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Byzantion nea hellás - NIKOS KAZANTZAKIS: UNA LIBRE LECTURA

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Byzantion nea hellás

versión On-line ISSN 0718-8471

Byzantion nea hellás  no.30 Santiago oct. 2011

http://dx.doi.org/10.4067/S0718-84712011000100014 

BYZANTION NEA HELLAS 30, 2011: 265-290

ARTÍCULOS GRECIA MODERNA

NIKOS KAZANTZAKIS. UNA LIBRE LECTURA*

 

NIKOS KAZANTZAKIS. A FREE READING

 

Roberto Quiroz Pizarro

Universidad de Chile. Chile

Correspondencia:


Resumen: A través de una sumatoria de elementos se intenta esbozar una orientación hermenéutica o una libre lectura personal de Kazantzakis, lectura que ayudará a percibir con más acercamiento el universo kazantzakista, el cual corrientemente ha quedado definido bajo el peso de la tradición que lo intenta calificar de escritor, o de un literato más en el mundo de las Letras Universales. Una serie de elementos nos llevan a defender que Kazantzakis sin dejar de ser artista, o un reconocido cultivador de la literatura, es también un hombre intelectual y, por ende, un pariente de los filósofos en el sentido de que su literatura no desdeña las búsquedas de los grandes pensadores de todo tiempo. Más bien, convive con ellos.

Palabras clave: Kazantzakis, literatura, lenguaje, filosofía, corpus, ideología, interpretaciones.


Abstract: Through a sum of elements intend to outline a hermeneutic orientation or free personal reading Kazantzakis, reading to help them earn more than the universe kazantzakista approach, which currently has been defined under the weight of tradition that tries to qualify for writer, or a more literate in the world of Universal Literature. A number of elements lead us to argue that while Kazantzakis be an artist, or a renowned cultivator of literature, is also an intellectual man, and therefore, a relative of the philosophers in the sense that their literature search does not disdain of the great thinkers of all time. Rather, lives with them.

Key words: Kazantzakis, literature, language, philosophy, corpus, ideology, interpretation.


A Carmina

En el pequeño círculo de quienes han leído o conocen el nombre de Nikos Kazantzakis ocurre que a casi todos ellos llama positivamente la atención la obra y la figura del escritor cretense. Todos por igual valoran sus páginas y encuentran que su propuesta literaria, vertida por la mano de un hombre tan lejano en cuanto a su lugar de nacimiento, posee sin embargo un cierto resplandor de familiaridad, tal como si lo conocieran en la propia experiencia de sus vidas. AAlgo así no es nuevo en la historia de los grandes artistas, de los grandes genios, a quienes se les reconoce una presencia aún y a pesar del tiempo, tal como Homero sigue vigente para nuestro mundo.

A la luz de tales experiencias y de lo que otros posibles lectores puedan decir al respecto, tiene cabida entonces el querer dar cuenta de esa biodiversidad de aspectos y lineamientos por los cuales a cada lector le parece pertinente leer y conocer la obra de este escritor.

El mecanismo de lectura consistiría pues en lo siguiente, a saber, en qué vertientes o marcas intelectuales fijarse al momento de poner en perspectiva la obra kazantzakista, considerando ambos aspectos, el de la creación pero también el contorno humano del tal autor. En el fondo, se trata de una lectura de aquello que nos parece propio o más llamativo de Kazantzakis, de lo que tal vez le proporciona a este autor una especie de mismidad, un sello personal, una fisonomía.

En consecuencia, el ánimo del trabajo es desarrollar una lectura alternativa o más libre de las visiones tradicionales que se van planteando del autor1. Lo que intentamos señalar es que de ninguna manera hay que descartar otros caminos de lectura no doctos y, por el contrario, entrever que toda opinión finalmente enriquece el despliegue de la propia obra en el tiempo.

A menudo el tratamiento que reciben los autores a estudiar es la separación y el poner entre paréntesis lo que fue la propia vida del escritor, es decir, atender con exclusividad a lo que queda de su obra, sus libros, sus trabajos. En nuestro modesto caso puntual, teníamos la intención de aplicar unos matices a esa visión separatista o excluyente de autor y obra, a fin de enriquecer el procedimiento a seguir de una lectura más libre y más abarcadora, como se ha señalado2. Entonces, no de cualquier manera queremos leer a este autor sino que lo hacemos bajo el hechizo de un diálogo profundo con uno mismo, o también a través de la autoridad de un mandato délfico que nunca puede ser indiferente a la propia vida humana en donde se confunden esas dos voces, las del poeta pensador con la de nuestra humanidad. Todo esto nos lleva a la exploración de Kazantzakis bajo su palabra y sus actos, a mirar allí donde menos costumbre se tiene, también a bordear la frontera de sus textos y no sólo ceñirnos a la interpretación de cuando el lector reconoce ahí una novela, una tragedia o una epopeya, es decir, cuando las estructuras pesan más que el contenido-sentido y su proyección en nosotros.

Corpus ideológico

I. Una literatura con densidad intelectual

A partir de sí mismo y de las páginas que constituyen una obra desarrollada en diferentes campos, desde la tragedia, la epopeya hasta la novelística, el cuento y los diarios de viaje, se reconoce la opinión de algunos críticos que sostienen que de tal obra se desprendería una especie de "corpus filosófico" que precisamente va más allá del sondaje puramente literario, internándose en paralajes ideológicos y de pensamiento más elaborado. En tal sentido, se sabe que es a causa de la propia riqueza literaria de esas obras por lo que ellas escapan a un modelo determinado, y que tal abundancia o materia orgánica es la que las vuelve inasibles a una sola categoría, como sería el caso de mirarlas solamente desde el ojo literario. Es literatura y más que literatura lo que brota de las páginas de Kazantzakis, un autor que se sentía a sí mismo cercano a todas las búsquedas propias del hombre. Incluso, no resulta extraño que al no seguir las tendencias modernistas de su época se le considerara como un transgresor de los cánones normativos, y que finalmente se le acabe viendo como un caso aislado dentro de las generaciones literarias de su tierra.

De su lectura nos sale al encuentro una preferencia por las temáticas o personajes que ya marcan una orientación en la conciencia del lector. Así, por ejemplo, cuando Kazantzakis menciona a un Prometeo, un Ulises, un Buda, un Cristo, un Quijote, un Nietzsche, entre otros, está ya dando indicios de que existe una elaboración preideológica en su literatura como punto de partida. No aparecen personajes desraizados, sacados de la nada sino que traen ya una huella en la memoria humana. En el desarrollo de sus textos entonces, sucede que un tal personaje puede tomar o no un nuevo rumbo o un aspecto no muy enfatizado por la tradición, como cuando el mismo Cristo parece mostrarse como un líder espiritual que no menosprecia nada de la tierra y de la naturaleza, con lo cual tal recreación del personaje se aleja del propio esquema cristológico usado por las tradiciones religiosas. Es así como Kazantzakis en uno de sus personajes tan conocidos prepara esa especie de mixtura para novelizar o poetizar tal historia o perfil humano a su manera, agregándole un toque filosófico o espiritual que de algún modo desmarca al nuevo personaje de esa su tradición para hacerlo depositario de otras ideas personales.

