. Los signatarios sugerían que los nuevos impuestos se debían aplicar a los “ciudadanos en proporción a su fortuna”[39]. La Sociedad también exigía la ciudadanía plena para sus miembros (a cuya mayoría, analfabeta y sin tierra, la Constitución de 1843 no los consideraba ciudadanos) y presionó por el impuesto progresivo. Si las peticiones no eran escuchadas, los plebeyos resistían al monopolio atacando con violencia los almacenes o boicoteando las tiendas que contaban con licencia[40]. Obligadas por la agitación popular, muchas de las provincias costeras y del propio valle comenzaron a abolir el impuesto y el gobierno nacional respondió con la eliminación del odiado estanco del tabaco[41]. En ese orden de ideas, los liberales también suprimieron muchos de los severos estatutos concernientes a la “vagancia”, que habían forzado a los libertos a trabajar para sus antiguos amos[42]. El deseo popular de controlar sus propias producciones y tenencias coincidía con la meta liberal de lograr la “libertad de industria”[43].

Aunque estas cuestiones eran importantes, la de la tierra era todavía más significativa para los subalternos pobres del Cauca. Su atención se centraba en los terrenos comunales (ejidos) de Cali que los hacendados habían comenzado a cercar alegando que eran de su propiedad. Aunque generalmente la Sociedad Democrática apoyaba las intenciones de los subalternos, lo cierto era que el problema de los ejidos iba muy despacio[44]. A pesar de los acuerdos al respecto, debido a problemas técnicos, en 1852 todavía no se había logrado que la medición de los ejidos de Cali se completara[45]. Un oficial advertía que la ciudad debía hacer lo necesario para resolver “tan azarosa cuestión [sic], i evitar así que ella sea la manzana de la discordia que producirá en adelante inmensos males al lugar, que engendrará odios eternos”[46].

Los liberales eran conscientes del problema, pero su programa ideológico, basado en la libertad económica individual, poco tenía que decir al respecto. Más aún, algunos liberales (sobre todo a nivel nacional) consideraban los ejidos, así como los resguardos indígenas, formas premodernas de tenencia de la tierra, y en consecuencia buscaban eli-minarlos[47]. Sin embargo, el asunto obsesionaba a los liberales populares y aparentemente era discutido en el interior de las Sociedades Democráticas. Un conservador observaba que había muchas habladurías entre “la plebe” sobre la “esperanza de apoderarse de las tierras de los actuales propietarios”[48]. El diario liberal El Sentimiento Popular sugería que todo acto que incrementara la desigualdad era injusto, pero que cualquier cosa que aspirara a “repartir con más equidad la herencia común entre todos los hombres es Divina”[49]. Tal lenguaje levantaba las esperanzas de los liberales populares, pero los líderes del partido, aunque fuera uno de sus objetivos, poco podían hacer para satisfacer los deseos subalternos. La tierra sería uno de los temas más polémicos entre liberales de élite y liberales populares, llegando eventualmente forzar el rompimiento. Sin embargo, todavía en 1850, a pesar de que el asunto contradecía totalmente el postulado liberal de posesión individual de la tierra, algunos liberales del valle apoyaban la existencia de los ejidos. Las inquietudes del pueblo los habían obligado a adaptar su pensamiento con el fin de satisfacer a los aliados.

Claro está que antes de 1852 la principal preocupación de los afrocolombianos no era la tierra, sino la esclavitud. En 1851 y comienzos de 1852, mientras la ley de abolición se tramitaba en el Congreso, la esclavitud también fue el tópico que más preocupó a la élite liberal, ya que se trataba del meollo de su programa, tanto en el plano ideológico como en el de aseguramiento de la alianza con los afrocolombianos. La lentitud en el trámite de la ley de abolición, sumada a la creciente militancia de las masas del valle, preocupaba tanto a liberales que habían tendido lazos de amistad con sus aliados subalternos, como a aquellos a quienes simplemente afligía la dura situación de los esclavos. Tales hombres, como el gobernador Mercado, se inquietaban además por su posición de interlocutores con el pueblo. Habían hecho ciertas promesas y la gente al parecer estaba inclinada a asegurar que los liberales las cumpliesen. Tal vez más decisivo aún, muchos habitantes del valle habían tomado el asunto en sus manos, atacando con violencia las propiedades de los conservadores. Mercado y sus amigos necesitaban algo que convenciera a las masas que había progresos al respecto y que en ningún momento habían sido traicionados. Mercado era consciente de que los habitantes del valle sentían una ansiedad particular acerca de la abolición, pues ya hacía tres años que esperaban resultados del gobierno liberal[50]. Los liberales, en consecuencia, hicieron todo lo posible por mantener la fidelidad de los afrocolombianos. El popular José María Obando, el líder rebelde que durante la guerra de los Supremos había adquirido ciertas ideas antiesclavistas, habló en Buga durante la celebración en esa población del aniversario del ascenso de los liberales al poder. Un periódico conservador se burlaba de la bienvenida de la plebe, anotando que “a la entrada de la ciudad esperaba a Obando gran número de negros i de vagos y negros”. El diario informaba con desdén que “una negra asquerosa i despreciable que llama la Maravilla” lo había abrazado a su llegada, y más adelante insinuaba que esa noche Maravilla se había introducido en sus aposentos. Obando afirmó ante la asamblea que estaba trabajando y prometió que el Congreso finalmente aboliría la esclavitud[51]. El presidente López más o menos en marzo de 1851 urgió al Congreso a actuar, alegando que los esclavos han “apetecido la libertad tantas veces aspirada en la atmósfera republicana”[52].

El programa liberal era consciente y premeditado, y el plan de aliarse con las clases bajas no era simple un capricho de algunos radicales exaltados. Aunque los liberales aspiraban a unificar una porción sustancial de los pobres que los seguían, de manera arrogante consideraban a los indios demasiado bárbaros y religiosos como para una alianza, y muchos de los mestizos pobres mantenían relaciones de clientela con los conservadores[53]. Los afrocolombianos desdeñaban a los conservadores, ya que los más grandes esclavistas (ciertamente no todos) estaban afiliados a ese partido. Así, mientras los conservadores atraían a muchos mestizos y blancos pobres, los afrocolombianos particularmente se adhirieron y abanderaron el liberalismo popular. Como lo revelaba el deseo de Alaix de cautivar 27.000 votantes fieles, los liberales pensaban que obtener el crédito de la supresión de la esclavitud aseguraría un buen número de adherentes para las futuras luchas políticas o militares.

Los afrocolombianos no respondieron pasivamente a tales ofrecimientos. Por el contrario, se apropiaron de las Sociedades Democráticas y presionaron a los liberales a proceder. La élite liberal tenía dificultades en controlar los espacios políticos que había creado. Sus aliados populares no estaban dispuestos a esperar los cambios legislativos y aprovechaban la situación para actuar por sus propios medios. No solamente obligaron a los liberales a promulgar la abolición de la esclavitud en el orden legal, sino que también desafiaron la subordinación política y social que debían a sus antiguos amos y apremiaron por la redistribución de tierras y el imperio de los derechos de ciudadanía. Los conservadores comentaban amargamente la falta de respeto que sus antiguos subordinados les demostraban y se quejaban de que los plebeyos los insultaban en las calles de Cali[54].

Grandes multitudes recorrían las calles de esa y otras ciudades gritando “vivas” a los liberales e insultando a los conservadores[55]. Las audaces acciones de los liberales populares pronto traspasaron el nivel de los gritos y los insultos. Con la mayor parte del Estado ahora en manos liberales, los liberales populares, en una ola de violencia conocida como el zurriago o el perrero, acometieron las propiedades de los conservadores esclavistas. El zurriago comenzó con la destrucción de las cercas alrededor de los ejidos de Cali, acción en la que participaron por lo menos mil personas, tanto hombres como mujeres[56]. Pronto el movimiento se extendió y la violencia afectó las propiedades de conservadores en otros lugares a lo largo y ancho del valle. Bandas de hombres, asumidos frecuentemente como esclavos o libertos, tumbaron cercas, quemaron haciendas y atacaron físicamente a sus antiguos amos y a sus familias con el propio símbolo de la esclavitud: el látigo[57]. El hacendado Ramón Orejuela se lamentaba con genuina amargura: “Estamos en la época del terror i nuestras gargantas amenazadas con la cuchilla de nuestros esclavos”[58]. Lo que sorprende del zurriago no es el miedo de los conservadores o los pronunciamientos que hacían sobre la proximidad de una guerra racial, sino la respuesta de los liberales. Claro que muchos liberales negaban sus nexos con los perreristas, refriéndose a tales acciones como simples crímenes que no tenían nada que ver con el liberalismo[59]. Otros, sin embargo, los justificaban considerando los ataques como la justa retribución por siglos de abuso de los conservadores bajo el régimen de esclavitud[60]. Por supuesto los liberales esperaban poner coto a tales excesos, pero no lo hicieron castigando a los instigadores sino intentando corregir y reorientar muchas de sus actitudes. Las negociaciones no sólo involucraban leyes o políticas, sino también la aceptación de acciones extralegales protagonizadas por aliados a los que no se podía controlar completamente.

Los conservadores temían no solamente el zurriago sino la descarada politiquería de los liberales con las clases populares[61]. En Popayán se lamentaban de cómo los liberales trabajaban para “pervertir á las gentes del pueblo”, fingiendo preocupación por ella e intentando sosegar su ansiedad[62]. Refriéndose a las Sociedades Democráticas, Julio Arboleda le escribía a su pariente, el ex-presidente Tomás Cipriano de Mosquera, expresándole su desagrado por la nueva situación -“ese espíritu de pandilla”- del cual, en su opinión, ninguno de ellos dos participaría nunca[63]. Reconocía el éxito liberal, pero calificaba con sarcasmo a los liberales populares de “bárbaros”, “malhechores” y “negros que cruzan y recruzan armados por los calles de Cali”[64]. Entretanto, el clérigo Alaix defendía a los plebeyos aliados, mientras que hacía intuitivas advertencias sobre los cada vez más abiertos planes de los conservadores de medirse con los liberales en el campo de batalla. Respondiendo a las difamaciones de Arboleda, Alaix escribía: “Esos negros manumitidos, esos ignorantes, son los mejores guardias nacionales con que cuenta la República, porque ellos no huyen el día del peligro”[65]. El año siguiente se probaría que Alaix estaba en lo cierto.


2. Guerra y elecciones

Ad portas de la abolición de la esclavitud y ante las intolerables insolencias y ataques de los liberales populares, los conservadores se rebelaron. Dado el apoyo de la élite caucana y la dominación ejercida desde la Independencia en toda la provincia, los conservadores alimentaban fuertes ilusiones. Sin embargo, no estaban del todo satisfechos. La reacción de los plebeyos había sido sorprendente, incluso para los liberales más sensibles[66]. Los liberales populares se reunían alrededor de las banderas de su partido, exhibiendo un fervor que disgustaba a la mayoría de los observadores.

Los liberales se aseguraron de que sus aliados plebeyos conocieran los designios de los conservadores: echar para atrás todo lo conseguido en los últimos años. Los periódicos de la Sociedad Democrática de Cali aseveraban que los conservadores rebelados deseaban sacar a los liberales populares de la política y asegurarse de que los monopolios sobre el aguardiente y el tabaco permanecieran. Agregaban que todos los rebeldes eran esclavistas[67]. El gobernador de la provincia, J. N. Montero, anotaba que

“los negros conocían que la revolución tenía en parte el objeto de impedir su libertad, i ya se diga que estaban dispuestos á todo punto que iban a pelear por su libertad i la de sus hijos”[68]. Agregaba que los negros a lo largo de la costa habían ofrecido dinero y ropa para apoyar las tropas que combatían a los conservadores en las provincias de Pasto y Obando[69].

A medida que los rumores de revuelta se extendían, los voluntarios liberales se reunieron rápidamente. El llamado a defender el gobierno fue respondido de inmediato: dos mil hombres se alistaron en Cali, seiscientos en Palmira, quinientos en Santander y doscientos en Celandia[70]. Las zonas donde habitaban los afrocolombianos, aquellas donde habían sido enunciadas las promesas liberales de abolir la esclavitud y acabar con los estancos y las tradicionales relaciones de poder, allí donde se había practicado el zurriago, fueron las áreas que más hombres aportaron. Mercado expresaba que eran las “sociedades democráticas que servían de base para la organización de las guardias nacionales”[71]. Los ejércitos liberales derrotaron fácilmente a los rebeldes y después, en el Norte, sometieron a los de la vecina Antioquia[72]. Hasta los conservadores tuvieron que reconocer el éxito liberal en asegurar el apoyo popular; un periodista afirmaba que el gobierno podía contar ahora con “las clases proletarias que ha pervertido”[73].

