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ARQ (Santiago) - Huellas de ciudad abierta

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ARQ (Santiago)

versión On-line ISSN 0717-6996

ARQ (Santiago)  n.64 Santiago dic. 2006

http://dx.doi.org/10.4067/S0717-69962006000300005 

ARQ, n. 64 Chile dentro y fuera / Chile in & out, Santiago, diciembre, 2006, p. 24-27.

 

LECTURAS

Huellas de ciudad abierta(1)

Andreea Mihalache*

* Investigadora visitante en School of Arquitecture and Planning, The Catholic University of America, Washington DC, EE.UU.


Resumen

La experiencia de la Escuela de Valparaíso fue para los extranjeros principal referente de la actividad arquitectónica chilena durante los años ochenta. Este interés, que la relacionó con ciertas corrientes artísticas y el sheltering californiano, se superpone a la motivación interna que ha vinculado a la Escuela con el resto de América: las travesías.

Palabras clave: Arquitectura–Chile, Ritoque, Iommi, Cruz, Girola, Escuela de Valparaíso, Amereida.


Abstract

During the 80’s, the activity of the School of Valparaíso was the main reference for foreigners on Chilean architecture. Related by some critics to art movements and Californian sheltering experiences, the expeditions named as Travesías act as their main connection to the rest of America, being part of their inner motivation.

Key words: Architecture-Chile, Ritoque, Iommi, Cruz, Girola, School of Valparaíso, Amereida.


 