Esto que se aprecia en sus obras con diferencia de matices de fondo constituye un mecanismo que absorbe una parte de lo que hacen los filósofos, cuando promueven un punto de vista alternativo o bien cuando observan por sí mismo algo de la realidad con cierta independencia de pensamiento respecto del peso de la tradición. Tal virtualidad conduce finalmente a un intento de lo que provisionalmente denominamos "multifacetismo" o cosmosíntesis, entendido como el enriquecimiento de los puntos de vista en una perspectiva o trama no cerrada sino abierta. Razón por la cual su literatura se precia de albergar un cierto hálito experimental, un multiperspectivismo originario, orgánico, en donde los diferentes tipos de hombres o de visiones dialogan o se enfrentan por ese mismo gusto de abrir caminos ideológicos. Su literatura es claro ejemplo de esos pasos abiertos que a veces se pierden en aporías o imposibles, pero donde siempre la única y central exploración viene a ser la del propio hombre y su posible cara oculta que vendría a ser Dios, otro nombre de esa secreta tensión del ser humano y de su última acción. Con ello se refleja un ser humano que a la vez parece libre y esclavo de su destino, trágico y heroico, pequeño y grande, en donde el ojo literario de Kazantzakis no deja a nadie indiferente al presentar a sus personajes y exponer elevadas odiseas vitales. Este aspecto de asombro o de atracción demiúrgica no se debe al solo elemento de lo literario proyectado en historias, lenguajes, situaciones o perfiles de personajes, sino que más bien pasa a ser una consecuencia de lo propiamente humano y filosófico que hay en juego, una inconfundible apertura que pone en evidencia aspectos vitales y existenciales. Tal antecedente nos permite afirmar que "el mundo literario deNikos Kazantzakis es un mundo cuya espacialidady transversalidad de horizonte artístico ha roto las propias y rígidas fronteras de donde ha nacido. Tal sería la primera sensación que nos deja el contacto con la obra y la personalidad del escritor griego.

En varios sentidos sucede esto porque Kazantzakis tiene otra manera de mover su pensamiento por los cielos de la escritura. En sus manos la palabra se ha convertido en una literatura nómada que redescubre nuevos y viejos cruces de camino por donde el pensamiento filosófico ha sido un buen acompañante de la marcha. Su arte ha hecho camino por donde no es nada fácil intentarlo: un pensamiento en avance de sí mismo, vigilante"3, que busca poner a prueba las visiones forjadas por el hombre y no eludir los abismos. Con diferentes gradaciones vemos actuar un mecanismo propio al interior de la obra kazantzakista, y que se presenta bajo la forma de un pensamiento crítico que golpea esa falta de ejercicio en el propio pensar, y que por orientación natural parece tender hacia un librepensamiento, hacia aquel movimiento de parto que permite romper y crear nuevos mitos.

"Hasta en su país de nacimiento donde con mayor razón debería ser más conocido y más leído que en ninguna otra parte del mundo, aún hoy no se ha conseguido llegar a un acuerdo sobre el alcance de su palabra y sobre quién fue en realidad este hijo de Grecia; tanto así que unos dicen de él que fue un extranjero en su propia patria, un viajero y "buscador de caminos"; o que se trata de una personalidad compleja, de un hombre atormentado por la verdad"4. Asimismo, una vez en el interior de los movimientos ideológicos tiende a ocurrir que todos quieren ver un componente partidista en Kazantzakis, y así unos lo convierten en un comunista, un profeta de nuestro tiempo, un hereje nihilista y encubierto, un disidente de todo poder, un pensador trágico; a su vez hay quienes lo ven como un místico sui géneris, un hombre puro, un intelectual comprometido con la humanidad. Tampoco faltaron quienes llegaron a la sospecha de que Kazantzakis fue un hombre desesperado, obnubilado de lo mucho que apreciaba las diferentes escuelas de pensamiento, y que en definitiva se comportó como un librepensador que no quiso cerrar el círculo ideológico y tomar partido por una postura final. Algo de cierto debe haber en todo lo que se dice. En consecuencia, lo mejor es apreciarlo a fondo, no quedarnos con una sola imagen de lo que los otros dicen sobre él, sino más bien conocerlo y juzgarlo por uno mismo.

A consecuencia de lo que vamos planteando hasta ahora, deberíamos tener la impresión de que estamos en presencia de un escritor que se comporta más que como un estricto literato en estado puro. Sin embargo, una de las aristas que juegan en contra para evaluar a Kazantzakis filosóficamente surge cuando reconocemos que no llegó a ser un pensador o escritor sistemático o un filósofo académico tradicional, que trabaja solamente con las obras de la filosofía. No fue un profesional de la filosofía en ese sentido, pero no por eso fue un hombre ajeno al pensamiento propio de los filósofos. Eso marca una gran diferencia, y que no se debe pasar por alto. A pesar de eso, en su literatura fluye un pensamiento originario, un hálito intelectual que se deja sentir con intensidad inusual y que, por eso mismo, no queda muy claro en dónde perfilarlo, en dónde situar los matices intelectuales o el espíritu de su letra, puesto que encontramos fragmentos, páginas y obras inclusive que colindan con territorios que uno vería que son parte de una búsqueda o sensibilidad metafísica, espiritual, filosófica o, simplemente poético visionario, o de todo ese conjunto a la vez. En ese sentido no es un hecho aislado el que tras de las palabras revestidas de literatura y del arte imaginario, se presienta la postura de un intelectual que medita desesperadamente sobre lo que más humanamente se ha tratado de pensar, vale decir, sobre la vida, sobre la muerte y el mundo; sobre el valor y la belleza y sobre lo que puede estar seguro el hombre de conocer; sobre Dios o sobre la realidad última; acerca de la libertad o sobre el deber del hombre en la tierra, o sobre el destino y la dignidad humana.

Con plena certeza reconocemos que Kazantzakis nos habla sobre los conflictos humanos en general. Entonces parece que en cuanto a temas y tendencias el poeta cretense vuelve a ponerse en el camino de los filósofos. Habrá que comprender por tanto, que no se trata de una ambigüedad accidental o de un hacer arte por el arte sino de una continua búsqueda en paralelo, entre lo literario y lo lucubrativo, y tal es su horizonte. Allí está su efecto definitivo, su propuesta final, "un más allá de", y es lo que la lectura de Kazantzakis nos despierta.

II. Un escritor de fronteras abiertas

Uno de los rasgos que le proporcionan a esta escritura literaria un interesante campo de pensamiento es cuando se plantea que en Kazantzakis se encuentra una especie de demarcación abierta del discurso. No se debe perder de vista algo que tal vez el propio autor cretense no lo ha dicho de manera tan explícita, y es el hecho de tomar conciencia de que su arte de escribir lleva a la tendencia de situarse en aquella línea divisoria de dos mundos, en esa controversial línea fronteriza entre literatura y pensamiento, entre estética y filosofía. Kazantzakis ha esbozado que su escritura nunca estuvo a merced de una sola de las fuerzas que hay en el espíritu del hombre. Más bien su impulso literario es la expresión de otras vertientes tan antecesoras o vitales o salvajes, como las fuerzas de la tierra, llegando a ver en la palabra misma una especie de escotilla por donde acceder a ese territorio olvidado, allí en donde pululan las diversas necesidades originarias y antropológicas.

A menudo los personajes y a veces el propio autor encubierto tienen la necesidad de expresar un grito metafísico, o de hacer sentir un latido en el silencio de todo, o de manifestar un impulso abismante, diferentes sustancias que se sitúan mucho más del lado de lo irracional que de la simple mediación lógica. Son actos que señalan hacia un lugar donde se cobijan, por así decirlo, esas necesidades vitales o voces filosóficas que ya no son precisamente impulsos estrictamente literarios o técnicos de la escritura. Asimismo, como ejemplificación de lo señalado, no se puede pasar por alto el intento de Kazantzakis por fusionar en un relato de novela, Jardín de rocas, lo que sabemos corresponde a un corpus filosófico previamente preparado en otro de sus libros, su famoso opúsculo Ascesis, el que tuvo un peculiar valor de culto entre sus más cercanos amigos intelectuales. Esto demuestra que para sus propios intereses, la misma literatura a veces debía expandir sus límites y acoger otros discursos más complejos y crípticos. Por eso es que decimos que estos hechos, en consecuencia, manifiestan el uso de un lenguaje abierto cuando la ocasión lo amerita, y también el empleo de una "multidiscursividad de la palabra".