El Congreso por fin aprobó la ley que abolía la esclavitud a partir del 1° de enero de 1852 (los hijos de esclavos fueron liberados del control de sus amos el 17 de abril de 1852), lo que sellaba el pacto entre el Partido Liberal y los afrocolombianos[74]. Los liberales dejaron en claro sin ambages a quién los hombres liberados debían agradecer por ello. En una ceremonia en Almaguer, el funcionario local afirmaba “que no podía haber una verdadera República donde exista la esclavitud”. Y preguntó a la multitud: “¿Quién es el que os hizo iguales delante de la ley? El Gobierno, el Gobierno democrático de la Nueva Granada”[75]. En Barbacoas miles se reunieron para una ceremonia de emancipación. El gobernador Montero dijo a los reunidos que debían su respeto al “ciudadano general José Hilario López” que “tan tenaz i dedicadamente había luchado por asegurarles su libertad i de volverles sus derechos de hombres libres”. Montero informaba: ”Un grito unisono i prolongado lanzado a los aires por un concurso de cerca de tres mil almas, probó bien cuan hondamente estaba arraigado el sentimiento de la gratitud en todos los corazones i cuan dispuesto se encontraban todos a la defensa y sostén del Gobierno bajo cuyo régimen obtuvieron el tan soñado bien de la libertad”. La ceremonia terminó con “vivas” a la libertad, al presidente y al gobernador[76]. Los afrocolombianos eran conscientes del papel de los liberales en la emancipación. Algunos ex-esclavos y sus parientes escribieron al presidente López suplicando perdón para Montero ante las acusaciones de abusos en el ejercicio del mando. Explicaban cómo Montero los había apoyado y cómo -cuando aun eran esclavos-en cuanto hubo oportunidad había utilizado la ley para protegerlos hasta el punto de haber envenenado sus relaciones con “nuestros amos”. Afirmaban que Montero siempre había protegido “al pobre i desvalido en defensa de sus derechos”. De todas maneras, los interesados comenzaban su carta con un poderoso llamado a López (y a los liberales en general). “Habéis trabajado con ardor i a impulsos vuestros ha alcanzado la parte más desgraciada de la sociedad, que es la que hoy os representa, el bien de la libertad que actualmente goza. Vuestro nombre sagrado ya para nosotros, pasará a la posteridad bendecido y pronunciado por los tiernos labios de nuestros hijos, como el del benefactor de sus padres”[77]. Con posterioridad, hasta los conservadores habrían de reconocer que muchos caucanos habían luchado en 1851 para asegurar el fn de la esclavitud[78]. Es más, la participación de los afrocolombianos en el zurriago y en la guerra civil de 1851 podría interpretarse como una revuelta exitosa de esclavos. Aunque nos será imposible recobrar su mentalidad exacta, es evidente que el proyecto popular de la abolición operó en el marco de una alianza entre los liberales de élite y los liberales populares[79].

Ese lazo, forjado al calor de la lucha por la abolición, duraría hasta la década de 1870. Los liberales populares también presionaban por el sufragio y los derechos civiles, aunque ya habían autoafirmado su posición de facto como ciudadanos[80]. En 1853 los liberales suprimieron las trabas de analfabetismo y carencia de propiedad sobre el voto masculino, esperando (como lo expresó el clérigo Alaix) capitalizar en su favor la alianza con las clases populares. Durante las décadas que siguieron, los afrocaucanos ejercieron de manera regular su derecho al voto (lo que en el momento era algo notable cuando se lo compara con otros lugares del universo atlántico)[81]. Los afrocaucanos también se organizaban los días de elecciones para proteger a sus camaradas de la intimidación y el fraude, para mofarse de los conservadores, para vitorear a sus candidatos y en general para disfrutar de la jornada[82]. Los conservadores denunciaban que los negros y los mulatos votaban varias veces, debido a que las autoridades electorales no podían distinguirlos unos de otros. Un conservador comentaba airado que los suyos habían perdido las elecciones debido a “1.600 votos negros”[83].

De todas maneras, si bien a largo plazo el voto irrestricto de los hombres mayores de edad benefició a los liberales, a corto plazo el partido sufrió una severa crisis. Los liberales comenzaron a perder votación debido a la impopularidad que sufrían entre algunos segmentos de las clases populares, especialmente entre los pequeños propietarios y los indígenas. Otra confusa guerra civil en 1854 le habría de costar al Partido Liberal el poder a nivel tanto nacional como regional. Algunos estudiosos insinúan que el liberalismo perdió su fugaz enfoque popular después de 1854, cuando un inusitado golpe de estado (el de Melo), propinado por un grupo de liberales en contra del gobierno, dividió al partido. Una de las alas resultantes se unió a los conservadores, los que en consecuencia retomaron el poder nacional. Supuestamente, tales liberales apoyaron la reacción conservadora motivados por sus temores ante el radicalismo de las masas[84]. Ciertamente, en el Cauca, para recuperar su liderazgo social, los ejércitos conservadores tomaron ventaja de la alianza situacional con los liberales opuestos al golpe y se involucraron en una feroz carnicería para vengar los sucesos del zurriago y la derrota de 1851; e intentaron restaurar la exclusión de los afrocolombianos de la política pública anterior a 1848. Un ejército conservador ocupó el valle, persiguiendo y asesinando brutalmente a cientos de liberales populares, especialmente aquellos afrocolombianos supuestamente responsables del zurriago[85]. Un conservador le escribía a Sergio Arboleda lo siguiente: “No siento yo los desórdenes del Cauca, porque solo así se podrá limpiar ese pobre país para que sea habitable en lo venidero”[86]. A diferencia de Cuba de comienzos del siglo XX, los conservadores no competían con los liberales por el apoyo de negros y mulatos. Por el contrario, buscaban de manera violenta excluirlos de la vida pública[87].

Pero existe poca evidencia de que la mayoría de los liberales de élite del Cauca estuvieran reaccionando en contra de la participación popular en política. En general, la mayor parte de los liberales cauca-nos estaban confundidos y deficientemente informados sobre los eventos sucedidos en la distante Bogotá. En contra de los golpistas, muchos apoyaban al gobierno legítimamente elegido, aunque ello significara alinearse al lado de los conservadores. Otros apoyaban el golpe de estado, especialmente después de que el conservatismo se alzara en su contra. Los liberales populares en general estaban tan confundidos como sus aliados de élite, vacilantes ante a quién debían apoyar (aunque cuando un ejército conservador atacó Cali, muchos afrocolombianos se movilizaron para defender la ciudad, lo que los conservadores utilizaron para justificar sus persecuciones)[88]. Cuando los liberales se percataron de que los conservadores habían utilizado la revuelta para retomar el control político de la región y agredir a los liberales populares, de manera airada expresaron su decepción y frustración por el resultado de la guerra[89]. Los liberales hicieron lo posible por limitar los ataques conservadores, pero con el partido dividido era poco lo que podían hacer. Los conservadores, por su parte, pronto se encontraron una vez más a la defensiva. Liberales populares rebelados se lanzaron a los campos para impedir que los conservadores obtuvieran lo que buscaban. El liberalismo popular todavía no se olvidaba de las haciendas, donde a pesar del recurso a la autoridad jurídica y la violencia extrajudicial por parte de los conservadores, éstos encontraron casi imposible controlar la fuerza de trabajo que ya no era esclava[90].

El golpe más duro a las pretensiones conservadoras provino de sus propias filas, en la persona de Tomás Cipriano de Mosquera, que en el momento encabezaba el gobierno del Cauca. El ambicioso Mosquera anhelaba la silla presidencial, ocupada por el conservador Mariano Ospina Rodríguez. Aspiraba a reunir a todas las fuerzas del Cauca en apoyo de sus pretensiones, pero los conservadores de la región no veían con simpatía una revuelta en contra de su propio partido. Sin embargo, Mosquera estaba decidido y para obviar el obstáculo creó su propio partido, el Partido Nacional, con el que comenzó a cortejar a las clases bajas incluidos los liberales populares (aunque, como expresó lamentándose Juan Aparicio, sus primeros esfuerzos fueron un fracaso). Mosquera comenzó la apertura suprimiendo las severas leyes contra la “vagancia”, puestas una vez más en vigencia desde 1854 por los conservadores triunfantes, y prometió destinar los ejidos de Cali para uso de los pobres[91]. En Buga, Cali y Palmira el liberalismo popular se levantó de nuevo y los conservadores temieron un resurgimiento de las “democráticas”. Aunque al parecer los clubes se reabrieron sin utilizar oficialmente el remoquete, se llevaron a cabo reuniones en Cali, Palmira, Buga y Popayán, y las viejas conexiones fueron restablecidas[92]. Los conservadores temían que los liberales hubieran creado en todos los poblados de Cauca, grandes o pequeños, “latentes democráticas organizadas con el título de juntas republicanas”[93]. En Cartago los conservadores habían creado una sociedad para trabajar para las últimas elecciones; los liberales respondieron creando un club que un conservador calificó de estar enteramente conformado por “negros”, entre quienes los liberales habían distribuido armas[94]. En julio de 1859 la Sociedad Democrática de Cali oficialmente se había reorganizado[95]. Así, la derrota en la guerra de 1854 no significó el rompimiento definitivo de las relaciones entre el liberalismo caucano y las clases populares, sino un mero contratiempo temporal (si bien sangriento). Los liberales, ahora dirigidos por Mosquera, estaban listos para volver a negociar con sus aliados populares.

Mientras Mosquera planeaba y estudiaba las posibilidades que tendría una revolución contra el gobierno de Ospina, desde Cali recibió una extraordinaria petición. Más de 750 hombres firmaron o garabatearon un signo en una carta donde solicitaban que fuera nombrado Gobernador de la Provincia un joven profesor de nombre David Peña. Peña era un ardiente liberal, bastante conocido por su oratoria e inmensamente popular entre los sectores bajos de Cali y muy probablemente un mulato. La petición argüía que Peña contaría con gran apoyo y en consecuencia sería capaz de materializar “las ideas de progreso i bienestar social”, lo cual probablemente estaba relacionado con los impuestos y con la distribución de la tierra. Los peticionarios le hacían un ofrecimiento a Mosquera: “Nosotros lo acompañaremos [a Peña] en el peligro, i cuando vos, Ciudadano Gobernador, necesitéis de los vecinos de la provincia de Cali, hallaréis mas de dos mil soldados resueltos a sacrificarse en defensa del Estado”[96]. Mosquera decidió nombrar a Peña como designado sustituto del gobernador vigente, y él mismo se promovió hacia el interior del redil liberal, creando una curiosa alianza con las clases populares, quienes le habían prometido tropas para la realización de la rebelión que pretendía.

La insurrección de Mosquera comenzó en 1860, y tal como en 1851, los afrocolombianos, organizados por las Sociedades Democráticas, se alistaron bajo la bandera liberal[97]. A diferencia de las dos guerras precedentes (de 1851 y 1854), la guerra civil de 1860-1863 fue larga y sangrienta. Por lo menos al comienzo, la participación de los afrocolombianos fue intensa. Los conservadores se quejaban de que los liberales atraían combatientes con la promesa de botín en las haciendas y fincas conservadoras, una atrayente posibilidad dado el anhelo de los liberales populares por quebrar el control ejercido por esas entidades sobre la tierra. Durante la guerra, los federalistas (liberales) expropiaron los paquidérmicos latifundios de Japio y Quintero, propiedad de los Arboleda. Sergio Arboleda denunciaba que algunos liberales planeaban “distribuirlos por lotes entre los miembros del ejército que habían servido en ciertas campañas”[98]. Quizás sea innecesario decir que un plan tan masivo y radical de distribución de tierras nunca se llevó a cabo, pero por lo menos ciertos liberales lo propusieron.

La victoria en la guerra de 1860-1863 anunció un gobierno liberal en el Cauca que se prolongó por lo menos dos décadas, durante las que se apoyó en las masas para su sustento electoral y militar[99]. Los conservadores una vez más intentaron rebelarse en 1865, pero fueron fácilmente derrotados. Una guerra aún más sangrienta y prolongada estalló en 1876, pero una vez más las Sociedades Democráticas se levantaron para defender al Partido Liberal de la rebelión conservado-ra[100]. Los liberales no solamente dominaron los campos de batalla, sino la cuestión electoral. Ganaron las elecciones del período, ayudados por el fraude, es cierto, pero también por los afrocolombianos, especialmente los días de elecciones[101]. Los conservadores se quejaban de que con el “sufragio universal” las clases inteligentes y acomodadas estaban perdiendo ante las “masas democráticas”[102]. Consternados, culpaban de su fracaso a los votos de “negros manumisos” dirigidos por “uno o dos mulatos algo civilizados”[103]. Cuando la constitución de 1863 cedió a los Estados la responsabilidad de definir el derecho al voto, los liberales del Cauca retuvieron de manera irrestricta el voto masculino[104].

