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El cementerio de las palabres
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El cementerio de las palabres

Luis Sepúlveda
p. 9-14
Traduction(s) :
Le cimetière des mots

Résumé

Lejos de la geografía singular y humana que da sentido fundacional a las palabras –nos dice Luis Sepúlveda–, anida en nuestra memoria la nostalgia por todos aquellos vocablos desaparecidos, que un escritor se debe de rescatar del injusto y atroz cementerio del olvido. Agrega el escritor chileno: «Escribo, no para contar la vida como fue sino como tal vez pudo haber sido. Esa es la única certeza del escritor».

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Palabras claves :

lenguaje, memoria, rescate, olvido, Chile
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Notes de la rédaction

Luis Sepúlveda es Doctor Honoris Causa por la Université du Sud (Toulon-Var). Texto exclusivo para la revista Babel. Derechos reservados.

Texte intégral

1En su hermosa novela titulada «El Hijo del Acordeonista», el escritor vasco Bernardo Atxaga describe a un personaje que, lejos de su entorno idiomático, lejos de la geografía singular y humana que da sentido fundacional a las palabras, las escribe y entierra al pie de un árbol en diminutas cajitas de cerillas. Así muere en un hombre y en todos el tierno vigor de una lengua.

2Cuando terminé de leer esa espléndida novela empecé a preguntarme a dónde van las palabras que ya no usamos, cómo y cuándo desaparecen por ejemplo las palabras «mimeógrafo», «estenógrafa», «linotipista» o «cajista». ¿Qué extraña ley las condena a desaparecer? ¿Quiénes son los alguaciles encargados de quitarlas de todas las bocas, y de conducirlas luego, atadas, humilladas y vencidas, al cementerio del olvido?

3Hace algún tiempo, mientras visitaba en compañía de unos amigos un mercado de las pulgas en Santiago de Chile, vi que un niño se detenía lleno de curiosidad frente a un artefacto metálico y con restos de tinta reseca pegados a la carcasa. ¿Qué es eso?, preguntó, y el padre, tras pensar unos segundos le indicó que era una máquina sin importancia, pero el niño insistió: ¿una máquina para hacer qué?

4El padre vio en peligro su autoridad, el sentido de la experiencia como la más valiosa de las herencias, y entonces precisó que se trataba de una máquina para hacer papeles, a lo que el niño de inmediato respondió con otra pregunta: ¿qué clase de papeles?

5Escribo, no para contar la vida como fue sino como tal vez pudo haber sido. Esa es la única certeza del escritor y supongo que por esa razón me incliné hasta quedar junto a la cabeza del niño. Así, sin menoscabar lo que había dicho el padre, le conté que en torno a máquinas como esa, se reunían hombres y mujeres para multiplicar la palabra «Libertad» en miles de hojas escritas con tinta negra. Para el dictador, esa máquina que veíamos entre unos platos en los que ya nadie come, viejos discos de canciones que ninguno repite, zapatos gastados por muchos caminos y bastones sobre los que apoyaron demasiados cansancios, era peligrosa. El dictador no temía a la palabra espada ni a la palabra pistola, pero en cambio cada vez que alguno de sus esbirros mencionaba la palabra mimeógrafo, entonces temblaba de espanto y sabía que sus días de tirano estaban contados.

6El mimeógrafo era un animal de sótanos, nunca veía otra luz que la de una bombilla miserable instalada encima, los rayos solares estaban vedados pues se debían tapiar las ventanas o claraboyas, para que el porfiado rumor de su corazón libertario no llegara a oídos de los represores. Era un ser metálico de la oscuridad, y sin embargo de su cuerpo salían miles de hojas radiantes, imposibles de apagar.

7Se alimentaba de tinta y no era fácil llevarle el sustento. Y así era que, muchas veces una mujer cargando un crío de pocos meses se detuvo en un parque, se sentó a mirar los jilgueros, abrió la bolsa de los biberones, dio leche a su hijo y al marchar olvidó uno envuelto en papel de periódico. Un ciclista se apropió del biberón, pedaleó veloz hasta la boca del metro más cercano, se detuvo para dar aire a una rueda, y al muchacho que solícito se acercó a preguntarle si necesitaba ayuda, se lo entregó con gran sigilo.

8También devoraba papel y para conseguir ese alimento, alguna muchacha de uniforme escolar entraba a una notaría, luego a una oficina de propiedades, más tarde a una agencia de viajes, y de cada lugar salía con diez o veinte folios en blanco que al final de su periplo sumaban cien, para repetir en ellas cien veces la palabra Libertad.

9– Es un mimeógrafo – le soplé al oído.

10Ese niño, mañana será tal vez un novelista, y en la primera página de una obra celebrada por sus lectores, escribirá: «Hace algunos años un hombre me mostró un mimeógrafo que tenía costras de tinta en la carcasa, pero no me dijo por qué los hombres y mujeres que lo usaban se dieron a la fuga sin limpiarlo. Esa es la historia que quiero contar».

11Y quiero creer que de esa manera por lo menos una palabra no desaparecerá.

12También caminando por Santiago, me detuve frente al viejo edificio donde tradicionalmente estuvo el parlamento chileno, el templo de una democracia ejemplar. En mi adolescencia, me agradaba cuando en las clases de educación cívica debía ir al parlamento, para aprender cómo funcionaba la democracia chilena.

13Los honorables diputados hacían gala de su elocuencia, se escuchaban encendidos discursos llenos de palabras que los estudiantes anotábamos para consultar más tarde en el diccionario, pero lo que más me atraía eran unas mujeres que, silenciosas, se sentaban como ignoradas soberanas en la parte frontal del hemiciclo, y tipeaban unas diminutas máquinas de las que escapaban cientos de metros de papel.