Dentro de su literatura visible es que venimos resaltando ese mecanismo a favor de lo filosófico y ese corpus ideológico que va de camino en atención a las indagaciones que uno llamaría propiamente humanas, de aquellas que están siempre en el ojo de la filosofía. Es una manera de profundizar la palabra, de darle una amplitud a la voz narrativa, lo cual viene a ser síntoma de que la estructura o la escritura presente como literaria puede poseer una otra virtualidad o una multiplicidad de orientaciones. Ese "aire filosófico", caracterológico, que se plasma en su escritura es lo que por cierto le otorga a sus historias y momentos reflexivos un trasfondo poliédrico que nunca resulta ser unidireccional. Esto significa que puede haber momentos en su discurso-escritura en los que parece hablar el poeta, el místico contemplativo o el filósofo a la vez; y donde lo único cierto es que tal juego de miradas nos predispone a hacernos pensar, asombrarnos, o interrogarnos ante la realidad. Puede que un personaje adopte un aire solemne y formule un discurso con una clara connotación filosófica, o bien es el narrador imaginario quien pone pensamientos ante el lector, o es el propio Kazantzakis encubierto quien permite que le veamos como pensador, cavilando desde su propia pupila humana cuestiones que tocan al espíritu de todos. Si a veces no se ven tan claramente esos momentos de lucubración en boca de los personajes, al menos siempre hay una atmósfera de fondo que lleva a sus lectores a meditar en una situación o en palabras que dan la pauta. No transcurren solamente en sus libros acciones y descripciones, proezas o conflictos de intereses, sino que siempre hay una voz humana que quiere decir al oído lo que no es tan simple de entender, algo que no es tan evidente. Mediante esa lectura han de poder surgir movimientos especulativos que remueven elementos y preceptos propios del género humano como tal.

A modo de ejemplificación de esa multidiscursividad no accidental, y además destacada en Kazantzakis como un fenómeno latente, y que se hace parte de sus obras, se pueden tomar esas declaraciones o pensamientos fronterizos en donde habitan varias voces confundidas, como las del poeta o el filósofo o el místico. En tal caso, nos centramos en dos fragmentos muy conocidos. Uno de sus pasajes señala,

"No amo al hombre, amo la llama que lo devora".

De inmediato la hondura de este pensamiento nos provoca una pausa en la lectura, el espacio justo para meditar en tal frase breve pero significativa. He aquí una de esas sentencias de muy ambigua frontera o límite, que tanto gustan a Kazantzakis. ¿Se alude con ello al hombre como tal, al hombre tal como se lo ve en la calle, al ser humano corriente? O se trata del hombre visto como una pieza más dentro de un conjunto o de la naturaleza; y esa llama, qué es, o qué significa, o hacia dónde apunta. Asimismo, salta a la vista que no pudiera tratarse de un amor en el sentido del paradigma cristiano, porque si tal fuera el caso no podría establecerse una condicionalidad, entre otras razones, puesto que se estaría negando esa gratuidad de esencia. O quizá el fragmento kazantzakista alude a otro tipo de amor, no exactamente profético sino más bien entendido bajo la militancia de la ascesis, en donde la potencia o el impulso de lo inalcanzable es la medida. También puede tratarse de un amor impersonal que más bien se presenta como una apertura que rompe los límites humanos, una trascendencia que toca al hombre cuando éste aleja de sí a su pequeña condición de mortalidad o mundanidad. Tales son las líneas abiertas por las que un lector interesado pudiera avanzar, siempre con difuciltades.

Son cuestionamientos preliminares que aparecen al leer esa frase enigmática. ¿Es esa llama la suma de los propósitos, o una finalidad diferente a todo? A quién pertenece tal discurso, ¿es el poeta quien nos habla a través de esa enigmática frase? O es una intuición de misticismo, que ve por detrás del hombre otra realidad?

O más bien, es una proclama filosófica, un orden o manera de ver la vida? ¿O es el presagio nietzscheano de superar al hombre, y volcarse en los esfuerzo hacia el Superhombre? Se trata sin duda de pensamientos que se prestan para una interpretación abierta, especulativa, en donde el contorno literario queda en un segundo plano ante lo que no es tan evidente.

El breve fragmento de Kazantzakis bien que contiene una serie de lecturas posibles, toda una serie de aperturas que nos pueden conducir a una hermenéutica existencialista, revolucionaria, activista, intimista, proyectiva, espiritualista, ascética, en las cuales el hombre parece recibir el sobrepeso de una tensión liberadora de ataduras, de una fuerza que lo abarca como un fenómeno global y no fragmentario, pues aquello que devora se hace uno con el hombre. En tal sentido se ha dicho que "Kazantzakis habla de la llama que devora al hombre; rechaza cualquier conformismo, porque en todas sus formas es totalitarismo. Asimismo, rechaza la servidumbre de la conciencia, ya sea a un poder, a una ideología, a los vicios del cuerpo o del alma. Es una libertad que expresa la tensión que existe en el corazón, jalonado por fuerzas contrarias [..]"5. El soporte humano, esa estructura envuelta en el tiempo, aparentemente puede encontrar una aperturidad que trascienda a esa pequeñez que yace en el hombre visible y común de la calle. Los contornos del hombre y su vida poco edificante, esa existencia que transcurre en un mundo que incluso ha entrado en conflicto con todos los valores de la cultura y hasta con la imagen que se pueda tener de un Dios, parecen quedar menos cerrados con esa frase kazantzakista que nos habla de una llama devoradora, y da la impresión que por encima de todo el hombre puede aspirar en su orfandad y nihilismo a una luz propia. Quizá con esa frase Kazantzakis buscaba una salida a la ausencia de Dios tan marcada en su siglo, o una respuesta a la esclavitud del hombre en su propia terrenalidad. En tal sentido, "el hombre de hoy, el que ha certificado la defunción de Dios, se pregunta si puede ennoblecerse; y la respuesta liberadora es sí, puede, por el hombre mismo, por las virtudes y el esfuerzo de una nueva aristocracia de hombres"6. Kazantzakis encuentra uno de los caminos de esa dignidad, la intuye en esa llama, y lo hace negando al hombre como tal y a la vez afirmando paradójicamente que esa llama lo ha de destruir.

Asimismo, en su tumba leemos otro enigmático pensamiento que daría para la discusión:

"Nada temo. Nada espero. Soy libre".

En apenas tres breves frases se refleja toda una filosofía de vida. Tan sólo unos versos, seis mínimas palabras, y que sin embargo se ven tan inquietantes y que escapan a esa lógica discursiva del pensamiento tradicional, al que lo entendemos en el modo occidental, con largos silogismos y encadenados argumentos. Hasta nos parece un fragmento de los presocráticos. Y ¿cómo interpretar el sentido tras las palabras? Acaso son estos los versos de un nihilismo extremo, de un culto a la nada, de quien en el fondo rechaza la oferta de vivir, y no se compromete con nada; o bien es la plena libertad que no antepone otro bien que no sea la unión con el destino, con la vida tal cual es, como un amor fati, o por el contrario, una aceptación vital pero sin apegos a nada, y por tanto cercana a una postura de budismo puro, un puro desapego de todo, y por tanto libre de todo. Hay un pensamiento trágico, una fe trágica, existencial, en tal sentencia escrita sobre su tumba. O es la desmaterialización simbólica de un Ulises que se abisma sin pensamientos a priori, un puro vaciamiento y un ir hacia la muerte.

