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Acta literaria - Borges y el cansancio de lo mismo

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Acta literaria

versión On-line ISSN 0717-6848

Acta lit.  n.31 Concepción  2005

http://dx.doi.org/10.4067/S0717-68482005000200003 

  Acta Literaria Nº 31 (23-31), 2005

Artículos

 

Borges y el cansancio de lo mismo

 

MARCELO SÁNCHEZ ROJEL

Universidad de Concepción sanchez1@mixmail.com


RESUMEN

Las paradojas y advertencias de la ficción utópica son el sustrato del cuento "Utopía del hombre que está cansado" de Jorge Luis Borges. Cuando los caminos no quieren llegar a ninguna parte, se hacen laberintos. La temporalidad se vuelve monstruosa y el espacio, homogéneo hasta el tedio. Sin embargo, allí donde la identidad es un cansancio, el autor es precursor de la tesis de Piglia, la literatura es una forma privada de utopía, o bien, es un laboratorio de lo posible.

Palabras claves: Literatura, utopía, esperanza.

ABSTRACT

The paradoxes and warnings of the utopian fiction are the substrate of the story "Utopia of the man who is tired" by Jorge Luis Borges. When the ways do not want to arrive nowhere, labyrinths become. The temporality becomes monstrous and the space, homogenous until the boredom. Nevertheless, there where the identity is a fatigue, the author is precursory of the thesis of Piglia, Literature is a deprived form of utopia, or, is a laboratory of the possible thing.

Keywords: Literature, utopia, hope.


"Lo he sido todo; nada vale la pena"
(Septimio Severo, citado por
Fernando Pessoa)

Llamóla Utopía, voz griega cuyo significado es no hay tal lugar". Es una cita de Quevedo (1948) la que anuncia el relato de Borges "Utopía de un hombre que está cansado" (Borges, 1997)1 tres siglos después de la Utopía de Tomás Moro, de quien Quevedo hace noticia, juicio y recomendación (Quevedo, 1948)2. El texto es posterior a "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius", el cuento borgeano más estudiado en relación con el tema y género literario inaugurado así por el escritor inglés.

La "Utopía de un hombre que está cansado" comparte ese guiño irónico del lugar que no existe, de la vida en ninguna parte que acontecía en la isla de los utopos y que luego surgiría en los márgenes de la Nueva Atlántida de Francis Bacon y La ciudad del sol de Tommaso Campanella. En esas geografías futuras, posibles y perfectas, la felicidad alcanza a los humanos, aunque para Borges esa felicidad se vuelva triste.

Como en las utopías clásicas, Borges relata un viaje, aunque no describe sus huellas. No hay naufragio, ni descubrimiento de la isla lejana de Tomás Moro, pero sí un desplazamiento; el abandono de una realidad y el encuentro no ya con un falso país (como Tlön), sino con el mundo futuro. La voz de un narrador en primera persona es la voz de un hombre que camina en la llanura infinita hasta llegar a una casa donde vive el hombre del porvenir, "alguien".

De acuerdo a la propia creencia borgeana, aquella de que la imitación de un patrón noble ennoblece la copia, su relato repite varios tópicos de la sociedad imaginada por Moro. A través de breves diálogos con "Alguien", el protagonista va enterándose de los avatares de este mundo del futuro y sus habitantes. Como en "Utopía" se establece la inexistencia de propiedad privada y del pasado. En las escuelas se enseña la duda y el arte del olvido ("Queremos olvidar el ayer, salvo para la composición de elegías"). Cada cual produce por su cuenta las ciencias y las artes que necesita. Hay una sola lengua (latín). No hay gobiernos, no hay cronología ni historia. Está abolida la imprenta. No hay naciones. No hay pobreza ni riqueza. Cada cual ejerce su oficio. No hay posesiones, ni herencias. Cuando el hombre madura a los cien años está listo para la soledad. Ya ha engendrado un hijo. Puede prescindir del amor y la amistad. Ejerce alguna de las artes, la filosofía, las matemáticas o el ajedrez. Cuando quiere se mata. La muerte no es dolor e incluso "se discuten las ventajas y desventajas del suicidio".