LA PALABRA / Un lugar no termina nunca de escribirse. Un lugar trabaja y se trabaja. El trabajo con el lugar supone, al menos, dos pasos.
Primero, la lectura. Un lugar pide ser hojeado, leído, descifrado. Los métodos son personales: algunos empiezan por leer el índice, otros ignoran, a sabiendas, el núcleo del asunto y se detienen en la última página, otros se informan a través del prefacio, algunos otros se van a la bibliografía. De aquí que haya lecturas completas/ parciales/ superficiales/ profundas.
Luego, la escritura. Ya sea como un epílogo al texto leído. Ya sea como un comentario. O bien, por medio de un diálogo. O bien, por medio de otra historia paralela. En cualquier caso, el escrito viene a completar uno u otros escritos.
Si todo comenzó con la Palabra –y la arquitectura no hace excepción–, entonces no es para sorprenderse que la relación entre letra escrita y obrada persista a pesar de las modas de todo tipo o de las traducciones o interpretaciones estructuralistas, semióticas, post-, neo-, de-… La arquitectura no pide sino legitimación a través de las palabras, las metáforas en las que ellas encarnadas pueden tener numerosas e insospechadas formas, pero que apropiadas por la arquitectura en claves lingüísticas, tiene considerables ventajas.
En primer lugar, ella apela a un modo de comunicación familiar y accesible a todos: a través de la educación, comodidad y costumbre, lo escrito y leído permanecen, por de pronto, como instrumentos privilegiados de la comunicación. Los arquitectos han practicado desde siempre, más o menos hábilmente, la lectura del lugar; a partir de un momento dado, el método ha tomado nombres diferentes: fenomenología, postmodernismo, deconstrucción. Las más de las veces, ella fue, probablemente, puramente intuitiva. Pero aun cuando operan sobre un mismo lugar, las lecturas son bien diferentes.
Luego, el número de los que han leído un libro es mayor que el número de los que han construido una casa o, al menos, hayan preguntado por algo. Un motivo más por el cual la comunicación a través del escrito está, al menos teóricamente, más próxima a la comprensión del hombre. Vivir en una casa significa, a la vez, vivir en un libro. No sería sorprendente que el universo sea, en verdad, una biblioteca infinita. Pero sí es para sorprenderse que las lecturas –de cualquier forma– queden bastante limitadas.
En fin, un lugar abandonado es tan inútil como un libro no leído: acumula polvo y diversos insectos. Sin embargo, algunas veces, él puede funcionar como un pulmón a través del cual otros lugares –densos– respiran. Pero las más de las veces, se usa, se envejece y se olvida la historia. Más al límite, un libro puede ser botado, en cambio un lugar no.
Aunque el inicio de la arquitectura está en la Palabra, la tradición europea ha hecho que la arquitectura sea enseñada y aprendida casi exclusivamente a través del dibujo. Algunas escuelas siguen invirtiendo en una gráfica con estatuto halagador, pero engañador, de la meta absoluta. En otro mundo, en otro continente, las cosas acontecen diferentes.
LA ESCUELA / El arquitecto chileno Alberto Cruz (n. 1917) y el poeta argentino Godofredo Iommi (1917-2001) son los fundadores de otro tipo de enseñanza (de arquitectura, y no sólo). Desde hace 52 años, la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso forma generaciones de arquitectos crecidos y educados dentro de un espíritu diferente del europeo o norteamericano. Se podría denominar enseñanza alternativa, si no apareciera el peligro de etiquetarlo como superficial, leve y fácil. Se podría determinar también como enseñanza experimental, si no fuera por una dudosa suspicacia de interminables y caóticos cambios. Podría nombrarse como utopía social, si no tuviera resultados y formas de las más concretas.
En 1952, un grupo de jóvenes arquitectos chilenos, encabezados por Alberto Cruz y Godofredo Iommi, se trasladaron de la capital Santiago a la ciudad de Viña del Mar y comenzaron a trabajar en la Escuela de Arquitectura, en el marco de la Universidad Católica de Valparaíso. Los principios sobre los cuales se condujeron reformaron radicalmente la enseñanza, practicada de manera habitual en otras escuelas: arquitectura y poesía nacen de la misma fuente; las artes y las ciencias son partes integrantes en el proceso de formación de la arquitectura; la comunidad y la comunicación son las condiciones básicas en el desarrollo del proceso de enseñanza; la investigación y práctica cooperan continuamente, dando resultados prácticos. El grupo establece contacto activo con artistas plásticos (Claudio Girola, Tomás Maldonado), filósofos (Francois Fedier, Jorge Eduardo Rivera), científicos (Mario Góngora, Juan de Dios Vial Correa), que sueñan y construyen juntos una visión sobre la vida y la cultura latinoamericanas fundamentadas en el mito y la poesía. El leitmotiv de esta observación sobre el mundo lo constituye la idea de la coherencia entre arte y vida, que debe manifestarse a través de la continuidad entre palabra y obra, entre formar e informar, entre educación y profesión.
La permanencia de la Escuela de Valparaíso es única “en la producción arquitectónica mundial, y uno de los fenómenos culturales más relevantes en la Latinoamérica reciente, trascendiendo lo que pudiera ser una atípica experiencia. Puede ser, en rigor, pensada a partir de la idea de 'escuela' por su carácter colectivo, pero, sobre todo, por ser un colectivo distinguible y reconocible. Una escuela se reconoce no sólo por compartir un conjunto de ideas y creencias, sino también por la capacidad de generar una iconografía característica. En este caso no se limita a la arquitectura, sino a un conjunto de opciones formales que van desde un modo de dibujar y de escribir hasta un modo de hablar” (Pérez de Arce y Pérez Oyarzun, 2003). La dimensión colectiva es un rasgo característico de la Escuela y, aunque pudiese ser confundida a primera vista con algunas de las utopías del s. XIX, se distancia fundamentalmente de ellas por conservar la identidad, por los objetivos no sólo propuestos, sino también por los alcanzados y, no en último lugar, por integrar las estructuras y actividades corrientes de la universidad.