Puede plantearse aquí una especie de dialéctica entre el temor ante algo y la espera de algo? O de una dialéctica de la esperanza y la vaciedad, cristianismo versus orientalismo. Desde la perspectiva cristiana se da una situación de oposiciones encubiertas cada vez que en el catecismo se nos enseña que el amor debe ser la actitud ejemplar del creyente, especialmente como si funcionara como un espantapájaros del temor, del miedo. Quien ama, por lo tanto, parece ahuyentar el pánico. Sin embargo, ligado al hecho mismo de amar también se produce un acto de espera, una esperanza, con lo cual vuelve a reaparecer el temor, la incertidumbre puesta en lo que aún no se manifiesta, puesto que se lo espera. Esa espera acarrea un contagio de temporalidad, de futuridad y, por lo tanto, es por eso que el amor cristiano encubre una posibilidad del temor, lo gatilla desde dentro en su mensaje. Entonces, si se atraviesa esa aporía de que si no se teme ni se espera nada según el epitafio filosófico de su tumba, se podría postular que estamos a las puertas de un nuevo fruto, el de la libertad ganada y última. Sería una suerte de liberación emparentada al pensamiento nietzscheano de un "más allá del bien y del mal", o también una libertad en actitud oriental, en el sentido de no controlar la facticidad de las cosas, sino que surge como una fluidez en medio de las cosas. No sería una ausencia de conflictos, sino su armonía. Sin embargo, da la sensación de que no se ve claramente ya un proyecto vital por delante, en donde se pueda concretizar tal libertad, pues de lo contrario parecería una libertad potencial, más allá de los fenómenos, puramente teórica. A tales posibilidades interpretativas se expone uno cuando toma conciencia de los fragmentos que Kazantzakis deposita a lo largo de su obra, en donde nuestro pensamiento encuentra unos cielos abiertos.

Estos dos pensamientos ejemplifican esa riqueza discursiva, esa amplia direccionalidad de quien se expresa en tales voces, acaso un poeta de la nada, un filósofo de la duda o un místico del desapego que camina hacia una trascendencia. Se reconoce que son pensamientos presentados en una tonalidad enigmática, al modo de un filósofo que expresa un gran mensaje sin necesidad de argumentación. Tales epigramas y visiones nos impactan a pesar de esa imprecisión que llevan, quedándose ellos en un territorio abierto de sentido e interpretación.

Lo que hace Kazantzakis es hacer convivir los fragmentos de lirismo con un alcance intelectual, algo que va más allá de una disposición estética o técnica del lenguaje. Uno pensaría que tales frases o pensamientos pudieron haber sido escritos por la mano inspirada de un Nietzsche, un San Juan de la Cruz, un Borges o un filósofo existencialista. Esa es la multidiscursividad que como tal hace pensar al lector, y que lo orienta a más que simplemente disfrutar de una lectura.

Así es como en medio de la literatura de Kazantzakis aparece un caminar intelectual en donde las visiones son más que en blanco y negro, y dan una clara sensación de que se trata de ese pensamiento multiforme en avance. Expresiones como las anteriormente mencionadas y muchas otras que ilustran ese mecanismo de fronteras o de esa multidiscursividad en juego, son elementos no forzados en Kazantzakis y no dan esa impresión de artificio, sino que más bien testimonian un modo de entender la literatura bajo una predisposición privilegiada, a fin de que un lector universal pueda ser parte de ese ejercicio propio del pensamiento y que es el acto de cuestionarse, algo que por lo demás ha sido tan cercano y necesario al hombre mismo.

Tal panorama literario de una multidiscursividad le permite a Kazantzakis moverse en un amplio espacio de pensamiento especulativo y entre dictámenes ideológicos cambiantes. Asimismo, los lectores o conocedores de Kazantzakis están familiarizados con aquello de ver en sus escritos diversas corrientes que lo acompañaron durante alguna etapa de su vida, o por las cuales el mismo escritor parece tomar partido como lo puede ser el Kazantzakis existencialista, el comunista, el cristiano, el budista, el seguidor de Ulises, el bergsonista, el pesimista, el vitalista, entre otros matices. En consecuencia, sus relieves intelectuales no son los de un movimiento lineal en el sentido de dejar definitivamente atrás visiones, momentos o corrientes, de no volverlos a poner a prueba o en práctica más adelante. Por el contrario, es un buscador que intenta todos los caminos. No es un escritor o pensador unidireccional en su búsqueda, sino que avanza con una mirada filosóficamente abierta, y que no parece cerrarse a nada7. Todo lo quiere experimentar por sí mismo, todo lo necesita poner a prueba.

Aunque Kazantzakis no le haya dado una urdiembre formalmente filosófica a todos sus textos, se tiene la tentación de ver que lo que escribe acaba siendo como ese rastro que la filosofía ha dejado a su paso —como cuando un hombre filosofa en condiciones de no pretenderlo. Quizá acaso porque sea cierto que "el arte es por completo la exteriorización subjetiva de una idiosincrasia, y que como lo decía Nietzsche, la filosofía no es un sistema objetivo y abstracto que existe fuera del filósofo, o del individuo que la está pensando sino que es un vivo reflejo de la subjetividad del filósofo o del pensador"8. En tal sentido, es la prolongación o extensión o hasta la sistematización de las particularidades de ese filósofo y de sus tendencias, o en una palabra: es la objetivación de una subjetividad. Todo ello colabora para que la obra literaria de Kazantzakis se exprese bajo una "natural" vocación filosófica, aun cuando no haya llegado a sistematizarse en tratados de rigor conceptual o ensayos formales. Por otro lado, diferenciamos lógicamente el modo en que los filósofos llevan a cabo sus reflexiones, sus teorías, sus escritos, y reconocemos el valor temerario que los anima, esa especie de saltos en el vacío, de abolir dogmas, y esa búsqueda dirigida hacia la verdad misma sin otras miras. No pretendemos confundir o contraponer o minimizar a ambas figuras, la del escritor con la del filósofo, sino más bien respetar el puente que puede haber entre ellas, la conexión de esas dos esferas de exploración humana e intelectual —literatura y filosofía— en donde el hombre busca respuestas y experimenta la necesidad de poner luz a este mundo. Así es como Kazantzakis partiendo de su literatura muchas veces hace suyas las eternas preguntas que el ser humano se ha planteado, y esa ha sido su manera de hacerse parte de una larga tradición filosófica. Ha escrito sin pretender originalidad porque en cierto sentido repetía esas preguntas para sí mismo: "¿a dónde vamos?", "¿cuál es nuestro objeto?", "¿de dónde, por qué la vida, y hacia dónde?".

Un escritor, un filósofo, un poeta, pueden arrastrar tras de sí una sombra fuera de lo corriente y común, una proyección de transversalidad que supera la magnitud habitual de su obra enraizada a un terreno determinado. Un buen escritor puede nutrirse de lo que otros creadores han hecho antes que él y tal vez dialogar con diferentes horizontes de pensamiento. Sin embargo, fijarse en tales figuras o poner atención en tradiciones culturales que han dejado marcas en sus propios campos —como la figura de Nietzsche en el terreno de la filosofía o de Unamuno, en las letras españolas— supone a la vez no quedarse obnubilado o atrapado en el canto de las sirenas y, por el contrario, saber salir airoso de ese fascinante encuentro que también pudo convertirse en un laberinto y traer consecuencias negativas por esa falta de autonomía intelectual. Recibir influencias y avanzar con ellas no es asunto simple. En tal sentido, Kazantzakis es uno de esos creadores y pensadores que pudo tomar contacto con esos grandes espíritus y saciarse en cada uno de ellos sin perder de vista la propia continuidad de su marcha intelectual.

III. Un mosaico intelectual

Dentro de lo previsto como una lectura libre del autor cretense, una lectura liberada de las fronteras que lo sitúan en una posición estrictamente de letras o arte literario, nosotros hemos desviado el rumbo hacia una heterodoxia a fin de establecer un "mosaico intelectual" y poner en marcha una lectura mixturada, paralela, no separatista entre literatura y filosofía, la cual permita resaltar que en este tal artista cretense hay también un intelectual, un filósofo, un pensador, un ideólogo que no queda diluido en las líneas escritas o en las capas literarias, por más que las formas o la terminología o las obras como tales nos señalen que se trata de un poeta, un novelista, un literato.