Quien se desplaza al porvenir es Eudoro Acevedo, un profesor de letras inglesas y americanas y escritor de cuentos fantásticos3. Cuando se encuentra con "Alguien", éste tiene ya 400 años y se dispone al suicidio. Antes, quema todas sus pertenencias (muebles y enseres labrados por él mismo) y entrega a Eudoro una tela en blanco, pintada con "materiales hoy dispersos en el planeta".

Posible de leerse como utopía de la libertad, este relato breve está cifrado desde la ambigüedad que caracteriza al narrador escéptico que hay en Borges. Para el propio escritor trasandino "la obra que perdura es siempre capaz de una infinita y plástica ambigüedad" (Borges, 1982: 127). Si desde una orilla puede leerse como un ideal imaginado: una forma de gobierno leve, un mundo no parcelado en naciones, políticos que tuvieron que "buscar oficios honestos", el latín como idioma común en una sociedad sin "riquezas ni pobrezas"; desde el otro borde de esta lectura, Borges se plantea otras preguntas sobre la condición humana que son recurrentes en su obra: el tiempo, el destino, la muerte.

La "Utopía del hombre que está cansado" intenta ir más allá de la sátira o el sermón, límites que Borges enrostraba a los relatos clásicos como la "Utopía" de Moro, y reclama por la composición de un texto de verdadera fantasía4. Para ello acude a sendas fantasías, también de escritores ingleses, Herbert George Wells y Samuel Taylor Coleridge: El regreso con una flor del futuro que no ha florecido aún y el despertar con una flor del paraíso en la mano. Asimismo, su texto deja en claro la preferencia por Wells y no por Julio Verne, el autor de los viajes espaciales a los cuales desecha burlescamente en esta utopía. Para Borges, "Wells fue un admirable narrador, un heredero de las brevedades de Swift y de Edgard Allan Poe; Verne, un jornalero laborioso y risueño. Verne escribió para adolescentes; Wells, para todas las edades del hombre. Hay otra diferencia, ya denunciada alguna vez por el propio Wells: las ficciones de Verne trafican en cosas probables; las de Wells en meras posibilidades, cuando no en cosas imposibles: un hombre que regresa del porvenir con una flor futura" (Borges, 1982: 126). De esa hermosa fantasía es la naturaleza del presente que llega a manos de Eudoro Acevedo. El alter ego borgeano regresa al presente con un cuadro que "alguien pintará con materiales hoy dispersos en el planeta".

En esta utopía el autor traza un mapa de sus preferencias literarias, porque, como observa Carlos Fuentes (1990:40), cada escritor crea sus propios antepasados. Con humor a veces, con adhesiones al pasar, Borges evoca, por supuesto, a Moro y Quevedo. Compara Los viajes de Gulliver de Jonathan Swift con la Suma teológica de Santo Tomás de Aquino, recurso para nada inédito y que sigue su consabida sentencia de que la filosofía y la religión son dos ramas de la literatura fantástica. Menos cerca de estas fantasías literarias, sigue a otro inglés, el filósofo George Berkeley -quien afirmaba que existir significa ser percibido, esse est percipi-, para criticar el tiempo que vive en la voz de Eudoro Acevedo. En conversación con "Alguien" le explica que "sólo lo publicado era verdadero. Esse est percipi (ser es retratado) era el principio, el medio y el fin de nuestro singular concepto del mundo". La otra alusión en latín de este relato corresponde a sub specie aeternitatis, que recoge la idea de Baruch Spinoza conforme a la cual estamos capacitados para percibir las cosas sub specie quadam aeternitatis (bajo una cierta especie de eternidad). Italo Calvino recuerda que Borges es un escéptico que degusta ecuánimemente de filósofos y teologías sólo por su labor "espectacular y estética"5. Por eso no es raro que, como Fernando Pessoa y su calle de los Doradores (Pessoa, 1996: 83)6, la travesía de Eudoro Acevedo concluya con el regreso al "escritorio de la calle México", donde por años Borges fue director de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires.