14Sus dedos se movían a una velocidad de vértigo, atrapaban todas las palabras y con ellas bordaban esas cintas interminables que, más tarde, los escribanos de impecable caligrafía trasladaban a los severos libros de leyes de la República.

15Eran las estenógrafas del parlamento, las damas que ordenaban la elocuencia, normaban la puntuación de las ideas, y en las pausas del descanso bebían el té triste de las funcionarias mientras bordaban manteles o leían novelas de amor.

16Siempre me pregunté qué fue de esas mujeres, ¿por qué nunca se celebró su quehacer? ¿Por qué jamás ningún diputado pidió un aplauso para las estenógrafas? ¿Y qué ocurrió con esas máquinas diminutas que reposaban sobre sus piernas?

17Por más que lo he intentado, no he logrado dar con alguna de esas mujeres domadoras de palabras. No están, se esfumaron, desaparecieron como si se tratara de una extraña raza itinerante que vino, hizo lo que debía, y se marchó sin volver la vista atrás. Tampoco he conseguido averiguar qué sucedió con las máquinas estenográficas y me temo que sólo existen porque aún las recuerdo, pero confío en que alguna vez, en un anticuario o mercado de las pulgas veré una, la cogeré y sentiré un calor que me abrasará las manos.

  • 2 Profesor de castellano, abogado y Presidente de la República de Chile (1938-1941). La educación fue (...)
  • 3 Sobre este episodio, ver la versión dada por P. Neruda in Confieso que he vivido. Memorias, Seix Ba (...)
  • 4 Pequeño puerto francés cercano a Pauillac, en el estuario de la Gironda [NdE].

18En 1938, el presidente Pedro Aguirre Cerda2 pronunció un discurso en el que encargaba a Pablo Neruda la misión de llevar a Chile a miles de derrotados por el fascismo en España. Dijo: «No traiga mil, que vengan dos mil, tres mil, los que precisen salir de Francia. Que vengan carpinteros para hacer nuestras mesas, pescadores para compartir el mar, maestros para iluminar de diferencia nuestras escuelas, mineros que bajen con los nuestros a desgarrar la riqueza de la tierra profunda, deportistas para el aire puro de Chile»3. Y desde Trompeloup4 zarparon más de tres mil a bordo del Winnipeg. Sé que esa máquina que me quemará las manos es la que atrapó las palabras de Aguirre Cerda, y existe, no ha desaparecido, pues en mi memoria anida la nostalgia por todas las palabras que debo rescatar de su injusto cementerio.

19Mi infancia tuvo el aroma de las comidas de mi abuela vasca y de los instantes de dicha que premiábamos con una palabra mágica: «Pinpilinpausha». Cuando todo iba bien, cuando los hijos, los nietos, los compañeros y los amigos se sentaban a comer bajo el parrón familiar que ella llamaba «su Anaya Enea» –el lugar donde se reúnen los hermanos–, ella sonreía y se acercaba a mí para susurrarme la palabra mágica de la felicidad. «Pinpilinpausha». Durante muchos años esa palabra me salvó, me protegió de lo peor, y me dio valor para permanecer de pie frente a la vida.

20Nunca quise saber si esa palabra tan amada tenía otro significado que el vital y telúrico otorgado por mi abuela. Es mas, nunca creí que tuviese otro significado, pero un día en que hablaba de ella en un restaurante de Bilbao, un amigo me lanzó la pregunta amenazadora: ¿sabes qué significa?

21Quise huir, no estar ahí, negar el tiempo. El pájaro negro de las desapariciones extendía sus alas y me cubría de sombras.

22– Es una vieja palabra vasca y quiere decir mariposa – indicó mi amigo.

23A partir de ese momento la palabra pinpilinpausha siguió siendo bella, muy gráfica de lo que representaba, casi la onomatopeya del grácil vuelo de las mariposas, pero perdió su poder reconfortante, ya no era el bálsamo para el dolor y la fatiga. La magia había desaparecido.

24Unos años más tarde, parado frente al solar donde antaño se alzó la Anaya Enea, descubrí con asombro que las máquinas demoledoras habían arrasado con todo, menos con la vieja parra que aún tenía hojas en su ramaje derribado. Pensé en rescatarla, cavar, llevarla conmigo de Santiago a España, y en eso estaba, organizando el rescate de la parra, cuando en su tronco retorcido se posó una mariposa de espléndidos colores.

25Pinpilinpausha – musité, y la mariposa agitó las alas.

26Con toda su pequeña fuerza se rescató a sí misma del atroz cementerio de las palabras.

Luis Sepúlveda
Gijón. Invierno 2006

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Notes

2 Profesor de castellano, abogado y Presidente de la República de Chile (1938-1941). La educación fue una de las prioridades de su gobierno. Su lema: « Gobernar, es educar » (NdE).

3 Sobre este episodio, ver la versión dada por P. Neruda in Confieso que he vivido. Memorias, Seix Barral, Barcelona, 1974, pp. 197-198 [NdE].

4 Pequeño puerto francés cercano a Pauillac, en el estuario de la Gironda [NdE].

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Pour citer cet article

Référence papier

Luis Sepúlveda, « El cementerio de las palabres », Babel, 13 | 2006, 9-14.

Référence électronique

Luis Sepúlveda, « El cementerio de las palabres », Babel [En ligne], 13 | 2006, mis en ligne le 06 août 2012, consulté le 28 février 2014. URL : http://babel.revues.org/842

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Droits d’auteur

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