LA BÚSQUEDA / Las investigaciones permanentes del grupo de Valparaíso han ido más allá de las fronteras universitarias. En 1965, por primera vez, los miembros de la Escuela junto a poetas, filósofos y pintores emprenden un viaje poético desde la Patagonia hasta Bolivia, el que tiene consecuencias inmediatas con la publicación de dos textos –Amereida I y Amereida II–, considerados las fuentes de inspiración para las actividades de la Escuela. El título no es casual: es el resultado de la composición de dos nombres propios: Eneida y América. Amereida es, pues, una epopeya moderna del continente americano. Las travesías entendidas en sentido iniciático constituirán otro principio base de la Escuela. El fin inicial de este primer viaje fue explorar y descubrir ciudades, lugares, estructuras, territorios, gentes y, al mismo tiempo, darlos a conocer lo más lejos posible, para devolverlos al mundo en el cual se habían formado (relacionada a esta dimensión está la posterior aparición de guías turísticas sobre zonas, antes, casi desconocidas). Las investigaciones buscan sorprender la esencia de los lugares; se investigan toponimias que sacan a luz fascinantes mezclas entre los idiomas indígenas y el castellano de los conquistadores, ante la convicción de los arquitectos de que, si los objetos no son nombrados, no pueden llegar a ser: “…el acto poético… acerca los nombres a las cosas” (Pérez de Arce y Pérez Oyarzun, 2003). Una vez más, la palabra se asienta en el origen de la obra. La misma legitimación de la arquitectura a través de la poesía se mantiene actualmente, y las lecturas en grupos son parte de la actividad corriente de los arquitectos, estudiantes y profesores juntos.
En 1984 el mismo Godofredo Iommi, quien junto a Alberto Cruz había sentado las bases teóricas de la Escuela, inició un programa de expediciones colectivas periódicas, las travesías, que continúa hasta el día de hoy. En ellas participan alumnos, profesores, arquitectos, diseñadores, pintores, escultores y poetas, y sus objetivos son variados. Se habla de la reedición de Amereida I, como una reiteración del mito fundador y el viaje iniciático. Se considera guardar la oralidad como rasgo fundamental de la poesía y su transmisión. Se plantea el problema del nomadismo y de las cuestiones vinculadas al lugar y la permanencia en la arquitectura. Se proyectan y construyen objetos que, dejados en el sitio, representan huellas del paso de los hombres y conservan su condición de efímeros. Algunas de ellas se destruyen, otras todavía se mantienen. Pero quizás, ¿por cuánto tiempo?
Las expediciones de la Escuela de Valparaíso, más allá del espacio físico recorrido, cubren también otro territorio, en el que se proyectan las preguntas fundamentales para la profesión. La tensión entre proximidad y lejanía, entre los variados sistemas de referencias a los que nos reportamos, se traduce en la relación entre el estado de estar en casa con el de estar en otra parte, siendo los viajes uno de los pocos momentos en los cuales el hombre puede proyectarse hacia atrás, puede mirar hacia atrás para ver sus huellas, y puede distinguir entre las diversas hipótesis del ser en el espacio. La relación entre lo efímero y lo permanente se materializa a través de los objetos construidos in situ, que una vez surgidos al mundo son inmediatamente dejados a su propia suerte, para cumplir su destino; al permanecer –en lo propio– al aire libre, algunos persisten, otros no. La condición del viajante está marcada también por la incertidumbre de saber si es un huésped bien recibido o un extranjero evitado por todos, y el regreso a casa revelará nuevos sentidos de la hospitalidad. Finalmente, el nomadismo y la estabilidad son dos de las hipóstasis extremas del ser, al que un viaje iniciático persigue investigar.
Los trabajos realizados en el tiempo de estas expediciones –cuya traducción rigurosa, travesías, alude a la idea de mar interior de América propuesta por Amereida– son obras destinadas a hacer una lectura sintética del sitio. No por casualidad, muchas de ellas son interpretaciones del barco que navega a través del agua. Pero el agua no es únicamente algo físico, exterior, sino, sobre todo, la turbia profundidad del ser.
En la obra Socrate’s Ancestor, Indra Kagis McEwen construye un discurso de relaciones entre la arquitectura y la filosofía por medio de las etimologías griegas y de los términos de la filosofía presocrática. Uno de los problemas tocados es la relación entre las embarcaciones navales y la arquitectura. McEwen observa que en el lenguaje contemporáneo un vapor es una nave –container, receptáculo–, mientras que en el s. XV Alberti destaca la comparación que hacían los antiguos entre una nave (naus) y una ciudad, con esta última expuesta, al igual que la nave, a los accidentes y los peligros. El templo griego constituido por las naos (naves) rodeadas de columnas, llega a ser períptero, que viene de ptera, o sea, alas. “Las curiosas correspondencias entre la figura mítica y la histórica sugieren a continuación que lo ‘pteron’ del templo períptero estaba estrechamente ligado a la comprensión temprana de la arquitectura tanto como encarnación del vuelo, como a la navegación”(McEwen, 1993)(2). La nave tiene un recorrido arquitectónico aún inconcluso, pero uno de los sentidos más potentes es aquel puesto de manifiesto por el santuario cristiano. En verdad, si en los comienzos de la arquitectura se encuentran las embarcaciones navales, la travesía –en el sentido de un viaje iniciático– es, al mismo tiempo, la aventura hacia los orígenes míticos de la arquitectura. Las expediciones y las realizaciones del grupo de Valparaíso adquieren, de este modo, también la connotación del camino a la inversa, del descubrimiento del momento cero de la arquitectura.