Biografía y ficción van entrelazando el desplazamiento del relator de esta utopía. Como Michel Foucault que escribe Las palabras y las cosas (1997) inspirado en las heterotopías de Borges, el escritor trasandino relee el espacio sedentario y maravilloso creado por Tomás Moro para pensar su utopía cansada donde "no importa leer sino releer". Al fin y al cabo, se trata de un solo libro porque, como repara Carlos Fuentes a propósito de la cronotopía borgeana, "un autor, un libro, significan todos los autores, todas las bibliotecas y todos los libros, presentes aquí y ahora, contemporáneos los unos de los otros no sólo en el espacio sino en el tiempo" (Fuentes, 1990: 38-39). En Borges los tiempos son divergentes, convergentes y paralelos. Sus relatos, comenta Fuentes, son incomprensibles sin la inteligencia de una variedad de tiempos y espacios que revelan una diversidad de culturas. Entonces, la literatura será "la forma potencial donde tiempos y espacios se dan cita imaginaria, se conocen y recrean" (Fuentes, 1990: 46). Por eso Borges, a través de Acevedo, es Hytlodeo, el relator de la utopía de Moro. Y la relación de cosas en la "Utopía del hombre que está cansado" sucede en un tiempo plural (presente, curioso ayer y porvenir), simultáneo e infinito (como la llanura donde acontece este encuentro).

Es, también, el espacio de lo ambiguo. Por momentos, el texto parece describir una utopía: a los humanos "los males y la muerte involuntaria no lo amenazan", cada uno ejerce alguna de "las artes, la filosofía, las matemáticas o juega a un ajedrez solitario", en este tiempo ideal los gobiernos "fueron cayendo gradualmente en desuso". Pero esa ficción también alcanza la distopía de la uniformidad: un ambiente gris como el traje del hombre del futuro, "de rostro severo y pálido", donde ocurre "el olvido de lo personal y local", y la imprenta es concebida como "uno de los peores males del hombre". En esa ambivalencia, en ese doble mundo de posible imagen del futuro y a la vez de advertencia se confunde el visitante y el huésped. Sin olvidar el tono satírico, el mismo empleado por Moro en su u-topía, el narrador va jugando con el espejo de las personalidades. El huésped no se incomoda con el "viaje espacial" del visitante, ni el visitante parece sorprendido por su presencia en ese universo, a sólo un día de distancia. "A más tardar estarás mañana en tu casa", le anuncia "Alguien" a Eudoro. Alguien sabe que estas visitas "no duran mucho" y "ocurren de siglo en siglo". El viaje no es el secreto.

DOS CITAS CON LA VIDA Y LA MUERTE

Como en las novelas de Wells u Orwell, asistimos en esta utopía a una pérdida de la individuación y espontaneidad. Las reglas dictadas se han internalizado y se considera un campo de concentración como un paraíso terrenal, porque ya no tiene contradicciones. El humor negro de Borges reubica a Hitler como un filántropo que inventó la cámara letal (crematorio), lugar donde se suministra el suicidio.

Si en Un mundo feliz de Huxley (1999) la consigna de la revolución francesa "Libertad, fraternidad e igualdad" es sustituida por "comunidad, identidad y estabilidad"7, en Borges opera esa misma comunidad que es la sumisión de todos y todo al funcionamiento de un orden determinado, en donde la identidad es la anulación de las diferencias personales y la estabilidad es el fin de la dinámica social. Es más, la decisión de quitarse la vida puede asumirse en este mundo futuro como una decisión "gradual o simultánea de todos los hombres".

Desde la República de Platón las utopías exhiben una tendencia a proponer un sistema sociopolítico estático, jerárquico, totalitario y sospechosamente racional. Se exaltan las cualidades colectivas ante la edificación de un poder omnisciente, autoritario y coercitivo. Así, Fernando Aínsa (1986: 216) acusa en la Utopía el racionalismo reglamentado y rígido de Moro, quien sigue la línea estricta de clases y funciones al modo de la República de Platón o la Política de Aristóteles.