En un proyecto de mosaico intelectual de la figura de Kazantzakis habría que destacar a lo menos tres dimensiones elementales: el lado especulativo del propio escritor que acotamos como corpus ideológico, el ojo realista que le proporciona una experiencia social, un contacto con el mundo político-cultural, y por último, mencionar un número de obras poco conocidas en donde adquiere mucha notoriedad lo que Kazantzakis desarrolla como una especie de ejercitación teórica de sus visiones. En oposición a la gran mayoría de las pautas analíticas literarias que

ponen entre paréntesis todo lo biográfico de un autor, nosotros hemos considerado ciertos hechos vivenciales y acciones vitales, las que precisamente por hablar así, elocuentemente de quien las ejecuta, apuntan hacia un rasgo ideológico del pensamiento o bien perfilan una postura filosófica ante todo. En esta ocasión, por limitaciones de espacio, sólo esbozaremos el primer aspecto o elemento de aquellas tres dimensiones anunciadas, a saber, la proyección especulativa que alcanza la escritura de Kazantzakis.

—El panorama intelectual de Nikos Kazantzakis puede concebirse como la prolongación de dos líneas que se cruzan en el horizonte: una línea que está marcada por la "complejidad de visiones especulativas" y otra que señala una gama de ideales y esfuerzos que incitan al ser humano a un "movimiento de búsqueda" y de creación sin pausas.

En definitiva, se trata de un pensamiento que arrastra en sí un gran caudal filosófico y multiforme, un juego tal de visiones en permanente estado de tensión, y que plantea desafíos a la humanidad misma y del sentido humano, los que se suman a cuestiones puntualmente discursivas o teóricas. El propio autor advierte inclusive, que cuando escribe o anota sus visiones por más poéticas y literarias que parezcan ser, siempre hay en medio de su literatura un acto de apelación a la conciencia, un llamado reflexivo que no puede llamarse más que filosófico por su naturaleza, puesto que sus ideas o palabras marchan con el objetivo de vencer aquella realidad que se nos oculta, donde los ojos ya no ven. Por propia definición ha hecho de su acto de escritura una lucha de liberación en sí misma, a la que Kazantzakis se refiere diciendo "mi alma entera es un grito y mi obra entera es la interpretación de este grito". Es una lucha seria en donde se juega acaso la propia verdad de la vida, o donde se intenta llegar al linde de una frontera antropológica desconocida. Tal es el peso ideológico de su escritura que sobrepasa así los impulsos ligeros, aquellos que pueden seducir con sus escenarios de ficcionalidad y verosimilitud.

—La finalidad de la escritura no es la verdad lógico-racional ni la belleza literaria como se esperaría que así lo fuera en un teórico o poeta cualquiera, sino que más bien lo que hay de fondo es una apertura al sentido humano-sobrehumano y soteriológico, lo que a veces se parece a una palabra de acción profética o a un fuego prometeico que se quisiera expandir de conciencia a conciencia.

Sobre tal punto uno podría pensar en una filiación de Kazantzakis con Nietzsche como pensadores que comparten un por qué de lo que escriben.

Un filósofo de las características como Nietzsche siente comprometida su palabra filosófica más que con simples palabras, especialmente si éstas invocan a la verdad teórica o a la ciencia objetiva o la razón en sí, porque tales palabras le interesan muy poco. Kazantzakis experimenta lo mismo, su escritura no pretende quedarse encerrada en muros de biblioteca sino salir al mundo, abrirse paso en la vida de los hombres.

Nietzsche explica que la verdadera cultura humana no es la oscura erudición que se pasea a paso lento entre las tumbas del pasado; la verdadera cultura es la que prepara a los hombres no a conocer la historia sino a hacerla, a mejorarla si se puede. La verdadera cultura de Nietzsche como también la palabra o el grito de Kazantzakis deben, por tanto, desembocar en la vida y la acción misma.

—Hay en Kazantzakis un sentido de veneratio vitae nietzscheano. Una

de las interpretaciones de lo que pretendía Nietzsche con su crítica extrema sería decir que era un mejoramiento de lo que se ha ido desarrollado en el hombre y en su manera de ver la vida; su acción negativa contribuye a llevar a cabo un audaz desenmascaramiento cultural, lo cual implicaba hacer un llamado a los hombres, un cambio en su mentalidad, en su actitud, en sus valores. Nietzsche examina a fondo su época, mira la historia humana como un todo y concluye que hay debilidades, agotamientos, engaños, dogmas, miedos que han atrofiado ese instinto vital dirigido hacia la existencia como tal, desnuda si se quiere. Hace falta, por tanto, una nueva afirmación gustosa de la existencia. Kazantzakis comparte ese diagnóstico negativo y en tal sentido se permite hacer un llamado urgente bajo el lema de una veneratio vitae, cuyo único fin permitido sería despertar al hombre. Todo esto lleva a estos autores a comportarse como filósofos que profetizan en el desierto, que gritan y denuncia el conformismo del presente y la comodidad del pasado. Kazantzakis a su manera, pero quizá menos radicalmente que Nietzsche, ha querido sobrepasar lo que se ha hecho del hombre, un ser temeroso de vivir y menospreciante de la tierra. Ambos autores en el fondo comparten una necesidad filosófica de llevar al hombre hacia posibilidades nuevas y actitudes afirmativas que lo sitúen por encima de lo que muchos otros han podido ver o querer para el hombre.

En una palabra, Nietzsche y Kazantzakis han llegado a presentir que la vida tal cual es y pese a su negatividad de imperfecciones esconde un banquete sagrado, dionisíaco, vital, heroico y superior a todo lo que se pueda decir: la vida es gloriosa, majestuosa, y eso es lo que el hombre no debe olvidar.

Asimismo, la profesora Carolina Dónega rescata ese parentesco vital muy a flor de piel en la figura del Ulises de Kazantzakis, personaje central de su Odisea, en donde el perfil del héroe griego antiguo, usado por el escritor cretense, adquiere una nueva resonancia zaratústrica, de acuerdo a la "visión del superhombre nietzscheano, figura heroica que se afirma bajo peligros y que hace de su vida una eterna lucha para desenredarse de la moral impuesta y despertar en sí mismo potencialidades humanas naturales, que se aúnan con el propio latido de la vida y del universo"9.

—La idea de una misión filosófica, un mesianismo sui generis. En este mismo sentido, también podemos hermanar a estos dos autores y hablar de ellos en conjunto. Esa misión filosófica tuvo varios nombres de cruzada, diferentes puntas de lanza, pero todos ellos unidos para un solo objetivo: darle a los hombres un destino superior, un nuevo ideario pero desmarcado de la vieja tradición de los ideales de Occidente, para ser llevado por los "espíritus libres" o los dionisíacos en el vivir, o para los que aspiran a abismarse en una visión de vida que rompe con la pequeña envoltura del hombre, con su antropocentrismo tradicional. Kazantzakis con otro lenguaje, otras metáforas, busca encender esa misma sed de empujes, ese mismo apasionamiento de afirmar la vida y de luchar por ser todo lo que somos, hombres que se gozan de ser libres y de vivir al máximo de sus fuerzas y pensamientos, aún en el peligro. Libertad, delirio de la vida y grandeza humana, son los ideales que están detrás de lo que Kazantzakis escribe.

Desde muy joven y hasta su madurez proclamará que en su oficio de escritor e intelectual habitaba un cierto mesianismo filosófico, un aire oculto de poeta visionario que lo llevaba a cumplir una misión elevada o a seguir los pasos de un combate espiritual o consigo mismo. Nunca había sido fácil esa tarea a veces incierta, pero insistía lleno de desesperación, lleno de pasión. No hablamos de un filósofo tradicional ni del uso de un lenguaje técnico propio de los filósofos de la academia, sin embargo, la proyección de su literatura va a la saga de cuestiones filosóficas.

Este mesianismo que pasa por vivir intensamente la vida y engrandecer al hombre sin excluir del todo una superación del mismo, no significan el reemplazo de unos ideales por otros, como los que buscan una recompensa o una planificación masiva en el cristiano o la acción política. La visión kazantzakista parece más bien una extirpación de lo que se ha pensado del hombre, de la vieja imagen y que apela a una filosofía de transformación. Se ha dicho que el pensamiento de Kazantzakis es con un exacto significado y en todos los aspectos una filosofía de vida. Su fundamento y su tema central son el fenómeno de la vida y la vida del hombre. Más aún, el movimiento último de lo que escribe este autor cretense y con ello el destino de su literatura no sería otro que explorar la vida humana y la vida universal. Su preocupación no es simplemente el establecimiento de una verdad teórica y el conocimiento desinteresado, sino aquella verdad que responda a los problemas de la vida total y de la acción humana.