La participación política de los liberales populares fue más allá de los elementales deberes de votar o combatir. Durante este período, el repertorio político de los afro-colombianos se tornó extenso e innovador[105]. No solamente custodiaban y defendían las urnas electorales, sino que se involucraban en todo en todo lo relacionado con las fiestas, oraciones y desfiles que acompañaban las campañas electorales; después, se presentaban en los locales de las legislaturas para recordar a las autoridades la deuda que tenían con el electorado popular; participaban en huelgas y boicots, y a veces atacaban físicamente a sus enemigos o a sus propiedades; hacían peticiones a los funcionarios de gobierno, reclamando ciertas políticas o solicitando favores, o simplemente expresando su aprobación sobre algo; marchaban en manifestaciones públicas. En pocas palabras, los afrocaucanos de una manera constante y sistemática hacían sentir su presencia en la vida política regional[106].

Durante todo este tiempo (tal como Nancy Appelbaum lo ha demostrado) el Cauca adquirió mala fama en otras regiones de Colombia como un lugar de desorden y casi de anarquía, con trabajadores insolentes y soldados armados y peligrosos[107]. Durante la guerra civil de 1860-63, el negro Manuel María Victoria, oficial del ejército liberal del Cauca acantonado en el istmo, comenzó a organizar afropanameños en una Sociedad Democrática. Sus superiores rápidamente lo devolvieron al Cauca[108]. En 1865, el gobernador del Estado de Panamá prohibió a las tropas caucanas regresar a su casa por la vía del istmo, presumiblemente por temor a que contaminaran a la población local[109]. El éxito del movimiento negro y mulato del Cauca aterrorizaba a las élites del resto de Colombia y a los conservadores locales. Los afrocolombianos eran tan importantes para los liberales que el partido comenzó a ser motejado de ser predominantemente “negro”. Un conservador, describiendo las tropas liberales en la guerra de 1860-63, escribía: “La mayor parte de ese ejército se componía de negros, zambos y mulatos, asesinos y ladrones del Valle del Cauca”[110]. A manera de hipótesis, en mi opinión que no todos los “negros” que pertenecían al liberalismo popular eran descendientes de africanos. El liberalismo popular había sido identificado con lo “negro”, por lo menos por parte de los conservadores, y cualquier persona -especialmente los mestizos pobres- que se asociara al liberalismo popular se convertía de alguna manera en “negro”. Los ejércitos liberales contaban con muchos mestizos y hasta blancos, pero -tal como el liberalismo popular- ello los convertía en negros, en razón al gran número de afrocolombianos que había en sus filas. Esta caracterización podía incluso cubrir a los líderes de los sectores medios, tales como David Peña, que probablemente era mulato, o tal vez blanco. Lo que a fin de cuentas no tiene importancia, ya que todos lo asumían como negro en virtud de la popularidad que gozaba entre los afrocolombianos[111].

El extenso y multifacético repertorio político de los afrocolombianos y sus negociaciones con el Partido Liberal no parecen encajar fácilmente con el modelo de caudillo o los modelos patrón-cliente de la política del siglo XIX. El Liberalismo Popular no se alió con el Partido Liberal en virtud de tal o cual líder carismático o “héroe cultural”. Tampoco se trataba de la unión “mantenida unida por el lazo patrón-cliente”; más aún, en el Cauca los arrendatarios o colonos frecuentemente se oponían a sus hacendados[112]. Los liberales populares se pusieron de lado de los liberales de élite sólo porque veían en esa alianza una oportunidad de desarrollar sus ambiciones políticas, económicas y sociales. Los liberales populares no se aliaban con un individuo (como en las relaciones patrón-cliente), sino con un partido político y sus ideales, y tal alianza era sólo mediada y no usurpada por líderes como David Peña. Los dirigentes liberales no podían limitarse solamente a exigir apoyo llano, y los liberales populares no ofrecían sus servicios a ciegas o marchaban a la guerra solamente en calidad de carne de cañón[113]. Mientras que John Lynch anota que los caudillos dependían de la “influencia personal y la intimidación oportuna”, los liberales caucanos tenían que negociar para obtener apoyo electoral y militar, haciendo concesiones sobre la esclavitud, la tierra, los monopolios, el derecho al voto y, más importante aún, la ciudadanía[114]. El regateo republicano no solamente nos ayuda a comprender las motivaciones populares, sino que también incorpora la historia política y social de los grupos subalternos en el interior del cuerpo narrativo de la historia política de Colombia.

Fortalecidos por sus aliados del pueblo, los liberales dominaron el Cauca; y debido a su influencia en las guerras civiles, la política nacional. Mientras no estuvieron internamente divididos, los liberales de élite y los liberales populares fueron imbatibles. Los ejércitos caucanos, conformados en su mayor parte por liberales populares (muchos de ellos, si no la mayoría, afrocolombianos), poseían un poder que los conservadores simplemente no podían igualar. Los conservadores también cortejaban a sus propios aliados entre el pueblo, pero por muchas razones, tales conservadores populares por esos tiempos no estaban comprometidos o involucrados con el Partido Conservador como tal. Cuando los conservadores trataron de rebelarse, como lo hicieron en 1851, habrían de ser vencidos a manos de (en palabras de la Sociedad Democrática de Cali) “millaradas de ciudadanos liberales armados en defensa de la Patria en peligro”[115].


3. El significado de ciudadanía

¿Cómo entendían los liberales populares la expresión “ciudadanos liberales”? Los liberales de élite veían la ciudadanía como una nueva identidad universal que superaría otras relaciones sociales, una identidad que ellos podrían utilizar para transformar las clases bajas en trabajadores disciplinados y ordenados bajo su liderazgo[116]. Sin embargo, la ciudadanía liberal atraía a los grupos populares y especialmente a los afrocolombianos, por otras diversas razones. Les proveía de una nueva identidad pública y política que no habían tenido en el período de la “muerte social” de la esclavitud. Más allá del ferviente deseo de apoyar la causa liberal, en el Cauca la ciudadanía liberal no exigía una identidad particular, una propia historia o propiedad alguna (es más, pedía que tales identidades pasadas fueran dejadas de lado). Tal definición distanciaba a otros segmentos del pueblo, incluidos los indígenas y los mestizos antioqueños inmigrantes, que eran devotos de sus costumbres tradicionales, sus identidades y sus haberes. Sin embargo, atraía a los afrocolombianos. Los conservadores afirmaban que los “negros” eran “hombres ignorantes” que sólo tramaban rebeliones y que “no merecen el título de unos verdaderos Granadinos”[117]. Ridiculizaban a los negros calificándolos de “raza ignorante i bestial”[118]. Y tal como lo aseguraba Alaix, los liberales populares reaccionaron a ese racismo y a esa exclusión abrazando la noción de ciudadanía.

La concepción liberal de sociedad animó a los afrocolombianos a participar en política. Aunque los liberales menospreciaban a los indios, raramente hablaban en público (y muchos ni siquiera en privado) de raza[119]. Claro está que los liberales todavía no sentían los embates del racismo científico proveniente del Atlántico norte, y su confianza en los valores ciudadanos les permitió eludir el problema. Sin duda muchos liberales eran racistas, pero entendían los problemas raciales como algo con raíces en la cultura, un problema de indocilidad propio de las clases bajas racialmente mezcladas que se resolvería por medio de la disciplina y la educación: escuelas, ceremonias, Guardia Nacional, cárceles y Sociedades Democráticas[120]. En este artículo no me es posible explorar a fondo el imaginario racial de los liberales caucanos, pero sugiero que -al menos antes de 1870- los liberales no tenían ninguna reticencia en reclutar negros y mulatos para su partido y, por lo menos con respecto a la esclavitud, lucharon tenazmente por mejorar la calidad de vida de sus compatriotas. Mientras los estudiosos pueden rebuscar en los escritos liberales en busca de expresiones de racismo o desdén por las clases bajas, los sorprende que los liberales caucanos dependieron en gran medida de sus aliados populares a los que incluyeron en la comunidad pública nacional, no solamente en el discurso, sino también, lo cual es sorprendente, en la práctica (aunque en un papel subordinado). Así, los discursos y las prácticas del liberalismo y el republicanismo permitieron a los afrocolombianos una entreé al reino de lo político y lo público[121]. Los afrocolombianos acogieron con fervor su nueva identidad pública de “ciudadanos” y remplazaron sus viejas identidades de esclavos. Los antiguos esclavos de la hacienda San Julián afirmaban que “desde que dejamos de depender del señor que se titulaba nuestro amo, i entramos ministerio de la ley en la categoría de hombres libres”, los jefes políticos de Caloto los seguían acosando, asignándoles impuestos y tareas injustas. Los afrocolombianos declararon que las autoridades de la parroquia de Caloto “nos quieren convertir en esclavos todavía, i de peor naturaleza que la que antes fuimos”[122]. De manera análoga, José Tomás del Carmen se quejaba de que su hija de ocho años había sido forzada al servicio doméstico de una familia, violando sus “derechos” y volviéndola a una “peor condición que cuando éramos esclavos”[123].

Obviamente los afrocolombianos buscaron prevenir su vuelta a la esclavitud, tal vez la máxima meta de su discurso y de su política. No solamente odiaban la esclavitud legal, sino también las condiciones serviles similares a aquella (después de todo, la gran mayoría de afrocaucanos no había sido esclava): una falta absoluta de control sobre sus vidas, el poder arbitrario del esclavista y la ausencia de igualdad y libertad. Al describir las actitudes de unos antiguos esclavos con respecto a un impuesto, un funcionario conservador anotaba que esos hombres estaban convencidos de “que se les oprime, que se les tiraniza, i que se les quiere por estos medios [los impuestos] volver á la esclavitud, que es la palabra mágica de que se valen en ocasiones semejantes”[124]. Para los afrocolombianos la esclavitud era en realidad una “palabra mágica” que evocaba la pesadilla en contra de la cual habían construido su concepción de liberalismo popular.

En la condición de ciudadanos los afrocolombianos encontraron un correctivo que contrarrestaba su antigua posición de esclavos. Desde la población costera de San Juan, los hasta hace poco esclavos escribieron agradeciendo al Congreso Nacional: “Por la filantropía de los ciudadanos que componen esas honorables cámaras, gozamos del precioso bien de la Libertad, tanto tiempo usurpado, i con él las demás derechos i prerrogativas de ciudadanos”[125]. Los residentes de la hacienda San Julián no solamente expresaban que eran “hombres libres” que no debían ser tratados como esclavos, sino que también afirmaban su nuevo status en la apertura de su misiva, autocalificándose como “habitantes en la hacienda San Julián a que pertenecimos antes como esclavos, ante Ud. en uso de nuestros derechos como ciudadanos”[126]. Los peticionarios contrastaban su anterior condición con la nueva identidad, no sólo como ciudadanos, sino como ciudadanos con derechos.

La idea de que la ciudadanía protegía contra los abusos de la esclavitud no desapareció con facilidad. Un boga afrocolombiano del río Dagua, que trasportaba pasajeros y mercancías entre la costa pacífica y el valle del Cauca, durante una huelga en 1878 reclamaba su condición de ciudadano: “Que se nos trate como á ciudadanos de una República y no como á esclavos de un Sultán”[127]. Un cuarto de siglo después de la emancipación, los afrocolombianos todavía eran conscientes de la metáfora de la esclavitud. Para ellos la ciudadanía representaba no volver jamás a esa condición de degradación. Los derechos y la libertad de los afrocolombianos habían sido negados por mucho tiempo, pero la nueva condición de ciudadanos garantizaba un lugar en el cuerpo social.