Una embarcación, realizada a partir de la misma fibra vegetal utilizada tradicionalmente en la construcción de los navíos, marca la expedición al lago Titicaca (1985). La estructura vegetal es reforzada con elementos de polietileno, y el resultado es un pontón que, si no está anclado en un lugar preciso, navega sin tener una orientación fija. Eso porque no existe una perspectiva privilegiada, todos los paisajes en el lago Titicaca son igualmente espectaculares y dignos de admiración. La cumbre del cerro Montevideo (Caldera, Chile) está marcada, a raíz de la expedición de 1987, por un conjunto de gradas de madera –objeto construido de elementos finos–, las cuales por una aparente inestabilidad e inseguridad ponen el problema de la fragilidad y de lo efímero del ser. En el campo Curihuamida, que se encuentra a 3.300 m de altitud, los arquitectos asientan una señal de hospitalidad: en un clima hostil, un refugio amigable para posibles viajeros.
LA CIUDAD / A partir de 1970, las actividades de investigación y proyecto se desarrollarán en lo que hasta hoy día se llama Ciudad Abierta, antes una cooperativa cerca de la localidad de Ritoque y a partir de inicios del s. XXI, una fundación. Ciudad Abierta es el lugar en que profesores y estudiantes viven, trabajan, se conocen, se encuentran y construyen juntos, invistiendo con sentido el nombre del lugar en el que se reúnen: ciudad, porque investigan y edifican la metáfora de un asentamiento ideal; abierta, porque posee “un destino indeterminado y por su compromiso de acogida” (Pérez de Arce y Pérez Oyarzun, 2003). En términos deleuzeanos, nos encontramos en un espacio liso y no homogéneo, que solicita ser leído de cerca, desde una pequeña distancia, a sabiendas miope. Aquí los puntos de referencia son descubiertos de cerca en cerca, los objetos piden ser tocados, sentidos, oídos. El texto –que solicita una visión global y una perspectiva óptica– se esconde en textura que llega a ser atributo de la arquitectura. El texto entrena al ojo, la vista, las distancias, hasta cuando la textura pide contacto, apropiación, palpación. Las estrategias globales y la visión de conjunto son sustituidas por intervenciones locales, puntuales, de huellas dejadas en el lugar. Entre éstas, algunas se estabilizan (como el cementerio y la capilla al aire libre) y otras se metamorfosean cambiando su aspecto. Nuevos objetos fagocitan a los antiguos, otras obras quedan por terminar, los materiales se reciclan y viven; de esta forma, hay varias vidas y todas ellas en un proceso vivo, dinámico y activo. Ciudad Abierta no es un museo al aire libre con maquetas a escala 1:1, sino la señal siempre en movimiento de la vida misma.
El sentido de la experiencia comunitaria y de hospitalidad de Ciudad Abierta es el sentido cristiano del estar juntos (de esa manera, el manifiesto de la Escuela de Arquitectura, redactado entre 1952 y 1953 por Alberto Cruz, tiene como meta la puesta de la arquitectura sobre nuevos fundamentos; hablamos del texto y de los croquis de un proyecto, jamás realizado, para una capilla en el fundo Los Pajaritos, en Santiago). La vida y el trabajo conjuntos no siguen peligrosos ideales igualitarios, ni uniforman a los individuos ni liman las asperezas, sino que buscan reunir a la gente de la misma manera en que las ceremonias de los primeros cristianos celebraban la unión a través de la comunión. De aquí también el destino de los lugares construidos: capilla, ágora, casa de huéspedes, sala de música, talleres. Madera, ladrillos, tierra, vidrio y telas son los materiales predilectos que dejan huellas sobre la arena cambiante y la áspera hierba. Khôra [el Lugar] –matriz, nodriza, espacio primordial– buscaría aquí una (im)posible encarnación. En un diálogo con Peter Eisenman, Jacques Derrida propone –como posible sugerencia material– un jardín en el que las huellas dejadas en la arena y la fluidez del agua hablen sobre la esencia de lo no-dicho en la khôra. Los fenómenos que tienen lugar en la Ciudad Abierta muestran la manera en que khôra puede adquirir contorno por un proceso, antes que por una forma finita; por una continua y a veces imperceptible pulsación que hace que, con el tiempo, ciertos objetos se metamorfoseen, otros desaparezcan y otros nazcan con una vida incierta. Land Art y arquitectura al mismo tiempo, las señales construidas escriben y se inscriben en un territorio permisivo: blandura de las dunas de arenas y vegetación apergaminada se despliegan, dando lugar a una escritura a veces rotunda, a veces áspera. Formas fluidas (el Palacio del Alba y del Ocaso –figs. 1 y 2–, la Casa de los Nombres) o agudas (la Hospedería del Errante) se introducen en el paisaje, desestabilizando inercias y prefabricados y colocando bajo una interrogante las relaciones consideradas estables. Desde este punto de vista, las intervenciones podrían ciertamente ser consideradas deconstructivistas, pero si miramos atentamente la manera en que el diálogo con la materia y la lectura del lugar se han insinuado en el sitio, un enfoque fenomenológico sería más adecuado. Los objetos parecen ser modelados por el viento (la Hospedería del Errante), erosionados por el contacto con la arena (la Casa de los Nombres, la Hospedería Doble –figs. 3 y 4–) o, por el contrario, parece que se colocan por encima del mundo, desafiando a través de la propia inmaterialidad, el tiempo y los tiempos (el Ágora Henry Tronquoy y la Vestal, capilla al aire libre –figs. 5 a 7–).