Huellas de ese llamado filosófico y profético las encontramos en varios textos y en diferentes épocas de la vida de Kazantzakis:

"Quiero formular una concepción individual y personal acerca de la vida, una teoría del mundo y del destino humano, y luego, de acuerdo a ésta, escribir sistemáticamente y con un propósito y una programación específica, lo que sea que escribo"10.

" Toda mi vida había luchado por tender mi espíritu hasta que rechinara, hasta que estuviera a punto de romperse, para crear una gran idea que diera un sentido nuevo a la vida, un sentido nuevo a la muerte, y consolar a los hombres"11.

"He intentado ir por diferentes caminos por medio de los cuales alcanzar mi salvación: el camino del amor, de la curiosidad científica, de la pregunta filosófica, de la regeneración social, y finalmente el difícil y solitario camino de la poesía"12.

—Según los fragmentos anteriores de Kazantzakis, se desprenden algunas consecuencias de su literatura: hubo un continuo esfuerzo por hacer una interpretación personal de todo —una cosmoteoría—, y por ascender con mirada crítica hacia la creación de un sentido para sí mismo, lo cual no está lejos de la práctica de un filosofar. Asimismo buscó ampliar su propio pensamiento a la luz de otros hombres y de otras corrientes ideológicas. De forma heterodoxa, personal, quiso transformar la palabra técnica del pensamiento filosófico en un lenguaje poético-visionario, y de esa manera tender puentes por una necesidad de mayor libertad de movimiento de sí mismo en medio del mundo de las ideas. Mediante tal empresa, ampliando la mirada, es que Kazantzakis intentó o quizá pudo crea una visión filosófica del mundo y de la existencia humana profundamente tran-substanciada en palabra poética. Mirando más de cerca al hombre, al ser humano que nos acompañó con su palabra y sus actos, se aprecian en Kazantzakis algunos rasgos que desde siempre parecen ser parte de esa larga tradición de hombres o filósofos que se destacan por una sensibilidad extraordinaria, una curiosidad sin límites y una necesidad de viajar y conocer otros mundos diferentes al de su lugar de nacimiento o vida cotidiana. Hubo en este escritor una curiosidad universal, una necesidad de explorar sin límites otras culturas. Kazantzakis fue un apasionado de los viajes toda su vida, recogiendo en todas esas ocasiones experiencias humanas para su escritura, para su cosmoteoría o cosmovisión. Viajó por casi toda Europa, Rusia, Medio Oriente, China, Japón, y cuando se pensaba que podía recibir el premio Nobel, él mismo señalaba que de ser así podría cumplir otro de sus deseos, aventurarse por México, Latinoamérica y la India. Como intelectual Kazantzakis pocas veces se llegó a sentir satisfecho de su obra y de lo que podía considerarse un conocimiento verdadero o filosófico de la vida y del mundo. Dentro de lo son las confesiones de quienes parecen situarse en la existencia como peregrinos o buscadores por naturaleza, se hayan esas experiencias de la curiosidad y la admiración por todo y de la inquietud dolorosa y desesperada de saber algo, actitudes que bien se exteriorizan en ese sentimiento o sensación de andar perdidos por la vida, de no saber nada, y que es muy propia de místicos, poetas y filósofos. En tal sentido, recordamos uno de tantos hechos personales en la vida de Kazantzakis. A sus 63 años el escritor cretense tiene plena conciencia del límite temporal de los días y de la propia ignorancia, y eso se aprecia claramente cuando le escribe a un amigo de su misma isla, diríase que con ese "temple" muy propio de los filósofos. Le señala a Prevelakis que "no partiría más (refiriéndose a sus continuos viajes), porque no tengo tiempo, y con dificultad todavía me apresuro a leer, a estudiar, acaso extraiga o le dé algún sentido a la fantasmagoría del cosmos [...]"13.

—Un aspecto ideológico de su obra se orienta por lo que vendría a ser el mito del héroe. Una galería de personajes son convocados por la idea que tiene Kazantzakis de concebir un grupo selecto, a los "salvatores Dei", figuras inspiradas en la acción y la reflexión, las que le servirán de modelo y arquetipo para expresar lo que han de ser los esfuerzos del hombre por conquistar una cumbre. Tal como lo expresa Kazantzakis: "el más alto deber del hombre sobre la tierra creo que es combatir implacable a su destino y borrar lo que está escrito". En efecto, esos guías tiene conciencia de un deber superior, una misión que cada cual ha elegido, porque son espíritus libres y no son guiados por nadie. De estas personalidades Kazantzakis venera sus esfuerzos, sus luchas internas y externas, la altura filosófica y espiritual que los poseía. Tanto los venera que expresa: "amo con vehemencia todas estas sombras, doy mi sangre para que resuciten, para que vivan eternamente en mí, en el instante, para que se salven de la degradación y la muerte".

Sobre estos héroes o personajes ejemplares deposita un mensaje de liberación y los modela de acuerdo a sus propios deseos de intelectual. Sus nombres han quedado consignados en un libro que les dedicara, las Tercinas, 24 cantos a los "guías del espíritu" o a los guías de la humanidad. Entre ellos aparecen Buda, Moisés, Cristo, Mahoma, Lenin, Don Quijote, Alejandro Magno, El Greco, Gengis Kan, Dante, Santa Teresa, Shakespeare, Leonardo, Nietzsche, Psijaris. Sin embargo, no todos sus elegidos aparecen en sus cantos, pero todos ellos comparten un rasgo primordial: su carácter combativo. Sus elegidos son reflejo de una lucha en que obedecen a la libertad o a una causa superior a todas, tan superior que no los disminuye ni los hace ver como sometidos a algo fuera de sí mismos o de índole inferior. Kazantzakis reconoce en ellos una inspiración, una suerte de influencia que han dejado por su mensaje o por la figura misma de esos personajes. Sobre las posibles influencias comenta Kazantzakis:

"Las relaciones que he mantenido con mis contemporáneos no han tenido gran influencia en mi vida. No los he amado mucho, sea porque no los he comprendido, sea porque los he subestimado, también porque el azar no me ha hecho conocer muchos a quienes valiera la pena amar. Sin embargo, no he odiado a nadie y si he hecho daño a algunos, es sin haberlo querido. [...] Sólo los muertos inmortales, las grandes sirenas: Cristo, Buda, Lenin, me han hechizado [...]"14.

—Un pensamiento contestatario, disidente, que introduce rupturas y cuestionamiento al canon. A este impulso crítico se une una corriente de utopis-mo revolucionario que atraviesa su creación novelística. A veces tiene visiones o apreciaciones que no siempre siguen el canon oficial, como cuando en La última tentación propone lecturas apócrifas y de ficción a lo que es la tradición oficial de la iglesia, ejerciendo con ello un cambio de sentido, transvalorando el punto de vista religioso de que la vida terrenal no tiene gran valor. Desmitifica la imagen paternalista de un Dios, y a la vez muestra un Cristo más humano, donde el hombre posee fuerzas ocultas que ni él mismo conoce.

En su creación novelística se vislumbra un carácter mesiánico y filosófico como ya se dijo, en donde las ideas, los ideales o las visiones metafísicas están de alguna manera presentes. Por ejemplo, el entusiasmo que tuvo por la revolución rusa y que lo llevó a peregrinar tres veces a ese país, dejará huella en sus libros. Su interés por Rusia no pasa por un simple partidismo político sino porque Kazantzakis veía que ese espacio humano se levantaba como un pueblo unido para ponerse bajo las órdenes de una gran idea o un ideal que se encarnaba en la realidad misma. Un ideal de justicia y libertad social son los que ve, un espacio simbólico en donde el espíritu lucha con la materia para someterla. Tales visiones son las que Kazantzakis a menudo siente, experimenta, y las que encarna en hombres y movimientos que para él forman un todo de idealidad y realidad histórica. Hacia la U.R.S.S., por lo tanto, más bien tuvo una adhesión visionaria, mesiánica, con el ideal de forjar un pueblo inspirado en altos pensamientos, cuya hondura de propósito sobrepasaba la sola acción humana, pues parecería que la propia humanidad debe plegarse a un ritmo universal.