¿Cómo pensaban los liberales populares que habían obtenido la ciudadanía? Para los liberales de élite el pensamiento racional era lo que determinaba el estatus de ciudadano. Para los conservadores ello dependía de la historia y la ubicación social. Para los afrocolombianos la clave de la ciudadanía se encontraba en la defensa de la comunidad política (fuera la nación entera o el Partido Liberal) en contra de los esfuerzos de los malos ciudadanos por perjudicarla y socavarla. Ello quería decir que los servicios al partido otorgaban la ciudadanía. En la localidad de Quilcacé antiguos esclavos y colonos le recordaban a unos funcionarios todo lo que la nación les debía por el apoyo que su pueblo habían otorgado en el pasado, rememorando “los servicios que hizo á la causa de la federación [durante la guerra de 1860-63] i de los cruentos padecimientos que tuvo por su adhesión á ella”[128]. Durante la década de 1860, en el Cauca la causa federal era sinónimo de liberalismo. Los quilcaceños habían combatido en la guerra de 1860-63, y ahora se dirigían al estado liberal para que los protegiera en una disputa de tierras. En 1878, conservadores de la municipalidad de Caldas que incluía a Quilcacé y al valle del Patía, áreas dominadas por afrocaucanos, acusaban a antiguos liberales de bandidaje. Los liberales escribieron al Presidente del Estado, que era liberal, para recordarle su antigua lealtad: “Vos sabéis, Ciudadano Presidente, cuáles son las causas que motivan el juicio [de bandidaje] dicho, pues una de ellas es el haber sostenido, en la guerra civil de 76 i 77, la dignidad del Gobierno de Cauca i el imperio de la Constitución de la República”[129]. Estos liberales populares no solamente no habían recibido ninguna recompensa por sus sacrificios por la causa liberal, sino que encaraban la posibilidad de un castigo por su fidelidad. Ésta debía ser la más cruel de las traiciones: ser acosados por los mismos conservadores a los que habían derrotado en la guerra.

Los bogas del Dagua también citaron su participación en los combates de 1876-77. “En nuestra profesión hemos prestado grandes servicios á la causa liberal y no han sido pocas las veces que hemos dejado la palanca y el remo para empuñar el fusil […], sirviendo de todos modos á la causa liberal, la causa de nuestras simpatías”[130]. Aunque en la guerra los conservadores los habían amenazado para que les transportaran provisiones río arriba, ellos se habían negado. Los afrocolombianos tenían muy poco que ofrecer al Partido Liberal, en términos de riqueza e influencia social. Todo lo que tenían era la voluntad de apoyar al Partido con sus votos o su sangre. Por tanto, los ciudadanos armados se convirtieron en el actor político del liberalismo popular[131].

Los afrocaucanos no solamente aceptaron la definición de ciudadanía postulada por los liberales, sino que se apropiaron y reorientaron el concepto. Claro que antes de 1853, la mayoría de los afrocolombianos no cumplía con los requisitos de alfabetización y propiedades inmuebles, exigidos para ser plenos ciudadanos. Esto, sin embargo, no les impidió aferrarse al manto de la ciudadanía. Se introdujeron en las Sociedades Democráticas, participaron en mítines y manifestaciones callejeras y se alistaron en la Guardia Nacional. Incluso participaron en las jornadas electorales. Si el estado antes de 1853 les prohibía votar, ello no les impedía llegar el día de elecciones, acomodarse en la plaza, vitorear a sus candidatos o copartidarios, y con su presencia física hacer ver que estaban dispuestos a impedir como fuera cualquier intento de fraude. Se tomaron de facto sus derechos destruyendo las cercas que bloqueaban el acceso a la tierra y castigaron a aquellos conservadores que en su opinión amenazaban con destruir la estructura ciudadana. Ellos mismos se adjudicaron el papel de jueces que decidían quién era ciudadano y quién no[132]. El “otro” en contra del que los afrocolombianos construyeron su personalidad política fue la esclavitud y todo aquel que pretendiera arrebatarles las prerrogativas que la ciudadanía otorgaba. Más aún, el amo esclavista personificaba ese “otro”, pero también el aristócrata, el poderoso, el hacendado, el conservador o el simplemente el rico[133].

A pesar de todo, la redefinición liberal popular del concepto de ciudadanía iba mucho más allá de la apropiación del control sobre quién podía ser ciudadano y por qué. Los liberales populares también tenían una imagen definida del sentido de los derechos de ciudadanía. Más importante aún, invistieron el concepto con nociones más poderosas de libertad e igualdad que las que los liberales de élite reconocían. Los afrocolombianos no solamente entendían la ciudadanía como la no existencia de la esclavitud, sino también como la ausencia de la subordinación económica y social que conllevaba. Los conservadores se horrorizaban ante el reclamo de derechos ciudadanos y la no aceptación de las viejas formas de deferencia por parte de los afrocolombianos. Sin embargo, los preocupaba aún más la insistencia de los liberales populares de que la ciudadanía también implicaba derechos de equidad económica, específicamente el derecho a la tierra. La tierra había sido una de las motivaciones del zurriago y era -en la versión de protección de los terrenos comunales o la redistribución de los latifundios- lo que había motivado a los liberales populares a participar en las contiendas civiles.

A finales de la década de 1860, los liberales populares comenzaron a emitir, a veces a vociferar, un discurso más radical en relación con los derechos sobre la tierra. En 1868, la Sociedad Democrática de Palmira hizo una petición en nombre de sus constituyentes. Los hacendados locales les habían prohibido coger leña e intentaban hacerles pagar renta por los terrenos que ocupaban en los márgenes de las grandes propiedades. Alegaban que tales terrenos no eran propiedad de los hacendados y que los pobres tenían pleno derecho a explotarlos. Los peticionarios afirmaban que la nación se encontraba

“en la era gloriosa de la equidad natural […] con la caída y derribamiento de todas esas tiranías de que han sido víctimas, aquí como en todas partes, los débiles; [el terreno es] en provecho exclusivo de unos pocos que, presentándose como fuertes, lo explotaron i usurparon todo, desde los imprescriptibles derechos individuales de los primeros, hasta los dones gratuitos que Dios ha derramado, con munificente profusión en favor de todos sus hijos”[134].

El uso de la tierra era un derecho natural otorgado por Dios a los pobres, un derecho que tal vez anulaba los problemas relativos a los títulos legales de propiedad. La Sociedad Democrática de Palmira no solamente se basaba en el derecho natural o apelaba a la sola religión para justificar sus clamores. Los palmireños le recordaban al presidente que la “clase pobre” había hecho “la valiosísima contribución de sangre para defender las instituciones, el orden público, i la integridad e independencia nacional”. Y proseguían: “Estos individuos tienen, por lo mismo, un incuestionable derecho a ser protegidos por un Gobierno liberal”[135].

La guerra civil de 1876-77, que produjo en el Cauca las más grandes batallas después de la Independencia, animó a los liberales populares a hacer avanzar sus concepciones. La sangre que habían sacrificado por la causa liberal, salvando al partido de una derrota segura, exigía retribución, y la tierra -de la misma manera que la abolición durante la guerra de 1851- era la recompensa precisa y adecuada[136]. La Sociedad Democrática de Cali envió una petición al presidente del estado en la que exigía remuneración por todos los servicios que los pobres de Cali habían hecho a la causa liberal durante la guerra pasada, citando todas las batallas de la larga campaña en las que habían participado. Primero solicitaban pagos retroactivos de las raciones y mesadas no pagadas y pensiones para las viudas y los hijos de los camaradas caídos. Después venía la demanda más importante: el cese del pago de rentas por la tierra. Proponían que cualquier persona pudiera establecerse y cultivar cualquier terreno en el Cauca, mientras “no perjudique gravemente a un segundo”. También proponían que todos los bosques fueran abiertos para que los pobres pudieran obtener leña de acuerdo con la necesidad. Eran conscientes de que sus peticiones eran extraordinarias, pero advertían con prudencia: “¿Cómo puede concebirse justo el que viven sin hogar los únicos que en todo tiempo han venido defendiendo el suelo que los vio nacer contra las repetidas e injustas invasiones de Antioquia [un bastión conservador], apoyadas por los que se dicen dueños de la mayor parte de los terrenos del Cauca?”[137]. Claro está que el clamor sobre la tierra no obedecía a razones económicas únicamente, ya que su tenencia estaba inextricablemente ligada al problema de la deferencia (debida al latifundista) y al de la representatividad (para muchos la independencia económica necesaria para merecer la ciudadanía). Aquí las concepciones de la élite liberal se desviaban de las de los liberales populares. En cuanto a aquella concernía, la cuestión de la ciudadanía ya se había resuelto satisfactoriamente; sin embargo, los liberales populares eran conscientes de que su status no sería nada seguro si no se avanzaba hacia la igualdad económica. Los soldados remataban su escrito de manera apasionada y con una madurez política que asombra:

“La tierra no puede ser ocupada en extensiones excesivas que priven a los demás miembros de la comunidad de los medios de subsistencia o los obliguen a ser esclavos de esos llamados señores feudales, que no admiten en sus supuestas propiedades territoriales sino a aquellos individuos que implícitamente les venden su independencia personal, es decir, su conciencia y su libertad, dejando de ser ciudadanos de un pueblo libre, para ser colonos o tributarios de un individuo particular”[138].

David Peña redactó el proyecto de ley, primero instituyendo una moratoria del pago de rentas de cinco años y, más radical aún, permitiendo que todo aquel que no tuviera tierra pudiera reclamar tres hectáreas en cualquier terreno que no estuviera cercado o cultivado por otro. La ley también contemplaba que los pobres tuvieran acceso a los bosques no cercados para obtener leña a satisfacción[139].

Después de algo de consternación (pues sabían que en la guerra el partido había sido salvado por los afrocaucanos), los liberales negaron la petición como ilegal y muy costosa[140]. Pensaban los liberales que tan sólo rechazaban una petición económica. Para los liberales populares, al contrario, la negativa a la ley de agricultura golpeó con rudeza todo el aparataje de la negociación anterior, pues el acceso a la tierra era algo que afectaba no sólo su sustento económico, sino también su estatus social y político como gente libre. Uno de los objetivos de este artículo ha sido demostrar que la negociación política de los liberales populares y los liberales de élite en el Cauca abrió posibilidades para vibrantes acciones populares. Sin embargo, también deseo señalar las limitaciones de tal negociación. La negociación social involucraba cuatro categorías generales de derechos: judiciales, sociales, representativos y económicos. Hacia 1870, los liberales habían hecho grandes progresos en materia judicial: se había abolido la pena de muerte, se habían limitado las penas de prisión a dieciséis años como máximo y se habían implementado los tribunales de justicia. De la misma manera, mucho se había avanzado en materia social. Los liberales declaraban con orgullo que la aristocracia estaba superada (aun si la plena igualdad no se había logrado) y los afrocolombianos, junto con los mestizos y los liberales blancos, participaban en muchos aspectos de la vida pública ya fuera en las Sociedades Democráticas, en la Guardia Nacional, en las manifestaciones o en las ceremonias públicas. En el plano representativo, todos los hombres adultos podían votar; muchos lo hacían, e incluso algunos fueron elegidos en la burocracia local. Los liberales de clase media con vínculos cercanos a los afrocolombianos (incluso algunos afrocolombianos) obtuvieron altos puestos en la maquinaria del estado, pero en general este acceso fue algo muy limitado. En el plano económico también se había ganado mucho -el fin de los estancos del aguardiente y el tabaco, apoyo (si no victoria total) en la lucha por los ejidos, el pago por el servicio militar y, lo más importante, la abolición de la esclavitud (que en sí misma cubría materias sociales, jurídicas y de representatividad)-. Pero los liberales de élite no estaban en capacidad ni en disposición de satisfacer el más central de los problemas económicos: la redistribución de la tierra. Aquí el abismo entre la élite liberal y el liberalismo popular era profundo. Para aquella el asunto de la ciudadanía se había cerrado con el sufragio otorgado a los hombres mayores de edad. Pero para los afrocolombianos ello sólo era una apertura importante en la lucha por llegar a ser verdaderos “ciudadanos de un pueblo libre”.

La negativa a responder las demandas populares de tierra tornó tirantes las relaciones entre los afrocaucanos y el Partido Liberal. Hacia 1870, el escenario político en el Cauca había cambiado significativamente. Los desórdenes de la guerra civil de 1876-77 y los continuados reclamos de los liberales populares hicieron que muchos liberales reconsideraran la bondad de la política de alianza que habían forjado en los años cincuenta. Una facción autodenominada Independientes se separó del partido; entre otras, una de sus esperanzas era restringir la participación política del pueblo. Cuando en 1879 los Independientes, aliados con los conservadores, dieron un golpe en contra del gobierno del estado, los liberales una vez más intentaron reunir a las Sociedades Democráticas, pero con la reforma sobre la tierra denegada, esta vez tuvieron menos éxito. Los Independientes tomaron el control del estado prefigurando el proceso conocido como La Regeneración, que reemplazó la Constitución liberal y federal de 1863 por la extremadamente conservadora Constitución de 1886 (que permanecería casi intacta durante los siguientes cien años). El nuevo régimen persiguió a las Sociedades Democráticas, redujo la frecuencia de las elecciones, instituyó una dura legislación anticriminal y restringió el sufragio nacional a los propietarios de bienes inmuebles. Una coalición de Conservadores, Independientes y algunos grupos populares consiguió dominar el espacio público político disponible a los plebeyos, en general, y a los liberales populares, en particular[141].