Si el tema de la hospitalidad es privilegiado en Ciudad Abierta, no se pueden ignorar sus consecuencias sobre ese espacio hospitalario primero por definición, lugar de encuentro de los hombres entre sí y con los dioses: el espacio de culto. Los vínculos del grupo de Valparaíso con la arquitectura sacra no son pocos. Por medio del proyecto de la Capilla de Los Pajaritos se abrió un camino de la investigación del tema de lo sacro, concretado también en una serie de proyectos construidos. En 1960, después de uno de los más devastadores terremotos que tuvo lugar en Chile, la Escuela de Valparaíso estableció un acuerdo con las autoridades eclesiásticas para reconstruir algunas iglesias dañadas a causa del desastre. El problema se abordó de tres maneras: intervenciones integralmente nuevas, ampliación de algunos edificios deteriorados o integración de rastros antiguos en nuevas propuestas. El momento de esta intervención es relevante al menos por dos razones: por una parte, marca los cambios litúrgicos preconizados todavía al inicio del s. XX y legitimados luego por el Concilio Vaticano II; por otra parte, ofrece la oportunidad de la puesta en práctica de los estudios sobre arquitectura religiosa y parroquial, acometidos por Alberto Cruz. Las intervenciones siguieron las líneas directrices de la Escuela: cuidado por la materia, trabajo en comunidad, colaboración con las huellas del lugar.
Uno de los desafíos con que se enfrentan los arquitectos fue la escasez de medios y recursos, que los obligó a utilizar estructuras metálicas industriales que fueron obtenidas por donaciones (las iglesias de Florida, Curanilahue, Arauco, Lebu). Del mismo modo, “un mismo núcleo central -una suerte de caparazón de tortuga trabajada a partir de las estructuras industriales- se adaptaba a diversos terrenos y situaciones mediante una envolvente periférica variable que asumía la forma de un cerramiento cóncavo hacia el interior" (Pérez de Arce y Pérez Oyarzun, 2003). Otra gestión es la concesión de una nueva inserción a los vestigios de un templo. La iglesia de la localidad de Corral fue ampliada de tal forma que se aumentó el ancho de la nave; la asimetría obtenida se refleja también en el nuevo sistema de cubierta. La estructura propuesta se apoya en cuatro pilares de hormigón –desde el punto de vista simbólico, es una alusión a los cuatro evangelistas en los que se sostiene el mundo– y la antigua bóveda parece que flota encima de la nave. Los juegos de luz, sabiamente incorporados a lo nuevo y a lo viejo, son obtenidos considerando que la nueva estructura de madera está pensada de tal modo que no se necesita personal especializado para los trabajos de obra. Otro caso particular es el de la iglesia de los peregrinos de La Candelaria en San Pedro. Construida en un plano cuadrado, las direcciones generadoras son dadas por las dos diagonales, una de las cuales sostiene el eje de entrada y el altar. Simbólicamente, el volumen recuerda a una nave, cuya forma se instala como si hubiera logrado ser controlada a través de la tensión del arco que la ancla en la tierra. El cascarón continuo que cubre el volumen cambia su textura, pasando de la madera (parte inferior) a placas metálicas (parte superior), en un sutil diálogo entre la materia terrestre opaca con los reflejos captados del cielo. Una posible ampliación de los paneles tras el altar desarrolla una cubierta que actúa como un espacio mediador entre interior y exterior, colocando el altar en una posición central en la hipótesis de una misa celebrada al aire libre.
Las acciones del grupo de Valparaíso tienen vocación de interpretación: interpretación en tanto traducción e interpretación y en tanto develación del sentido. Las áreas en que evoluciona son infinitas.
LA PALABRA / La unidad básica de la poesía llega a ser la unidad base de la arquitectura. Porque “en el comienzo fue la Palabra” y porque eso no se puede agotar, ella sigue mostrando vías insospechadas de investigación. Si la ciudad de Amfión se construyó del sonido, la Ciudad Abierta se construye desde la poesía, y de la conjunción de las palabras nace
EL TEXTO / Se requiere leer, analizar, comentar. Trabajan con vista a la proximidad, pero pretenden el ejercicio de la abstracción y entrenan un sexto sentido, el de la metáfora. Interiorizado, el texto deviene en
TEXTURA / Tomada del mundo de los géneros, de las telas, de los linos y de las sedas, ella es la interfase entre el hombre y la arquitectura. Allí donde el texto ya no es más visible, la textura puede todavía salvar el contenido. Aunque cubierta por telarañas, roídas por las polillas y desteñidas, ella da señales sobre
LA MATERIA / Existe el castillo de arena, las casas de naipes, las casas astrales, casas de cubos, casas de cartón, casas de tierra, castillos de hielo, casas de ramajes; existen numerosos tipos de casas. La materia de una casa no significa sólo el material de la que está hecha, ella tiene que ver con la esencia misma de la casa, de los que la habitan y del
LUGAR / Recoge historias y materias propias a los que procesa y devuelve. Es un palimpsesto que soporta infinitas reescrituras, archivadas en una memoria ilimitada. Descubierto o construido, revelado o instituido, su techo está marcado por la señal. Las huellas dejadas sobre sí son la traducción de las palabras en materia, por medio del texto y la textura. El lugar cumpliría la vocación cuando encuentra su
COMUNIDAD / Como un grupo de personas que comparten una idea común. Es una suma de individualidades que trabajan y colaboran. Están construyendo lugares de encuentros, lugares para el diálogo, lugares para estar juntos y para ejercer
LA HOSPITALIDAD / La apertura a otros está precedida por la apertura hacia ellos mismos. Amigo o enemigo, el extranjero es en primer lugar diferente. Bien recibido en la casa de huésped, aquel que ha pasado el umbral se someterá a las leyes de la hospitalidad. Así como lo pide
LA TRADICIÓN / Ella asegura permanentemente el vínculo con el origen, el equilibrio frente al estado primordial. Petrificada no puede ser de ninguna utilidad. Guardada, siempre viva y activa, ella aparta el peligro de una creación ex nihilo y, del mismo modo, puede ha lugar la Arquitectura.