En su estadía de la Alemania de 1922, Kazantzakis se relacionó con un círculo intelectual y simpatizante del comunismo, y con ellos quiso compartir sus propias ideas y aspiraciones, las que quedaron sistematizadas en un extraño texto semifilosófico y profético, la Ascesis. A ese mismo círculo comunista les propuso crear una revista literaria y filosófica, Nova Graecia.

—la idea de una misión antropológica y cósmica. Surge en su literatura la idea del deber humano, de que el hombre debe evolucionar, dar un salto, algo que nos recuerda más al Superhombre nietzscheano. Es un paso evolutivo que entraña libertad y responsabilidad, un desarrollo del propio ser ante las adversidades y no una huida del mundo o de la vida. Hay una escuela del dolor, el hombre es hijo del rigor. Kazantzakis ha llevado esa lucha por la existencia desde lo más elemental de la naturaleza hasta pasar por el hombre y llegar al universo mismo. Esa tensión de la realidad impregna todo el campo de visión de Kazantzakis, en donde la materia y el espíritu son las fuerzas simbólicas que todo lo abarcan. El hombre no lucha porque sí, sino que es su deber esencial, pues debe colaborar con la expansión y metamorfosis de todo el universo manifestado. Es más, es al hombre a quien le ha tocado a la vez esa terrible y majestuosa misión de salvar a Dios, la de rescatar esa conciencia dispersa y depurarla en una fuerza indisoluble y en equilibro. Es así que Kazantzakis sorprende a religiosos y pensadores

tradicionales al invertir lo que se tenía por verdad absoluta, lo que siempre se ha creído, y que es que el hombre debe salvarse, que es el hombre quien corre peligro. De estos revolucionarios planteamientos del escritor griego surge una nueva ética y filosofía de vida que hace del hombre un ser más responsable y amo del universo. Este valor supremo que Kazantzakis deposita en el actuar del hombre evoca esa conciencia de que el universo depende de su libertad y responsabilidad, lo cual nos lleva a pensar en aquellos actos que gravitan al modo del mito nietzscheano del eterno retorno, en donde se necesitan hombres capaces de soportar el peso de sus acciones, las que tendrían un valor de eternidad: acciones que sean dignas de repetirse un sinfín.

—Ojo cíclope. A Kazantzakis lo posee intelectualmente una especie de "ojo cíclope" desde el cual ansía poder ver la realidad en una totalidad sin dejar de lado partes de ella: cuerpo y espíritu, cielo e infierno, deber y libertad, virtud y pecado, hombre y Dios, voluptuosidad y santidad, fe y ateísmo, muerte y vida, naturaleza y esfuerzo humano, justicia y anarquía, moral e instintos, acción y teoría, todo lo quiere apreciar holísticamente, como si fuera posible llegar a una perspectiva privilegiada por encima de las restantes. Esta inquietud bien mirada como filosófica lo lleva a tener mutaciones intelectuales, a pasar de una visión a otra, incluso a retroceder, a buscar desesperadamente sin comprometerse con ninguna de las visiones anteriores, lo cual sin embargo, a veces lleva a apreciarlo como un pensador ecléctico que incorpora grandes dosis de plasticidad a sus materiales de búsqueda. Pero más bien es la necesidad de comprensión y no de eclecticismo puro, la que le lleva a no estar nunca conforme con lo que ve, pues su ojo cíclope no se sacia con las visiones parciales. Es un hombre iconoclasta que todo lo pone en duda y a menudo abandona las pieles ideológicas sobre su camino. Así se transforma en un autor de tendencias dispares y que no huye de las contradicciones.

—El Grito. Su palabra no es un brebaje suave y dulce como una religión que consuela fácilmente a los hombres; su palabra no es dulcería de la calle ni es olvido de los esfuerzos para adormecer así la conciencia y servir de refugio a los cobardes intelectuales. Su palabra es una semilla que necesita romperse, estallar, provocar a los hombres. Kazantzakis interpreta su obra como un esfuerzo por parir un grito, por expresar un grito de lucha y perplejidad, y eso evidencia que no se parece a un discurso pacífico y halagüeño que se ha de recibir junto a los pies de un maestro. Su obra es un grito incesante, duro contra sí mismo. No es un hombre tranquilo que deja salir sus palabras con indiferencia y juego intelectual.

A menudo sus lucubraciones intelectuales van unidas a un clima de agonía, de conmoción. De ese gritar existencial, de ese grito vital de voces impenetrables, confiesa:

"Todo hombre tiene un Grito que lanzar antes de morir, su Grito; debe apurarse para tener tiempo de lanzarlo. Este grito puede dispersarse, ineficaz, en el aire, puede no encontrar en la tierra ni en el cielo un oído para escucharlo, poco importa. Tú no eres una oveja, eres un hombre, y un hombre no quiere decir algo que está confortablemente instalado, sino algo que grita. ¡Grita entonces!"15.

Ese grito del que habla lo retrata como un pensador desesperado, atormentado por la verdad personal que busca casi con un heroísmo "desperado". Rescata este arcaísmo castellano —desperado=desesperado—, ante todo por el sentimiento agónico que le evoca. En su libro poético, Tercinas, antepone una dedicatoria: "Dedico estos versos a las palabras más elevadas que ha forjado la altivez y la intrepidez del hombre: DESPERADO, NADA'"16. Estas palabras han sido unas de las más apedreadas por las religiones y por el corazón humano. Sin embargo, Kazantzakis parece cambiarles su oscuro rostro. Ellas expresan, ante todo, una disposición interior, un estado de ánimo, una manera de orientar, de sentir y experimentar las cosas, como si dijera que sólo existen esas búsquedas que han de llevar al Gólgota de lo aniquilante.

—La mirada cretense. Que la búsqueda sea doliente puede sonar absurdo, innecesario, poco natural. Sin embargo Kazantzakis cree en la "mirada cretense", una frase suya de compenetración profundamente filosófica y que está en el centro de su complejidad humana, entre escritor y pensador. La mirada cretense es una revelación que tuvo Kazantzakis mirando en los frescos de Knosos, las tauromaquias, en las que los cretenses transubstanciaban el terror y lo convertían en areté espiritual. Aclara el propio Kazantzakis:

"en la civilización minoica tal era la mirada cretense. La Creta minoica, con sus aterradores terremotos simbolizados por el Toro y por los juegos que hacen los cretenses frente a frente con este toro, realiza lo que considero lo más alto: la Síntesis.

"[...] Y así, el cretense transformó el terror en un elevado juego, en el que la areté del hombre en el contacto directo con la fiera se fortalecía y vencía.[...]

Ciertamente para resistir uno y para jugar un juego tan peligroso, se necesita grande ejercitación corporal y psíquica y despierta disciplina de los nervios. Pero cuando una vez te ejercitas y tomas el ritmo del juego, cada movimiento se hace sencillo, seguro y cómodo. Esa lúdica mirada heroica sin esperanza y sin temor, que enfrenta así al Toro —el Abismo— la llamó: mirada cretense".