Como sea, el retiro liberal del compromiso con el pueblo no debe empañar la destreza de los afrocaucanos para acomodar el discurso liberal a sus necesidades, ni su habilidad para negociar con los líderes del Partido Liberal para obtener algún reconocimiento por parte del estado y de la nación. Yo argumentaría que, en general, la política del siglo XIX sólo puede ser comprendida en relación con la interacción entre élites y subalternos en la guerra, en los procesos electorales y en la vida cotidiana. La fortaleza de los liberales populares del Cauca permitió que la política no fuera simplemente una contienda entre facciones de caballeros seguidos de forma irracional por sus clientes, sino un espacio del que los subalternos pudieron apropiarse y recrear, aun con medios limitados. Aunque los liberales populares perseguían fines propios y específicos, su actividad política, de una manera más general, afectó el curso y la profundidad de la democracia colombiana. Con posterioridad a la Independencia, los afrocaucanos hicieron progresos significativos en transformar la sociedad y la política en Colombia, especialmente si se compara con Estados Unidos y Brasil. Aunque a finales de siglo, algunos conservadores y liberales se las arreglaron para restringir la democrática y abierta cultura política de la Colombia de medio siglo y de esa manera excluir a muchos liberales populares de la actividad, el vínculo entre liberales y afro-colombianos no se rompió del todo. Tan sólo se debilitó[142]. Es más, la asociación entre afrocolombianos y liberales continuaría a lo largo de las futuras guerras civiles hasta el presente, aunque los afrocaucanos nunca volverían a jugar un papel tan destacado en la política nacional. En el siglo XIX -en menor grado, pero también en siglo XX-la gente del común y especialmente los descendientes de africanos estuvieron en la capacidad eventual de hacer de la aún no definida nación colombiana, la suya propia.





[*] Este artículo fue traducido del inglés por Gonzalo Buenahora Durán, profesor del Departamento de Historia de la Universidad del Cauca en Bogotá-Colombia. Su título original es ““Citizens of a Free People”: Popular Liberalism and Race in Nineteenth-Century Southwestern Colombia” y fue previamente publicado en inglés, en la revista Hispanic American Historical Review 84 (May 2004): 277-313. El artículo surgió de una investigación mayor sobre la política popular decimonónica en Colombia que se puede encontrar en mi libro Contentious Republicans: Popular Politics, Race and Class in Nineteenth-Century Colombia (Durham: Duke University Press, 2004). El proyecto recibió fnanciación por una beca Mellon de la Universidad de Pittsburgh. El autor desea agradecer a las siguientes personas: Michael Jiménez, George Reid Andrews, Alejandro de la Fuente, Aims McGuinness, Marixa Lasso, Nancy Appelbaum, Jennifer Duncan, K.C. Johnson, Carlos Alberto Toro, Martha Lux, Claudia Leal, a los lectores anónimos del HAHR y al curso de primavera sobre Movimientos Sociales en América Latina.«« Volver

[1]. Juan N. Aparicio a Tomás C. de Mosquera, Buga, 3 Abril de 1859, Archivo Central del Cauca, Popayán (en adelante ACC), Sala Mosquera (en adelante SM), doc. 36.015. No he corregido la ortografía del siglo XIX en cuanto a títulos y nombres. En razón de que hoy día lo que conocemos como Colombia en el siglo XIX tenía varios significados, por simple seguridad uso el mismo toponímico, salvo cuando va entre comillas.«« Volver

[2]. Rebecca Scott, Slave Emancipation in Cuba: The Transition to Free Labour, 1860-1899 (Princeton: Princeton University Press, 1985).«« Volver

[3]. Últimamente el liberalismo popular de comunidades indígenas y mestizas ha sido objeto de estudios significativos; menos atención se ha prestado al de negros y mulatos. Véase especialmente Florencia E. Mallon, Peasent and Nation: The Making of Post-Colonial Mexico and Peru (Berkeley: University of California Press, 1995); y Gilbert Joseph y Daniel Nugent, eds., Everyday Forms of State Formation: Revolution and the Negotiation of Rule in Modern Mexico (Durham: Duke University Press, 1994).«« Volver

[4]. Ada Ferrer, Insurgent Cuba: Race, Nation, and Revolution, 1868-1898 (ChapelHill: University of North Carolina Press, 1999), 3.«« Volver

[5]. Para los afrolatinoamericanos, véase George Reid Andrews, Afro-Latin America 1800-2000 (New York: Oxford University Press. En prensa).«« Volver

[6]. Ariete, Cali, 3 de agosto de 1850.«« Volver

[7]. Germán Colmenares, Cali: Terratenientes, mineros y comerciantes, siglo XVIII (Bogotá: Tercer Mundo, 1997); Germán Colmenares, Historia económica y social de Colombia, vol. 2, Popayán, una sociedad esclavista, 1680-1800 (Bogotá: Tercer Mundo, 1997); José Escorcia, Sociedad y economía en el Valle del Cauca, vol. 3, Desarrollo político, social y económico, 1800-1854 (Bogotá: Biblioteca Banco Popular, 1983); y Alonso Valencia Llano, Estado soberano del Cauca: Federalismo y regeneración (Bogotá: Banco de la República, 1988).«« Volver

[8]. Sobre el geógrafo local, véase T. C. Mosquera, Memoria sobre la geografía, física y política de la Nueva Granada (New York: Imprenta de S. W. Benedict, 1852), 96; para el censo de 1851, véase Frank Saford y Marco Palacios, Colombia: Fragmented Land, Divided Society (New York: Oxford University Press, 2002), 261.«« Volver

[9]. James M. Eder al Secretario de Estado William H. Seward, Buenaventura, 24 de octubre de 1868, en Dispatches from United States Consuls in Buenaventura, Colombia: 1867-1885 (Washington, D.C.: National Archives, 1948).«« Volver

[10]. Jaime Jaramillo Uribe, “Esclavos y señores en la sociedad colombiana del siglo XVIII,” en Ensayos sobre historia social colombiana (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 1968), 10-13; y Peter Wade, Blackness and Race Mixture: The Dynamics of Racial Identity in Colombia (Baltimore: Johns Hopkins University Press, 1993).«« Volver

[11]. Miguel Urrutia M. y Mario Arrubla, eds., Compendio de estadísticas históricas de Colombia (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 1970), cuadro 8; para en caso de los niños, véase Archivo General de la Nación, Bogotá (en adelante AGN), Sección República (en adelante SR), Fondo Manumisión, tomo 1, pp. 342, 354, 431, 437; AGN, SR, Fondo Gobernaciones varias (en adelante FGV), tomo 216, pp. 494-500.«« Volver

[12]. Jorge Castellanos, La abolición de la esclavitud en Popayán, 1832-1852 (Cali: Universidad del Valle, 1980), 86.«« Volver

[13]. Comisión Corográfica, “Descripción de la provincia de la Buenaventura,” [al comienzo de la década de 1850], Biblioteca Nacional, Bogotá, Fondo Manuscritos (en adelante BN, FM), libro 397, pp. 11, 16; J. N. Núñez Conto a José H. López, Cali, 26 de enero de 1850, AGN, Sección Academia Colombiana de Historia (en adelante SACH), Fondo José Hilario López (en adelante FJHL), caja 2, carpeta 1, p. 70.«« Volver

[14]. Para las luchas inmediatamente después de las guerras de Independencia, véase Francisco Zuluaga, Guerrilla y sociedad en el Patía: Una relación entre clientelismo político y la insurgencia social (Cali: Universidad del Valle, 1993); Marixa Lasso, “Race and Republicanism in the Age of Revolution, Cartagena, 1795-1831” (Ph. D. diss., University of Florida, 2002); y Aline Helg, “The Limits of Equality: Free People of Colour and Slaves during the First Independence of Cartagena, Colombia, 1810-15”, Slavery and Abolition 20 (Aug. 1999): 1-30.«« Volver

[15]. Véase José Escorcia, Sociedad y Economía, 82-84; Jorge Castellanos, La abolición, 62; Rebecca Earle, “The War of the Supremes: Border Conflict, Religious Crusade, or Simply Politics by Other Means?” en Rumours of Wars: Civil Conflict in Nineteenth-Century Latin America, ed. Rebecca Earle (London: Institute of Latin American Studies, 2000), 119-34; y Fernán E. González, Para leer la política: Ensayos de historia política colombiana (Bogotá: Cinep, 1997), 2:83-161.«« Volver

[16]. José Escorcia, Sociedad y economía, 111-16; y J. León Helguera, “Antecedentes sociales de la revolución de 1851 en el sur de Colombia (1848-1849)”, Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura 5 (1970): 61.«« Volver

[17]. Marco Palacios, El café en Colombia, 1850-1970: Una historia económica, social y política, 2nd ed. (Mexico City: El Colegio de México, 1983), 29.«« Volver

[18]. M. M. Alaix a José Hilario López, Popayán, 26 de noviembre de 1850, AGN, SACH, FJHL, caja 4, carpeta 19, p. 1683.«« Volver

[19]. José Joaquín Carvajal a José Hilario López, Buga, 17 de marzo de 1850, AGN, SACH, FJHL, caja 2, carpeta 3, p. 212; véase también Annick Lempérière, “¿Nación moderna o república barroca? México, 1823-1857”, en Imaginar la nación, ed. François-Xavier Guerra y Mónica Quijada (Münster: Lit, 1994); y Margarita R. Pacheco G., La festa liberal en Cali (Cali: Ediciones Universidad del Valle, 1992), 106-11. Para una descripción de otra ceremonia pública, véase Ramón Mercado, “Programa para el recibimiento del Benemérito Jeneral Lopez en esta Ciudad á su llegada á ella y al paso del Cauca” [1851], Archivo Histórico Municipal de Cali, Archivo del Concejo Municipal (en adelante AHMC), tomo 114, p. 743.«« Volver

[20]. Ramón Mercado, Narciso Riascos, Manuel Antonio Vernaza et al., “Programa Solemnidad del 2 de febrero de 1851 por la manumisión de 46 esclavos,”AHMC, tomo 114, p. 478. Las Juntas existían desde 1820, pero liberaron a muy pocos esclavos durante las siguientes décadas. Harold A. Bierck Jr., “The Struggle for Abolition in Gran Colombia”, Hispanic American Historical Review 33 (Aug. 1953): 377, 379-85. Marixa Lasso anota que en la década de 1820 las ceremonias de manumisión eran planeadas para inculcar algún sentido de ciudadanía; yo arguyo que hacia 1850 los liberales esperaban fomentar un sentido de ciudadanía, así como uno de fdelidad al partido. Marixa Lasso, “The Harmony of War: Ofcial Discourses, Race War Rumors, and Grievances” (ponencia presentada en la Reunión Anual de la Asociación Americana de Historia, Chicago, 2003).«« Volver

[21]. Manuel José Castrillón a José Hilario López, Popayán, 22 de octubre de 1850, AGN, SACH, FJHL, caja 4, carpeta 16, p. 1391; Manuel José Castrillón al Secretario de Asuntos Extranjeros, Popayán, 30 de octubre de 1850, AGN, SR, Fondo Manumisión, tomo 1, p. 434.«« Volver

[22]. Ramón Mercado, Memorias sobre los acontecimientos del sur, especialmente en la provincia de Buenaventura, durante la administración del 7 de Marzo de 1849 (Cali: Centro de Estudios Históricos y Sociales “Santiago de Cali,” 1996 [1853]), xliii. Los conservadores criticaron acremente a Mercado por politizar la guardia. El Hombre (Cali), 10 de julio de 1852.«« Volver

[23]. Ramón M. Orejuela a Tomás C. de Mosquera, Hacienda Rosalía, 3 de febrero de 1853, ACC, SM, doc. 28. 960.«« Volver

[24]. Manuel Joaquín Bosch, Reseña histórica de los principales acontecimientos políticos de la ciudad de Cali, desde el año de 1848 hasta el de 1855 inclusive (Cali: Centro de Estudios Históricos y Sociales “Santiago de Cali,” 1996 [1856]), 14.«« Volver