En casi todas las utopías, el orden, el Estado o el poder suprime las manifestaciones del individualismo. En la utopía se arriba a un estado de detención, de domesticación. Lo utópico emerge como la abolición de la historia y la contingencia, de aquello genuinamente humano. La nivelación juega a favor de un individuo anónimo y modelado sobre la base de patrones generales. En la "Utopía del hombre que está cansado" nadie tiene nombre, ni los de antes y ni los de ahora. No se levantan efigies a los muertos ni tampoco la muerte es atroz. La sentencia de Octavio Paz de que el hombre inventó las eternidades y los futuros para escapar de la muerte es puesta en duda. Borges, en este relato, enfrenta al hombre del porvenir al suicidio. No escribe, pues, para resistir la muerte, sino para entregarse a ella y quizás en esa seducción aprehender ese rostro desconocido, en un llamado que repite el hombre de Alguien, de nadie, de todos. La muerte es una cita. Eudoro también lo percibe. "¿Se trata de una cita?"8, pero Alguien no responde. Ese aviso del día, hora y lugar es un secreto que no puede ser revelado aún.

Fernando Pessoa concibe que "la muerte es una liberación porque morir es no necesitar al otro (...) Por eso ennoblece la muerte, viste de galas desconocidas al pobre cuerpo absurdo (Pessoa, 1996: 321). Es cierto, el hombre del porvenir ni tiene miedo ni necesita a los otros para ese acto solitario que es morir. Pero no menos cierto es que la vida está en otra parte y la utopía añora vivir esa promesa de mundo. O mejor, como ha dicho Italo Calvino, a pesar de que la utopía ha sido la más pesada piedra de nuestros empeños de Sísifo, "ha sido el ala constante que planea en nuestro firmamento".

Y porque la utopía es una forma de percibir y analizar la realidad contemporánea (Aínsa 1986: 46), Borges anota algunos los síntomas del malestar de la sociedad de su tiempo, del nuestro y de otros. Su proposición de una posible imagen el futuro cifra la esperanza que plantea Ernst Bloch, pero nos parece decir, en el mismo tono satírico de Moro, que se trata de una utopía donde el tiempo infinito no es suficiente para cambiar el rostro severo de los seres humanos.

Más allá de la utopía de la libertad que algunos críticos ven en este relato (Mosca, 1983)9, este mundo ficticio tiene la lectura de una derrota. El hombre que imagina el futuro asiste a la destrucción de las cualidades. "Al unir Borges al individuo con todos los seres y cosas del orbe acaba por borrarlo", señala Ana María Barrenechea (1957: 87). En este proceso de desintegración del yo, nadie y todos son el mismo "Alguien". Si cualquiera puede ser "su propio Bernard Shaw, su propio Jesucristo y su propio Arquímedes" nada vale ser alguien distinto. Como en otros textos del autor de El Aleph, la infinita variedad se ha fundido en un solo hecho que es agrandado hasta abarcar el universo (Barrenechea, 1957: 82). Así, la vida de un hombre, sus percepciones y sus recuerdos se reducen a uno solo, a ese "Alguien".

Estas refutaciones del tiempo, del individuo, del cosmos, encierran por cierto una desolada angustia. La desilusión de que incluso en esa imagen del porvenir no es posible el mundo feliz, ni siquiera en utopía, ese lugar que no existe. Ante la promesa, la esperanza, se antepone lo irremediable; no el terror a la finitud, sino a la monotonía, al cansancio que llega también a ensombrecer el arte, incapaz de liberar del tedio, de la angustia de los días. Se entiende entonces el sentimiento que el mismo Borges confiesa de este relato: "es la pieza más honesta y melancólica de la serie"10. Quizás porque todo lo que en las utopías clásicas parece prometer un futuro mejor, sin guerras, sin pobreza ni riqueza, sin gobierno, conduce a la pérdida de lo que distingue a cada ser humano: su nombre. La utopía de la imposición de una lengua única y de un modelo cultural conduce a otra destrucción: la diversidad. Borges escribe una distopía porque anticipa algo posible: La uniformidad, el aislamiento y el sin sentido de la vida. En un mundo donde ya no pasa nada, la vida es sublime, pero aburrida. En esta sociedad perfecta, de seguridad, abundancia y paz, reina el tedio, la monotonía.