Asimismo, en relación a Creta, su amada isla natal, se pueden hilvanar otras dimensiones de su espíritu, otros horizontes. Continuamente Kazantzakis menciona a su tierra como símbolo de una misión espiritual, como un lejano camino que ha existido antes que su propio ser, y entonces, lo que hace este hombre cretense no es más que oír el grito o llanto de su tierra, tal es su deber, redescubrir el sentido originario de lo que esa isla significó para Kazantzakis. También Creta es la encrucijada de Oriente y Occidente en medio del Mediterráneo, un crisol de lo mejor de ambos mundos. Asimismo, cuando Kazantzakis tiene que preparar un libro que se asemeja a una autobiografía novelizada, elige como mentor y juez de sus memorias a quien sería uno de sus ilustres antepasados en la isla, al Greco, un cretense más. Es como si Creta encarnara una manera de ver la vida, una filosofía, un mensaje primigenio que Kazantzakis tuviera por misión recordar para los cansados hombres del siglo XX: "Todos los gritos que a través de los siglos, con sus hombres, sus montañas y sus mares espumosos que la rodean, con todo su cuerpo y toda su alma, ha lanzado Creta, tengo yo el deber de transformarlos en una palabra perfecta"17.

Esto es lo que nos confiesa el mismo autor. Creta es esa luz, esa utopía que lo lleva a tomar la literatura como una búsqueda sagrada de lo que siente. La isla de sus primeros años y juventud es el mejor preludio vitalista e ideológico para comprender que tal nombre, Creta, es un sorbo de agua purificada que nutre su identidad de hombre ante los peligros de la tierra, y de entre ellos, el mayor de todos es la guerra de los hombres y los pueblos. Así, su mirada cretense también recoge los conflictos, las tensiones del universo y las del interior humano. Su isla y su gente sintieron el azote de las fuerzas turcas invasoras, y es por eso que "el mundo cretense, el terruño de los primero años, el latido de la propia isla con sus tiempos de paz y de oscuridad, van a generar en el imaginario de Kazantzakis una fisonomía ideal del espíritu, una medida de lo que quería enseñar a otros hombres" 18.

La conclusión final de esta lectura ha sido defender que el escritor cretense, sin dejar de ser artista o un reconocido cultivador de la literatura, acaba siendo también un hombre intelectual, y por ende, un pariente de los filósofos en el sentido de que su literatura no desdeña las búsquedas de los grandes pensadores de todo tiempo y latitud. Más bien, convive con ellos.

Notas

1.- En un tal sentido de posibilidades aparece por un lado, una lectura erudita de este autor, compuesta por interpretaciones de su obra, analíticas del corpus literario interno y del campo ideológico, mirar la obra en su interioridad propia, dar un revisamiento de las problemáticas que interesaron al escritor como de las influencias recibidas, y también del ambiente literario en general. Mediante esta lectura los estudiosos entregan valiosa información, analizan las estructuras por separado o en conjunto, y finalmente aplican un tratamiento de teoría literaria y rinden cuenta de los procesos y etapas que tuvo ese autor. Es un aporte indiscutible el de esa lectura erudita, un paso necesario. Asimismo, al lado de esa lectura técnica también conocemos ese otro acercamiento por parte del lector aficionado, que toma una obra por el simple gusto y simpatía de leer.

2.- Hemos dicho teníamos la intención de, sin embargo, la limitación de espacio ha hecho que tengamos que esquematizar el desarrollo del trabajo y descartar otras exposiciones del mismo. La estructura de esta lectura libre contiene cuatro secciones en su formato original: Un acercamiento de aficionado a la filosofía: traducciones; Corpus ideológico; Ojo realista y Ejercicios especulativos. El conjunto de tales elementos permitirían ver a un Kazantzakis aficionado al quehacer de los filósofos en medio de su actividad literaria según se le conoce. En Un acercamiento de aficionado dábamos noticia de un contacto directo de Kazantzakis con la disciplina filosófica, en donde está el hecho no menor de haber traducido varias obras fundamentales de ese ámbito, y también dejar en evidencia que a sus 24 años sale de Grecia a París, para comenzar unos estudios formales, que sí son los únicos que se le conocen en ese campo. Tal aventura lo lleva a tomar contacto cara a cara con el mundo intelectual europeo, especialmente con la filosofía. Por último, las tres partes restantes nos acercarían a un mosaico intelectual de Kazantzakis. En la presente oportunidad, sólo desarrollamos la sección Corpus ideológico. Prosigue la sección Ojo realista, donde interesaba recoger elementos biográficos que se conectan directamente con una postura o momento ideológico o intelectual de Kazantzakis, entre los cuales tiene cabida esa amplia dimensión de experiencia social y del contacto con el mundo político-cultural: a) señalar algo sobre el interés coyuntural que tuvo la política rusa para este autor; b) traer a colación un episodio derivado de esa cercanía partidista y cuyo testimonio se sitúa alrededor del año 1925, en el texto Apología; y por último, cierra esta tercera sección lo que fue c) una invitación recibida por Kazantzakis para asistir a Inglaterra: en junio de 1946 llega a Londres para debatir con diferentes personalidades del mundo intelectual sobre aquello que era lo medular del momento, la postguerra y la cultura. En esos encuentros Kazantzakis elabora un breve Cuestionario que deja en evidencia sus preocupaciones filosóficas, humanistas y por la cultura. La cuarta sección, Ejercicios especulativos, tenía por horizonte hacer ver que hay una serie de obras que se destacan por su juego conceptual y especulativo, siendo el tratamiento de las ideas y de los problemas humanos la materia prima que domina. Asimismo, hay otro tipo de relatos que escapan a esta primera etapa de juventud —con predominio de teatro y ensayos—, y que corresponde a los relatos o diarios de viaje, en los que el autor le da rienda suelta a sus reflexiones personales y experiencias. Tales relatos a veces versan sobre una ciudad o los lugares culturales por donde viaja absorbiéndolo todo, pero también anota interesantes pensamientos sobre connotados personajes que encarnan una especie de línea de avanzada en su lucha filosófico-espiritual, tales como Dostoievski, Nietzsche, Tolstoi, Lenin, San Francisco de Asís, el Quijote, Santa Teresa, El Greco. Una prolongación de esos "guías del espíritu", o de "las almas que han nutrido mi alma", como lo anota Kazantzakis, se encuentra en un poemario ideológico de la década del 30, las Tercinas, en donde el autor quiso inmortalizar a todos sus grandes inspiradores, desde Moisés, Buda, Cristo, Alejandro Magno, Gengis Kan, Dante, Mahoma, Lenin, Nietzsche, Santa Teresa y otros personajes griegos como El Greco, Psijaris y Heleni, su segunda esposa, hasta un total de 21 cantos. La falta de espacio ya señalada, nos obliga a omitir el resto de las secciones.

3.-Quiroz, R., 2010: 232.

4.-Quiroz, R., 2010: 232-233.

5.- Pérez, A.-Améstica, F., 2000: 44.

6.- Lasso de la Vega, J., 1968: 24.

7.- En tal orientación es tratado Kazantzakis por la profesora Goyita Núñez (1997), Kazantzakis. Madrid: Ediciones del Orto.

8.- Kazantzakis, N., 1998: 20. Estas mismas observaciones que Kazantzakis desarrolla en su tesis respecto de la figura de Nietzsche, bien que se pueden remitir a su propia personalidad.

9.- Dónega Bernardes, C., 2010: 220.

10.- Markakis, P., 1959: 33.

11.- Kazantzakis, N., 1968: 581.

12.- Kazantzakis, N., 1958: 23 y 24.

13.- Quiroz, R., 2000-2001: 270.

14.- Kazantzakis, N., 1968: 606.

15.- Kazantzakis, N., 1968. 588.

16.- Kazantzakis anota estas palabras en el prólogo original exactamente así, en mayúsculas y en castellano. Este nutrido poemario le llevó a su autor varios años de trabajo en la década del treinta.

17.- Bidal-Baüdier, M., 1987: 27.

18.- Quiroz, R., 2007: 147.

 

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Recibido: 11.01.2011 - Aceptado: 30.03.2011

Correspondencia: Roberto Quiroz Pizarro - alfanamaste@hotmail.com. Licenciado y Magíster en Filosofía, Universidad de Chile. Doctor© Universitat Jaume I-Valencià, Unversidad de Chile. Profesor y Subdirector del Centro de Estudios Griegos Bizantinos y Neohelénicos, Universidad de Chile.

* El presente trabajo es parte de una investigación mayor en desarrollo.