[25]. Los liberales intentaban crear una nueva cultura política, tal como está descrito por Lynn Hunt para la Francia revolucionaria; Lynn Hunt, Politics, Culture, and Class in the French Revolution (Berkeley: University of California Press, 1984). Véase también Eduardo Posada-Carbó, “New Granada and the European Revolutions of 1848”, en The European Revolutions of 1848 and the Americas, ed. Guy P. C. Thomson (London: Institute of Latin American Studies, 2002), 217-40.«« Volver

[26]. Esta es una distinción importante, porque a diferencia de las de Bogotá (más estudiadas), la sociedad de Cali no estaba conformada sólo por artesanos, como lo demuestra su tamaño. Por momentos contó con más de mil miembros; Cali no contaba con tantos artesanos. A comienzos de la década de 1850, el cantón de Cali tenía solamente 19,277 personas de las cuales sólo 1.160 estaban en capacidad de “portar armas”. Comisión Corográfica, “Descripción de la provincia de la Buenaventura,” [comienzos de los 1850s], BN, FM, tomo 397, p. 16. Para números de la Sociedad Democrática, véase El Sentimiento Democrático (Cali), 29 de noviembre y 6 de diciembre de 1849. Para los clubes bogotanos, véase David Sowell, The Early Colombian Labor Movement: Artisans and Politics in Bogotá, 1832-1919 (Philadelphia: Temple University Press, 1992); y Francisco Gutiérrez Sanín, Curso y discurso del movimiento plebeyo, 1849-1854 (Bogotá: Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales; El Ancora, 1995).«« Volver

[27]. Ramón Mercado, Memorias, xxxi. Los conservadores coincidían con Mercado cuando describían a los miembros de la Sociedad Democrática como parte de “la clase más abyecta, ignorante y miserable de la población”. Ariete, 23 de marzo de 1850.«« Volver

[28]. Julio Arboleda, “El Misóforo, Número Noveno-Popayán 27 de noviembre de 1850”, en Prosa de Julio Arboleda: Jurídica, política, heterodoxa y literaria (Bogotá: Banco de la República, 1984), 347-348; Ariete, 3 de agosto de 1850.«« Volver

[29]. Manuel José González a Mariano Ospina, Cali, 21 de diciembre de 1859, BN, FM, tomo 210, p. 127.«« Volver

[30]. El Sentimiento Democrático, 31 de mayo de 1849.«« Volver

[31]. El Sentimiento Democrático, 3 de mayo, 14 y 21 de junio de 1849.«« Volver

[32]. Manuel Joaquín Bosch, Reseña histórica, 27, 48-51; M. E. Pedrosa, Alcance a la reseña histórica (Cali: Imprenta de Velasco, 1857), 5.«« Volver

[33]. Ramón Martínez L. a José Hilario López, Buga, 24 de febrero de 1850, AGN, SACH, FJHL, caja 2, carpeta 3, p. 189; Carlos Gómez al Secretario de Gobierno (Nacional), Buga, 15 de abril de. 1851, AGN, SR, FGV, tomo 216, p. 481; Manuel Tor[rente] (roto) a José Hilario López, Cartago, 27 de marzo de 1857, AGN, SACH, FJHL, caja 5, carpeta 6, p. 419; Carlos Gómez al Secretario de Gobierno (Nacional), Buga, 19 de abril de. 1851, AGN, SR, FGV, tomo 216, p. 489; Carlos Gómez al Secretario de Gobierno (Nacional), Buga, 20 de abril de 1851, AGN, SR, FGV, tomo 216, p. 491; La Sociedad Democrática (160 firmas) al Presidente de la República, San Pedro, 21 de marzo de 1852, Archivo del Congreso, Bogotá (en adelante AC), 1852, Cámara, Proyectos de Ley Negados 1, p. 47; y La Sociedad Democrática de Roldanillo al Presidente de la República, Roldanillo, 30 de diciembre de 1853, AC, 1854, Cámara, Informes de Comisiones V, p. 68.«« Volver

[34]. Los poblados eran son aun más pequeños, pero por lo menos tres mil personas habitaban en el casco y en las zonas circundantes. Felipe Pérez, Jeografía física i política de los Estados Unidos de Colombia, vol. 1 (Bogotá: Imprenta de la Nación, 1862), 381, 388.«« Volver

[35]. Manuel María Ayala, Presidente de la Sociedad Democrática al Gobernador de la Provincia, Popayán, 5 de marzo de 1850, ACC, Archivo Muerto (en adelante AM), paquete 49, leg. 76; José María Balcázar, Presidente de la Sociedad Liberal al Gobernador de la Provincia, Puracé, 3 de junio de 1851, ACC, AM, paquete 51, leg. 67; Vicente Cárdenas a Sergio Arboleda, Pasto, 1 de noviembre de 1850, ACC, Fondo Arboleda (en adelante FA), sig. 1505. En Popayán los artesanos fundaron su propia sociedad liberal.«« Volver

[36]. Ramón Mercado a José Hilario López, Cali, 25 de enero de 1851, AGN, SACH, FJHL, caja 5, carpeta 2, p. 142.«« Volver

[37]. Ramón Bermudes a 13 asociados de Senadores o Representantes (nacionales), Cali, 15 de abril de 1853, AC, 1853, Senado, Informes de Comisiones VI, p. 169.«« Volver

[38]. La Sociedad se quejó en particular acerca de que el monopolio sobre el aguardiente afectaba negativamente a “nuestras mujeres”; El Sentimiento Democrático, 12 de Julio de 1849.«« Volver

[39]. Residentes de Cali (más de 500 nombres) al Presidente y Miembros de la Legislatura Provincial, Cali, 17 de septiembre de 1849, en El Sentimiento Democrático, 27 de septiembre de 1849. En 1850 se suscribió una petición similar; Sociedad Democrática de Cali (más de 165 nombres) a los Ciudadanos Senadores y Representantes (nacionales), Cali, 9 de febrero de 1850, AC, 1850, Senado, Peticiones IX, p. 13.«« Volver

[40]. Bautista Feijoo, Jefe Político, al Gobernador de la Provincia, Caloto, 6 de mayo de 1849, ACC, AM, paquete 47, leg. 84.«« Volver

[41]. David Bushnell, The Making of Modern Colombia: A Nation in Spite of Itself (Berkeley: University of California Press, 1993), 104-5; José Hilario López, Mensaje del Presidente de la Nueva Granada al Congreso Constitucional de 1852 (Bogotá: Imprenta del Neo-Granadino, 1852), 1.«« Volver

[42]. Ordenanzas espedidas por la Cámara Provincial del Cauca en sus sesiones ordinarias de 1852 (n. p., n.d.),12.«« Volver

[43]. El Sentimiento Democrático, 13 de septiembre de 1849.«« Volver

[44]. El Sentimiento Democrático, 30 de agosto de 1849.«« Volver

[45]. “Diligencia relacionada con la convocatoria hecha por el Gobernador a algunos propietarios de terrenos, para arreglar el asunto de ejidos,” Cali, 28 de marzo de 1852, AHMC, tomo 119, p. 348 (la mayor parte de este documento es ilegible); Omar Díaz Aparicio, Los ejidos: Desde Alfonso el Sabio en Castilla hasta nuestros días en Cali (Cali: Imprenta Departamental del Valle, 1992), 58; Gustavo Espinosa Jaramillo, La saga de los ejidos: Crónica legal-siglos XIII al XX (Cali: Universidad Santiago de Cali, 1997), 232-36.«« Volver

[46]. Juan A. García a los miembros del Cabildo, Cali, 4 de enero de 1852, AHMC, tomo 56, p. 278.«« Volver

[47]. Luis Fernando López Garavito, Historia de la hacienda y el tesoro en Colombia, 1821-1900 (Bogotá: Banco de la República, 1992), 98.«« Volver

[48]. Vicente [Arboleda] a Tomás C. de Mosquera, Popayán, 9 de enero de 1850, ACC, SM, doc. 27.357; también véase El Sentimiento Democrático, 13, 30 de septiembre y 29 de noviembre de 1849; Juan Aparicio a Tomás C. de Mosquera, Buga, 20 de diciembre de 1852, ACC, SM, doc. 28. 643.«« Volver

[49]. El Pensamiento Popular (Cali), 22 de julio de 1852.«« Volver

[50]. Ramón Mercado, Memorias, xxxi.«« Volver

[51]. El Clamor Nacional (Popayán), 22 de marzo de 1851.«« Volver

[52]. José Hilario López, “Mensaje del Presidente de la Nueva Granada al Congreso Constitucional de 1851,” Bogotá, 1 de marzo de 1851, AC, 1851, Cámara, Memorias de los Secretarios del Despacho Ejecutivo I V, 97.«« Volver

[53]. James Sanders, “Belonging to the Great Granadan Family: Partisan Struggle and the Construction of Indigenous Identity and Politics in Southwestern Colombia, 1849-1890,” en Race and Nation in Modern Latin America, ed. Nancy P. Appelbaum, Anne S. Macpherson y Karin Alejandra Rosemblatt (Chapel Hill: University of North Carolina Press, 2003), 56-86.«« Volver

[54]. J. A. Mallarino a Tomás C. de Mosquera, Cali, 7 de diciembre de. 1850, ACC, SM, doc. 27. 613; La Opinión (Cali), 1 de diciembre de 1848; Manuel [Luna] a Sergio Arboleda, Popayán, 18 de enero de 1854, ACC, FA, sig. 1518.«« Volver

[55]. Ariete, 27 de abril de 1850.«« Volver

[56]. Ramón Mercado, Memorias, lviii; El Clamor Nacional, 8 de febrero de 1851.«« Volver

[57]. José Joaquín Carvajal a José Hilario López, Buga, 8 de noviembre de 1849, AGN, SACH, FJHL, caja 1bis, carpeta 11, p. 551; Manuel Joaquín Bosch, Reseña histórica, 35; Jefe Político de Cali al alcalde parroquial de Cali, Cali, 17de diciembre de 1850, AHMC, tomo 138, p. 185; alguna gente miserable a Tomás C. de Mosquera, Cali, 9 de agosto de 1851, ACC, SM, doc. 28.252; Margarita R. Pacheco, La fiesta liberal en Cali, 141-61.«« Volver

[58]. Ramón M. Orejuela a Tomás C. de Mosquera, Hacienda Rosalía, 1 de agosto de 1851, ACC, SM, doc. 28.148.«« Volver

[59]. La Sociedad Democrática de Cali, Mentir con descaro (Cali: Imprenta de Velasco, 1851), 1; Antonio Matéus, “Informe que da el ciudadano Antonio Matéus á la jefatura política, sobre la correría quese le ordenó hacer por ella á las parroquias de Florida, Candelaria i sitio del Belo,” Palmira, 30de marzo de 1851, AGN, SR, FGV, tomo 216, p. 484; Ramón Mercado, Memorias, lv-lvii, lxvii.«« Volver

[60]. Observaciones para servir a la historia de la administracion del 7 de marzo. . . (Bogotá: Imprenta del Neo-Granadino, 1851), 1; Ramón Mercado al Secretario de Gobierno (nacional), Cali, 24 de enero de 1851, AGN, SR, FGV, tomo 165, p. 799.«« Volver

[61]. El Ciudadano (Popayán), 3 y 17 de junio de 1848.«« Volver

[62]. Vicente Cárdenas a T. C. de Mosquera, Popayán, 10 de enero de 1849, ACC, SM, doc. 26.470; El Clamor nacional, 19 de abril de. 1851; Ariete, 10 de agosto de 1850.«« Volver

[63]. Julio Arboleda a Tomás Cipriano de de Mosquera, Popayán, 7 de enero de 1849, ACC, SM, doc. 26.383.«« Volver

[64]. Julio Arboleda, “El Misóforo”, 347-48, 358.«« Volver

[65]. M. M. Alaix, No sin desconfianza en mis propias fuerzas me propongo refutar la carta que el señor Julio Arboleda ha publicado en el numero 9.o de “El Misóforo” [el documento no cuenta con título; tan sólo esa que es la primera frase del texto] (Popayán: s.t. , 1850), 54.«« Volver

[66]. Ramón Mercado, Memorias, xcv.«« Volver

[67]. Boletín Democrático (Cali), 12 de julio de 1851. El presidente López afirmaba algo similar en un discurso que tuvo lugar por el mismo tiempo, citando todos los alcances de su mandato, incluyendo la abolición. José Hilario López, Proclama. El Presidente de la República a sus conciudadanos (Bogotá: Imprenta del Neogranadino, 1851; El Pueblo (Popayán), 1 de septiembre de 1850.«« Volver

[68]. J. N. Montero al Secretario de Gobierno (nacional), Barbacoas, 10 de mayo de 1852, AGN, SR, FGV, tomo 179, p. 243.«« Volver

[69]. J. N. Montero al Secretario de Asuntos Extranjeros, Barbacoas, 7 de enero de 1852, AGN, SR, FGV, tomo 179, p. 171.«« Volver

[70]. El Hurón (Popayán), 1 de mayo de 1851; Ramón Mercado, Memorias, lxxi; Manuel A. Tello al Gobernador Provincial, Quilichao, 27 de abril de 1851, ACC, AM, paquete 50, leg. 50.«« Volver

[71]. Ramón Mercado, Memorias, lxxiii; véase también Carlos Gómez al Secretario de Gobierno (nacional), Buga, 20 de abril de 1851, AGN, SR, FGV, tomo 216, p. 491.«« Volver

[72]. Boletín Democrático, 18 de julio de 1851; Ramón Mercado, Memorias, lxxxvi-ix; Manuel Joaquín Bosch, Reseña histórica, 43-44.«« Volver

[73]. Anónimo, “Diario de la guerra de 1851,” ACC, FA, sig. 988.«« Volver

[74]. José Hilario López, Proclama, 1; J. N. Montero al Secretario de Asuntos Extranjeros, Barbacoas, 22 de junio de 1852, AGN, SR, FGV, tomo 179, p. 159.«« Volver

[75]. Vicente Camilo Fontal a los conciudadanos, Almaguer, 1 de enero de 1852, ACC, AM, paquete 53, leg. 77.