Notas
1. Las fuentes de este texto se encuentran en el diálogo que tuvo la autora con los profesores Patricio Cáraves, Mauricio Puentes y Rodrigo Saavedra (Pontificia Universidad Católica de Valparaíso), durante la conferencia que los tres sostuvieron en la Universitatea de Arhitectura si Urbanism Ion Mincu en Bucarest, Rumania, titulada Aspectos de la Arquitectura contemporánea en América Latina, el 9 de julio de 2004; y en el libro Escuela de Valparaíso. Grupo Ciudad Abierta, cuyos autores son Rodrigo Pérez de Arce y Fernando Pérez Oyarzún, publicado por Tanais Ediciones, Madrid, 2003. Todas las imágenes provienen del archivo personal del profesor Patricio Cáraves, de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso.
Traducción del rumano: José Patricio Brickle Cuevas
2. P. 103. “But the curious correspondences between the mythical and historical figures further suggest that the pteron of the peripteral temple had much to do with an early understanding of architecture both as embodied flight and as navigation”.

Referentes
McEwen, Indra Kagis. Socrate’s Ancestor. The MIT Press, Cambridge, 1993.         [ Links ]
Pérez de Arce, Rodrigo y Fernando Pérez Oyarzún. Escuela de Valparaíso, Ciudad Abierta. Tanais Ediciones, Madrid, 2003, pp. 9, 15, 49
.        [ Links ]