Lo espantoso de los proyectos utópicos es que los hombres pierden su identidad, quedan reducidos a las funciones que desempeñan en el Estado, enfatiza Rita Falke (1958). Por eso el cansancio es doble, del narrador respecto del mundo actual y del hombre del porvenir respecto de su vida en ese futuro. El profesor de letras inglesas y americanas está cansado de los políticos, quienes en la utopía terminan "siendo cómicos o buenos curanderos", mientras los embajadores o ministros son "una suerte de lisiado". También está cansado del poder, los gobiernos, la fama, la ostentación, la división entre naciones y la "gente ingenua" que "creía que las mercaderías eran buenas porque lo decían sus fabricantes". En el porvenir, la materia incoherente de los seres humanos luce su cansancio. Es una sociedad de habitantes aislados. El aburrimiento ha llegado a la dimensión individual e histórica. El lenguaje es un sistema de citas, lo que supone que la abundancia de información ha saturado la capacidad de la comunicación humana y ha "vaciado de vitalidad el lenguaje, que, como tal, ha muerto, pues ya no es un sistema de símbolos compartidos ni una tradición histórica" (Pinedo, cica.es/aliens/gittcus/pineda11.htm). "Alguien" sabe que no puede evadirse de "un aquí y de un ahora".

En esa llanura de los días, de la historia, no se agita el azar ni la promesa de lo otro, tampoco el amor. Es la arena del relato y del libro, sin principio ni final. El tiempo se vuelve monstruoso y el espacio es una planicie que abre el telón de la uniformidad, de la pérdida de la historia y de las identidades. En estas sombras de la existencia alguien se dispone a morir y nadie acompañará su marcha infinita.

Pero si la literatura es una forma privada de la utopía y con Bloch, una utopía se consuma en la resistencia a la muerte, ¿cuál es la utopía de Borges, de Acevedo? ¿Es sólo una distopía de la inmortalidad, del horror de ser inmortal y su cansancio, del horror de la monotonía y su rutina? ¿Es posible pensar otro destino?

"Alguien" camino a la muerte, prisionero de su gran relato, se precipita hacia Utopía, pero Acevedo, que es Borges, regresa. En ese cruce está la esperanza, el pensamiento utópico que reclama la literatura como diálogo y lugar de acogida. Esa utopía no tiene territorio y siempre vivirá en una página en blanco. Esa advertencia resiste a la muerte. Borges regresa y escribirá esa página en blanco, del color de la tela que trae del futuro, "pintada con los materiales hoy dispersos en el planeta"11, dispersos como la vida.

 

NOTAS

1 Este es uno de los trece relatos breves que contiene la publicación.

2 Así lleva por título el breve escrito de Quevedo sobre la "Utopía" de Moro que él mismo encomendó traducir del latín al castellano en 1637.

3 Al igual que Jorge Luis Borges Acevedo, Eudoro Acevedo enseña y escribe, y tiene 70 años de edad.

4 Comentario de Fernando Savater en el prólogo de Utopía de Tomás Moro (1999).

5 "Jorge Luis Borges", en Calvino (1999: 245).

6 Curiosamente una página antes, el heterónimo Bernardo Soares habla de otro empleado de la oficina, llamado Borges. En líneas seguidas, Soares parece confundirse con aquel Borges cuando un amigo le dice "tú estás siendo explotado, Borges". El descuido lo hace notar el traductor.

7 Idea de Theodor Adorno citada por Mansilla (1987: 75).

8 Ambiguamente, Borges hace el gesto de esa cita con la muerte. Pero como el jugador, esconde esa carta para eludir un diseño narrativo que obligaría a transitar antes de tiempo por ese laberinto. La cita es convertida en nota de referencia. "La lengua es un sistema de citas", señala.

9 La autora llega a sostener que el eje constitutivo de esta utopía es la libertad.

10 Así escribe en el epílogo de El libro de arena, cuando reseña sus intenciones en cada relato.

20 Esos materiales pintados en la tela "casi en blanco", Acevedo con sus "ojos antiguos" no puede verlos. Acevedo no puede ver aquello que no ha vivido aún, el friso de la vida está por hacerse.

 

REFERENCIAS

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Recibido: 29-03-2004. Aceptado: 25-06-2005.