[76]. J. N. Montero al Secretario de Asuntos Extranjeros, Barbacoas, 7 de enero de 1852, AGN, SR, FGV, tomo 179, p. 171.«« Volver

[77]. Los abajo firmantes, en su mayoría exesclavos y residentes del cantón [más de 500 nombres, por los que no sabían firmar lo hicieron otros] al Ciudadano Presidente de la República, Barbacoas, 6 de noviembre de 1852, AGN, SR, FGV, tomo 179, p. 341.«« Volver

[78]. El Cauca (Cali), 19 de noviembre de 1857; José H. López, “Mensaje del Presidente de la Nueva Granada al Congreso Constitucional de 1852,” Bogotá, 1 de marzo de 1852, AC, 1852, Cámara, Correspondencia Oficial II, p. 132.«« Volver

[79]. Existe una tensión importante en los estudios sobre las capas sociales subalternas entre encontrar la mejor manera para acceder a sus historias y el reconocimiento de las limitaciones de tal enfoque. Tal vez ese problema tenga que ver con la conciencia “privada” de aquellos hombres. Sin embargo yo afirmo que tiene igual importancia histórica lo que los subalternos en realidad hicieron y expresaron en la esfera pública. Véase al respecto, Gayatri Chakravorty Spivak, “Can the Subaltern Speak?” en Marxism and the Interpretation of Culture, ed. Cary Nelson and Lawrence Grossberg (Urbana: University of Illinois Press, 1988), 71-313.«« Volver

[80]. Más de cien residentes de Cali a los Miembros de la Junta Electoral, Cali, 14 de mayo de 1848, AHMC, tomo 101, p. 681; Nosotros los abajo firmantes, residentes de Cali al Presidente y demás miembros del Consejo municipal, Cali, 1 de diciembre de 1851, AHMC, tomo 113, p. 496.«« Volver

[81]. José M. Correa a Tomás C. de Mosquera, Roldanillo, 9 de abril de 1859, ACC, SM, doc. 36.291; Pedro José Piedrahíta a T. C. de Mosquera, Cali, 26 de febrero de 1859, ACC, SM, doc. 36.921; José Tello al Gobernador de la Provincia, Almaguer, 11 de octubre de 1853, ACC, AM, paquete 55, leg. 94; Tomás M. Mosquera a Tomás C. de Mosquera, Buenosaires [Cauca N. del T.], 17 de febrero de 1859, ACC, SM, doc. 36. 666; El Demócrata: Organo del Partido Liberal Independiente (Palmira), 13 de marzo de 1879.«« Volver

[82]. Rafael Prado Concha a Sergio Arboleda, Palmira, 5 de noviembre de 1871, ACC, FA, sig. 1523; Los Principios (Cali), 12 de noviembre de 1875.«« Volver

[83]. Pedro José Piedrahíta a T. C. de Mosquera, Cali, 12 de marzo de 1859, ACC, SM, doc. 36.922.«« Volver

[84]. Éste pudiera haber sido el caso de Bogotá, pero la sugerencia implícita en varios trabajos es una explicación similar para toda Colombia. Margarita R. Pacheco, La fiesta liberal en Cali, 170-91; Fabio Zambrano, “Algunas normas de sociabilidad en la Nueva Granada, 1780-1860” (sin editar), 164-74; Francisco Gutiérrez Sanín, Curso y discurso; Hans-Joachim König, En el camino hacia la nación: Nacionalismo en el proceso de formación del estado y de la nación de la Nueva Granada, 1750 a 1856 (Bogotá: Banco de la República, 1994), 493-502; Frank Saford y Marco Palacios, Colombia, 208-15.«« Volver

[85]. José M. Cañadas a José Hilario López, Cali, 25 de septiembre de 1854 AGN, SACH, FJHL, caja 9 carpeta 7 p.172; Rafael Guzmán a José Hilario López, Pasto, 22 de octubre de 1854 AGN, SACH, FJHL, caja 9 carpeta 8 p.260; Saford y Palacios, Colombia, 212-14.«« Volver

[86]. Vicente Cárdenas a Sergio Arboleda, Pasto, 31 de agosto de 1854 ACC, FA, sig.1505.«« Volver

[87]. Alejandro de la Fuente, A Nation for All: Race, Inequality, and Politics in Twentieth-Century Cuba (Chapel Hill: University of North Carolina Press, 2001, 60-66.«« Volver

[88]. José J. Lemos al Gobernador provincial, Silvia, 30 de mayo de 1854, ACC, AM, paquete 75, leg. 84.«« Volver

[89]. José de Obaldía a José Hilario López, Ibagué, 18 de octubre de 1854, AGN, SACH, FJHL, caja 9, carpeta 8, p. 249; La Unión (Popayán), 7 de febrero de 1864.«« Volver

[90]. Los hacendados se quejaban interminablemente acerca de la falta de disciplina de los negros. Véase Sergio Arboleda, “Observaciones á la cuenta formada por los Sres. Rafael y Daniel Arboleda,” Bogotá, 30 de agosto de 1878, ACC, FA, sig. 15, p. 1; Sergio Arboleda, “Instrucciones al Señor Trinidad Gómez para el manejo de la hacienda Quintero,” Japio, 4 de septiembre de 1857, ACC, FA, sig. 140, p. 7.«« Volver

[91]. T. C. de Mosquera l Presidente del Senado, Popayán, 2 de septiembre de 1859, ACC, AM, paquete 74, leg. 56; Gaceta del Cauca (Popayán), 6 de septiembre de 1859; T. C. de Mosquera, “Mensaje del Gobernador del Estado a la Lejislatura de 1859,” Popayán, 11 de agosto de 1859, ACC, AM, paquete 74, leg. 48.«« Volver

[92]. Pedro Antonio Martínez Cuellar a Mariano Ospina, Buga, 27 de junio de 1859, BN, FM, libro 210, p. 32; José V. López a Mariano Ospina, Cali, 3 de junio de 1859, BN, FM, libro 210, p. 132.«« Volver

[93]. José M. Chicaíza a Mariano Ospina, Pasto, 7 de junio de 1859, BN, FM, libro 322, p. 374.«« Volver

[94]. J. M. Bustamante a Mariano Ospina, Cartago, 15 de septiembre de 1859, BN, FM, libro 210, p. 97.«« Volver

[95]. David Peña, Presidente de la Sociedad Democrática, al Gobernador del Estado, Cali, 19 de Julio de 1859, ACC, SM, doc. 36.899.«« Volver

[96]. Residentes de la Provincia de Cali [más de 750 nombres, muchos firmaron por quienes no sabían] al Gobernador del Estado, Cali, 30 de julio de 1859, ACC, AM, paquete 71, leg. 15.«« Volver

[97]. “Diario Histórico del Ejército Unido de Antioquia y Cauca”, ACC, FA, sig. 63, p. 235; Manuel José González a Sergio Arboleda, Cali, 11 de marzo de 1862, ACC, FA, sig. 437, p. 1; Daniel Mosquera al Gobernador Provincial, Tambo, 18 de agosto de 1861, ACC, AM, paquete 82, leg. 27.«« Volver

[98]. Borrador de una carta al Congreso Nacional, [Sergio Arboleda], [mediados de los 1860s?], ACC, FA, sig. 180, p. 4; El Espectador: Dios, Relijion i Libertad (Pasto), 10 de abril de 1862.«« Volver

[99]. Aunque la alianza entre los liberales populares y los de élite era fuerte en el valle central, en la costa era débil. En parte esto era debido a la falta de un compromiso de liderazgo por parte de los liberales; después del gobernador J. N. Montero, no hubo nadie que movilizara u organizara a los afrocolombianos. Los restantes liberales estaban demasiado ligados a la antigua clase esclavista y demasiado interesados por asegurar mano de obra y mantener el orden como para negociar con los afrocolombianos. A diferencia de lo que sucedía en el Valle del Cauca, los afrocolombianos de la costa en últimas no necesitaban a los liberales, pues contaban con abundante tierra en la selva y no sentían mucha presión por parte de los poderosos en materia de impuestos, mano de obra o deferencia social. Los liberales de élite, también interesados en disciplinar una fuerza de trabajo ahora radicalmente independiente, temían o detestaban a sus vecinos negros. Por lo menos en la costa, el racismo y los miedos raciales desbarataron la alianza que perduraría en el interior. El gobernador de la Provincia del Atrato al Secretario del Tesoro, Quibdó, 1 de marzo de 1859, ACC, AM, paquete 73, leg. 39; Gaceta Ofcial del Cauca (Popayán), 27 de abril de 1867; El Atratense (Quibdó), 9 de septiembre y 26 de octubre de 1880. También véase Claudia Leal, “Natural Treasures and Racial Tensions: The Pacifc Lowlands of Colombia at the Turn of the Nineteenth Century, 1880-1930” (trabajo presentado en la correspondiente Reunión de la Asociación de Estudios Latinoamericanos, Dallas, 2003).«« Volver

[100]. En Cali 800 miembros de la Sociedad Democrática rápidamente se alistaron como voluntarios. Rafael [Arboleda] a T. C. de Mosquera, Popayán, 14 de junio de 1876, ACC, SM, doc. 56. 924.«« Volver

[101]. El Pensamiento Popular, 1 de julio de 1852; José Tello al Gobernador Provincial, Almaguer, 11 de octubre de 1853, ACC, AM, paquete 55, leg. 94.«« Volver

[102]. Pedro José Piedrahíta a Tomás C. de Mosquera, Cali, 12 de marzo de 1859, ACC, SM, doc. 36. 922.«« Volver

[103]. Pedro José Piedrahita a T. C. de Mosquera, Cali, 26 de febrero de 1859, ACC, SM, doc. 36. 921.«« Volver

[104]. Constitución política del Estado Soberano de Cauca, expedida el 16 de septiembre de 1863 (Bogotá: Imprenta de la Nación, 1865).«« Volver

[105]. El repertorio político de los afrocolombianos coincidía con los repertorios introducidos en Europa por los movimientos sociales; [véase N. del T.] Charles Tilly, “Contentious Repertoires in Great Britain, 1758-1834”. Social Science History 17 (Verano de 1993), 253-80.«« Volver

[106]. Para las votaciones, las peticiones, los boicots, la violencia y las manifestaciones, véase al material previamente citado. En relación con las huelgas, véase infra. Para el acomodamiento en los locales gubernamentales, véase César Conto a Aquileo Parra, Popayán, 7 de agosto de 1877, Biblioteca Luis Ángel Arango, Bogotá, Sala de Manuscritos, ms. 295; Manuel Joaquín Bosch, Reseña histórica, 50.«« Volver

[107]. Nancy Appelbaum, “Whitening the Region: Caucano Mediation and ‘Antioqueño Colonization’ in Nineteenth-Century Colombia,” Hispanic American Historical Review 79 (Nov. 1999): 636-45.«« Volver

[108]. Gustavo Arboleda, Diccionario biográfico y genealógico del antiguo Departamento del Cauca (Bogotá: Biblioteca Horizontes, 1962 [1910]), 474.«« Volver

[109]. Benjamín Núñez al Secretario de Gobierno, Cali, 6 de diciembre de 1865, ACC, AM, paquete 65, leg. 67.«« Volver

[110]. “Diario Histórico del Ejército Unido de Antioquia y Cauca,” ACC, FA, sig. 63, p.235; véase también El Espectador, 2 de octubre de [1862].«« Volver

[111]. En una carta privada a Mosquera, Peña era descrito como “pertenece a la raza africana, es mulato claro”. Pedro José Piedrahíta a T. C. de Mosquera, Cali, 14 de mayo de 1859, ACC, SM, doc. 36.933. El gobernador liberal Mercado, quien posiblemente era blanco, también era descrito como mulato. Véase Escorcia, Sociedad y economía, 89. Los conservadores en ocasiones describían a los liberales comportándose como “negros”; véase Alfonso [Arboleda] a Sergio Arboleda, Popayán, 20 de agosto de. 1879, ACC, FA, sig. 447, p. 59.«« Volver

[112]. El concepto de “héroe cultural” proviene de John Charles Chasteen, Heroes on Horseback: The Life and Times of the Last Gaucho Caudillos (Albuquerque: University of New Mexico Press, 1995), 4. La relación Patrón-cliente, de John Lynch, Caudillos in Spanish America, 1800-1850 (Oxford: Clarendon, 1992), 4-5. Véase también a Hugh M. Hamill, ed., Caudillos: Dictators in Spanish America (Norman: University of Oklahoma Press, 1992). Para una excelente presentación del caudillismo que acentuaba los lazos clientelistas, sus motivaciones materiales, sus vínculos emocionales, pero también de identificación partidista, véase Ariel de la Fuente, Children of Facundo: Caudillo and Gaucho Insurgency during the Argentine State-Formation Process (La Rioja, 1853-1870) (Durham: Duke University Press, 2000). El Caudillismo bien puede servir como la mejor guía explicativa para ciertos tiempos y lugares, pero puede ser de menor utilidad para comprender la Colombia del siglo XIX. Por ejemplo, Charles Walter en su estudio sobre el caudillismo descubre que en el sector rural indígena peruano la campaña política era de carácter limitado. Ello comparado con la intensa vida política que encuentro para la Colombia rural. Charles F. Walker, Smoldering Ashes: Cuzco and the Creation of Republican Peru, 1780-1840 (Durham: Duke University Press, 1999). Mientras que el modelo del caudillo ha sido abandonado por algunos estudiosos dedicados a la historia urbana, es más aceptado para las áreas rurales. Véase Sowell, The Early Colombian Labor Movement. El modelo de caudillo limita severamente la gestión de los hombres y mujeres subalternos, y enfocarse solamente en la resistencia puede ocultar la participación política popular que era mucho más frecuente e intensa. Para la resistencia en el Cauca, véase Michael T. Taussig, The Devil and Commodity Fetishism in South America (Chapel Hill: University of North Carolina Press, 1980).«« Volver

[113]. Para los énfasis en el clientelismo, véanse Álvaro Tirado Mejía, Aspectos sociales de las guerras civiles en Colombia (Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura, 1976), 37-38; David Bushnell, The Making of Modern Colombia, 94; Orlando Fals Borda, Historia doble de la costa, vol. 2 (Bogotá: Carlos Valencia, 1981), 62b-76b, 191. Para opiniones más cercanas a las mías, véase Malcolm Deas, “Poverty, Civil War, and Politics: Ricardo Gaitán Obeso and his Magdalena River Campaign in Colombia, 1885”, Nova Americana 2 (1979): 263-303; y Rebecca Earle, ed., Rumours of Wars: Civil Confict in Nineteenth-Century Latin America (London: Institute of Latin American Studies, 2000).«« Volver

[114]. John Lynch, Caudillos, 4.«« Volver

[115]. Boletín Democrático 18 de julio de 1851.«« Volver

[116]. Uday Singh Mehta, Liberalism and Empire: A Study in Nineteenth-Century British Liberal Thought (Chicago: University of Chicago Press, 1999). Para el liberalismo colombiano en general, véase Jaime Jaramillo Uribe, El pensamiento colombiano en el siglo XIX (Bogota: Temis, 1964; Gerardo Molina, Las ideas liberales en Colombia vol. 1 1849-1914 (Bogota: Tercer Mundo, 1988).«« Volver

[117]. Francisco Gonzalez al Gobernador Provincial, Santander [Quilichao N. del T.], 20 de marzo de 1855 ACC, AM, paquete 60 leg. 60.«« Volver

[118]. José V. López a Mariano Ospina, Cali, 21 de mayo de 1859 BN, FM, libro 210, p.129.«« Volver

[119]. Algunos liberales alegaban que las razas realmente no existían o no deberían existir; todas las personas eran básicamente las mismas y la sociedad debería olvidar las divisiones sociales basadas en “accidentes ridículos”. El Montañes (Barbacoas), 15 de febrero de 1876.«« Volver

[120]. La Unión, 7 de febrero de 1864.«« Volver

[121]. Estos discursos sobre liberalismo y republicanismo actuaban en el Cauca a la manera de los “mitos” sobre democracia racial y republicanismo, que en Cuba se esgrimieron para efectos de movilización de los afrocubanos. Véase Alejandro de la Fuente, “Myths of Racial Democracy: Cuba, 1900-1912”, Latin American Research Review 34: 3 (1999): 39-73.«« Volver

[122]. Habitantes de la hacienda San Julián [más de 25 nombres, muchos firmaron por otros] al Gobernador de la Provincia, San Julián, 15 de octubre de 1853, ACC, AM, paquete 55, leg. 92. En numerosas peticiones y misivas de este periodo aparecen referencias a la esclavitud.«« Volver

[123]. José Tomás del Carmen [documento escrito por otro] al Gobernador, Popayán, 16 de marzo de. 1855, ACC, AM, paquete 60, leg. 60.«« Volver

[124]. Bautista Feijoo, Jefe Político del Cantón de Torres al Gobernador de la Provincia, Caloto, 8 de abril de 1854, ACC, AM, paquete 75, leg. 84. Años después, un observador liberal anotaba cómo una severa hambruna en el valle había forzado a los desesperados por comida a rogar pronunciando “la odiada palabra, mi amo”; La Voz del Pueblo: Organo de la Sociedad Democrática (Cali), 3 de octubre de 1878.«« Volver

[125]. Residentes de San Juan [24 nombres, todos firmados con una X] a los Ciudadanos Senadores y Representantes (nacionales), s.f. s.l. sólo 1852, AC, 1852, Senado, Proyectos Negados II, p. 19.«« Volver

[126]. Habitantes de la Hacienda San Julián (más de 25 nombres, muchos frmados por otro) al Gobernador de la Provincia, San Julián, 15 de octubre de 1853, ACC, AM, paquete 55, leg. 92.«« Volver

[127]. Los bogas del río Dagua (más de 115 nombres, todos menos 7 fueron firmados por otros) al Ciudadano Presidente del Estado, Cali, 15 de mayo de 1878, ACC, AM, paquete 144, leg. 64.«« Volver

[128]. Residentes de Aldea de Quilcacé (más de 80 nombres) a los vocales municipales, Quilcacé, 14 de febrero de 1864, ACC, AM, paquete 88, leg. 54.«« Volver

[129]. Pioquinto Diago, en su nombre y en el de sus amigos (nueve por los que firmaron otros por ser analfabetos) al Ciudadano Presidente del Estado Soberano del Cauca, Popayán, 7 de febrero de 1878 ACC, AM, paquete 144, leg.64.«« Volver

[130]. Los bogas de río Dagua (más de 115 nombres, sólo 7 firmaron por ellos mismos) al Ciudadano Presidente del Estado, Cali, 15 de mayo de 1878 ACC, AM, paquete 144, leg. 64.«« Volver

[131]. El resultado de la concentración en el servicio militar y en la votación fue la exclusión de la mujer, que con frecuencia participaba en la acción política directa a partir de una total membresía en el liberalismo popular y en la formación de la Nación. Para la importancia del servicio militar, véase Ada Ferrer, Insurgent Cuba 37-42; Doris Sommer, Foundational Fictions: The National Romances of Latin America (Berkeley: University of California Press, 1991), 23.«« Volver

[132]. Mercado lo reconocía cuando se refería como “ciudadanos” a la gente que había tumbado las cercas de los ejidos de Cali. R. Mercado al Secretario de Gobierno, Cali, 24 de enero de 1851, AGN, SR, FGV, tomo 165, p. 799.«« Volver

[133]. Anónimo, Observaciones para servir a la historia, 1; El Pensamiento Popular, 22 de julio de 1852; Jorge J. Hoyos a Mariano Ospina, Buenaventura, 25 de marzo de 1859, BN, FM, libro 189, p. 363; Ariete, 19 de enero de 1850; Residentes de Tumaco (más de 45 nombres) al Ciudadano Presidente de la Unión, Tumaco, 30 de agosto de 1878, Archivo del Instituto Colombiano de la Reforma Agraria, Bogotá, Bienes Nacionales (en adelante INCORA), tomo 14, p. 947; Manuel María [Mosquera] a Tomás [Cipriano Mosquera], Popayán, 15 de mayo de 1877, ACC, SM, doc. 57. 555; Francisco Gutiérrez Sanín, Curso y discurso.«« Volver

[134]. Los abajo firmantes ciudadanos Colombianos y miembros activos del Estado Soberano del Cauca y la Sociedad Democrática de Palmira (más de 65 nombres) al Ciudadano Presidente de los Estados Unidos de Colombia, Palmira, 21 de junio de 1868, INCORA, tomo 7, p. 492.«« Volver

[135]. Los abajo firmantes ciudadanos Colombianos y miembros activos del Estado Soberano del Cauca y la Sociedad Democrática de Palmira al Ciudadano Presidente de los Estados Unidos de Colombia, Palmira, 21 de junio de 1868, INCORA, tomo 7, p. 492. Para un argumento similar, véase El Pensamiento Popular, 22 de julio de 1852.«« Volver

[136]. Carlos Holguín a Sergio Arboleda, Manizales, 30 de enero de 1877, ACC, FA, sig. 1515; Belisario Zamorano, Bosquejo biográfico del Jeneral David Peña (Cali: Imprenta de Eustaquio Palacios, 1878), 16.«« Volver

[137]. Los suscritos miembros de la Sociedad Democrática (más de 180 nombres, muchos con rasgos groseros y o les frmaron otros) al Ciudadano Presidente del Estado, Cali, 1 de junio de 1877, ACC, AM, paquete 137, leg. 7.«« Volver

[138]. Los suscritos miembros de la Sociedad Democrática al Ciudadano Presidente del Estado, Cali, 1 de junio de 1877, ACC, AM, paquete 137, leg. 7.«« Volver

[139]. David Peña, “Proyecto de Lei por lo cual se fomenta la agricultura en el Estado,” Popayán, 9 de agosto de 1877, ACC, AM, paquete 137, leg. 30.«« Volver

[140]. Registro Oficial (Organo del Gobierno del Cauca) (Popayán), 30 de junio de 1877; B. González a Julián Trujillo, Popayán, 2 de agosto de 1877, AGN, Sección Colecciones, Fondo Enrique Ortega Ricaurte, Serie Generales y Civiles, caja 94, carpeta 346, doc. 18.565; Reporte de Ramón Cerón, Popayán, 14 de agosto de 1877, ACC, AM, paquete 137, leg. 30.«« Volver

[141]. Para un excelente repaso general de este proceso (y la historia caucana en general), véase Alonso Valencia Llano, Estado soberano del Cauca, 226-282; también Marco Palacios, Entre la legitimidad y la violencia: Colombia, 1875-1994 (Bogotá: Grupo Editorial Norma, 1995), 15-71; Vicente Cárdenas a Sergio Arboleda, Quito, 2 de septiembre de 1878, ACC, FA, sig. 1506. Claro está que el rechazo eventual de los liberales del Cauca hacia sus aliados populares no fue exclusivo de Colombia. Véase Florencia E. Mallon, Peasant and Nation; Guy P. C. Thomson y David G. LaFrance, Patriotism, Politics, and Popular Liberalism in Nineteenth-Century Mexico: Juan Francisco Lucas and the Puebla Sierra (Wilmington, Del.: SR Books, 1999). «« Volver

[142]. Para la relaciones en el siglo XX, véase W. John Green, Gaitanismo, Left Liberalism, and Popular Mobilization in Colombia (Gainesville: University Press of Florida, 2003).«« Volver

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